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Nieves, una vida de lucha

En medio de las revueltas sociales que están conmoviendo las democracias corruptas del norte de África, leí en la prensa que el dictador Teodoro Obiang, jefe de Estado de Guinea Ecuatorial, había sido nombrado presidente de turno de la Unión Africana, en la última cumbre celebrada en Etiopía.

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Enorme paradoja la de un continente que se mueve entre grandes contradicciones: entre la esperanza de un futuro democrático y una realidad dictatorial; entre las grandes riquezas naturales y el paro y la extrema pobreza; entre el acceso a las nuevas tecnologías y el analfabetismo de gran parte de la población... La mecha que rebela contra este estado de cosas parece que ha comenzado a prender por el área árabe y se extiende por Oriente Medio.

Resulta curioso comprobar que en los acontecimientos ocurridos hace ya más de un año en Túnez y Egipto, inicialmente, jugaron un papel fundamental las redes sociales, ya que un tercio de los tunecinos y un cuarto de los egipcios las utilizan regularmente.

Pero dentro de esas “dictaduras amigas”, tal como las denomina con ironía Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, para denunciar el apoyo que cuentan con los países occidentales, existen algunas en las que hay que tener mucho cuidado del uso del correo electrónico o de Internet, puesto que el control es casi total. Es lo que sucede en Guinea Ecuatorial, esa “dictadura amiga” del Gobierno español y a la que vergonzosamente se la respalda, por los intereses económicos que nos reporta.

Para los que no lo sepan, en Guinea Ecuatorial se habla español, pues fue colonia con el rango de provincia, hasta que a finales de los sesenta del siglo pasado se le concedió la independencia. A ello, añadiría que Obiang accedió al poder tras un golpe de Estado, en 1979, contra su tío, Francisco Macías, que más tarde sería ejecutado.

Pero no voy a escribir sobre este siniestro personaje, que se apropia de la riqueza que generan las enormes reservas de petróleo con las que cuenta este pequeño país; quizá en otra ocasión vuelva para tratar de la situación de los ecuatoguineanos.

Hoy quiero hablaros de una persona entrañable de ese país, y que pudiera representar a esa población africana que lucha denodadamente con la esperanza de ver un futuro justo y realmente democrático para su pueblo, y que, en medio múltiples adversidades, es un ejemplo tenaz de abnegación y esfuerzo.

Para ello, tenemos que remontarnos a octubre de 1999, al antiguo edificio de la Facultad de Ciencias de la Educación. Allí, en la asignatura de Métodos de Investigación de cuarto curso, me encontré con una pequeña novedad: entre las nuevas caras se destacaba el rostro de una chica negra. Cierto que a lo largo de los años he tenido alumnos de diferentes nacionalidades, pero en ningún caso africanos.

En uno de los primeros días, al acabar la clase, me acerqué a ella para charlar de manera un tanto detenida acerca de las razones de su incorporación a la licenciatura de Psicopedagogía. Con un excelente español, pero con el acento característico de la población africana, me indicó que era la primera vez que venía a España y aunque tenía bastante información de nuestro país, se encontraba con situaciones singulares, especialmente en lo referente a las costumbres.

Desde el principio, comprobé la atención que prestaba Nieves en las clases. A pesar de que los alumnos la seguían con uno de mis libros, ella tomaba apuntes de manera habitual, y no le importaba preguntar siempre que surgía alguna duda o no comprendía bien el significado de algún término que yo hubiera empleado y era novedoso para ella.

Con el paso de los días, se iba forjando un clima de confianza, de manera que al finalizar las clases o en las horas de tutorías le solía preguntar por su país, por la situación en la que vivía la población bajo el régimen dictatorial de Teodoro Obiang. Nieves tenía bastante conciencia social y una sólida formación política, producto, entre otras cosas, de la represión que habían sufrido algunos miembros de su familia.

Cerca de Navidades, noté su ausencia en clase. Me informaron de que había sido ingresada en un hospital. Puesto que entre sus cualidades se encontraba su exquisita educación y un alto nivel de compañerismo, se había granjeado el cariño de sus compañeros y estos la visitaban llevándole, de paso, los apuntes que habían tomado en clase, de manera que no perdiera el ritmo y estuviera al día en los estudios.

A la vuelta de vacaciones, se reincorporó otra vez. Charlando, me manifestó que le habían detectado un tumor y que tenía que someterse a revisiones periódicas, para ver la evolución que seguía tras la intervención sufrida.

Los días del curso transcurrieron con la regularidad que es característica de la enseñanza. Las charlas con Nieves, así como con otros de sus compañeros, seguían siendo habituales. Cuando se acercaron los exámenes de junio, los síntomas reaparecen y tiene que ser intervenida otra vez.

Era tal su responsabilidad que, el mismo día que debía ser ingresada y con todos los rasgos que delataban su debilidad, realizó el examen correspondiente por la mañana y al terminarlo, inmediatamente, fue llevada al hospital, para ser tratada de la recaída.

Una vez que recibió el alta, cuando nos vimos le expresé mi sorpresa por tal cosa. “Aureliano”, me respondió, “no puedo permitirme la ausencia a un examen y estar sin aprobarlo, pues perdería la beca que me posibilita realizar los estudios de licenciatura”. Yo sabía su condición de becaria; pero no entendía hasta qué extremos estaba condicionada a cumplir los requisitos de aprobación con calificaciones altas en todas las asignaturas.

Continuamos con nuestras charlas. Hablamos de su vida, de su familia, de sus recuerdos de la infancia. Uno, muy ligado a su niñez, era que siendo muy pequeña, llorando, tenía que acompañar a su madre a realizar duros trabajos en el campo.

Viéndola así, su madre que la quería mucho, le advirtió como consejo: “Mira, Nieves: este es el duro trabajo que tenemos que llevar toda nuestra vida las mujeres africanas. Atiende: tú debes luchar para salir de esta situación, ya que para mí ahora es imposible. Estudia, que yo te ayudaré todo lo que pueda para que no tengas que pasar por este cruel destino”.

Finalizado el curso y antes de regresar a su “islita”, como yo cariñosamente le decía de Bioko, la invité a comer, puesto que conocía también a mi mujer. Aquel día, que anticipaba las vacaciones de verano, disfrutamos de la cordialidad de una chica entrañable, atenta, inquieta y preocupada por los avatares tanto de su pueblo como de los acontecimientos del país de acogida.

En el siguiente curso, último de la carrera, tuve de nuevo a Nieves como alumna. Ella ya me conocía como profesor y deseaba estar en las asignaturas que impartía. La relación era muy cordial, y, conociendo su integridad, en absoluto buscaba una posición de favor, sino el contacto con un profesor que mostraba interés y preocupación por lo que sucedía tanto en su país como en el continente africano.

Así transcurrió el año académico, hasta que, otra vez próximos a los exámenes de junio, Nieves tuvo que enfrentarse a un hecho doloroso: el fallecimiento de su madre. Cuando supe la noticia, verdaderamente apenado, la llamé por teléfono para expresarle mi pesar por algo que sabía que la tendría abatida.

Cuando nos vimos, me explicó que era su propia madre la que no quería que fuera a Guinea a despedirse de ella, pues sabía de la importancia que tenía el que no perdiera los exámenes. “No llaméis a Nieves para que venga”, les había ordenado tajantemente a sus hermanos.

Nieves, con los ojos humedecidos, me explicó que su madre guardaba una fotografía suya debajo de la almohada, y que orgullosa, con ese orgullo de una madre que ha luchado hasta lo último para que su hija tuviese un destino mejor que el suyo, se la mostraba a los médicos y enfermeras, comentándoles: “Esta es mi niña que está terminando Psicopedagogía en España y que, aunque yo ya no la veré, volverá a nuestro país siendo licenciada”.

La generosidad de una madre que renuncia al último beso y al adiós definitivo a su hija, sabiendo que era necesario presentarse y aprobar los exámenes para finalizar los estudios por los que tanto ha luchado, y que ella desde siempre había respaldado, me resultaba conmovedor. De este modo se cumplía el sueño de ambas de salir de ese cruel destino al que estaban condenadas las mujeres africanas y del que solo se podía salir con un enorme esfuerzo, en este caso, a través de los estudios.

Nieves, por prescripción médica, permaneció un año más en Córdoba antes de volver a su tierra. Intercambiamos direcciones y teléfonos. Nunca perdí el contacto con ella; así, en las veces que ha vuelto a Córdoba, a realizarse las revisiones anuales, siempre nos vemos. Las charlas son largas, en ocasiones centradas en la situación en la que se vive en su país. Y entretanto nos comunicamos por correo electrónico, sin tocar temas sociales, pues la férrea dictadura de Obiang mantiene un estrecho control sobre las comunicaciones personales.

Nieves ha tenido que superar otras difíciles situaciones para seguir adelante. Sin embargo, su entereza, su coraje, su empeño por afrontar las adversidades han dado lugar a que, en la actualidad, sea decana de la Facultad de Educación de la Universidad de Malabo.

Ha respondido con creces a los sueños de su madre, de esa madre que desde muy pequeña le animaba a enfrentarse a las adversidades y que tuvo la enorme generosidad de renunciar a la despedida última de su hija con tal de que pudiera acabar los estudios en nuestro país.

Nieves, para mí, es ejemplo de esa población negra africana, de la que tan poco sabemos, pero que lucha tenazmente por un futuro digno, realmente democrático y justo para su pueblo, sin dictadores corruptos y sin la tutela interesada de Occidente. Ojalá en un futuro no muy lejano vean plasmado ese horizonte de esperanza.

Para todos mis alumnos y alumnas de ayer y de hoy,
con el deseo de que su labor docente sea semilla
de cultura y libertad que germine en las nuevas generaciones.

AURELIANO SÁINZ
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