No, si al final van a ser los Magos de Oriente los culpables de nuestra crisis y, por ello, el quitarle a los funcionarios la paga extraordinaria de diciembre que, casi en su totalidad, tenía como destino la adquisición de regalos de Reyes.
¡Pero qué va! Me reafirmo en que para el Gobierno –no sé si también para la Unión Europea- los verdaderos culpables de la quiebra del Estado español somos los funcionarios. Los que velan por la seguridad de los españoles; los que acuden a toda velocidad a apagar un incendio en la ciudad o en el campo; los que imparten justicia; aquellos que mantienen limpias nuestras calles o recogen nuestra basura; quienes educan a nuestros hijos; o, por no extenderme demasiado, quienes nos ocupamos de la salud de los ciudadanos.
Todos ellos somos los verdaderos culpables, para Mariano Rajoy y su equipo, de la ruina de un país que debe mucho más de lo que representa su Producto Interior Bruto, parece ser, a tenor de las medidas adoptadas hasta ahora, porque la clase funcionarial haya actuado como un vampiro, chupando todo ese caudal de recursos económicos que ahora se deben al exterior que, de ser cierto, hubieran transformado a los funcionarios de ser integrantes de la modesta clase media a convertirse en opulentos adinerados de esa casta privilegiada que representa la jet set española.
Pero como esto no ha sido así –indaguen en las declaraciones de Hacienda de los varios millones de trabajadores de la función pública- el garrotazo que ahora se nos aplica no viene a representar sino el palo de ciego de quien no ve y, hasta me atrevería a afirmar, de quien no tiene ni idea de en qué dirección aplicar sus medidas correctoras, adoptándolas con todo el rigor sobre el lazarillo que le sirve de apoyo y que, por mucho que ahora no quiera reconocerlo, no solo somos sus ojos sino también sus manos, sus pies y la mayoría de sus sentidos.
No puede actuarse así. Siento decirlo porque soy votante del Partido Popular, me he implicado políticamente de forma muy comprometida y no encuentro alternativa al proyecto ideológico y social que representa a la que entregar mi confianza electoral.
Se lo ha dicho Pérez Rubalcaba –que sin generarme tranquilidad alguna, sí deja a veces caer verdades como puños que, por cierto, él mismo debió haber asumido en su etapa como gobernante- al recordarle que los Presupuestos Generales del Estado para 2012 han sido los más cortos de la historia: solo han durado seis días desde su aprobación porque se nos anuncian cambios fiscales, económicos, de inversiones y laborales que dejan sin valor alguno las cuentas aprobadas.
Ello indica que, en ocho meses de gobierno del PP, o bien no se ha tenido claro cómo afrontar la situación –algo que no supo hacer, todo hay que decirlo, en los últimos tres años el Gobierno socialista de Zapatero- o bien no se ha querido hacerlo, pensando, como es claro y notorio, en las elecciones andaluzas que, por indicación de Arenas, obligaron a retrasar la toma de medidas más impopulares y hasta la aprobación presupuestaria.
Ahora que estamos en verano, como hacía Felipe González y uno de sus antecesores en el cargo del poder, Francisco Franco, es cuando, intentando minimizar la respuesta popular, se cargan los cañones y se disparan a mansalva toda una serie de medidas que van a lograr empobrecer aún más a la población –no digamos a la funcionarial-, retrayendo el consumo –paralizándolo en Reyes y Navidades-, condenando a nuestra principal industria –el turismo, que pretendía salvar las cifras a costa de los propios españoles- y poniendo en jaque al sector servicios.
Todo porque, entre otras cosas, los españolitos de a pie, muchos de los que se han visto engañados por las participaciones preferentes que les colocaban los bancos, tenemos que avalar con nuestro propio dinero –¡sí, con nuestro dinero!- el rescate de la banca que, en realidad, es la madre de todas las batallas en este desaguisado económico en el que España se ha convertido.
Aunque digo yo que si se rescata a la banca y lo avalamos entre todos, algo habrá pensado Mariano Rajoy para rescatar a la familia española. Porque mire usted, si se nos suben los impuestos, si se nos incrementa el IVA, se nos bajan drásticamente los salarios, se aumentan las tasas universitarias, se nos reducen las ayudas para atender a los mayores dependientes, se incrementan los impuestos especiales y se nos quita la deducción por adquisición de vivienda, supongo yo –y creo que no es suponer mucho- que el Gobierno se hará cargo de parte del pago de nuestras hipotecas, bonificará nuestras desplazamientos al trabajo, habilitará cómodas residencias asistidas para mayores y a precios asequibles e impondrá un rígida vigilancia sobre precios e intermediarios que baje al menos a la mitad la bolsa de la compra.
De otra forma, ahí nos pueden tener, en la calle, como ocurre cada mes de enero en la Cabalgata de Reyes Magos, pero sin carrozas, sin chucherías, sin niños, pero sí con una mijita de mala leche. Ustedes verán.
¡Pero qué va! Me reafirmo en que para el Gobierno –no sé si también para la Unión Europea- los verdaderos culpables de la quiebra del Estado español somos los funcionarios. Los que velan por la seguridad de los españoles; los que acuden a toda velocidad a apagar un incendio en la ciudad o en el campo; los que imparten justicia; aquellos que mantienen limpias nuestras calles o recogen nuestra basura; quienes educan a nuestros hijos; o, por no extenderme demasiado, quienes nos ocupamos de la salud de los ciudadanos.
Todos ellos somos los verdaderos culpables, para Mariano Rajoy y su equipo, de la ruina de un país que debe mucho más de lo que representa su Producto Interior Bruto, parece ser, a tenor de las medidas adoptadas hasta ahora, porque la clase funcionarial haya actuado como un vampiro, chupando todo ese caudal de recursos económicos que ahora se deben al exterior que, de ser cierto, hubieran transformado a los funcionarios de ser integrantes de la modesta clase media a convertirse en opulentos adinerados de esa casta privilegiada que representa la jet set española.
Pero como esto no ha sido así –indaguen en las declaraciones de Hacienda de los varios millones de trabajadores de la función pública- el garrotazo que ahora se nos aplica no viene a representar sino el palo de ciego de quien no ve y, hasta me atrevería a afirmar, de quien no tiene ni idea de en qué dirección aplicar sus medidas correctoras, adoptándolas con todo el rigor sobre el lazarillo que le sirve de apoyo y que, por mucho que ahora no quiera reconocerlo, no solo somos sus ojos sino también sus manos, sus pies y la mayoría de sus sentidos.
No puede actuarse así. Siento decirlo porque soy votante del Partido Popular, me he implicado políticamente de forma muy comprometida y no encuentro alternativa al proyecto ideológico y social que representa a la que entregar mi confianza electoral.
Se lo ha dicho Pérez Rubalcaba –que sin generarme tranquilidad alguna, sí deja a veces caer verdades como puños que, por cierto, él mismo debió haber asumido en su etapa como gobernante- al recordarle que los Presupuestos Generales del Estado para 2012 han sido los más cortos de la historia: solo han durado seis días desde su aprobación porque se nos anuncian cambios fiscales, económicos, de inversiones y laborales que dejan sin valor alguno las cuentas aprobadas.
Ello indica que, en ocho meses de gobierno del PP, o bien no se ha tenido claro cómo afrontar la situación –algo que no supo hacer, todo hay que decirlo, en los últimos tres años el Gobierno socialista de Zapatero- o bien no se ha querido hacerlo, pensando, como es claro y notorio, en las elecciones andaluzas que, por indicación de Arenas, obligaron a retrasar la toma de medidas más impopulares y hasta la aprobación presupuestaria.
Ahora que estamos en verano, como hacía Felipe González y uno de sus antecesores en el cargo del poder, Francisco Franco, es cuando, intentando minimizar la respuesta popular, se cargan los cañones y se disparan a mansalva toda una serie de medidas que van a lograr empobrecer aún más a la población –no digamos a la funcionarial-, retrayendo el consumo –paralizándolo en Reyes y Navidades-, condenando a nuestra principal industria –el turismo, que pretendía salvar las cifras a costa de los propios españoles- y poniendo en jaque al sector servicios.
Todo porque, entre otras cosas, los españolitos de a pie, muchos de los que se han visto engañados por las participaciones preferentes que les colocaban los bancos, tenemos que avalar con nuestro propio dinero –¡sí, con nuestro dinero!- el rescate de la banca que, en realidad, es la madre de todas las batallas en este desaguisado económico en el que España se ha convertido.
Aunque digo yo que si se rescata a la banca y lo avalamos entre todos, algo habrá pensado Mariano Rajoy para rescatar a la familia española. Porque mire usted, si se nos suben los impuestos, si se nos incrementa el IVA, se nos bajan drásticamente los salarios, se aumentan las tasas universitarias, se nos reducen las ayudas para atender a los mayores dependientes, se incrementan los impuestos especiales y se nos quita la deducción por adquisición de vivienda, supongo yo –y creo que no es suponer mucho- que el Gobierno se hará cargo de parte del pago de nuestras hipotecas, bonificará nuestras desplazamientos al trabajo, habilitará cómodas residencias asistidas para mayores y a precios asequibles e impondrá un rígida vigilancia sobre precios e intermediarios que baje al menos a la mitad la bolsa de la compra.
De otra forma, ahí nos pueden tener, en la calle, como ocurre cada mes de enero en la Cabalgata de Reyes Magos, pero sin carrozas, sin chucherías, sin niños, pero sí con una mijita de mala leche. Ustedes verán.
ENRIQUE BELLIDO