Si ya era difícil de entender que el pasatiempo favorito del novio de su hija fuese “perrear” bailando reguetón, mucho más le costó comprender cómo era posible que esa criatura educada entre algodones pudiese sentir fascinación por aquel sujeto que poco más tenía que aportar a la especie humana que un consumo casi irracional de recursos naturales.
De todas formas, durante su juventud, detestó las verduras hasta el punto de desear, día sí, día también que, una tras otra, fuesen desapareciendo todas las cosechas del planeta; aunque tampoco había que pasarse, le bastaba con que algún grupo de franceses enfurecidos volcara el camión que abastecía la frutería de su calle. Hoy, sin embargo, el pastel de verduras se había convertido en su plato estrella cuando venían invitados a cenar a casa.
Existen una infinidad de factores (o, al menos, eso dicen los que han estudiado el tema) que influyen en los gustos personales de cada uno de nosotros. Y son tantos que configuran un verdadero mapa particular de las preferencias de cada vecino, con algunos parecidos generales, pero siempre originales.
El caso es que las redes sociales están sacando a la luz una de las facetas más privadas que aún quedaban casi vírgenes en la selva humana y que sólo eran conocidas por los más allegados después de un tiempo prudencial de convivencia.
Resulta que está de moda adornar los muros de Facebook, Google + y similares, que vienen a ser algo así como tu escaparate virtual en un mundo donde nadie es quien dice ser, con niñas leucémicas que te sonríen tristemente con su pañuelo rosa en la cabeza cubriendo los estragos de la quimioterapia: “Es fulanita, ella es fuerte, dale a “me gusta” si estás a favor de aquellas que luchan contra el cáncer”; o con subsaharianos a punto de morir de hambre sin haber cumplido siquiera los 6 años, sobre los que reza un slogan tan absurdo como el anterior. Señores, que son menores, no entren en el juego.
Lo que ya viene a ser la monda al cuadrado es la exhibición sin tapujos, orgullosa incluso, de que nos importa un pimiento todo lo que no sea jolgorio y jarana. No hace mucho me llamó la atención (lo suficiente para hacer, incluso, un montaje comparativo) que Iniesta, el futbolista al que tanto le debemos (no os lo creáis, no le debemos nada o, en todo caso, se le paga con creces) colgó una foto en Facebook junto a su entonces prometida, enfrente del frigorífico de su casa (muy mono, por cierto, aluminio cepillado, doble puerta y surtidor de agua y hielo).
La foto en cuestión tenía la friolera de varias decenas de miles de “me gusta” y otro tanto de “megusteros” había tomado prestada la foto para compartirla en su muro personal. Algo sorprendido por el terrible interés que levantaban Iniesta, su señora y su frigorífico Combi No Frost, seguí dando un repaso para ver si encontraba algún motivo para no pensar que somos todos gilipollas.
Al poco me topé con el muro de Eduard Punset, que anunciaba que en el próximo Redes participaría un experto mundial en Alzeimer para explicar los últimos avances en materia de lucha contra la enfermedad. 32 personas le dieron a “me gusta”. Once lo compartieron en su muro.
De todas formas, durante su juventud, detestó las verduras hasta el punto de desear, día sí, día también que, una tras otra, fuesen desapareciendo todas las cosechas del planeta; aunque tampoco había que pasarse, le bastaba con que algún grupo de franceses enfurecidos volcara el camión que abastecía la frutería de su calle. Hoy, sin embargo, el pastel de verduras se había convertido en su plato estrella cuando venían invitados a cenar a casa.
Existen una infinidad de factores (o, al menos, eso dicen los que han estudiado el tema) que influyen en los gustos personales de cada uno de nosotros. Y son tantos que configuran un verdadero mapa particular de las preferencias de cada vecino, con algunos parecidos generales, pero siempre originales.
El caso es que las redes sociales están sacando a la luz una de las facetas más privadas que aún quedaban casi vírgenes en la selva humana y que sólo eran conocidas por los más allegados después de un tiempo prudencial de convivencia.
Resulta que está de moda adornar los muros de Facebook, Google + y similares, que vienen a ser algo así como tu escaparate virtual en un mundo donde nadie es quien dice ser, con niñas leucémicas que te sonríen tristemente con su pañuelo rosa en la cabeza cubriendo los estragos de la quimioterapia: “Es fulanita, ella es fuerte, dale a “me gusta” si estás a favor de aquellas que luchan contra el cáncer”; o con subsaharianos a punto de morir de hambre sin haber cumplido siquiera los 6 años, sobre los que reza un slogan tan absurdo como el anterior. Señores, que son menores, no entren en el juego.
Lo que ya viene a ser la monda al cuadrado es la exhibición sin tapujos, orgullosa incluso, de que nos importa un pimiento todo lo que no sea jolgorio y jarana. No hace mucho me llamó la atención (lo suficiente para hacer, incluso, un montaje comparativo) que Iniesta, el futbolista al que tanto le debemos (no os lo creáis, no le debemos nada o, en todo caso, se le paga con creces) colgó una foto en Facebook junto a su entonces prometida, enfrente del frigorífico de su casa (muy mono, por cierto, aluminio cepillado, doble puerta y surtidor de agua y hielo).
La foto en cuestión tenía la friolera de varias decenas de miles de “me gusta” y otro tanto de “megusteros” había tomado prestada la foto para compartirla en su muro personal. Algo sorprendido por el terrible interés que levantaban Iniesta, su señora y su frigorífico Combi No Frost, seguí dando un repaso para ver si encontraba algún motivo para no pensar que somos todos gilipollas.
Al poco me topé con el muro de Eduard Punset, que anunciaba que en el próximo Redes participaría un experto mundial en Alzeimer para explicar los últimos avances en materia de lucha contra la enfermedad. 32 personas le dieron a “me gusta”. Once lo compartieron en su muro.
PABLO POÓ