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Decadencia de la clase política

Según las últimas encuestas de opinión, la clase política española pasa por horas bajas. La valoración que dichos sondeos proporcionan no exonera a ninguno de la quema. Digamos que nuestros políticos se han reembolsado a pulso su malandrina reputación que, por supuesto, no es de hoy sino que viene de muy lejos. Y en este desprestigiado, turbio y difuso panorama asistimos a la gestación de un nuevo partido, Sociedad Civil y Democracia (SCD), que se asomará a las próximas elecciones, capitaneado por Mario Conde... ¡todo un espécimen al que imitar!

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Parte de las principales aspiraciones que persigue son: “reformar la Ley Electoral; quitar los privilegios a la clase política; suprimir el Senado; o replantear el modelo de Estado y las Comunidades”. Nihil novum sub sole!

En varios artículos he arremetido contra este estamento, no porque creyera que eran la peste causante de nuestra escabechina económico-social sino porque vegetaban como reyes a costa del contribuyente. No se alarmen, tampoco voy a defenderlos ahora. Sólo quiero matizar algunos aspectos de esta decadencia que sufren esos servidores públicos. ¿He dicho servidores? Perdonen el “lapsus linguae”, quise decir vividores, parásitos e incluso, en algunos casos, expoliadores de lo nuestro.

Antes de las elecciones de 2008, la casta política no era un problema para la mayoría de los ciudadanos. La encuesta del CIS de febrero de ese año reflejaba un 6,2 por ciento de preocupación por estos personajes, cifra que a finales de 2009 se doblaba hasta alcanzar un 14,9 por ciento. Por esas fechas, el paro se percibía con mayor angustia, como era de esperar.

Pero las perspectivas empeoran. Contribuye a este cambio la aparición en escena de la descarada corrupción –Gürtel es la bomba detonante- y los primeros recortes por causa de la crisis, para situarse el rechazo en un 21,6 por ciento, en 2010. Poco a poco irán apareciendo otros casos de trapicheo indecente, incluido el derroche y el boato. A partir de ahí, la ciudadanía empieza a amoscarse. Y aún no había llegado el diluvio universal de los recortes.

En estos momentos, muchos rodrigones públicos se han convertido en estacas inútiles que no cumplen con el cometido para el que fueron electos. Eso sí, mantienen intactas sus pingües prebendas sin importarles para nada los sufrimientos de la multitud. Oyen los gritos de los demás como quien oye llover.

Después de los primeros sangrientos tijeretazos, la población terminó de situar a la clase política en un puesto considerablemente peor. Y es que, los recortes han sido uno de los pilares fundamentales de la política española en este contexto de crisis, recortes que han hecho enfadar a la ciudadanía.

En general, según la última encuesta del CIS, las altas tasas de paro y los problemas de índole económica son los únicos que superan al de los próceres, como preocupación. A este “merdeo” se añade un controvertido matiz de índole moral: “somos mediterráneos, admitimos casi todo excepto la mentira y la cobardía, incluso se acepta la verdad aun si es mala”, dice un analista. Está claro que algo que no acepta el pueblo en general es la mentira y, menos, la ocultación de datos.

Otro peliagudo tema que colea por los despachos políticos y judiciales es el de los ERE de Andalucía que “da más vueltas que un garbanzo en la boca de un viejo”, decíamos cuando no se abordaba de lleno un asunto. Según el Diario Córdoba del pasado domingo, “la comisión de investigación de los ERE arranca esta semana con doce comparecencias”. ¿Estaremos por fin ante el principio del fin con este tema?

En las últimas semanas ha saltado otra vez a primera plana el caso Nóos. “La Fiscalía pedirá fianza millonaria a Urdangarín con nuevos datos del fisco. El último informe del Ministerio de Hacienda, entregado al juez, concluye que Nóos defraudó casi un millón al Gobierno balear con burdos engaños”.

Hay que dar un escarmiento a los “chupópteros”, sean quienes sean. Pero un correctivo sin distinción de categorías. Mientras más alto esté ubicado el protagonista en la escala, mayor debería ser la ejemplaridad.

A estas alturas de la corrida, la mayoría del pueblo estamos por la labor de que se den castigos ejemplares. Ser el yerno del Rey debería ser incluso un agravante para aplicar un escarmiento aplastante. ¡Cárcel! ¡Devolución de lo robado!

Pero en todas partes cuecen habas… Claro que eso no nos consuela para nada. Según datos de prensa de estos días: “Un ministro del estado indio de Uttar Pradesh ve bien que los habitantes delincan, siempre que trabajen duro. 'Si trabajáis duro, si ponéis vuestro corazón y vuestra alma en vuestra tarea... entonces se os puede permitir robar un poco', dijo el ministro Shivpal Singh Yadav a un grupo de autoridades locales”. ¿Os suena esto de algo? ¿A que resulta muy familiar?

Una pregunta acude a la mente con todos estos abusos en los que estamos sumergidos. ¿Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena? Es decir, si nuestros ediles eran “malos” antes y durante la crisis ¿por qué hemos tardado tanto tiempo en denunciarlo? ¿Será que cuándo todo marcha “miel sobre hojuelas” somos más condescendientes con los vicios derrochadores y rapiñadores de muchos de nuestros personajes públicos? Si ello es así, somos culpables por tolerar dichas conductas.

¿La conciencia laxa es una manifestación consustancial entre nosotros? Entonces me atrevería a lanzar la piedra diciendo que somos un pueblo consentidor con las acciones no admisibles. Se viene diciendo que lo que hay en España es de los españoles, pero habría que añadir con contundencia: ¡defendámoslo! Con uñas y dientes hay que mirar por lo que es nuestro. ¿Somos descuidadamente tolerantes ante conductas reprochables?

Prefiero no entrar en polémicas estériles, pero sugiero que sería interesante pasearse por distintos periódicos de tirada nacional para tomar más conciencia aún, si ello es posible, ante las diversas barrabasadas que nuestros políticos están llevando a cabo, a pesar de la situación de crisis en la que estamos inmersos.

Con la que está cayendo a nivel económico, social y climatológico, el calor parece que nos achicharrará más de lo debido, muchos mandatarios –munícipes, autonómicos, estatales- siguen derrochando recursos en negocios que calificaremos de "no necesarios".

Continuamos con la dilatada conciencia de que lo público no es de nadie y puedo hacer con ello lo que quiera. Cada cual sigue erre que erre mirándose el ombligo “ad maiorem gloriam eius o eorum”. Me temo que esto no lo remedia ni la caridad…

En una entrevista al artista cordobés Manuel Garcés en el Diario Córdoba, dice: “Lo que me mosquea es que nadie vaya a la cárcel”. El artista explica que, a su juicio, “algunos políticos del PSOE y el PP son los responsables de la situación que está viviendo el país en estos momentos”. Yo añadiría que también son culpables el resto de partidos, aunque sean minoritarios.

Le pregunta la entrevistadora: “¿La crisis le está afectando personalmente?” y responde: “Lo que me afecta es oír a tanto político mentiroso e hipócrita. Estos profesionales del engaño están consiguiendo que nuestra escala de valores se invierta, ya que son nuestros líderes ideológicos y son nuestro ejemplo, nuestro mal ejemplo, claro”.

Para terminarlo de rematar, en una reciente entrevista concedida por Antonio Gala dice, en referencia a la clase política: “Da la impresión de que este país está gobernado por una colección de tontos que se han reunido para jugar a algo, a las cartas o al dominó, y no saben las reglas”. Y añade: “La verdad es que estamos gobernados por una pandilla de gilipollas”. ¡Contundente! Yo sólo me atrevo a añadir sin miedo a errar “¡dame pan y llámame tonto!”. Ellos, tengo que admitir que sí están herrados.

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PEPE CANTILLO
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