España arde. Por los cuatro costados. Por un verano tórrido, sí. Pero, sobre todo, porque la estamos quemando nosotros. Las condiciones son las peores en muchos años: los montes son pura yesca, los calores terribles y los vientos enemigos. Por supuesto. Pero ¿cómo es posible que con los medios ahora disponibles se queme lo que se está quemando?
Hay una primera razón: el abandono de muchas zonas, la falta de labores y cortas y, sobre todo, la desaparición del ganado en extensivo que tanto limpiaba. Medio millón de cabras hacen lo que no harán nunca todas las cuadrillas humanas.
Pero hay una segunda razón y esa somos nosotros mismos. Una gran parte de los incendios son provocados. Los unos por un accidente –una cosechadora, un chispazo de la maquinaria-, pero otros lo son por imprudencias temerarias verdaderamente punibles y que merecen un severo castigo que ahora no existe.
Los hay aún peor: los intencionados, que son muchos. Fuegos iniciados y atizados con la voluntad criminal de provocar las llamas, de que estas se expandan y con la mala saña de hacerlo en los lugares más inaccesibles para las brigadas de extinción. Eso ha sucedido, por ejemplo en Hellin y en Cabañeros. Una mano o manos criminales detrás de los incendios. Razones, de locura pirómana o del género inconfesable.
Pero más cerca de lo habitual, dentro de esa imprudencia con resultados trágicos e incluso mortales –ya llevamos varios muertos de nuevo este año víctimas de las llamas, tanto bomberos como ciudadanos atrapados- aparece en ocasiones lo que debe ser extirpado de cuajo: esa colilla de Cataluña o esas cenizas con brasas de Chequilla.
Y luego, el esperpento del griterío de un alcalde que clamaba porque no llegaban todas las ayudas –que, por cierto, llegaron y actuaron con eficacia, aunque no pudieron evitar 1.000 hectareas arrasadas- y echaba pestes contra el Gobierno y hasta contra la divina providencia. Alguien le contestó, ya harto de voces: “¡Oye, que quien ha echado las brasas con la ceniza al corral en la era ha sido tu hermana!”.
Porque eso es lo que está sucediendo. Que clamamos cuando la catástrofe ya nos desborda pero parecemos olvidar dónde comenzó y cómo la fogata, la colilla y la paella inició el desaguisado. Porque con esta calorina luego, con estos aires y tanta broza por los bosques, luego, aunque se están convirtiendo en los verdaderos héroes del verano, no hay bomberos que valgan.
Hay una primera razón: el abandono de muchas zonas, la falta de labores y cortas y, sobre todo, la desaparición del ganado en extensivo que tanto limpiaba. Medio millón de cabras hacen lo que no harán nunca todas las cuadrillas humanas.
Pero hay una segunda razón y esa somos nosotros mismos. Una gran parte de los incendios son provocados. Los unos por un accidente –una cosechadora, un chispazo de la maquinaria-, pero otros lo son por imprudencias temerarias verdaderamente punibles y que merecen un severo castigo que ahora no existe.
Los hay aún peor: los intencionados, que son muchos. Fuegos iniciados y atizados con la voluntad criminal de provocar las llamas, de que estas se expandan y con la mala saña de hacerlo en los lugares más inaccesibles para las brigadas de extinción. Eso ha sucedido, por ejemplo en Hellin y en Cabañeros. Una mano o manos criminales detrás de los incendios. Razones, de locura pirómana o del género inconfesable.
Pero más cerca de lo habitual, dentro de esa imprudencia con resultados trágicos e incluso mortales –ya llevamos varios muertos de nuevo este año víctimas de las llamas, tanto bomberos como ciudadanos atrapados- aparece en ocasiones lo que debe ser extirpado de cuajo: esa colilla de Cataluña o esas cenizas con brasas de Chequilla.
Y luego, el esperpento del griterío de un alcalde que clamaba porque no llegaban todas las ayudas –que, por cierto, llegaron y actuaron con eficacia, aunque no pudieron evitar 1.000 hectareas arrasadas- y echaba pestes contra el Gobierno y hasta contra la divina providencia. Alguien le contestó, ya harto de voces: “¡Oye, que quien ha echado las brasas con la ceniza al corral en la era ha sido tu hermana!”.
Porque eso es lo que está sucediendo. Que clamamos cuando la catástrofe ya nos desborda pero parecemos olvidar dónde comenzó y cómo la fogata, la colilla y la paella inició el desaguisado. Porque con esta calorina luego, con estos aires y tanta broza por los bosques, luego, aunque se están convirtiendo en los verdaderos héroes del verano, no hay bomberos que valgan.
ANTONIO PÉREZ HENARES