Por si la que está cayendo fuera poca y no tuviésemos ya bastante desaguisado con la –por lo general, aunque también hay excepciones- execrable clase política que tenemos, ahora salta el señor Mas –ése que tiene un cargo que recuerda a un queso de untar- con que esto se soluciona dando la independencia a Catalonia. Toma del frasco, Carrasco.
Por cierto, qué grandes son los de CiU para inventar conceptos perifrásticos y no decir lo que realmente quieren decir. Lo digo porque, evidentemente, ellos nunca pronuncian la palabra “independencia”, sino que se sirven, ya digo, de expresiones cada vez más rimbombantes, altisonantes y, digámoslo como es en realidad, estúpidamente manipuladoras.
Al fin y al cabo, decir que Cataluña necesita “estructuras de Estado” es lo mismo que decir que el objetivo final es formar su propio Estado. Yo creo que esto molesta casi tanto como la perra que han cogido con lo de la identidad nacional y estas memeces: el continuo uso de conceptos inventados para intentar engañarnos como si fuéramos bobos.
Nos quieren engañar no sólo sobre su objetivo final –la independencia, la llamen como la llamen- sino sobre la Historia y las causas de su anhelo independentista. Cataluña jamás ha sido un reino –ni siquiera un territorio- independiente.
Nos quieren vender la revuelta de los payeses de 1640 como un acto heroico de lucha por la libertad y la identidad cuando, en realidad, se trató de una revuelta de campesinos, hartos de la pobreza, la miseria y las condiciones paupérrimas de vida que les imponía la estructura social de la época; la misma, por cierto, que había en Andalucía, Extremadura o la misma Castilla.
Además de una revuelta popular, aquello no fue sino una traición en toda regla a la Corona de Castilla y Aragón, por cuanto previamente los representantes de la región habían negociado intensamente con el cardenal Richelieu con el fin de que Francia los sometiera para posteriormente declararles república independiente. El astuto Richelieu terminó ocupando Cataluña y tratando a los catalanes de la misma forma o peor que los soldados de Felipe IV.
En cualquier caso, si seguimos adelante en el repaso de la Historia, nos damos cuenta de que la auténtica motivación de las ideas independentistas no es otra que la económica. Primero, por la situación social de los payeses; más tarde, en el siglo XIX, como consecuencia de las nefastas políticas de Fernando VII e Isabel II.
La indudable capacidad industrial de la sociedad catalana, especialmente centrada en el sector textil, fue caldo de cultivo para la idea del federalismo y la autonomía total. Durante los últimos años del XIX y el primer tercio del siglo XX estamos en las mismas: más proteccionismo, más crisis económicas generalizadas. En definitiva, más reclamación de independencia.
O sea que lo que está ocurriendo ahora ni es nuevo, ni es original; es la repetición de un esquema –perfeccionado, eso sí, por las modernas técnicas de manipulación y alienación social (léase políticas de inmersión lingüística, entre otras)-.
Artur Mas sabe perfectamente que la independencia de Cataluña no es posible ni conveniente: Europa expulsaría inmediatamente de su seno –porque así lo ordenan los Tratados de su constitución- a cualquier región europea que se proclamase independiente.
También sabe que la situación económica de Cataluña quedaría no ya al borde del abismo, sino en el abismo mismo. Lo que pasa es que ha de tapar su nefasta gestión y su falta absoluta de ideas para salir del atolladero mediante la reclamación de las mismas utopías de siempre.
Para colmo, el partido de la oposición aprovecha el río revuelto en un intento desesperado por conseguir un puñado de votos en las próximas elecciones catalanas. Hablan de Estado federal, de reforma de la Constitución y bla, bla, bla… en un ejercicio paradigmático de lo que se puede calificar como “más bajo no se puede caer”. Al fin y al cabo, a todos les mueve la misma intención. Y es que, amigo lector, la pela es la pela.
Por cierto, qué grandes son los de CiU para inventar conceptos perifrásticos y no decir lo que realmente quieren decir. Lo digo porque, evidentemente, ellos nunca pronuncian la palabra “independencia”, sino que se sirven, ya digo, de expresiones cada vez más rimbombantes, altisonantes y, digámoslo como es en realidad, estúpidamente manipuladoras.
Al fin y al cabo, decir que Cataluña necesita “estructuras de Estado” es lo mismo que decir que el objetivo final es formar su propio Estado. Yo creo que esto molesta casi tanto como la perra que han cogido con lo de la identidad nacional y estas memeces: el continuo uso de conceptos inventados para intentar engañarnos como si fuéramos bobos.
Nos quieren engañar no sólo sobre su objetivo final –la independencia, la llamen como la llamen- sino sobre la Historia y las causas de su anhelo independentista. Cataluña jamás ha sido un reino –ni siquiera un territorio- independiente.
Nos quieren vender la revuelta de los payeses de 1640 como un acto heroico de lucha por la libertad y la identidad cuando, en realidad, se trató de una revuelta de campesinos, hartos de la pobreza, la miseria y las condiciones paupérrimas de vida que les imponía la estructura social de la época; la misma, por cierto, que había en Andalucía, Extremadura o la misma Castilla.
Además de una revuelta popular, aquello no fue sino una traición en toda regla a la Corona de Castilla y Aragón, por cuanto previamente los representantes de la región habían negociado intensamente con el cardenal Richelieu con el fin de que Francia los sometiera para posteriormente declararles república independiente. El astuto Richelieu terminó ocupando Cataluña y tratando a los catalanes de la misma forma o peor que los soldados de Felipe IV.
En cualquier caso, si seguimos adelante en el repaso de la Historia, nos damos cuenta de que la auténtica motivación de las ideas independentistas no es otra que la económica. Primero, por la situación social de los payeses; más tarde, en el siglo XIX, como consecuencia de las nefastas políticas de Fernando VII e Isabel II.
La indudable capacidad industrial de la sociedad catalana, especialmente centrada en el sector textil, fue caldo de cultivo para la idea del federalismo y la autonomía total. Durante los últimos años del XIX y el primer tercio del siglo XX estamos en las mismas: más proteccionismo, más crisis económicas generalizadas. En definitiva, más reclamación de independencia.
O sea que lo que está ocurriendo ahora ni es nuevo, ni es original; es la repetición de un esquema –perfeccionado, eso sí, por las modernas técnicas de manipulación y alienación social (léase políticas de inmersión lingüística, entre otras)-.
Artur Mas sabe perfectamente que la independencia de Cataluña no es posible ni conveniente: Europa expulsaría inmediatamente de su seno –porque así lo ordenan los Tratados de su constitución- a cualquier región europea que se proclamase independiente.
También sabe que la situación económica de Cataluña quedaría no ya al borde del abismo, sino en el abismo mismo. Lo que pasa es que ha de tapar su nefasta gestión y su falta absoluta de ideas para salir del atolladero mediante la reclamación de las mismas utopías de siempre.
Para colmo, el partido de la oposición aprovecha el río revuelto en un intento desesperado por conseguir un puñado de votos en las próximas elecciones catalanas. Hablan de Estado federal, de reforma de la Constitución y bla, bla, bla… en un ejercicio paradigmático de lo que se puede calificar como “más bajo no se puede caer”. Al fin y al cabo, a todos les mueve la misma intención. Y es que, amigo lector, la pela es la pela.
MARIO J. HURTADO