El PSOE ha dejado de ser una herramienta socialmente útil y se ha convertido en la posesión patrimonial de quienes piensan que el partido que fundó Pablo Iglesias les ha caído en herencia. Fue así, pensando en mantener el paquete accionarial, como se desarrolló el último Congreso Federal donde Alfredo Pérez Rubalcaba salió elegido secretario general.
Quienes lo apoyaron decían de él que “conoce los entresijos internos como nadie”, que era la “garantía para evitar que desembarque el socialismo catalán en Ferraz” o “el hombre que puede evitar que a este partido no lo conozca ni la madre que lo parió”.
Los apoyos con los que contó Rubalcaba definen su manera de ejercer el poder y entender la acción política. Recibió los parabienes de la quintaesencia del socialismo español que nunca supo irse dignamente a su casa y aún tutela los liderazgos. Los avalistas de Rubalcaba en el 38º Congreso pertenecen a las mismas familias políticas que gobiernan internamente el PSOE desde hace 30 años.
Rubalcaba es el representante de esa generación socialista que rompió con el marxismo y se encontró con un poder inesperado para un partido político irrelevante y casi sin militancia en el tardofranquismo. Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Bono, Felipe González, Joaquín Almunia, Manuel Chaves o lo más granado del caciquismo andaluz como Luis Pizarro o Francisco González Cabaña son el ajuar con el que Alfredo Pérez Rubalcaba se alzó a la Secretaría General del PSOE.
Es matemáticamente imposible hacer políticas del siglo XXI con estrategias y personajes del siglo XX. Todos ellos representan el ala más conservadora y españolista de un PSOE que defiende el federalismo en el País Vasco o Andalucía y la devolución de competencias en Asturias o que es incapaz de articular un discurso para hacer oposición: dada su condición de partido sistémico de la crisis capitalista y de época por la que atravesamos.
El concepto de apertura y frescura de Rubalcaba lo conocen bien los diputados críticos del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados. Éstos afirman que se está ejerciendo el liderazgo interno con “mano de hierro” y se quejan de que, salvo los parlamentarios elegidos por Rubalcaba, tienen anulada la capacidad de intervención política.
“Para cualquier cosa que hacemos, debemos pedir autorización al reducido equipo del secretario general”, afirma un diputado socialista que apoyó a Rubalcaba pero es ahora uno de sus más firmes opositores.
Diputados de larga trayectoria y valía están convencidos de que Rubalcaba es un “hombre de titular” pero no un líder de futuro para una socialdemocracia que ha coqueteado demasiado con los poderes financieros y empresariales y ha perdido la vinculación con su electorado tradicional.
Rubalcaba no ha entendido que el concepto de “partido de interés privado” es el modelo que ha explosionado con este cambio de época donde el mundo que está emergiendo es radicalmente nuevo.
Ahora más que nunca, los partidos políticos deben fijar su mirada hacia fuera, donde están los que sufren y los que votan. No se puede seguir apelando a una responsabilidad cínica que lo único que pretende es parar el tiempo para que nada cambie en un Partido Socialista que parece más una sociedad anónima que una organización progresista del siglo XXI.
En el día después de las jornadas electorales en Galicia y Euskadi, Elena Valenciano, Oscar López o Fernando López Aguilar analizaron los resultados como si fueran miembros de un consejo de administración más preocupado por embolsarse el valor de unas acciones devaluadas que por remontar el vuelo del proyecto empresarial.
Alegar que los malísimos resultados electorales se deben a que el PSOE aún está en la fase baja del ciclo electoral, es negar la nueva sociedad que está naciendo; es desconocer el grado de indignación que se respira en la calle y el dolor social que esta crisis capitalista está inyectando en los seres humanos más vulnerables.
El PSOE debe decidir, de hoy para anteayer, si quiere seguir siendo una sociedad anónima o, en cambio, una sociedad de utilidad pública. Si Rubalcaba no es la solución, entonces es el problema.
Quienes lo apoyaron decían de él que “conoce los entresijos internos como nadie”, que era la “garantía para evitar que desembarque el socialismo catalán en Ferraz” o “el hombre que puede evitar que a este partido no lo conozca ni la madre que lo parió”.
Los apoyos con los que contó Rubalcaba definen su manera de ejercer el poder y entender la acción política. Recibió los parabienes de la quintaesencia del socialismo español que nunca supo irse dignamente a su casa y aún tutela los liderazgos. Los avalistas de Rubalcaba en el 38º Congreso pertenecen a las mismas familias políticas que gobiernan internamente el PSOE desde hace 30 años.
Rubalcaba es el representante de esa generación socialista que rompió con el marxismo y se encontró con un poder inesperado para un partido político irrelevante y casi sin militancia en el tardofranquismo. Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Bono, Felipe González, Joaquín Almunia, Manuel Chaves o lo más granado del caciquismo andaluz como Luis Pizarro o Francisco González Cabaña son el ajuar con el que Alfredo Pérez Rubalcaba se alzó a la Secretaría General del PSOE.
Es matemáticamente imposible hacer políticas del siglo XXI con estrategias y personajes del siglo XX. Todos ellos representan el ala más conservadora y españolista de un PSOE que defiende el federalismo en el País Vasco o Andalucía y la devolución de competencias en Asturias o que es incapaz de articular un discurso para hacer oposición: dada su condición de partido sistémico de la crisis capitalista y de época por la que atravesamos.
El concepto de apertura y frescura de Rubalcaba lo conocen bien los diputados críticos del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados. Éstos afirman que se está ejerciendo el liderazgo interno con “mano de hierro” y se quejan de que, salvo los parlamentarios elegidos por Rubalcaba, tienen anulada la capacidad de intervención política.
“Para cualquier cosa que hacemos, debemos pedir autorización al reducido equipo del secretario general”, afirma un diputado socialista que apoyó a Rubalcaba pero es ahora uno de sus más firmes opositores.
Diputados de larga trayectoria y valía están convencidos de que Rubalcaba es un “hombre de titular” pero no un líder de futuro para una socialdemocracia que ha coqueteado demasiado con los poderes financieros y empresariales y ha perdido la vinculación con su electorado tradicional.
Rubalcaba no ha entendido que el concepto de “partido de interés privado” es el modelo que ha explosionado con este cambio de época donde el mundo que está emergiendo es radicalmente nuevo.
Ahora más que nunca, los partidos políticos deben fijar su mirada hacia fuera, donde están los que sufren y los que votan. No se puede seguir apelando a una responsabilidad cínica que lo único que pretende es parar el tiempo para que nada cambie en un Partido Socialista que parece más una sociedad anónima que una organización progresista del siglo XXI.
En el día después de las jornadas electorales en Galicia y Euskadi, Elena Valenciano, Oscar López o Fernando López Aguilar analizaron los resultados como si fueran miembros de un consejo de administración más preocupado por embolsarse el valor de unas acciones devaluadas que por remontar el vuelo del proyecto empresarial.
Alegar que los malísimos resultados electorales se deben a que el PSOE aún está en la fase baja del ciclo electoral, es negar la nueva sociedad que está naciendo; es desconocer el grado de indignación que se respira en la calle y el dolor social que esta crisis capitalista está inyectando en los seres humanos más vulnerables.
El PSOE debe decidir, de hoy para anteayer, si quiere seguir siendo una sociedad anónima o, en cambio, una sociedad de utilidad pública. Si Rubalcaba no es la solución, entonces es el problema.
RAÚL SOLÍS