Somos seres que elegimos y convivimos. Esta afirmación no es un secreto para nadie aunque, a veces, pretendamos evadirnos de ella. Siempre tenemos que estar eligiendo y tomando decisiones porque no hay un manual de situaciones y respuestas. La vida nos crea las situaciones, nos plantea los problemas y nosotros tenemos que buscar solución, normalmente eligiendo entre varias posibilidades. Nosotros tenemos que inventarnos las respuestas y decidir lo que es más conveniente y preferible en cada momento. ¡Así son las cosas!
Todos los seres humanos hemos nacido en una sociedad y vivimos en ella. En sociedad aprendemos a apreciar y a preferir una serie de cualidades que poseen las demás personas y también las cosas. A esas cualidades que apreciamos y que preferimos las llamamos "valores".
Pero las sociedades humanas son muy diversas y, en ellas, los seres humanos tenemos formas materiales de vida muy distintas; es por ello que las preferencias, los gustos, las costumbres, fiestas, tradiciones, leyes... son diferentes también.
Por tanto, los valores y su jerarquía, su grado de preferencia, cambian de una sociedad a otra, y también varían con el tiempo dentro de una misma sociedad; incluso cambian de un individuo a otro. Ello es algo que debemos ver como positivo, porque la diversidad entre los seres humanos en general y entre los grupos humanos es, ante todo, un derecho y una fuente de enriquecimiento mutuo.
Todo ser humano, toda cultura y todo pueblo tiene derecho a ser diferente, a pensar y a opinar de forma diferente a otros; y este derecho ha de ser respetado por todo pueblo realmente democrático. El pensamiento único es una aberración política.
Pero el ser humano no tiene que ser considerado solamente como individuo que actúa de acuerdo con lo que piensa, cree y valora, sino como un ser histórico y social. Un ente con los otros, pero dinámico. El ser humano vive en una sociedad, se construye en ella, aprende de ella, se realiza dentro de ella.
Igual que cada uno de nosotros, la sociedad también ha recorrido un largo camino; ha ido escribiendo su historia, con aciertos, errores y rectificaciones; ha ido aprendiendo lo que más le conviene, lo que mejor resultado le ha dado, lo que debe hacer y debe evitar. Casi siempre la sociedad ha aprendido a fuerza de golpes, de indecibles sufrimientos; ha ido consiguiendo superarse a costa de perder algo, mediante esfuerzo y lucha.
Se podría decir que la historia es el reflejo del esfuerzo de las sociedades humanas por vivir mejor, aunque esto nos cueste trabajo creerlo a la vista de lo que muchos hechos nos muestran, dadas las circunstancias tanto presentes como pasadas.
Ahora bien, vivir en sociedad supone derechos y obligaciones. La sociedad es como un campo de fuerzas en el que debe concurrir un equilibrio. Lo que uno quiere y hace no puede poner en peligro ese equilibrio. Se dice que mi libertad, mi posibilidad de hacer algo, termina donde empieza la libertad del otro. Si cada uno hace lo que le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, difícilmente se podrá convivir.
Dicho de forma muy simple: si en una pareja uno trata de dominar al otro, mal podrán entenderse. Si en un grupo unos quieren imponer las reglas a los demás, seguramente terminarán cada uno por su sitio o, lo que es peor, a mamporrazo limpio. Si en un Estado alguien pretende imponer su autoridad por la fuerza, tarde o temprano habrá otro que se considere con el mismo derecho y trate de quitarle el poder. Ejemplos hirientes tenemos a lo largo de la Historia.
La sociedad funciona sobre la base del respeto. Respeto a los demás, a unos valores, principios y normas básicas sin las cuales no es posible la convivencia. No siempre puedo hacer lo que quiero y a veces hay cosas que no me gustan demasiado y tengo que hacerlas. Por eso, para el ser humano, vivir es convivir, y convivir exige el respeto. Pero si lo pensamos bien, el respeto no es más que un juego de derechos y obligaciones.
Derechos y obligaciones son como las dos caras de una moneda. Mis derechos, lo que yo puedo exigir a los demás, se convierten en obligaciones para con ellos. Si yo puedo pedir a los demás que me traten con educación, yo tengo que tratarlos a ellos del mismo modo. Si yo exijo a los demás que respeten unas elementales normas de convivencia, yo tengo que respetarlas también. Si pretendo que me paguen lo que me deben, tengo que saldar también mis deudas. ¡Digo yo!
Si alguien considerara que sólo tiene derechos y olvidara que también tiene obligaciones y dejara de cumplirlas, estaría haciendo inexcusable la intervención de alguien que fuera capaz de poner orden en esa situación. La justicia y las leyes asumirían dicho cometido consistente en garantizar los derechos y hacer que se cumplan las obligaciones.
En el artículo anterior cité de pasada la cuestión de la felicidad. Entro de nuevo en ella por considerarla básica para la realización personal. Asunto bien distinto será en qué la cifremos cada uno de nosotros.
Para los economistas hay siete elementos, según ellos, que contribuyen a dar felicidad: el dinero, la calidad del trabajo, la salud, las relaciones familiares, las amistades, los valores personales y la libertad individual. Me resulta curiosa esta lista por el orden interno que mantiene. Primero, el dinero y, en último lugar, la libertad personal.
En tiempos de bonanza sólo nos preocupa el dinero. Sin embargo dicen que los tiempos de crisis nos hacen poner el punto de mira en aquellos valores que son importantes para nuestra vida. Esto me consuela un poco. Claro que esta afirmación se debe materializar desde una reflexión personal.
Una cuestión considero bastante clara a estas alturas de la vida: una sociedad no es más feliz por ser más rica. Quizás va siendo hora de que cambiemos los verbos “poseer y desear” por el verbo “amar”. Amar es transitivo y reflexivo a la par, pues nos injerta con los otros y con nosotros mismos.
Termino este trabajo con alguna reflexión personal alrededor de la Felicidad y el Amor: "el amor da la felicidad que el dinero no puede comprar". Además, "amar es de sabios, odiar de imbéciles; por eso este mundo está lleno de estúpidos". Y por último: "el amor nos hace ricos, el odio miserables".
Enlaces de interés
¿Valores volátiles? Adjunto direcciones de Internet como característica de nuevos valores (estos no los tenía censados):
Todos los seres humanos hemos nacido en una sociedad y vivimos en ella. En sociedad aprendemos a apreciar y a preferir una serie de cualidades que poseen las demás personas y también las cosas. A esas cualidades que apreciamos y que preferimos las llamamos "valores".
Pero las sociedades humanas son muy diversas y, en ellas, los seres humanos tenemos formas materiales de vida muy distintas; es por ello que las preferencias, los gustos, las costumbres, fiestas, tradiciones, leyes... son diferentes también.
Por tanto, los valores y su jerarquía, su grado de preferencia, cambian de una sociedad a otra, y también varían con el tiempo dentro de una misma sociedad; incluso cambian de un individuo a otro. Ello es algo que debemos ver como positivo, porque la diversidad entre los seres humanos en general y entre los grupos humanos es, ante todo, un derecho y una fuente de enriquecimiento mutuo.
Todo ser humano, toda cultura y todo pueblo tiene derecho a ser diferente, a pensar y a opinar de forma diferente a otros; y este derecho ha de ser respetado por todo pueblo realmente democrático. El pensamiento único es una aberración política.
Pero el ser humano no tiene que ser considerado solamente como individuo que actúa de acuerdo con lo que piensa, cree y valora, sino como un ser histórico y social. Un ente con los otros, pero dinámico. El ser humano vive en una sociedad, se construye en ella, aprende de ella, se realiza dentro de ella.
Igual que cada uno de nosotros, la sociedad también ha recorrido un largo camino; ha ido escribiendo su historia, con aciertos, errores y rectificaciones; ha ido aprendiendo lo que más le conviene, lo que mejor resultado le ha dado, lo que debe hacer y debe evitar. Casi siempre la sociedad ha aprendido a fuerza de golpes, de indecibles sufrimientos; ha ido consiguiendo superarse a costa de perder algo, mediante esfuerzo y lucha.
Se podría decir que la historia es el reflejo del esfuerzo de las sociedades humanas por vivir mejor, aunque esto nos cueste trabajo creerlo a la vista de lo que muchos hechos nos muestran, dadas las circunstancias tanto presentes como pasadas.
Ahora bien, vivir en sociedad supone derechos y obligaciones. La sociedad es como un campo de fuerzas en el que debe concurrir un equilibrio. Lo que uno quiere y hace no puede poner en peligro ese equilibrio. Se dice que mi libertad, mi posibilidad de hacer algo, termina donde empieza la libertad del otro. Si cada uno hace lo que le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, difícilmente se podrá convivir.
Dicho de forma muy simple: si en una pareja uno trata de dominar al otro, mal podrán entenderse. Si en un grupo unos quieren imponer las reglas a los demás, seguramente terminarán cada uno por su sitio o, lo que es peor, a mamporrazo limpio. Si en un Estado alguien pretende imponer su autoridad por la fuerza, tarde o temprano habrá otro que se considere con el mismo derecho y trate de quitarle el poder. Ejemplos hirientes tenemos a lo largo de la Historia.
La sociedad funciona sobre la base del respeto. Respeto a los demás, a unos valores, principios y normas básicas sin las cuales no es posible la convivencia. No siempre puedo hacer lo que quiero y a veces hay cosas que no me gustan demasiado y tengo que hacerlas. Por eso, para el ser humano, vivir es convivir, y convivir exige el respeto. Pero si lo pensamos bien, el respeto no es más que un juego de derechos y obligaciones.
Derechos y obligaciones son como las dos caras de una moneda. Mis derechos, lo que yo puedo exigir a los demás, se convierten en obligaciones para con ellos. Si yo puedo pedir a los demás que me traten con educación, yo tengo que tratarlos a ellos del mismo modo. Si yo exijo a los demás que respeten unas elementales normas de convivencia, yo tengo que respetarlas también. Si pretendo que me paguen lo que me deben, tengo que saldar también mis deudas. ¡Digo yo!
Si alguien considerara que sólo tiene derechos y olvidara que también tiene obligaciones y dejara de cumplirlas, estaría haciendo inexcusable la intervención de alguien que fuera capaz de poner orden en esa situación. La justicia y las leyes asumirían dicho cometido consistente en garantizar los derechos y hacer que se cumplan las obligaciones.
En el artículo anterior cité de pasada la cuestión de la felicidad. Entro de nuevo en ella por considerarla básica para la realización personal. Asunto bien distinto será en qué la cifremos cada uno de nosotros.
Para los economistas hay siete elementos, según ellos, que contribuyen a dar felicidad: el dinero, la calidad del trabajo, la salud, las relaciones familiares, las amistades, los valores personales y la libertad individual. Me resulta curiosa esta lista por el orden interno que mantiene. Primero, el dinero y, en último lugar, la libertad personal.
En tiempos de bonanza sólo nos preocupa el dinero. Sin embargo dicen que los tiempos de crisis nos hacen poner el punto de mira en aquellos valores que son importantes para nuestra vida. Esto me consuela un poco. Claro que esta afirmación se debe materializar desde una reflexión personal.
Una cuestión considero bastante clara a estas alturas de la vida: una sociedad no es más feliz por ser más rica. Quizás va siendo hora de que cambiemos los verbos “poseer y desear” por el verbo “amar”. Amar es transitivo y reflexivo a la par, pues nos injerta con los otros y con nosotros mismos.
Termino este trabajo con alguna reflexión personal alrededor de la Felicidad y el Amor: "el amor da la felicidad que el dinero no puede comprar". Además, "amar es de sabios, odiar de imbéciles; por eso este mundo está lleno de estúpidos". Y por último: "el amor nos hace ricos, el odio miserables".
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¿Valores volátiles? Adjunto direcciones de Internet como característica de nuevos valores (estos no los tenía censados):
- El iPhone 5, en España
- Colas de tres horas en la Apple Store de Passeig de Gràcia para comprar el iPhone5
PEPE CANTILLO