Hace unos días, tal como suelo hacer de forma puntual todos los meses, me acerqué a cortarme en pelo en una peluquería que está cerca de mi casa, y a la que acudo fielmente desde hace bastantes años. La regenta un chico joven, con bastante clientela, pues, inteligentemente, llegó a un acuerdo con su dueño anterior, cuando a este le tocó jubilarse.
Lógicamente, cuando se hizo cargo de ella la transformó y cambió el diseño, de modo que ahora acude no solamente gran parte de los clientes anteriores, sino también gente joven que siente que se le atiende a los propios gustos personales capilares, que ahora son muy variados. En esta última ocasión tuve suerte, ya que fui temprano y solo había un hombre de mi edad al que Jesús, que así es como se llama el peluquero, le estaba atendiendo.
Como en todas las peluquerías, hay revistas para ser leídas mientras se está esperando. En este local, razonablemente, son las que le gustan al dueño: las referidas a coches y al mundo del motor. Como no es el tema que más me apasione, lo que suelo hacer es mirar las páginas y los anuncios que traen. Y en este tipo de revista suele ser frecuente la publicidad de las denominadas bebidas energéticas.
En mi caso, si necesito algún estimulante, acudo al método tradicional: el café bien cargado. De todos modos, sé que ya hay bastantes marcas en latas que se comercializan y tienen gran éxito, especialmente entre los jóvenes (la noche suele ser larga para ellos, especialmente los fines de semana).
Voy pasando las páginas con cierta rapidez y, como digo, me paro en los anuncios. Entre ellos veo uno de Red Bull en el que se nos indica que ahora sale con tres nuevos sabores: frutos rojos, arándano y lima.
Una vez que me toca el turno, me siento en el sillón negro y le pregunto: “¿Oye, Jesús, a qué sabe el Red Bull, puesto que yo nunca lo he probado?”. “La verdad es que a mí no me gusta mucho su sabor, pues sabe como a jarabe”.
La charla se encamina por las denominadas bebidas energéticas. Le apunto que hace un par de años estuve durante el verano en Hungría, y mi estancia en Budapest coincidió con el día de la fiesta nacional. Uno de los eventos preparados para tan señalada fecha era la exhibición de vuelos en avionetas que cruzaban por debajo de los arcos de los puentes que hay en la ciudad sobre el Danubio.
Se lo comento y le añado que Red Bull, marca procedente del país vecino Austria, era la que promocionaba esta competición, quizás por aquello que tantas veces nos han repetido por las cadenas de televisión de que “Red Bull te da alas”.
“¿Sabes que Red Bull patrocina a ese personaje que intenta saltar desde la estratosfera?”, me dice, añadiendo una información que quizá me interesara cuando tuviera que comentar con los alumnos las campañas publicitarias de esta bebida.
Por las noticias que nos daban los medios de comunicación, sabía que un tal Felix Baumgartner intentaba la insólita hazaña de superar la barrera del sonido lanzándose desde un aparato ubicado a 39 kilómetros de altura. Se habían pospuesto los dos primeros intentos por cuestiones climatológicas; pero era de esperar que al tercero fuera la vencida.
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La charla continúa y se desarrolla alrededor de este tema. Mi peluquero, buen conocedor de ello, me da todos los nombres de bebidas energéticas que hay en el mercado y que compiten con la austriaca Red Bull. “No sé si conoces otra que se llama Toro Loco”. “Con ese nombre, me imagino, corresponderá a una de nuestro país. ¿No es así?”, le pregunto, ya levantándome del sillón. “Cierto. Es nuestra aportación al mercado de estas bebidas”, me responde, sacudiéndome los pelos que se han adherido a la espalda.
Unos días después, el 14 de octubre y en domingo, se produce el gran evento: Felix Baumgartner, a 1.342 kilómetros a la hora, tarda 4 minutos y 36 segundos en pisar el suelo, sano y salvo. La vestimenta que le recubre, así como el paracaídas que se abre al acercarse al suelo, llevan de forma claramente visible el logotipo de Red Bull, la empresa patrocinadora del lanzamiento.
Se ha cumplido la hazaña. Red Bull ha entrado en el Olimpo, como bien manda los cánones del capitalismo globalizado. Ahora no solo tiene, entre otras cosas, una escudería de coches de carrera, un equipo de fútbol en la liga de Austria y un estadio, en Salzburgo, con su nombre y su logotipo bien visibles. Ya no hay bebida energética que le haga sombra.
En la actualidad, ya no son los países los que sienten el orgullo de las grandes hazañas, como sucedía tiempos atrás. Queda lejos, pues, la proeza de Neil Armstrong cuando, el 21 de julio de 1969, pisó el suelo de la Luna hincando en ella una bandera de Estados Unidos para dejar constancia del país que ganaba la “carrera espacial” a la entonces Unión Soviética.
Así, en el futuro, cuando algún ser humano logre arribar a la superficie del planeta Marte, nos podemos preguntar: ¿Qué logotipo aparecerá en la bandera que porte? ¿Nike, Red Bull, Coca-Cola, Ferrari…?, o quizás ¿Repsol, Movistar, Iberdrola o El Corte Inglés, cuando lógicamente hayamos salido del pozo en el que estamos hundidos y nos pongamos a la cabeza del capitalismo mundial?
Como verás, amigo lector / amiga lectora, soñar todavía es gratis; más adelante, no lo tengo claro, ya que, quizás, algún día en vez de estar otra vez entre “las ocho primeras economías mundiales”, como nos anunciaban a bombo y platillo hasta hace un par de días, acabemos pagando también por los sueños.
Lógicamente, cuando se hizo cargo de ella la transformó y cambió el diseño, de modo que ahora acude no solamente gran parte de los clientes anteriores, sino también gente joven que siente que se le atiende a los propios gustos personales capilares, que ahora son muy variados. En esta última ocasión tuve suerte, ya que fui temprano y solo había un hombre de mi edad al que Jesús, que así es como se llama el peluquero, le estaba atendiendo.
Como en todas las peluquerías, hay revistas para ser leídas mientras se está esperando. En este local, razonablemente, son las que le gustan al dueño: las referidas a coches y al mundo del motor. Como no es el tema que más me apasione, lo que suelo hacer es mirar las páginas y los anuncios que traen. Y en este tipo de revista suele ser frecuente la publicidad de las denominadas bebidas energéticas.
En mi caso, si necesito algún estimulante, acudo al método tradicional: el café bien cargado. De todos modos, sé que ya hay bastantes marcas en latas que se comercializan y tienen gran éxito, especialmente entre los jóvenes (la noche suele ser larga para ellos, especialmente los fines de semana).
Voy pasando las páginas con cierta rapidez y, como digo, me paro en los anuncios. Entre ellos veo uno de Red Bull en el que se nos indica que ahora sale con tres nuevos sabores: frutos rojos, arándano y lima.
Una vez que me toca el turno, me siento en el sillón negro y le pregunto: “¿Oye, Jesús, a qué sabe el Red Bull, puesto que yo nunca lo he probado?”. “La verdad es que a mí no me gusta mucho su sabor, pues sabe como a jarabe”.
La charla se encamina por las denominadas bebidas energéticas. Le apunto que hace un par de años estuve durante el verano en Hungría, y mi estancia en Budapest coincidió con el día de la fiesta nacional. Uno de los eventos preparados para tan señalada fecha era la exhibición de vuelos en avionetas que cruzaban por debajo de los arcos de los puentes que hay en la ciudad sobre el Danubio.
Se lo comento y le añado que Red Bull, marca procedente del país vecino Austria, era la que promocionaba esta competición, quizás por aquello que tantas veces nos han repetido por las cadenas de televisión de que “Red Bull te da alas”.
“¿Sabes que Red Bull patrocina a ese personaje que intenta saltar desde la estratosfera?”, me dice, añadiendo una información que quizá me interesara cuando tuviera que comentar con los alumnos las campañas publicitarias de esta bebida.
Por las noticias que nos daban los medios de comunicación, sabía que un tal Felix Baumgartner intentaba la insólita hazaña de superar la barrera del sonido lanzándose desde un aparato ubicado a 39 kilómetros de altura. Se habían pospuesto los dos primeros intentos por cuestiones climatológicas; pero era de esperar que al tercero fuera la vencida.
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La charla continúa y se desarrolla alrededor de este tema. Mi peluquero, buen conocedor de ello, me da todos los nombres de bebidas energéticas que hay en el mercado y que compiten con la austriaca Red Bull. “No sé si conoces otra que se llama Toro Loco”. “Con ese nombre, me imagino, corresponderá a una de nuestro país. ¿No es así?”, le pregunto, ya levantándome del sillón. “Cierto. Es nuestra aportación al mercado de estas bebidas”, me responde, sacudiéndome los pelos que se han adherido a la espalda.
Unos días después, el 14 de octubre y en domingo, se produce el gran evento: Felix Baumgartner, a 1.342 kilómetros a la hora, tarda 4 minutos y 36 segundos en pisar el suelo, sano y salvo. La vestimenta que le recubre, así como el paracaídas que se abre al acercarse al suelo, llevan de forma claramente visible el logotipo de Red Bull, la empresa patrocinadora del lanzamiento.
Se ha cumplido la hazaña. Red Bull ha entrado en el Olimpo, como bien manda los cánones del capitalismo globalizado. Ahora no solo tiene, entre otras cosas, una escudería de coches de carrera, un equipo de fútbol en la liga de Austria y un estadio, en Salzburgo, con su nombre y su logotipo bien visibles. Ya no hay bebida energética que le haga sombra.
En la actualidad, ya no son los países los que sienten el orgullo de las grandes hazañas, como sucedía tiempos atrás. Queda lejos, pues, la proeza de Neil Armstrong cuando, el 21 de julio de 1969, pisó el suelo de la Luna hincando en ella una bandera de Estados Unidos para dejar constancia del país que ganaba la “carrera espacial” a la entonces Unión Soviética.
Así, en el futuro, cuando algún ser humano logre arribar a la superficie del planeta Marte, nos podemos preguntar: ¿Qué logotipo aparecerá en la bandera que porte? ¿Nike, Red Bull, Coca-Cola, Ferrari…?, o quizás ¿Repsol, Movistar, Iberdrola o El Corte Inglés, cuando lógicamente hayamos salido del pozo en el que estamos hundidos y nos pongamos a la cabeza del capitalismo mundial?
Como verás, amigo lector / amiga lectora, soñar todavía es gratis; más adelante, no lo tengo claro, ya que, quizás, algún día en vez de estar otra vez entre “las ocho primeras economías mundiales”, como nos anunciaban a bombo y platillo hasta hace un par de días, acabemos pagando también por los sueños.
AURELIANO SÁINZ