Las personas indecentes, que abundan en épocas de bonanza y en los tiempos de crisis más sofocantes, siempre pretenden hacer su agosto a toda costa: ya sea lejos del mar, o no, y también en meses menos tórridos que los del verano. Y se las puede calificar en muchas categorías.
Por una parte, los más sinvergüenzas, que son aquellos que se llevan nuestro dinero a troche y moche; es decir, al montón, mientras más mejor. Por otra, los más desalmados, que son aquellos que operan contra los más desprotegidos. Entiéndase, por ejemplo, desahucios que claman al cielo y residencias de ancianos que están ubicadas en las calles del infierno.
Algunos de estas residencias, que cobraban a sus residentes hasta 1.800 euros y que tenían concertadas algunas plazas con la Junta de Andalucía, servían a sus ancianos comidas procedentes del Banco de Alimentos de Andalucía que, como se sabe, consigue estos productos gracias a la solidaridad de empresas y de particulares, y con los que no se puede hacer negocio.
El Banco de Andalucía había destinado a estos fines 140 toneladas de comidas. Una decena de residencias de Cádiz recibieron gratuitamente estos alimentos para los ancianos. Los directivos de los geriátricos reclamaban las comidas para los más necesitados y luego las utilizaban para los menús de sus propios asilos.
Pero el escándalo no queda ahí. En tres residencias de Sanlúcar de Barrameda, Jerez y San Fernando el negocio había comenzado por usar tarjetas sanitarias de ancianos fallecidos para comprar medicamentos más baratos. De ahí partió la investigación de la Guardia Civil. El juez les imputa a los responsables de estos centros un delito de estafa y de usurpación del estado civil.
Mientras más nos arruinamos, más bajos caemos. Y en este mapa nacional de las desgracias solo necesitamos tiempo para saber que la imaginación se queda bastante más atrás de adonde nos puede llevar la infamia de los otros. Uno lee la novela gráfica Arrugas de Paco Roca y quisiera morirse antes de ver sus huesos metidos en una residencia de viejitos. Toda una vida trabajando de sol a sol para que, al final, nos echen como un saco de basura a un geriátrico gestionado por desaprensivos.
Tiene este mundo un hilo de coherencia que atraviesa nuestras vidas de sur a norte y, ya en el crepúsculo de nuestros días, nos dejan a solas, como apestados, frente a quienes nos rechazan y de quienes rehuimos por razones de decencia durante toda nuestra existencia. Basta con que cumplamos unos años más para que conozcamos de tú a tú a quienes nos han metido de lleno en una crisis de la que parece imposible salir. Como si fuera, y es de hecho, un gueto para ancianos.
Por una parte, los más sinvergüenzas, que son aquellos que se llevan nuestro dinero a troche y moche; es decir, al montón, mientras más mejor. Por otra, los más desalmados, que son aquellos que operan contra los más desprotegidos. Entiéndase, por ejemplo, desahucios que claman al cielo y residencias de ancianos que están ubicadas en las calles del infierno.
Algunos de estas residencias, que cobraban a sus residentes hasta 1.800 euros y que tenían concertadas algunas plazas con la Junta de Andalucía, servían a sus ancianos comidas procedentes del Banco de Alimentos de Andalucía que, como se sabe, consigue estos productos gracias a la solidaridad de empresas y de particulares, y con los que no se puede hacer negocio.
El Banco de Andalucía había destinado a estos fines 140 toneladas de comidas. Una decena de residencias de Cádiz recibieron gratuitamente estos alimentos para los ancianos. Los directivos de los geriátricos reclamaban las comidas para los más necesitados y luego las utilizaban para los menús de sus propios asilos.
Pero el escándalo no queda ahí. En tres residencias de Sanlúcar de Barrameda, Jerez y San Fernando el negocio había comenzado por usar tarjetas sanitarias de ancianos fallecidos para comprar medicamentos más baratos. De ahí partió la investigación de la Guardia Civil. El juez les imputa a los responsables de estos centros un delito de estafa y de usurpación del estado civil.
Mientras más nos arruinamos, más bajos caemos. Y en este mapa nacional de las desgracias solo necesitamos tiempo para saber que la imaginación se queda bastante más atrás de adonde nos puede llevar la infamia de los otros. Uno lee la novela gráfica Arrugas de Paco Roca y quisiera morirse antes de ver sus huesos metidos en una residencia de viejitos. Toda una vida trabajando de sol a sol para que, al final, nos echen como un saco de basura a un geriátrico gestionado por desaprensivos.
Tiene este mundo un hilo de coherencia que atraviesa nuestras vidas de sur a norte y, ya en el crepúsculo de nuestros días, nos dejan a solas, como apestados, frente a quienes nos rechazan y de quienes rehuimos por razones de decencia durante toda nuestra existencia. Basta con que cumplamos unos años más para que conozcamos de tú a tú a quienes nos han metido de lleno en una crisis de la que parece imposible salir. Como si fuera, y es de hecho, un gueto para ancianos.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO