Cuando se acerca el invierno, añoro estar cerca del mar del que casi siempre estuve lejos. Recuerdo tiempos felices junto a la costa malagueña. Yo, que soy bastante sensible a todo lo que me trasmite sensaciones fotográficas, absorbo con mi cámara los matices de color y de calor (azules, verdes, grisáceos, rojos, colores hueso...) cuando la paleta cromática al completo riega de luz las arenas, las rocas, las olas y el sentimiento de esa costa que tenemos la suerte de tener y disfrutar a tan pocos kilómetros de nuestra localidad.
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El invierno es imprevisible, creativo, nostálgico, melancólico, romántico. En el invierno anhelamos apacibles tardes, deseamos que sigan las lluvias y es la única época del año en la que dejamos correr el tiempo y el espacio para entonar el carpe diem personal e intransferible que lo haga único y nos permita disfrutar de todo cuanto está a nuestro alcance.
¿Me permiten un consejo? No lean este artículo hasta la sobremesa. Cojan una copa de un buen Pedro Ximénez o un whisky de Malta; pongan música de algo que les resulte agradable al oído –mi sugerencia es algo de Van Morrison o Cat Stevens e imagínense siendo la persona que aparece en la foto, andando por la arena fría con los pies descalzos, dirigiéndose a la orilla, a la vez que el aire fresco despierta su cara. El olor a sal, a mar... mientras el sonido de las olas rompiendo en la orilla les hacen sentir el placer de sentirse vivos y dispuestos a lo que venga.
Me gusta el olor a espeto, el vuelo tranquilo de las aves, el sabor de las castañas, las paseos por la orilla del mar... Me gusta visitar los pocos chiringuitos que quedan abiertos en invierno, la belleza del mar sin bañistas ni barcos...
Me gusta contemplar el horizonte desde la altura, sorprenderme con la majestuosidad de un amanecer entre brumas en Torremolinos, un mediodía soleado en cualquiera de las playas de Mijas o un espectacular atardecer sentado en la terraza de algún Beach de Marbella. Sin duda, un abanico de sensaciones que están ahí para poder vivir y sentir. Y que no se las cuente nadie.
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El invierno es imprevisible, creativo, nostálgico, melancólico, romántico. En el invierno anhelamos apacibles tardes, deseamos que sigan las lluvias y es la única época del año en la que dejamos correr el tiempo y el espacio para entonar el carpe diem personal e intransferible que lo haga único y nos permita disfrutar de todo cuanto está a nuestro alcance.
¿Me permiten un consejo? No lean este artículo hasta la sobremesa. Cojan una copa de un buen Pedro Ximénez o un whisky de Malta; pongan música de algo que les resulte agradable al oído –mi sugerencia es algo de Van Morrison o Cat Stevens e imagínense siendo la persona que aparece en la foto, andando por la arena fría con los pies descalzos, dirigiéndose a la orilla, a la vez que el aire fresco despierta su cara. El olor a sal, a mar... mientras el sonido de las olas rompiendo en la orilla les hacen sentir el placer de sentirse vivos y dispuestos a lo que venga.
Me gusta el olor a espeto, el vuelo tranquilo de las aves, el sabor de las castañas, las paseos por la orilla del mar... Me gusta visitar los pocos chiringuitos que quedan abiertos en invierno, la belleza del mar sin bañistas ni barcos...
Me gusta contemplar el horizonte desde la altura, sorprenderme con la majestuosidad de un amanecer entre brumas en Torremolinos, un mediodía soleado en cualquiera de las playas de Mijas o un espectacular atardecer sentado en la terraza de algún Beach de Marbella. Sin duda, un abanico de sensaciones que están ahí para poder vivir y sentir. Y que no se las cuente nadie.
FRANCIS SALAS