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Gerardo, Gerardo...

¡Qué pronto te entra la ansiedad en la cárcel! ¡Y qué gallardo eras cuando lanzabas proclamas contra los trabajadores! Ahora necesitas tilas y tranxiliums, pero antes te permitías pregonar a todo pulmón que “había que trabajar más y ganar menos”. Claro, que te referías a los ganaban, como mucho, mil euros al mes, no 300.000, bajo cuerda, como tú, y encima te salía a devolver la declaración de Hacienda.

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Entre rejas no comprendes cómo pueden acusarte de culpabilidad alguna, cuando eras tú el que afirmaba arrogante que “los empresarios no somos culpables de la crisis, hemos creado riqueza”, guardándote el secreto de que la riqueza a la que aludías era la que ibas vaciando de cuantas empresas caían en tus manos, para quedártela para ti y ese socio tuyo experto en ocultar bienes patrimoniales.

Es duro ser un reo despojado de ese poder lumínico que te llevaba a asegurar que “sobran funcionarios en España”. Gracias a frases tan lapidarias te encumbraba un Gobierno que ahora exige que purgues responsabilidades, dejándote en la sombra, mientras simula no haber compartido contigo el mismo pensamiento.

Un pensamiento tan exacto que llevó a hacer una reforma laboral que impone ganar menos y trabajar más, buscar fórmulas para ayudar a los empresarios y financiar la banca y diseñar una remodelación de las administraciones públicas para “ajustar” la plantilla de funcionarios. Si no es lo que tú decías, se le parece una barbaridad.

La única diferencia es que a ti te meten en chirona y el otro nos empobrece impunemente a todos, tildándonos de haber vivido por encima de nuestras posibilidades. Es decir, el Gobierno y los empresarios no son culpables de la crisis, sino los trabajadores.

Mientras llega el juicio y se dicta sentencia pasarán muchos años. El indulto tardará en llegar. La élite no olvida a los suyos aunque a veces utilice a los que tropiezan para aparentar justicia. Aprieta, pero no ahoga, como Dios. Mira a Mario Conde y Alfredo Sanz, cada uno a su estilo, pero en la calle disfrutando de las rentas y hasta impartiendo lecciones de moralidad. Tendrás tiempo, incluso, de escribir un libro con tu experiencia, que es mucha.

De ser el representante máximo de los empresarios de este país has pasado a ser el vivo ejemplo de lo que muchos de ellos piensan que es ser patrón en España: especulador, charlatán, tramposo y ratero. Podrás explicar que así es fácil acumular una fortuna, con usura, explotando a los empleados, opaca al fisco y engañando hasta a quien duerme contigo en la cama.

Describirás que muchos defraudadores creen que ese comportamiento denota una inteligencia excepcional para los negocios, cuando en realidad lo que evidencia es una inmoralidad y deshonestidad mayúsculas.

En un arranque de franqueza, insinuarías que una mayoría no sigue tu ejemplo, no por ser más torpes que tú, sino por tener más dignidad y vergüenza. Pero inmediatamente la compensarías admitiendo que así son los negocios y que el mercado exige tiburones dispuestos a comerse el mundo. Y que hay dos bandos: los que tienen el dinero y los otros, una chusma de la que hay que defenderse a cualquier precio, y que por eso estás en la cárcel. Que tuviste mala suerte, eso es todo.

Al final, puedes hacer como el rey y salir en la tele con cara de compungido: “me he equivocado, pido perdón”. ¡Quién sabe si volverás a construir un imperio! Ruiz-Mateos volvió a las andadas y parecía un marqués fantoche.

No te desanimes y ten paciencia, Gerardo. Es un trance pasajero. La cárcel para los ricos es como un hotel: te acomodarán en la más confortable y cerquita de tu casa. Entre la enfermería y los abogados, ya pronto disfrutarás de permisos que te permitirán seguir administrando lo que tengas por ahí, que ni el juez duda de que exista aunque carezca de pruebas.

Más graves han sido otros delitos, como los de la Gürtel o Roldán, y ninguno ha devuelto un duro. Como mucho le han embargado un piso, ese que no dio tiempo de reescriturar a nombre de un testaferro. Lo importante es la salud: calma tu soberbia y cultiva la humildad. Evitarás las crisis de ansiedad. Verás cómo, antes de que te dés cuenta, estarás ajustando cuentas. Y no es una redundancia.

DANIEL GUERRERO
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