Algún día conoceré tu secreto. Estoy aquí, justo delante, e ignoro cómo lo haces. No puedo apartar los ojos de tu cara. Empiezas abrir la boca para decirme algo. Sabes que me hará daño, yo también soy consciente de ello. Aun así, no me pierdo ni una sílaba.
Me tienes atrapado. No puedo ignorar la posibilidad de que sea estúpido. Cualquiera se habría levantado de la silla. Yo sigo pegado a ella. Recuerdo demasiadas cosas. Al mismo tiempo, guardo en algún cajón tu huída de verbo y saliva. El modo en que has seleccionado cada palabra para decirme algo muy simple: no me necesitas, sigues tu camino.
Jamás te puse cadenas ni nada parecido. Es lógico que no me necesites, nunca lo hiciste. Tuviste siempre claro quien eras y que querías. Ahora, esas cualidades me estallan en el pecho como una bala. Jamás me pidieron con tanta educación y estilo apártate de mi camino.
Intento concentrarme en tus defectos. Tu horrible voz cantando en la ducha; no eres tan linda; hay muchos ojos como los tuyos; con cualquiera puedo hablar hasta altas horas de la noche sobre cualquier tema. Todas tenéis la misma risa.
No me convence nada de esto. Sacas la artillería pesada. El encierro en mí mismo. El muro que levanté hace tiempo a mi alrededor para protegerlo con humor a prueba de todos y de nadie en concreto. Rozas mi mano lentamente.
Esperas que diga algo que haga este silencio menos amargo. No tienes suerte, me quedo callado. Te memorizo. Te guardo en un marco de algún lugar de mi cabeza. Que mi silencio no te haga enfadar. Prefiero que entre estas paredes sólo se oiga el eco de tu voz. La mía no es interesante. Mi mano sigue unida a la tuya.
Tu boca se ha cerrado. Hablan los ojos. Bella mezcla de "habla por favor" y "siento mucho todo esto". Mi boca se abre para decir adiós. Te vas. Tu perfume permanece en el aire segundos después de tu marcha.
Miro mi copa vacía como si fuese a estar llena de nuevo por arte de magia. Pido otra ronda y saco mi cuaderno. Escribo unas líneas. Tsunami de letras, coma, punto y seguido donde está todo ese yo que creías desconocer.
Me tienes atrapado. No puedo ignorar la posibilidad de que sea estúpido. Cualquiera se habría levantado de la silla. Yo sigo pegado a ella. Recuerdo demasiadas cosas. Al mismo tiempo, guardo en algún cajón tu huída de verbo y saliva. El modo en que has seleccionado cada palabra para decirme algo muy simple: no me necesitas, sigues tu camino.
Jamás te puse cadenas ni nada parecido. Es lógico que no me necesites, nunca lo hiciste. Tuviste siempre claro quien eras y que querías. Ahora, esas cualidades me estallan en el pecho como una bala. Jamás me pidieron con tanta educación y estilo apártate de mi camino.
Intento concentrarme en tus defectos. Tu horrible voz cantando en la ducha; no eres tan linda; hay muchos ojos como los tuyos; con cualquiera puedo hablar hasta altas horas de la noche sobre cualquier tema. Todas tenéis la misma risa.
No me convence nada de esto. Sacas la artillería pesada. El encierro en mí mismo. El muro que levanté hace tiempo a mi alrededor para protegerlo con humor a prueba de todos y de nadie en concreto. Rozas mi mano lentamente.
Esperas que diga algo que haga este silencio menos amargo. No tienes suerte, me quedo callado. Te memorizo. Te guardo en un marco de algún lugar de mi cabeza. Que mi silencio no te haga enfadar. Prefiero que entre estas paredes sólo se oiga el eco de tu voz. La mía no es interesante. Mi mano sigue unida a la tuya.
Tu boca se ha cerrado. Hablan los ojos. Bella mezcla de "habla por favor" y "siento mucho todo esto". Mi boca se abre para decir adiós. Te vas. Tu perfume permanece en el aire segundos después de tu marcha.
Miro mi copa vacía como si fuese a estar llena de nuevo por arte de magia. Pido otra ronda y saco mi cuaderno. Escribo unas líneas. Tsunami de letras, coma, punto y seguido donde está todo ese yo que creías desconocer.
CARLOS SERRANO