Montemayor Digital se hace eco en su Buzón del Lector de un artículo remitido por José Miguel Delgado, coordinador de la Plataforma Andaluza de Defensa del Sistema de Dependencia y Servicios Sociales. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a nuestra dirección montemayordigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla también de alguna fotografía.
Ayer por la tarde estuve mirando unas fotos antiguas. Había muchas de cuando ni tan siquiera había nacido y otras en las que se me veía feliz y despreocupado por el mundo, sonriendo con mis primos, con mis padres, con mi hermana… disfrutando de lo que el mundo me regalaba y adaptando mi necesidad de ser feliz a cualquier imprevisto que pudiera surgir, con la capacidad inmaculada de quien simplifica las cosas como lo haría un niño.
Sinceramente, tuve un pellizco de pena por no poder volver a vivir aquellas experiencias: paellas improvisadas en el campo, paseos entre vides y olivos sin orientación alguna, juegos campestres con la compañía de los míos… Aquellos días en los que el mayor problema que uno tenía era el habernos pelado la rodilla jugando al “pilla pilla”.
Y tras eso, la realidad: familias pasando penurias insoportables; abuelos que ruegan una migaja para poder dar de comer a sus hijos y sus nietos: personas que claman por un puesto de trabajo… Dolor, pena, indignación… La solución, según algunos, pelear, el individualismo, la ley de la jungla… porque no hay para todos.
No lo entiendo, por más que pretendáis hacérmelo ver, por más que os obcequéis en meterme en la cabeza la idea de que no se puede ir de inocente por la vida… La idea de que para medrar en la vida hay que ser “malo”... Jamás lo conseguiréis.
Este mundo está empecinado en hacernos ver que las personas necesitamos el mal para vivir, que los sentimientos de rabia, ira y frustración son necesarios para que la sociedad “se espabile” y avance, pisando a los débiles e inocentes, que “jamás aportarán nada positivo a este mundo”.
Me horroriza, me enerva y me asquea vivir rodeado de ese ambiente pérfido y pesado, que nos hace tensar nuestra musculatura para estar siempre alerta, con el único fin de controlar quién nos ataca o a quién podemos atacar para “sacar tajada”. La cultura del “trapicheo”, del comportamiento de lo oculto, de las malas intenciones… todo eso nos está llevando a una corriente extenuante de miedos, de incertidumbres y de autodestrucción.
Me resulta insoportablemente agotador vivir así; vivir pensando que alguien me va a engañar, que hay que ir con segundas intenciones para conseguir nuestros fines y que, éstos, son incompatibles con los de cualquier otra persona.
No señores, no. Desde aquí me declaro insumiso, objetor de conciencia… Ejerzo mi derecho a desobedecer a esta sociedad quemada y envenenada. Ya no quiero ser un miembro más de este gran engaño ni quiero ser más otro engranaje de esta película mal montada.
Desde aquí reclamo mi derecho a ser inocente, despreocupado, benevolente y cooperador. Desde aquí exijo mi derecho a vivir por y para el bien común, con la única obsesión de hacer de este mundo un lugar más apacible y agradable para todo el mundo, enarbolando la bandera de la dignidad como única vara de medir y el rasero de la esperanza como único guión.
Sí señores, este es un alegato en favor del “buen rollo”; este es un documento de apología del positivismo y una arenga a salir a la calle con una sonrisa y a generar sinergias positivas capaces de volver bocabajo a quienes quieren oscurecer nuestras vidas.
Yo, desde aquí, lanzo mi llamamiento a salir a la calle a cambiar las cosas desde la positividad, la esperanza, la solidaridad y en favor de todos: jamás en contra de nadie. Yo, desde aquí, reivindico mi derecho a ser positivo, mi derecho a reclamar la lucha por el bien común.
Ayer por la tarde estuve mirando unas fotos antiguas. Había muchas de cuando ni tan siquiera había nacido y otras en las que se me veía feliz y despreocupado por el mundo, sonriendo con mis primos, con mis padres, con mi hermana… disfrutando de lo que el mundo me regalaba y adaptando mi necesidad de ser feliz a cualquier imprevisto que pudiera surgir, con la capacidad inmaculada de quien simplifica las cosas como lo haría un niño.
Sinceramente, tuve un pellizco de pena por no poder volver a vivir aquellas experiencias: paellas improvisadas en el campo, paseos entre vides y olivos sin orientación alguna, juegos campestres con la compañía de los míos… Aquellos días en los que el mayor problema que uno tenía era el habernos pelado la rodilla jugando al “pilla pilla”.
Y tras eso, la realidad: familias pasando penurias insoportables; abuelos que ruegan una migaja para poder dar de comer a sus hijos y sus nietos: personas que claman por un puesto de trabajo… Dolor, pena, indignación… La solución, según algunos, pelear, el individualismo, la ley de la jungla… porque no hay para todos.
No lo entiendo, por más que pretendáis hacérmelo ver, por más que os obcequéis en meterme en la cabeza la idea de que no se puede ir de inocente por la vida… La idea de que para medrar en la vida hay que ser “malo”... Jamás lo conseguiréis.
Este mundo está empecinado en hacernos ver que las personas necesitamos el mal para vivir, que los sentimientos de rabia, ira y frustración son necesarios para que la sociedad “se espabile” y avance, pisando a los débiles e inocentes, que “jamás aportarán nada positivo a este mundo”.
Me horroriza, me enerva y me asquea vivir rodeado de ese ambiente pérfido y pesado, que nos hace tensar nuestra musculatura para estar siempre alerta, con el único fin de controlar quién nos ataca o a quién podemos atacar para “sacar tajada”. La cultura del “trapicheo”, del comportamiento de lo oculto, de las malas intenciones… todo eso nos está llevando a una corriente extenuante de miedos, de incertidumbres y de autodestrucción.
Me resulta insoportablemente agotador vivir así; vivir pensando que alguien me va a engañar, que hay que ir con segundas intenciones para conseguir nuestros fines y que, éstos, son incompatibles con los de cualquier otra persona.
No señores, no. Desde aquí me declaro insumiso, objetor de conciencia… Ejerzo mi derecho a desobedecer a esta sociedad quemada y envenenada. Ya no quiero ser un miembro más de este gran engaño ni quiero ser más otro engranaje de esta película mal montada.
Desde aquí reclamo mi derecho a ser inocente, despreocupado, benevolente y cooperador. Desde aquí exijo mi derecho a vivir por y para el bien común, con la única obsesión de hacer de este mundo un lugar más apacible y agradable para todo el mundo, enarbolando la bandera de la dignidad como única vara de medir y el rasero de la esperanza como único guión.
Sí señores, este es un alegato en favor del “buen rollo”; este es un documento de apología del positivismo y una arenga a salir a la calle con una sonrisa y a generar sinergias positivas capaces de volver bocabajo a quienes quieren oscurecer nuestras vidas.
Yo, desde aquí, lanzo mi llamamiento a salir a la calle a cambiar las cosas desde la positividad, la esperanza, la solidaridad y en favor de todos: jamás en contra de nadie. Yo, desde aquí, reivindico mi derecho a ser positivo, mi derecho a reclamar la lucha por el bien común.
JOSÉ MIGUEL DELGADO
Si lo desea, puede compartir este contenido: