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Pasapalabra

Después de inspirar profundamente y calmar sus nervios, aplacando sus impulsos, aguijoneado por la vista nublada y los sudores de lo desconocido, alzó la voz y proclamó:

—Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo. Por eso trataban con mayor empeño de mancharme, porque no sólo quebrantaba el descanso, sino que llamaba a Él mi propio Padre, haciéndome a mi mismo igual a Él.

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Retomando pues la palabra, decía:

—En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis.

Porque, como el Padre les ama y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida y no incurre en juicio, sino que ha pasado a la vida.

En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que oirán la voz del Hijo, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén ocultos oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una aparición de vida, y los que hayan hecho el mal, para una aparición de juicio.

Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Porqué Él es mi Padre, aunque no haya nacido de Él, porque...

En ese momento, el juez lo interrumpió secamente, con la tez enrojecida por un disgusto contenido mal disimulado:

—Lamento tener que interrumpirle, pero aquí estamos para tomarle declaración. Si no desea contestar está en su derecho y así lo respetará el tribunal, pero por favor, responda a la pregunta y no retrase las actuaciones con subterfugios, circunloquios o directamente manifestando asuntos diferentes a aquellos por los que se le interroga. No me obligue a acusarlo de desacato. Si lo desea, puedo repetirle la pregunta para que responda con precisión o guarde silencio acogiéndose a su derecho.

Sus celestes ojos empequeñecidos miraron a su abogado y a continuación a Miguel, que lo contemplaba como un conejillo agazapado, con una ligera, casi invisible mueca de burla, con la familiaridad que durante años habían cultivado.

Mientras tanto pensaba que tal vez no era él el verdadero hijo, sino que lo fuera el otro, el que sí portaba la sangre, el grial redentor, el Mesías sobradamente preparado. Se giró hacia el estrado y cabizbajo habló dirigiéndose al juez:

—Pasapalabra.

ENRIQUE F. GRANADOS
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