Personalmente, no me cabe la menor duda que una de las grandes transformaciones que se ha producido en la sociedad occidental en las últimas décadas ha sido la del papel de la mujer, tanto en el ámbito doméstico como en su presencia en la sociedad. La lucha de las mujeres -y de los hombres que están por la igualdad de derechos- no ha sido en vano. Y los que estamos en el ámbito educativo nos encontramos en una atalaya privilegiada en la que podemos atisbar con precisión esas transformaciones.
Si echo una mirada hacia atrás, puedo recordar que cuando estudiaba Arquitectura en Sevilla, allá por la década de los setenta, en mi clase solo había dos compañeras que se habían arriesgado a enfrentarse a una carrera eminentemente masculina. Y eso por no entrar en el campo de las ingenierías en las que prácticamente no aparecía ninguna chica en estos estudios. En todo caso, Humanidades y Magisterio parecían el lugar idóneo para ellas.
En la actualidad, el vuelco ha sido total: hoy en las escuelas de Arquitectura es fácil comprobar cómo se han equiparado ambos sexos, al tiempo que en otras carreras están mayoritariamente ocupadas por el género femenino.
Podemos seguir viendo los avances producidos en distintos ámbitos: laboral, político, empresarial, etc. Sin embargo, y a pesar de los logros alcanzados por la mujer, muchos de los derechos conquistados parecen que ahora se tambalean, al tiempo que una ola de neoconservadurismo pretende restringir las conquistas que tanto han costado alcanzar. ¡Y lo más curioso es que este recorte de derechos lo defienden algunas cuyos nombres están en mente de los lectores de este escrito!
Y es que, en medio de esas plausibles transformaciones, hay un reducto en el que no se han dado los cambios que se podrían esperar: me estoy refiriendo al hogar, en el que parece que se muestra como un baluarte irreductible en el casi no penetran las ideas igualitarias.
En gran medida los roles permanecen: la mujer sigue siendo la responsable de las tareas domésticas y del cuidado y atención de los hijos; mientras que el hombre, a lo máximo, colabora, pero sin haber asumido que los trabajos que conlleva la casa y los hijos son también responsabilidades suyas.
No olvidemos que es en este ámbito en el que los niños y niñas, es decir los hombres y mujeres del mañana, realizan los aprendizajes más intensos que marcan sus ideas acerca de lo masculino y lo femenino, es decir de los valores, conceptos y actitudes en relación a su propio género y al opuesto.
No voy aquí a cuestionar el hecho de que una mujer decida dedicarse a la casa y los hijos, si es algo por lo que ha optado de manera voluntaria (¡faltaría más!). Lo que sí, insisto, es fundamental que ambos consideren que el trabajo doméstico y la educación de los hijos es cosas de los dos; no de uno de ellos.
El problema se agudiza cuando se da en ambos el deseo de trabajar fuera del ámbito doméstico, cosa muy habitual en la actualidad, y llevan este proyecto personal y de pareja hacia delante. En este caso, lo más razonable es que asumieran de manera equitativa las cotidianas y, en ocasiones, agotadoras tareas que conllevan el trabajo asalariado y el trabajo en la casa.
Esta pervivencia de la separación estricta de roles he constatado que permanece de modo casi inalterable con el paso del tiempo. Y se da tanto en parejas que tienen una concepción tradicional de la familia como las que se denominan "progresistas". En muy pocos casos se lleva adelante ese criterio de igualdad que se defiende en público.
Para mí, un claro observatorio de esta división de roles lo encuentro en los dibujos de los escolares de Primaria y estudiantes de Secundaria cuando se les ha propuesto en el aula que realicen el dibujo de la familia y han optado por construir una escena en el interior del hogar.
Con el objeto de que veamos esta permanencia, he seleccionado seis dibujos de un archivo extenso, confeccionado a lo largo de los años. Tres de ellos fueron realizados hace bastantes años, aproximadamente dos décadas o más; mientras que los otros tres son recientes. Fueron trazados tanto por chicos como por chicas, y nos sirven para que podamos constatar cómo ambos sexos interiorizan modelos de conductas en el seno de la familia.
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Comienzo por el dibujo realizado por una niña, en cuya escena se aprecia que el padre entra por la puerta viniendo del trabajo y portando una cartera. Es recibido con júbilo tanto por ella como por su hermano. Su madre, mientras tanto, se encuentra cogiendo una maceta con intención de trasladarla.
En la ingenuidad de esta escena, se describe esa división de roles que tanto marca a ambos géneros: la madre es la responsable del hogar y del cuidado de los hijos, mientras que el padre lo es del trabajo asalariado que se realiza fuera del ámbito doméstico.
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En el segundo dibujo que muestro se aprecia bien que ha sido trazado hace un par de décadas, ya que se puede identificar por el programa que aparece en la televisión, Barrio Sésamo, que tanto éxito tuvo entre los pequeños.
La autora, una niña de ocho años, ha dibujado el interior de la casa en la que aparece la madre diciendo: “La cena está servida”, al tiempo que el padre le responde: “Cariño dame la comida”. La niña manifiesta en el dibujo un hecho cotidiano, en el sentido de que es su madre la que tiene que realizar la cena para los cuatro.
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Para cerrar la selección de tres dibujos de tiempo atrás, muestro el que me entregó un chico de doce años. A él se le ve jugando en el suelo a las canicas con su hermano; su madre, de manera cantarina, barre el suelo del salón; y su padre, sentado en la butaca, con las piernas extendidas, le da al mando a distancia para ver la televisión.
La división de roles es patente en este trabajo: la madre es la encargada de las tareas domésticas y el padre, ausente de ese entorno, no tiene ninguna responsabilidad dentro de las paredes del hogar.
Pudiera parecer que el paso de los años y las transformaciones sociales, que han dado un mayor protagonismo y visibilidad a la mujer en el ámbito social, también se hubieran visto reflejadas en el seno del hogar. Sin embargo, como he indicado al comienzo, no ha sido así: apenas han variado los roles y sigue siendo la mujer la responsable del trabajo en la casa y del cuidado de los hijos.
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Lo expresado queda patente en el cuarto dibujo que ha sido realizado hace muy poco. Corresponde a un niño, Antonio, de ocho años, y en la escena podemos encontrar los cambios que las nuevas tecnologías y los juegos electrónicos han promovido en el hogar. El propio autor se encuentra en una habitación superior de la casa, actuando con el ordenador, al tiempo que su hermano Miguel, en la contigua, está durmiendo.
Pero lo que vuelve a permanecer de modo inalterable son los roles de los progenitores: el padre, tumbado en el sofá, con las piernas estiradas llama a su mujer, que acude presta a la voz del marido para atender sus demandas.
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El quinto trabajo nos muestra otra escena de tipo doméstico con los roles claramente diferenciados. Es un trabajo de una chica de 12 años. En la escena ha representado a su madre planchando la ropa, mientras mira la televisión. El padre se despide de ella, ya que se va al carnaval, con las expresiones: “Después vengo a por ti” y “¡Adiós!”.
Para concluir este recorrido, cierro con una escena realizada por un niño de ocho años. En el salón de la casa aparecen los cuatro miembros que componen la familia: la madre, fregando el suelo; el padre que llama por teléfono; su hermana, de espaldas, estudiando; y, por último, él mismo que se dibuja de frente con una exclamación de admiración.
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Como he manifestado al comienzo del artículo, los dibujos que realizan los escolares son un medio privilegiado para conocer cómo son los roles en el seno de los hogares. Por ellos, nos damos cuenta que en la estructura familiar apenas se han dado cambios en lo que respecta a compartir el trabajo doméstico y el cuidado y atención hacia los hijos.
Y mientras estos cambios no se den en las relaciones de pareja, difícilmente se avanzará hacia una sociedad más igualitaria, por muchas campañas y muchos eslóganes que se promuevan desde los ámbitos institucionales.
Si echo una mirada hacia atrás, puedo recordar que cuando estudiaba Arquitectura en Sevilla, allá por la década de los setenta, en mi clase solo había dos compañeras que se habían arriesgado a enfrentarse a una carrera eminentemente masculina. Y eso por no entrar en el campo de las ingenierías en las que prácticamente no aparecía ninguna chica en estos estudios. En todo caso, Humanidades y Magisterio parecían el lugar idóneo para ellas.
En la actualidad, el vuelco ha sido total: hoy en las escuelas de Arquitectura es fácil comprobar cómo se han equiparado ambos sexos, al tiempo que en otras carreras están mayoritariamente ocupadas por el género femenino.
Podemos seguir viendo los avances producidos en distintos ámbitos: laboral, político, empresarial, etc. Sin embargo, y a pesar de los logros alcanzados por la mujer, muchos de los derechos conquistados parecen que ahora se tambalean, al tiempo que una ola de neoconservadurismo pretende restringir las conquistas que tanto han costado alcanzar. ¡Y lo más curioso es que este recorte de derechos lo defienden algunas cuyos nombres están en mente de los lectores de este escrito!
Y es que, en medio de esas plausibles transformaciones, hay un reducto en el que no se han dado los cambios que se podrían esperar: me estoy refiriendo al hogar, en el que parece que se muestra como un baluarte irreductible en el casi no penetran las ideas igualitarias.
En gran medida los roles permanecen: la mujer sigue siendo la responsable de las tareas domésticas y del cuidado y atención de los hijos; mientras que el hombre, a lo máximo, colabora, pero sin haber asumido que los trabajos que conlleva la casa y los hijos son también responsabilidades suyas.
No olvidemos que es en este ámbito en el que los niños y niñas, es decir los hombres y mujeres del mañana, realizan los aprendizajes más intensos que marcan sus ideas acerca de lo masculino y lo femenino, es decir de los valores, conceptos y actitudes en relación a su propio género y al opuesto.
No voy aquí a cuestionar el hecho de que una mujer decida dedicarse a la casa y los hijos, si es algo por lo que ha optado de manera voluntaria (¡faltaría más!). Lo que sí, insisto, es fundamental que ambos consideren que el trabajo doméstico y la educación de los hijos es cosas de los dos; no de uno de ellos.
El problema se agudiza cuando se da en ambos el deseo de trabajar fuera del ámbito doméstico, cosa muy habitual en la actualidad, y llevan este proyecto personal y de pareja hacia delante. En este caso, lo más razonable es que asumieran de manera equitativa las cotidianas y, en ocasiones, agotadoras tareas que conllevan el trabajo asalariado y el trabajo en la casa.
Esta pervivencia de la separación estricta de roles he constatado que permanece de modo casi inalterable con el paso del tiempo. Y se da tanto en parejas que tienen una concepción tradicional de la familia como las que se denominan "progresistas". En muy pocos casos se lleva adelante ese criterio de igualdad que se defiende en público.
Para mí, un claro observatorio de esta división de roles lo encuentro en los dibujos de los escolares de Primaria y estudiantes de Secundaria cuando se les ha propuesto en el aula que realicen el dibujo de la familia y han optado por construir una escena en el interior del hogar.
Con el objeto de que veamos esta permanencia, he seleccionado seis dibujos de un archivo extenso, confeccionado a lo largo de los años. Tres de ellos fueron realizados hace bastantes años, aproximadamente dos décadas o más; mientras que los otros tres son recientes. Fueron trazados tanto por chicos como por chicas, y nos sirven para que podamos constatar cómo ambos sexos interiorizan modelos de conductas en el seno de la familia.
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Comienzo por el dibujo realizado por una niña, en cuya escena se aprecia que el padre entra por la puerta viniendo del trabajo y portando una cartera. Es recibido con júbilo tanto por ella como por su hermano. Su madre, mientras tanto, se encuentra cogiendo una maceta con intención de trasladarla.
En la ingenuidad de esta escena, se describe esa división de roles que tanto marca a ambos géneros: la madre es la responsable del hogar y del cuidado de los hijos, mientras que el padre lo es del trabajo asalariado que se realiza fuera del ámbito doméstico.
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En el segundo dibujo que muestro se aprecia bien que ha sido trazado hace un par de décadas, ya que se puede identificar por el programa que aparece en la televisión, Barrio Sésamo, que tanto éxito tuvo entre los pequeños.
La autora, una niña de ocho años, ha dibujado el interior de la casa en la que aparece la madre diciendo: “La cena está servida”, al tiempo que el padre le responde: “Cariño dame la comida”. La niña manifiesta en el dibujo un hecho cotidiano, en el sentido de que es su madre la que tiene que realizar la cena para los cuatro.
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Para cerrar la selección de tres dibujos de tiempo atrás, muestro el que me entregó un chico de doce años. A él se le ve jugando en el suelo a las canicas con su hermano; su madre, de manera cantarina, barre el suelo del salón; y su padre, sentado en la butaca, con las piernas extendidas, le da al mando a distancia para ver la televisión.
La división de roles es patente en este trabajo: la madre es la encargada de las tareas domésticas y el padre, ausente de ese entorno, no tiene ninguna responsabilidad dentro de las paredes del hogar.
Pudiera parecer que el paso de los años y las transformaciones sociales, que han dado un mayor protagonismo y visibilidad a la mujer en el ámbito social, también se hubieran visto reflejadas en el seno del hogar. Sin embargo, como he indicado al comienzo, no ha sido así: apenas han variado los roles y sigue siendo la mujer la responsable del trabajo en la casa y del cuidado de los hijos.
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Lo expresado queda patente en el cuarto dibujo que ha sido realizado hace muy poco. Corresponde a un niño, Antonio, de ocho años, y en la escena podemos encontrar los cambios que las nuevas tecnologías y los juegos electrónicos han promovido en el hogar. El propio autor se encuentra en una habitación superior de la casa, actuando con el ordenador, al tiempo que su hermano Miguel, en la contigua, está durmiendo.
Pero lo que vuelve a permanecer de modo inalterable son los roles de los progenitores: el padre, tumbado en el sofá, con las piernas estiradas llama a su mujer, que acude presta a la voz del marido para atender sus demandas.
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El quinto trabajo nos muestra otra escena de tipo doméstico con los roles claramente diferenciados. Es un trabajo de una chica de 12 años. En la escena ha representado a su madre planchando la ropa, mientras mira la televisión. El padre se despide de ella, ya que se va al carnaval, con las expresiones: “Después vengo a por ti” y “¡Adiós!”.
Para concluir este recorrido, cierro con una escena realizada por un niño de ocho años. En el salón de la casa aparecen los cuatro miembros que componen la familia: la madre, fregando el suelo; el padre que llama por teléfono; su hermana, de espaldas, estudiando; y, por último, él mismo que se dibuja de frente con una exclamación de admiración.
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Como he manifestado al comienzo del artículo, los dibujos que realizan los escolares son un medio privilegiado para conocer cómo son los roles en el seno de los hogares. Por ellos, nos damos cuenta que en la estructura familiar apenas se han dado cambios en lo que respecta a compartir el trabajo doméstico y el cuidado y atención hacia los hijos.
Y mientras estos cambios no se den en las relaciones de pareja, difícilmente se avanzará hacia una sociedad más igualitaria, por muchas campañas y muchos eslóganes que se promuevan desde los ámbitos institucionales.
AURELIANO SÁINZ
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