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Amigos en la familia

Uno de los hechos más significativos en el desarrollo emocional en las personas es el surgimiento de la amistad. Todos tenemos amigos o amigas con los que compartimos aficiones, buenos momentos y confidencias. Es uno de los signos más favorables para el desarrollo de una personalidad con rasgos positivos; difícilmente alguien que no tenga amigos podamos incluirlo entre los seres sociables, pues precisamente la sociabilidad es una de las características del equilibrio emocional.

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Y el descubrimiento de la amistad se produce en la preadolescencia, pues en la infancia se tienen amigos de juegos o del colegio, y que en muchas ocasiones son compañías fomentadas por los propios padres.

Lo curioso es que la amistad está muy poco estudiada en estas edades. Las obras que conozco suelen centrarse en la amistad en los años de la juventud o la madurez. Y, sin embargo, como emoción positiva la descubrí cuando realicé una extensa investigación que dio lugar a un libro titulado Las ideas de la paz y de la violencia en los escolares. Estudio a través del dibujo, y que vio la luz en el año 2000.

En esta investigación encontré que uno de los temas que chicos y chicas expresaban gráficamente acerca de la paz con los dibujos eran escenas en las que aparecían simplemente un grupo de amigos. Al dialogar con los autores del significado de esos dibujos me di cuenta que para ellos la idea de la amistad era muy gratificante, que disfrutaban con la compañía de los amigos o amigas, por lo que la relacionaban directamente con el concepto de la paz.

Puesto que como saben los lectores de Negro sobre blanco una de las líneas de investigación que llevo es el estudio de los sentimientos y emociones de niños y adolescentes a través del dibujo, en esta ocasión quisiera presentar uno de los casos más sorprendentes que a lo largo de los años me he encontrado los trabajos sobre el dibujo de la familia.

Se trata de la inclusión de amigos o amigas en la escena en la que aparecen los miembros que la componen esa unidad familiar. Y digo sorprendente porque no es, como se pudiera estar tentado a pensar, en los dibujos de las edades más pequeñas, en la que los niños y niñas, sin ser muy conscientes de ello, incluirían a sus pequeños amigos de juegos.

Cuando personalmente me acerco a un centro de enseñanza a solicitar a los escolares que realicen el dibujo de la familia, normalmente y en el caso de las primeras edades, preguntan si pueden poner a sus abuelos, a sus tíos y primos, etc. No tienen claro cuáles son los límites a considerar en esta temática.

De mayores, sabemos quiénes la configuran: habitualmente, la entendemos como lo que se llama la familia nuclear, es decir, los padres y los hijos que viven en el mismo hogar. De todos modos, en nuestra mente se amplía hacia aquellos otros miembros –abuelos, tíos, primos, etc.- algo más distanciados, como si estableciéramos un círculo inicial básico que se puede ir ampliando con otros concéntricos, hasta ciertos niveles de lejanía y dependiendo de las relaciones, más o menos estrechas, que se mantengan con ellos.

No es necesario que diga que es en el seno de la familia donde comenzamos a formarnos y donde se gestan las emociones y sentimientos iniciales de toda persona. De todos modos, en la preadolescencia descubrimos un nuevo mundo de relaciones interpersonales que no están establecidas por los vínculos de sangre. Me estoy refiriendo, lógicamente, a la amistad, en la que se gestan lazos afectivos distintos a los que están marcados en la familia.

Dentro de los autores que han abordado este tema, desde el punto de vista de la psicología y la educación artística, es el estadounidense de origen austriaco Viktor Lowenfeld. En su obra ya clásica, Desarrollo de la capacidad creadora, nos habla de una etapa del desarrollo gráfico que la llama “El comienzo del realismo” y también “La edad de la pandilla”, y que la ubica entre los 9 y los 12 años.

Son edades que se corresponden con la finalización de la enseñanza Primaria, dentro del sistema educativo español, y que desde el punto de vista psicoafectivo se suele relacionar con la preadolescencia, especialmente en los último años de este periodo.

No me resisto a traer un par de párrafos de Lowenfeld, que justifican la denominación que da a esta etapa. En el primero dice: “Un rasgo sobresaliente de esta etapa del desarrollo es el descubrimiento que hace el niño de que es miembro de la sociedad: una sociedad constituida por sus pares. Durante esta época construye la trama de lo que será su capacidad para trabajar en grupo y cooperar en la vida de los adultos”.

Y más adelante: “El descubrimiento de que se tienen similares intereses, de compartir secretos, del placer de hacer cosas juntos es fundamental. Esta es la edad de la amistad en grupo y la de grupos iguales o pandillas de amigos”.

Estamos, pues, a las puertas de un período que suele desconcertar e inquietar a los padres: la adolescencia, ya que durante este tiempo no logran entender las ideas y los deseos de sus hijos, y lo que en ocasiones más les desespera son sus comportamientos que para ellos están marcados por decisiones caprichosas y arbitrarias.

Lo cierto es que chicos y chicas han experimentado cambios cognitivos y emocionales que sus progenitores no acaban de comprender y quieren seguir viendo en ellos a los “niños” o “niñas”, tal como habían sido desde pequeños.

Para que comprendamos el valor afectivo que adquiere la amistad, ese gran descubrimiento de chicos y chicas de 11 o 12 años, he seleccionado tres dibujos que pueden explicarnos la fuerza emocional de esa relación, tanto que no tienen ningún inconveniente en incluirlos como si fueran miembros de la propia familia.

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Comenzamos por el dibujo que realizó un chico de 12 años en la clase. Cuando lo terminó estuve un rato charlando con él, puesto que era extrovertido y bastante simpático. Esto se refleja en que, en primer lugar, representó a su perro Blacki y a su hámster Bolita, subido en su cabeza.

Pero lo más llamativo de todo es que trazó a su amigo Iván (al que por cierto le falta la “v”) en el centro de la familia, sitio privilegiado, puesto que es una forma de destacar a aquella persona que para el autor es relevante desde en punto de vista emocional.

Claro que el autor sabía que su amigo no era un miembro de su familia, pero tal como me indicó “le apetecía que su mejor amigo apareciera en la ‘foto’ que él había hecho de su familia”.

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El segundo corresponde a una chica de 11 años. En este caso, ha trazado a toda la familia dentro de la casa, aunque lo que se aprecia de ella son las líneas que representan los tejados. Como puede verse, está formada por los padres y las tres hijas. Una vez que hubo trazado a todo el grupo familiar, incluyó a “su amiga”, tal como ha escrito en el dibujo.

Por último, traigo el de una chica de 12 años, con la que tuve ocasión de comentar su dibujo una vez que lo acabó. En este caso, la organización del grupo es un tanto curiosa, puesto que en la izquierda de la lámina aparecen sus padres y su hermano pequeño y, a la derecha, ella con sus dos amigas, a las que les ha puesto sus propios nombres.

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Como destalles significativos se encuentran, por un lado, el que en el centro de la lámina, dividiendo a los dos grupos, haya trazado un gran Sol; también el que a su hermano pequeño el rostro se lo haya dibujado de perfil mirando a sus padres, como si fuera un indicio más de separación de ambos grupos. La afinidad entre las amigas queda reforzada por la proximidad con la que ha representado a las tres chicas que se encuentran muy juntas.

Quisiera cerrar este trabajo volviendo a hacer hincapié en la relevancia que adquiere el significado de la amistad en los años de la preadolescencia: son amigos y amigas que por entonces se les consideran incondicionales, con la fuerza de que son amigos “para siempre”.

Lo cierto es que, con el paso del tiempo y en bastantes casos, muchos de esos amigos de la infancia y la adolescencia se convertirán en recuerdos de un tiempo feliz, ya que, a medida que uno va creciendo, se van configurando y afianzando los caracteres, conociendo y creando nuevas amistades, por lo que esas de la infancia y adolescencia decrecen y quedan como recuerdos de unos espléndidos años.

Por mi parte, he tenido la gran suerte de conservar algunos de esos amigos con los que jugaba en el despertar de la vida, por lo que creo que la buena y sincera amistad que mantenemos nos ayuda a sentir que hay un fuerte lazo de continuidad en todo ese largo trecho que hemos vivido y compartido juntos.

AURELIANO SÁINZ

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