Desde hace meses estamos dedicados a mirar allá donde el dedo de Bárcenas señala. Y a correr tras los huesos que nos lanza, a ver quién se lo lleva a la boca primero. Ha logrado con ello que nadie se detenga a mirarle a él, a lo suyo, a lo que oculta y de lo que debe responder. ¿De dónde ha sacado esa inmensa fortuna que tenía escondida y quiénes han sido y son sus cómplices? Eso es lo primero. Lo otro, desde luego que habrá que verlo y juzgarlo, pero sin caer en la trampa y sin seguir ciegamente embebidos en la muleta que una y otra vez nos pone delante de los belfos.
Es Bárcenas, en primer lugar, quien debe responder y por lo que está en prisión. Es en su recorrido y en sus dineros donde están las claves. Es en su historia donde están las pistas; y es en el rastro del dinero donde están las pruebas de sus delitos.
Bárcenas llegó de su Huelva natal a Madrid. Con una mano delante y otra detrás. En la facultad conoció a Luis Fraga, el sobrino de don Manuel, con quien desde entonces ha sostenido una larga amistad en la política, en el ocio, en el escaño, en la escalada y en el esquí.
Acompañante en montañas y en viajes, fueran de placer o de negocios, el exsenador cunero por Guadalajara y Cuenca no tuvo una sola intervención en su última Legislatura. Luis Fraga, con su perfecto dominio del alemán, le fue siempre de una gran utilidad. Hasta cuando dijeron haber escalado el Everest en 1987, algo que los técnicos pusieron en duda, y aunque algunos de la cordada sí parece que llegaron a la cima, la gesta fue puesta tan en duda que la comisión dictaminó que “se inició y finalizó sin ética”.
O sea, que las maneras mentirosas no solo se circunscriben a las cuentas sino también a las montañas. Aunque es justo reconocer que ambos gozan de una forma física envidiable. A Bárcenas, cuando lo sacaron por primera vez en la Gürtel en 2009, se relajó subiendo el Aneto y luego bajando sobre sus esquís que había llevado en la espaldas en la subida.
Su ascenso en el PP se inició en 1982. Entró como administrativo en la calle Silva y fue subiendo peldaños. Ángel Sanchís, antiguo amigo desde joven, que era entonces el señor de los dineros “populares”, fue su segundo y gran mentor.
Cuando en aquel momento convulso del partido ascendió a la Presidencia Antonio Hernandez Mancha y nombró al toledano Arturo García Tizón, ya controlaba muchas cosas. Entre otras, los viajes que, en un partido nacional, son una partida de las más cuantiosas.
García Tizón despidió fulminantemente a Bárcenas, aunque tuviera que afrontar una indemnización por despido, que pagó. Se dijo que no había confianza. La razón fue descubrir que Luis Bárcenas había encontrado una forma de llevarse algo más allá que el sueldo: un tres por ciento de lo que facturaba Viajes Valor, que era la agencia contratada a la sazón.
La jugada la repetiría más tarde pues, ya situado en las alturas de la tesorería y en la trama Gürtel, era la empresa Pasadena la encargada. Cuando Rajoy echó a Correa y a los suyos de Génova, Bárcenas se encargó de que el negocio siguiera. Y es que pactó por detrás que la nueva contratada tuviera que subcontratar con la expulsada Pasadera para seguir manejando el cotarro.
Porque su despido duró poco y fue para bien. Sanchís lo cobijó en sus empresas y marchó a Argentina, a su inmensa finca de miles de hectáreas. Cuando Fraga regresó en 1989 fue contratado de nuevo, con mayor cargo y mejor sueldo. La operación le había salido redonda. Pero a nada de llegar Aznar, en 1990, estalló el caso Naseiro, aquel donde conversaban cómo se repartían las comisiones en Valencia y Zaplana daba razones monetarias para estar en política.
La cosa no llegó a nada porque las grabaciones fueron consideradas ilegales y la prueba se esfumó. Pero Nasseiro y Sanchís tuvieron que dejar la tesorería del partido. Porque oírlo, lo oímos todos. Bárcenas aparecía muy tangencialmente en las grabaciones y se libró de la quema. Y otra vez ascendió.
Álvaro Lapuerta fue nombrado tesorero en 1993 y el llegó a gerente. Es cuando la Gürtel comenzó a campar a sus anchas por la sede central y encargarse de todos los eventos y lo que se cruzase en su camino. Y Bárcenas era el segundo de Lapuerta. Pero es para pensar muy mucho que en la trama de Correa era el jefe o, al menos, el que se llevaba la parte del león en los beneficios. Porque todo había de pasar por él y en todo contar con él.
Su amistad con Sanchís en absoluto había decrecido. Este era ya un potentado. “La Moraleja” argentina, con sus 30.000 hectáreas, era la cabeza de un imperio que había comenzado por tierras de Badajoz con gasolineras y que le habían acarreado el primer proceso judicial por adulterar el carburante y haber dejado muy perjudicado el parque móvil de los pacenses.
Sanchís consiguió en 1997 –y algo tuvo que ver Bárcenas- un suculento crédito del ICO de 18 millones de dólares. En 2001, Rato, ministro de Economía, y Ramón Aguirre, presidente del organismo, hubo de ejecutar, ante los impagos, el embargo de los bienes asociados al préstamo tras una dura batalla jurídica que quedó saldada exactamente cuando Bárcenas fue por primera vez imputado en la Gürtel. Los 23 millones a los que había ascendido se zanjaron. ¡Qué coincidencia! ¿O es que en esas cuentas suizas y en esos nombres que no dice Bárcenas está el de su amigo y socio Ángel Sanchís?
Del caso Naseiro se había salvado y de la Gürtel parecía que también. Había ascendió otra vez, con la jubilación de Lapuerta, a la cúpula de la tesorería y era, además, senador desde 2004. Pero la secretaria general, María Dolores de Cospedal, que llegó en 2008, no se fiaba de él. Algo le habría dicho Tizón, ahora presidente de la Diputación toledana.
Cuando en 2009 fue imputado, ella quería ser expeditiva y quirúrgica. Arenas jugó la baza de una salida pactada. Rajoy, poco dado a las confrontaciones y aún confiando en él, asintió. Dejó militancia, escaño y se fraguó una chapuza de pagarle la liquidación a plazos y con Seguridad Social. Un enjuague que ahora se vuelve contra el PP.
Cospedal pasó el peor de los momentos intentando explicar lo inexplicable y que nunca había querido. El odio que Bárcenas le profesa proviene de aquella actitud y sus intentos de mancharla no han cesado desde entonces.
Pero Bárcenas parecía escapar de nuevo y, de hecho, su caso fue sobreseído por el juez Pedreira por falta de pruebas. Disfrutaba de la vida, fortuna y nieve cuando se reabrió el asunto y al juez Ruz le llegó el informe de una primera partida de 22 millones en un primer banco suizo.
Desde entonces hasta ahora, ya se sabe. Que filtraba papeles de noche y negaba de día; que pretendía que cambiaran inspectores, fiscales, policías; y que amenazaba y chantajeaba y, luego, alardeaba de lealtades.
Una historia en la que algunos se han prestado a ser sus recaderos y otros nos hemos negado porque de lo único que no quería ni mentar era precisamente de lo “suyo”. Hasta que Ruz lo mandó a prisión. Y ahora ya hay, se supone, un solo Bárcenas. Ayer tuvo que declarar ante el juez y, de entrada, confesar que ha mentido las ocho veces anteriores. Luego dice que hablará. ¿Pero de lo suyo? Pues eso parece que no.
El preludio, protagonizado por Pedro J. levitando sobre los periodistas –estaba, de hecho, subido en un taburete- nos ha adelantado la nueva obra teatral que va a comenzar a representar. Lleva por título La conversión del beato Bárcenas 'El Arrepentido', narrada por San Pedro J. 'El Redentor'. Tierna coreografía con reconfortante moraleja glosada de esta forma por el director de escena, Ramirez. "Escuchó mis consejos y ahora desea colaborar con la justicia".
O sea, que es de suponer que primero que hará el pecador será confesar cómo trincó los 48 millones de euros, cómo urdió la trama para apoderarse del botín y esconderlo en las cuevas suizas y otras demoníacas grutas. Cuáles fueron sus cómplices de latrocinio en la banda de la Gürtel y ¡claro! devolver de inmediato ese dinero para repartirlo entre los pobres.
Luego aceptará sin rechistar la penitencia y dedicará el tiempo de castigo que le impongan a rezar en su celda pidiendo, a su vez, la conversión de las malas compañías que les llevaron por estos caminos. Hecho esto y como culminación de su nueva vida, predicará contra los pecados del PP sus pompas y corrupciones, el mal ejemplo de sus sacerdotes y los abusos de sus ministros y pontífices. Porque si no hace lo primero, lo segundo carecería de cualquier crédito.
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Bárcenas llegó de su Huelva natal a Madrid. Con una mano delante y otra detrás. En la facultad conoció a Luis Fraga, el sobrino de don Manuel, con quien desde entonces ha sostenido una larga amistad en la política, en el ocio, en el escaño, en la escalada y en el esquí.
Acompañante en montañas y en viajes, fueran de placer o de negocios, el exsenador cunero por Guadalajara y Cuenca no tuvo una sola intervención en su última Legislatura. Luis Fraga, con su perfecto dominio del alemán, le fue siempre de una gran utilidad. Hasta cuando dijeron haber escalado el Everest en 1987, algo que los técnicos pusieron en duda, y aunque algunos de la cordada sí parece que llegaron a la cima, la gesta fue puesta tan en duda que la comisión dictaminó que “se inició y finalizó sin ética”.
O sea, que las maneras mentirosas no solo se circunscriben a las cuentas sino también a las montañas. Aunque es justo reconocer que ambos gozan de una forma física envidiable. A Bárcenas, cuando lo sacaron por primera vez en la Gürtel en 2009, se relajó subiendo el Aneto y luego bajando sobre sus esquís que había llevado en la espaldas en la subida.
Su ascenso en el PP se inició en 1982. Entró como administrativo en la calle Silva y fue subiendo peldaños. Ángel Sanchís, antiguo amigo desde joven, que era entonces el señor de los dineros “populares”, fue su segundo y gran mentor.
Cuando en aquel momento convulso del partido ascendió a la Presidencia Antonio Hernandez Mancha y nombró al toledano Arturo García Tizón, ya controlaba muchas cosas. Entre otras, los viajes que, en un partido nacional, son una partida de las más cuantiosas.
García Tizón despidió fulminantemente a Bárcenas, aunque tuviera que afrontar una indemnización por despido, que pagó. Se dijo que no había confianza. La razón fue descubrir que Luis Bárcenas había encontrado una forma de llevarse algo más allá que el sueldo: un tres por ciento de lo que facturaba Viajes Valor, que era la agencia contratada a la sazón.
La jugada la repetiría más tarde pues, ya situado en las alturas de la tesorería y en la trama Gürtel, era la empresa Pasadena la encargada. Cuando Rajoy echó a Correa y a los suyos de Génova, Bárcenas se encargó de que el negocio siguiera. Y es que pactó por detrás que la nueva contratada tuviera que subcontratar con la expulsada Pasadera para seguir manejando el cotarro.
Porque su despido duró poco y fue para bien. Sanchís lo cobijó en sus empresas y marchó a Argentina, a su inmensa finca de miles de hectáreas. Cuando Fraga regresó en 1989 fue contratado de nuevo, con mayor cargo y mejor sueldo. La operación le había salido redonda. Pero a nada de llegar Aznar, en 1990, estalló el caso Naseiro, aquel donde conversaban cómo se repartían las comisiones en Valencia y Zaplana daba razones monetarias para estar en política.
La cosa no llegó a nada porque las grabaciones fueron consideradas ilegales y la prueba se esfumó. Pero Nasseiro y Sanchís tuvieron que dejar la tesorería del partido. Porque oírlo, lo oímos todos. Bárcenas aparecía muy tangencialmente en las grabaciones y se libró de la quema. Y otra vez ascendió.
Álvaro Lapuerta fue nombrado tesorero en 1993 y el llegó a gerente. Es cuando la Gürtel comenzó a campar a sus anchas por la sede central y encargarse de todos los eventos y lo que se cruzase en su camino. Y Bárcenas era el segundo de Lapuerta. Pero es para pensar muy mucho que en la trama de Correa era el jefe o, al menos, el que se llevaba la parte del león en los beneficios. Porque todo había de pasar por él y en todo contar con él.
Su amistad con Sanchís en absoluto había decrecido. Este era ya un potentado. “La Moraleja” argentina, con sus 30.000 hectáreas, era la cabeza de un imperio que había comenzado por tierras de Badajoz con gasolineras y que le habían acarreado el primer proceso judicial por adulterar el carburante y haber dejado muy perjudicado el parque móvil de los pacenses.
Sanchís consiguió en 1997 –y algo tuvo que ver Bárcenas- un suculento crédito del ICO de 18 millones de dólares. En 2001, Rato, ministro de Economía, y Ramón Aguirre, presidente del organismo, hubo de ejecutar, ante los impagos, el embargo de los bienes asociados al préstamo tras una dura batalla jurídica que quedó saldada exactamente cuando Bárcenas fue por primera vez imputado en la Gürtel. Los 23 millones a los que había ascendido se zanjaron. ¡Qué coincidencia! ¿O es que en esas cuentas suizas y en esos nombres que no dice Bárcenas está el de su amigo y socio Ángel Sanchís?
Del caso Naseiro se había salvado y de la Gürtel parecía que también. Había ascendió otra vez, con la jubilación de Lapuerta, a la cúpula de la tesorería y era, además, senador desde 2004. Pero la secretaria general, María Dolores de Cospedal, que llegó en 2008, no se fiaba de él. Algo le habría dicho Tizón, ahora presidente de la Diputación toledana.
Cuando en 2009 fue imputado, ella quería ser expeditiva y quirúrgica. Arenas jugó la baza de una salida pactada. Rajoy, poco dado a las confrontaciones y aún confiando en él, asintió. Dejó militancia, escaño y se fraguó una chapuza de pagarle la liquidación a plazos y con Seguridad Social. Un enjuague que ahora se vuelve contra el PP.
Cospedal pasó el peor de los momentos intentando explicar lo inexplicable y que nunca había querido. El odio que Bárcenas le profesa proviene de aquella actitud y sus intentos de mancharla no han cesado desde entonces.
Pero Bárcenas parecía escapar de nuevo y, de hecho, su caso fue sobreseído por el juez Pedreira por falta de pruebas. Disfrutaba de la vida, fortuna y nieve cuando se reabrió el asunto y al juez Ruz le llegó el informe de una primera partida de 22 millones en un primer banco suizo.
Desde entonces hasta ahora, ya se sabe. Que filtraba papeles de noche y negaba de día; que pretendía que cambiaran inspectores, fiscales, policías; y que amenazaba y chantajeaba y, luego, alardeaba de lealtades.
Una historia en la que algunos se han prestado a ser sus recaderos y otros nos hemos negado porque de lo único que no quería ni mentar era precisamente de lo “suyo”. Hasta que Ruz lo mandó a prisión. Y ahora ya hay, se supone, un solo Bárcenas. Ayer tuvo que declarar ante el juez y, de entrada, confesar que ha mentido las ocho veces anteriores. Luego dice que hablará. ¿Pero de lo suyo? Pues eso parece que no.
El preludio, protagonizado por Pedro J. levitando sobre los periodistas –estaba, de hecho, subido en un taburete- nos ha adelantado la nueva obra teatral que va a comenzar a representar. Lleva por título La conversión del beato Bárcenas 'El Arrepentido', narrada por San Pedro J. 'El Redentor'. Tierna coreografía con reconfortante moraleja glosada de esta forma por el director de escena, Ramirez. "Escuchó mis consejos y ahora desea colaborar con la justicia".
O sea, que es de suponer que primero que hará el pecador será confesar cómo trincó los 48 millones de euros, cómo urdió la trama para apoderarse del botín y esconderlo en las cuevas suizas y otras demoníacas grutas. Cuáles fueron sus cómplices de latrocinio en la banda de la Gürtel y ¡claro! devolver de inmediato ese dinero para repartirlo entre los pobres.
Luego aceptará sin rechistar la penitencia y dedicará el tiempo de castigo que le impongan a rezar en su celda pidiendo, a su vez, la conversión de las malas compañías que les llevaron por estos caminos. Hecho esto y como culminación de su nueva vida, predicará contra los pecados del PP sus pompas y corrupciones, el mal ejemplo de sus sacerdotes y los abusos de sus ministros y pontífices. Porque si no hace lo primero, lo segundo carecería de cualquier crédito.
ANTONIO PÉREZ HENARES