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Aforismos y pensamientos: el miedo

Todos conocemos lo que es el miedo. Todos hemos sentido miedo a lo largo de nuestra vida. Todos queremos alejar el miedo de nosotros, puesto que sabemos que es una fuerza que nos paraliza. Queremos vivir sin miedos y, sin embargo, esto no es posible ni deseable, puesto que pertenece al sistema defensivo y de supervivencia de los animales, por lo que sin este sentimiento desagradable no sobreviviríamos.

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Pero una cosa es el miedo como instinto de supervivencia y otra el vivir dominados por ese sentimiento negativo que puede generarnos estados de angustias. Y lo más habitual es que aparezca el miedo cuando anticipamos una amenaza a nuestros deseos, a nuestros proyectos, a nuestras condiciones de vida, a nuestras creencias y convicciones.

Considerando lo anterior, comprobamos que nos encontramos en un estado permanente de alerta, temiendo qué pasará en esta o aquella situación. Además, y como refuerzo de las inseguridades con las que convivimos, los medios de comunicación nos informan cotidianamente de muertes, accidentes, de todo tipo de violencias, como si fueran el ingrediente con el que tenemos que almorzar todos los días. Esto da lugar a que se llegue a tener miedo al propio miedo.

La mayoría vivimos en sociedades desarrolladas en las que hemos encontrado solución a muchos problemas; sin embargo, la incertidumbre y el desasosiego nos dominan, de modo que nos vemos rodeados de miedos y de inseguridades.

Es por ello por lo que la historiadora neozelandesa, Joanna Bourke, tal como manifiesta en su reciente obra Fear: a cultural history (El miedo: una historia a través de la cultura), el miedo es la emoción humana que con más fuerza aparece y se mantiene a través de la historia.

Por otro lado, no hace falta decir que nos encontramos en unos momentos en los que la incertidumbre sobre la propia vida se ha adueñado de gran parte de los españoles, de manera que el presente se muestra dramático para muchas familias y no se logra atisbar un horizonte de esperanza que aliviara esta carga, a pesar de los eslóganes que cada día sueltan quienes nos gobiernan, pidiéndonos paciencia, que ya vendrán tiempos mejores.

Mientras llegan esos hipotéticos días felices, sentimos que todo a nuestro alrededor se deshace. Lo cierto es que, como apunta el filósofo estadounidense Michael Sandel, nos vemos asediamos por dos miedos de los que no logramos escaparnos:

“Uno es el miedo de que, individual o colectivamente, estemos perdiendo el control de las fuerzas que gobiernan nuestras vidas. El otro es el sentimiento de que, desde la familia y el vecindario hasta la nación, la fábrica moral de la comunidad se está desintegrando a nuestro alrededor. Son los dos temas definen la ansiedad de nuestra época”
.

Y esto lo decía antes de que la actual crisis económica, generada por el capitalismo financiero o especulativo, que ha tomado las riendas de la economía a nivel mundial, desplazando a la economía productiva, que es la que verdaderamente crea puestos de trabajo. Si Sandel se hubiera trasladado a nuestros días, comprobaría que ese negro vaticinio que apuntaba se está cumpliendo a rajatabla en nuestro país.

Pero para entender qué nos está sucediendo, y antes de entrar en la dimensión colectiva del miedo, conviene analizar su faceta individual, ya que es un factor presente y condicionante de muchos de los comportamientos humanos.

Para ello, hay que partir de que el miedo es un sentimiento innato de los seres humanos y que compartimos con el resto de las especies animales. También que, a medida que crecemos, adquirimos nuevos temores, puesto que somos seres sociales. Son miedos que vamos interiorizando y, tal como apuntaba la historiadora Bourke, en gran medida, aprendidos a partir de las relaciones que se generan en la sociedad en la que vivimos.

Sobre los miedos innatos, yo invitaría a los lectores a que echaran un vistazo a un artículo anterior, El dibujo del niño: los miedos, en el que indicaba las cinco fases de temores por las que, según Arthur T. Jersild, atravesaban los niños.

Allí indicaba que entre los temores primigenios se encontraban, inicialmente, el miedo a la oscuridad, a los extraños, a la soledad, a los ruidos y a la falta de apoyo. Más adelante aparecería el miedo a los animales, a las criaturas imaginarias, al daño físico y a la muerte. A ello habría que ir añadiendo, a medida que se crecía, otros de tipo social: miedo al fracaso, al ridículo, a la enfermedad, a ser diferente, fuera física, social o intelectualmente, etc.

Llegados a este punto, considero que sería bueno encontrar una definición de lo que es el miedo y de la sensación que aparece en el individuo que lo siente. Sobre esto, me quedaría con la que da José Antonio Marina en su excelente obra Anatomía del miedo, y que es la siguiente:

Un sujeto experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de control y puesta en práctica de alguno de los cuatro programas de afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión”.

Me parece de gran interés esta definición, puesto que expone las cuatro reacciones que podemos adoptar y que las compartimos con las demás especies animales. Así, por ejemplo, un animal como la gacela echa a correr ante el aviso de un peligro; el toro, por el contrario, embiste; otros, como el avestruz, se inmovilizan escondiendo la cabeza creyendo ahuyentar el peligro; finalmente, los lobos realizan gestos de sumisión ante el macho dominante.

Estas distintas respuestas de huida, lucha, inmovilidad o sumisión aparecen ante el peligro físico que las distintas especies animales atisban en su entorno.

El ser humano, por su parte, posee una psicología mucho más compleja, de modo que gran parte de nuestros miedos son de tipo psicológico. Así, podemos padecer ansiedad, sentir culpa, falta de autoestima, depresión, etc., que no podrían sentir otras especies y que son resultados de nuestro ser social.

A pesar de nuestra complejidad, creo que es de gran interés acudir a las cuatros reacciones fundamentales que se dan ante la percepción del miedo, ya que, como vemos, hay dos antagónicas, “lucha” y/o “sumisión”, que también podemos aplicarnos a nosotros mismos, ya que estas actitudes configuran caracteres distintos, logrando que se formen personalidades de uno u otro signo.

Y es que debemos entender que, en nuestro caso, las respuestas ante lo que sentimos como amenazas no son inmediatas, como sucede en el ámbito animal, sino que en los seres humanos están mediadas por la personalidad que nos hayamos construido.

Esto lo describe con gran rigor ese magnífico psicólogo que fue Erich Fromm, en una de sus obras más conocidas, El miedo a la libertad, que tuvo muchos lectores en nuestro país en los años finales del franquismo y en los siguientes a la muerte del dictador. De este libro, destaco algunos párrafos que me parecen muy elocuentes:

La personalidad de cada individuo es moldeada esencialmente por obra del tipo de existencia especial que le ha tocado en suerte, puesto que ya desde niño ha tenido que enfrentarlo a través del medio familiar, medio que expresa las características de una sociedad o clase determinada”.

En otro momento nos dice: “La estructura del carácter no determina solamente los pensamientos y las emociones, sino también las acciones humanas”.

Quizás en esta frase, que es un verdadero axioma, encontramos la clave del porqué en una sociedad como la nuestra se llegue a una situación en la que se supera ampliamente la cifra de cinco millones de parados, con 1,7 de millones de familias sin que ningún miembro tenga trabajo, al tiempo que el Gobierno anuncia una amnistía fiscal para los grandes defraudadores y una ley para “perseguir el fraude laboral”, es decir, averiguar si los perceptores de alguna modalidad de paro está realizando alguna “chapuza” para sobrevivir.

Y es que, tal como apuntaba Erich Fromm hace décadas, por un lado, la sociedad capitalista ha fomentado la individuación, en el sentido de aislar a unos de otros, aspecto que la actual sociedad del alto consumo ha potenciado a límites exagerados; por otro, promueve la sumisión a través de todos los mecanismos persuasivos y coactivos a su alcance, pues el miedo es una poderosa fuerza de dominación.

Pero esto nos es algo nuevo. Ya en el siglo XVI, el francés Étienne de la Boétie, gran amigo de Montaigne, escribió una magnífica obra titulada Discurso de la servidumbre voluntaria, en la que sin conocer las aportaciones que posteriormente hicieran disciplinas como la Psicología y la Sociología, describía minuciosamente las estrategias que utilizaban los poderosos para lograr que sus dictados fueran interiorizados por los súbditos, incluso las órdenes más despóticas.

Un siglo más tarde, Baruch Spinoza, el brillante filósofo holandés de origen judío, en su obra más conocida, Ética demostrada según el orden geométrico, decía lo siguiente:

El gran secreto del régimen monárquico y su máximo interés consisten en mantener engañados a los hombre y en disfrazar, bajo el especioso nombre de religión, el miedo con el que se los quiere controlar, a fin de que luchen por su esclavitud, como si se tratara de su salvación, y no consideren una ignominia, sino el máximo honor, dar su sangre y su alma para orgullo de un solo hombre. Por en contrario, en un Estado libre no cabría imaginar ni intentar nada más absurdo”.

Ante la lectura del párrafo anterior, cabe hacerse la siguiente pregunta: “¿Hemos llegado ya a un Estado verdaderamente libre, tal como preconizaba Spinoza, o nos queda todavía un largo camino para llegar a esa sociedad en la que los ciudadanos se vean verdaderamente protegidos por sus gobernantes?”.

Personalmente, creo que todavía estamos lejos de lograr algo parecido. En la actualidad, sentimos que forman una casta privilegiada que utiliza el miedo como uno de los recursos de dominación, tal como se ha hecho históricamente, por lo que aún hoy tiene todo su sentido esta frase de José Antonio Marina: “Quien puede suscitar miedo se apropia hasta cierto punto de la voluntad de la víctima”. Y lo cierto es que en nuestro país hay demasiadas víctimas.

AURELIANO SÁINZ
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