Años atrás, en este país se nos repetía de manera contundente que “España va bien”. Más tarde, se nos insistía en que “éramos la octava potencia económica del mundo” y en que “la banca española era de gran solidez”. Tan maravilloso panorama daba lugar a que un expresidente del Gobierno español sostuviera que estábamos a punto de alcanzar, ni más ni menos, que a Francia en nuestro imparable desarrollo.
Vamos, que ser español era una auténtica bicoca. Tanto que despertábamos la envidia de todos los que nos veían allende nuestras fronteras. “Ahí va un español” (o una española, que también vale), escuchábamos por lo bajo en los corrillos que murmuraban con admiración ante el caminar seguro y firme de los habitantes de la piel de toro.
Y de repente, casi sin darnos cuenta, como si todo hubiera sido un cuento de hadas, nos vemos como esos países pobres del Tercer Mundo pidiendo que nos rescaten, a pesar de que “no estamos al borde del abismo” o “a las puertas del Apocalipsis”, como nos asegura con toda contundencia nuestro bien amado presidente del Gobierno, cuya clarividencia está fuera de toda duda.
Hoy, sin embargo, tantos mensajes felices se han evaporado. Los sufridos españoles sentimos que navegamos en medio de un inmenso océano, con fuertes tormentas y vientos huracanados, que hacen zozobrar esa envejecida y obsoleta nave en la que apretujados viajamos sin rumbo fijo.
Mareos, angustias, vómitos nos acompañan en la travesía. No tenemos un faro que nos guíe, ni atisbamos un puerto en el que arribar para descansar de tantas malas noticias que nos atosigan.
Si esto nadie lo remedia, las consultas de los psicólogos y psiquiatras no van a dar abasto a tanto necesitado de tranquilizantes incapaces de controlarse, porque los nervios no dan para más.
Y sin embargo, tenemos el remedio a la vuelta de la esquina: ¡El fútbol! Sí señor, el fútbol va a ser la tabla de salvación a la que nos agarremos para salir de ese estado depresivo en el que, casi sin darnos cuenta, hemos entrado y no sabemos cómo salir de él.
¡El fútbol es la panacea para tantos males como padecemos en la actualidad! Ahí está ese bálsamo, esa gran medicina que todos necesitamos y que va a curar todos nuestros males. Analicemos, pues, sin prejuicios, este remedio que está al alcance de cualquiera y sin que tenga que pagar ningún extra por ello.
Sabemos que todos los niños juegan a la pelota en su más tierna infancia. Yo, por ejemplo, cuando no levantaba un palmo del suelo le pegaba de manera continua patadas a todo lo que fuera redondo al igual que los críos de mi edad. Y, claro está, nos teníamos que hacer de algún equipo de fútbol para que tuviéramos verdadera identidad futbolera.
Así, un día, a uno de mis hermanos que era más mayor que yo le pregunté: “¿Cuál es el mejor equipo de España?”. Porque, claro, de ser de un equipo tendría que ser el mejor de todos. “El Barcelona”, me contestó sin darme mayores explicaciones. “Pues yo soy del Barcelona”, me dije para mis adentros, y fui a contarle la buena nueva a mis amigos.
Como lo iba pregonando a los cuatro vientos, un amigo de mi hermano me contó las maravillas de un jugador llamado Kubala. Y yo se las repetía a mis amigos que eran del Madrid, del Bilbao, del Atlético de Madrid, del Betis… puesto que había un amplio repertorio de equipos en el que elegir.
Como digo, jugábamos casi sin parar, siendo la calle por entonces era nuestro territorio de juegos, hasta que alguna señora mayor nos echaba la bronca porque le ensuciábamos la pared, y en grupo caminábamos hacia el campo para continuar nuestro partido, cuya terminación se producía cuando acabábamos extenuados.
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Esto, como podemos ver en la primera imagen publicitaria que presento, pervive en gran medida en las nuevas generaciones. Eso sí, con mejor ropa y mejor balón que el que nosotros teníamos, y sin necesidad de que los chavales de ahora tengan que comer la onza de chocolate con pan que nos daban nuestras madres para reponer fuerzas.
Esa pasión futbolera continuaba con la colección de cromos, tan frecuente en una generación de niños mas bien pobres y sin ningún tipo de lujo. Unos años más crecidos, la pasión se complementaba con los futbolines, esos maravillosos armatostes en los que pasábamos horas y horas jugando de dos en dos o de cuatro en cuatro.
¡Qué enorme placer dar esos fuertes pelotazos con las barras que conducías desde uno de los lados! Nada que ver con los insulsos videojuegos que, con el paso del tiempo, suplirían a todos aquellas grandes y pesadas mesas de madera en las que no había que gastar tanto dinero, al tiempo que hasta se lograban curiosas habilidades y destrezas manuales.
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Y si alguien no cree en lo que estoy contando, ahí muestro una instantánea del gran Pelé, con esa sonrisa de niño grande que siempre la ha acompañado, jugándose una partida con Zidane, mientras que Maradona señala a quién le toca sacar. No me cabe la menor duda de que ese disfrute en grupo ha sido arrinconado por las rentables y caras maquinitas que hace a los niños y mayores consuman y gasten más dinero.
Más adelante, cuando crecíamos y comenzábamos a salir con chicas, pronto nos hacíamos conscientes de que hablar con ellas de fútbol era una empresa inútil o, peor aún, motivo para que nos abandonara aquella que tanto nos gustaba, pues su mundo era otro.
Y aunque no atisbábamos a saber bien en qué consistía, nos decíamos que ellas eran románticas y que les gustaban las películas de Sissi Emperatriz, aquella gran actriz que encarnara la inolvidable Romy Schneider.
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Ambos y dispares mundos masculino y femenino parecen encarnados en este anuncio de hace unas décadas: la protagonista, según se dice, ha logrado su sueño, eso sí, a condición de que se adecue y aprenda a cocinar. Por parte de su pareja, que nos da la espalda, seguro que está pensando en su equipo favorito.
Esta imagen, cuando la proyecto actualmente en el aula, las alumnas al unísono sueltan horrorizadas: “¡Machismo!”. Creen que esa instantánea corresponde a la época de sus abuelas y, que de ningún modo, ninguna mujer de hoy en día se vería reflejada en la imagen.
Yo, tras apaciguarlas y poner en duda de que los cambios que ciertamente se han dado sean tan generalizables, les interrogo: “¿Seguro de que ya se ha alcanzado esa igualdad que defendéis? Entonces, ¿por qué tienen tanto éxito las revistas del corazón, que no cambian en el fondo con el transcurrir de los años?”.
Para que sean conscientes de que, en gran medida, perviven esos dos mundos, les proyecto a continuación un anuncio bastante reciente de Vodafone. Ambos protagonistas eufóricos: ella dice “¡Es el día más feliz de mi vida!”; él: “¡Menudo gol al contraataque acaba de marcar mi equipo!”.
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En el debate, reconozco que a bastantes chicas les gusta el fútbol y que algunos rostros femeninos se ven en los estadios, pero la verdad es que, a diferencia de otros, este es un deporte eminentemente masculino.
¿Deporte? Quizás mucho más que eso: es casi una religión que siguen millones y millones de fieles aficionados. Una religión en la que se unen cuerpo y alma, razón y pasión, de una manera casi perfecta.
Religión que, ciertamente, también mueve muchos millones, pero que sirve como refugio y viene a colmar los arrebatos y vehemencias de la gente desencantada y escéptica de tantas promesas incumplidas.
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Porque el fútbol, y sus máximos representantes, sí colman el cuerpo y el espíritu de tantos fieles que fervorosamente se entregan de modo incondicional y con total lealtad a los nuevos ídolos.
Así pues, ahí tenemos al mítico Ronaldo, anunciando slips de Emporio Armani. ¡Ni un gramo de grasa, todo musculatura y materia corpórea! Imagen admirada por el sector femenino y deseada para sí por todo joven que cree que con esa marca puesta inevitablemente seducirá a la primera que se le ponga por delante.
Pero la carne y el pecado se complementan a la perfección con el espíritu. Y nadie mejor que su rival, Messi, ese otro profeta del fútbol actual, para encarnar las aspiraciones de tantos y tantas como suspiran por él, aunque sea de distinta forma.
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Ahí le vemos en el más puro éxtasis místico. Baja de las alturas para traernos la buena nueva, al tiempo que una devota suya le lanza plegarias que no logramos atisbar, pero seguro que le está pidiendo que haga a su futuro niño tan buen futbolista como es él, pues, visto el panorama que le espera a las futuras generaciones, la palabra "trabajo" les sonará tan extraña como El Gordo de la Lotería Nacional.
Posdata: Amigo lector / amiga lectora, antes de acudir a un psicólogo para que te cure “la depre” que te genera el panorama de este país, hazte de cualquier equipo de fútbol, síguele incondicionalmente, apréndete todos los nombres de los jugadores, memoriza todas las jugadas, y, por encima de todo, ten en cuenta que mejor te vale una buena sobredosis futbolera, ya que, a fin de cuentas y si la utilizas bien, no cuesta dinero y carece de efectos secundarios. Es mucho mejor que atiborrarte de antidepresivos, cuyas ventas se han disparado en los últimos tiempos. Hazme caso, y seguro que me lo agradecerás.
Si lo desea, puede compartir este contenido: Vamos, que ser español era una auténtica bicoca. Tanto que despertábamos la envidia de todos los que nos veían allende nuestras fronteras. “Ahí va un español” (o una española, que también vale), escuchábamos por lo bajo en los corrillos que murmuraban con admiración ante el caminar seguro y firme de los habitantes de la piel de toro.
Y de repente, casi sin darnos cuenta, como si todo hubiera sido un cuento de hadas, nos vemos como esos países pobres del Tercer Mundo pidiendo que nos rescaten, a pesar de que “no estamos al borde del abismo” o “a las puertas del Apocalipsis”, como nos asegura con toda contundencia nuestro bien amado presidente del Gobierno, cuya clarividencia está fuera de toda duda.
Hoy, sin embargo, tantos mensajes felices se han evaporado. Los sufridos españoles sentimos que navegamos en medio de un inmenso océano, con fuertes tormentas y vientos huracanados, que hacen zozobrar esa envejecida y obsoleta nave en la que apretujados viajamos sin rumbo fijo.
Mareos, angustias, vómitos nos acompañan en la travesía. No tenemos un faro que nos guíe, ni atisbamos un puerto en el que arribar para descansar de tantas malas noticias que nos atosigan.
Si esto nadie lo remedia, las consultas de los psicólogos y psiquiatras no van a dar abasto a tanto necesitado de tranquilizantes incapaces de controlarse, porque los nervios no dan para más.
Y sin embargo, tenemos el remedio a la vuelta de la esquina: ¡El fútbol! Sí señor, el fútbol va a ser la tabla de salvación a la que nos agarremos para salir de ese estado depresivo en el que, casi sin darnos cuenta, hemos entrado y no sabemos cómo salir de él.
¡El fútbol es la panacea para tantos males como padecemos en la actualidad! Ahí está ese bálsamo, esa gran medicina que todos necesitamos y que va a curar todos nuestros males. Analicemos, pues, sin prejuicios, este remedio que está al alcance de cualquiera y sin que tenga que pagar ningún extra por ello.
Sabemos que todos los niños juegan a la pelota en su más tierna infancia. Yo, por ejemplo, cuando no levantaba un palmo del suelo le pegaba de manera continua patadas a todo lo que fuera redondo al igual que los críos de mi edad. Y, claro está, nos teníamos que hacer de algún equipo de fútbol para que tuviéramos verdadera identidad futbolera.
Así, un día, a uno de mis hermanos que era más mayor que yo le pregunté: “¿Cuál es el mejor equipo de España?”. Porque, claro, de ser de un equipo tendría que ser el mejor de todos. “El Barcelona”, me contestó sin darme mayores explicaciones. “Pues yo soy del Barcelona”, me dije para mis adentros, y fui a contarle la buena nueva a mis amigos.
Como lo iba pregonando a los cuatro vientos, un amigo de mi hermano me contó las maravillas de un jugador llamado Kubala. Y yo se las repetía a mis amigos que eran del Madrid, del Bilbao, del Atlético de Madrid, del Betis… puesto que había un amplio repertorio de equipos en el que elegir.
Como digo, jugábamos casi sin parar, siendo la calle por entonces era nuestro territorio de juegos, hasta que alguna señora mayor nos echaba la bronca porque le ensuciábamos la pared, y en grupo caminábamos hacia el campo para continuar nuestro partido, cuya terminación se producía cuando acabábamos extenuados.
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Esto, como podemos ver en la primera imagen publicitaria que presento, pervive en gran medida en las nuevas generaciones. Eso sí, con mejor ropa y mejor balón que el que nosotros teníamos, y sin necesidad de que los chavales de ahora tengan que comer la onza de chocolate con pan que nos daban nuestras madres para reponer fuerzas.
Esa pasión futbolera continuaba con la colección de cromos, tan frecuente en una generación de niños mas bien pobres y sin ningún tipo de lujo. Unos años más crecidos, la pasión se complementaba con los futbolines, esos maravillosos armatostes en los que pasábamos horas y horas jugando de dos en dos o de cuatro en cuatro.
¡Qué enorme placer dar esos fuertes pelotazos con las barras que conducías desde uno de los lados! Nada que ver con los insulsos videojuegos que, con el paso del tiempo, suplirían a todos aquellas grandes y pesadas mesas de madera en las que no había que gastar tanto dinero, al tiempo que hasta se lograban curiosas habilidades y destrezas manuales.
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Y si alguien no cree en lo que estoy contando, ahí muestro una instantánea del gran Pelé, con esa sonrisa de niño grande que siempre la ha acompañado, jugándose una partida con Zidane, mientras que Maradona señala a quién le toca sacar. No me cabe la menor duda de que ese disfrute en grupo ha sido arrinconado por las rentables y caras maquinitas que hace a los niños y mayores consuman y gasten más dinero.
Más adelante, cuando crecíamos y comenzábamos a salir con chicas, pronto nos hacíamos conscientes de que hablar con ellas de fútbol era una empresa inútil o, peor aún, motivo para que nos abandonara aquella que tanto nos gustaba, pues su mundo era otro.
Y aunque no atisbábamos a saber bien en qué consistía, nos decíamos que ellas eran románticas y que les gustaban las películas de Sissi Emperatriz, aquella gran actriz que encarnara la inolvidable Romy Schneider.
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Ambos y dispares mundos masculino y femenino parecen encarnados en este anuncio de hace unas décadas: la protagonista, según se dice, ha logrado su sueño, eso sí, a condición de que se adecue y aprenda a cocinar. Por parte de su pareja, que nos da la espalda, seguro que está pensando en su equipo favorito.
Esta imagen, cuando la proyecto actualmente en el aula, las alumnas al unísono sueltan horrorizadas: “¡Machismo!”. Creen que esa instantánea corresponde a la época de sus abuelas y, que de ningún modo, ninguna mujer de hoy en día se vería reflejada en la imagen.
Yo, tras apaciguarlas y poner en duda de que los cambios que ciertamente se han dado sean tan generalizables, les interrogo: “¿Seguro de que ya se ha alcanzado esa igualdad que defendéis? Entonces, ¿por qué tienen tanto éxito las revistas del corazón, que no cambian en el fondo con el transcurrir de los años?”.
Para que sean conscientes de que, en gran medida, perviven esos dos mundos, les proyecto a continuación un anuncio bastante reciente de Vodafone. Ambos protagonistas eufóricos: ella dice “¡Es el día más feliz de mi vida!”; él: “¡Menudo gol al contraataque acaba de marcar mi equipo!”.
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En el debate, reconozco que a bastantes chicas les gusta el fútbol y que algunos rostros femeninos se ven en los estadios, pero la verdad es que, a diferencia de otros, este es un deporte eminentemente masculino.
¿Deporte? Quizás mucho más que eso: es casi una religión que siguen millones y millones de fieles aficionados. Una religión en la que se unen cuerpo y alma, razón y pasión, de una manera casi perfecta.
Religión que, ciertamente, también mueve muchos millones, pero que sirve como refugio y viene a colmar los arrebatos y vehemencias de la gente desencantada y escéptica de tantas promesas incumplidas.
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Porque el fútbol, y sus máximos representantes, sí colman el cuerpo y el espíritu de tantos fieles que fervorosamente se entregan de modo incondicional y con total lealtad a los nuevos ídolos.
Así pues, ahí tenemos al mítico Ronaldo, anunciando slips de Emporio Armani. ¡Ni un gramo de grasa, todo musculatura y materia corpórea! Imagen admirada por el sector femenino y deseada para sí por todo joven que cree que con esa marca puesta inevitablemente seducirá a la primera que se le ponga por delante.
Pero la carne y el pecado se complementan a la perfección con el espíritu. Y nadie mejor que su rival, Messi, ese otro profeta del fútbol actual, para encarnar las aspiraciones de tantos y tantas como suspiran por él, aunque sea de distinta forma.
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Ahí le vemos en el más puro éxtasis místico. Baja de las alturas para traernos la buena nueva, al tiempo que una devota suya le lanza plegarias que no logramos atisbar, pero seguro que le está pidiendo que haga a su futuro niño tan buen futbolista como es él, pues, visto el panorama que le espera a las futuras generaciones, la palabra "trabajo" les sonará tan extraña como El Gordo de la Lotería Nacional.
Posdata: Amigo lector / amiga lectora, antes de acudir a un psicólogo para que te cure “la depre” que te genera el panorama de este país, hazte de cualquier equipo de fútbol, síguele incondicionalmente, apréndete todos los nombres de los jugadores, memoriza todas las jugadas, y, por encima de todo, ten en cuenta que mejor te vale una buena sobredosis futbolera, ya que, a fin de cuentas y si la utilizas bien, no cuesta dinero y carece de efectos secundarios. Es mucho mejor que atiborrarte de antidepresivos, cuyas ventas se han disparado en los últimos tiempos. Hazme caso, y seguro que me lo agradecerás.
AURELIANO SÁINZ