No me gusta contar historias que no puedo contrastar. Si las cuento es a amigos, pero escribirlas o radiarlas es otra cosa. Hoy lo voy a hacer porque algunos lectores me han recordado que hace años di algunas pistas sobre el tema. También porque he estado charlando con mi amigo Antonio Salas –cuyo libro Operación princesa me tiene enganchadísimo- y salió el tema y me animó a aportar los datos.
Me la contó no uno, sino dos agentes del entonces Cesid –ahora CNI- que llevaban varios años trabajando en el servicio cuando ocurrieron los hechos. Eran fuentes cercanas entre ellos, por lo que puse en cuestión la autenticidad del relato. Y era tan secreto que pocas personas más lo conocían y no conseguí arrancarles su testimonio.
El hecho sabido es que el 13 de noviembre de 1992 desaparecieron las niñas Desireé, Miriam y Toñi en Alcàsser (Valencia) y se armó el gran follón en toda España. De entre 14 y 15 años, sus cadáveres aparecieron el 27 de enero de 1993. No solo habían sido violadas reiteradamente, sino torturadas con saña.
En aquellos meses funcionaba en el Cesid el Gabinete de Escuchas, que interceptaba de una forma aleatoria las llamadas entre teléfonos móviles que por entonces todavía no estaban al alcance de cualquiera y eran de uso habitual entre potentados e influyentes.
Según el relato que me contaron, uno de los agentes que interceptaba las llamadas escuchó una conversación relacionada con el brutal asesinato. Uno de los que hablaba era un hombre que no tardó en identificar como un valenciano influyente con buenas relaciones con el Gobierno –al que podría haber pertenecido-.
Hizo un informe con todos los datos disponibles y se lo pasó a su jefe y éste, a su vez, al suyo. La respuesta fue nítida, muy clara: abandonar inmediatamente la escucha. El agente recibió la orden pero no la cumplió. Sin apuntar nada, siguió dejando un hueco cada día al espionaje de tan preocupante tipo. No le duró mucho el esfuerzo por conseguir información. Fue descubierto y fulminantemente expulsado.
Esta historia de un espía que pudo destapar la verdad del caso Alcàsser y unos jefes que se lo impidieron me la contaron –sé que a algún otro periodista también- durante el año 1995, cuando se descubrieron las escuchas ilegales del Cesid.
Entonces se desveló el espionaje al Rey, a empresarios, a ministros y a periodistas, pero nadie contó lo de Alcàsser. Quizás porque era lo más gordo de todo o, quizás, porque era simplemente un invento convertido en leyenda.
Me la contó no uno, sino dos agentes del entonces Cesid –ahora CNI- que llevaban varios años trabajando en el servicio cuando ocurrieron los hechos. Eran fuentes cercanas entre ellos, por lo que puse en cuestión la autenticidad del relato. Y era tan secreto que pocas personas más lo conocían y no conseguí arrancarles su testimonio.
El hecho sabido es que el 13 de noviembre de 1992 desaparecieron las niñas Desireé, Miriam y Toñi en Alcàsser (Valencia) y se armó el gran follón en toda España. De entre 14 y 15 años, sus cadáveres aparecieron el 27 de enero de 1993. No solo habían sido violadas reiteradamente, sino torturadas con saña.
En aquellos meses funcionaba en el Cesid el Gabinete de Escuchas, que interceptaba de una forma aleatoria las llamadas entre teléfonos móviles que por entonces todavía no estaban al alcance de cualquiera y eran de uso habitual entre potentados e influyentes.
Según el relato que me contaron, uno de los agentes que interceptaba las llamadas escuchó una conversación relacionada con el brutal asesinato. Uno de los que hablaba era un hombre que no tardó en identificar como un valenciano influyente con buenas relaciones con el Gobierno –al que podría haber pertenecido-.
Hizo un informe con todos los datos disponibles y se lo pasó a su jefe y éste, a su vez, al suyo. La respuesta fue nítida, muy clara: abandonar inmediatamente la escucha. El agente recibió la orden pero no la cumplió. Sin apuntar nada, siguió dejando un hueco cada día al espionaje de tan preocupante tipo. No le duró mucho el esfuerzo por conseguir información. Fue descubierto y fulminantemente expulsado.
Esta historia de un espía que pudo destapar la verdad del caso Alcàsser y unos jefes que se lo impidieron me la contaron –sé que a algún otro periodista también- durante el año 1995, cuando se descubrieron las escuchas ilegales del Cesid.
Entonces se desveló el espionaje al Rey, a empresarios, a ministros y a periodistas, pero nadie contó lo de Alcàsser. Quizás porque era lo más gordo de todo o, quizás, porque era simplemente un invento convertido en leyenda.
FERNANDO RUEDA