Desde estas páginas digitales quisiera felicitar a los estudiantes de la Universidad de Santiago de Compostela que han tenido la valentía de denunciar a un profesor de Didáctica que en sus clases insultaba gravemente a los homosexuales con sus opiniones homófobas.
Quizás los lectores ya conozcan la noticia que ha sido dada por distintos medios de comunicación, pero en mi caso no voy simplemente a sumarme en la condena de algo que contraviene al derecho a la identidad sexual de las personas y que está recogido, de un modo u otro, en de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Lo más grave de las declaraciones de este profesor (su nombre da lo mismo) es que relacionaba homosexualidad con el grave delito de la pederastia. De igual modo, indicaba que la homosexualidad era “un vicio”, “una enfermedad contagiosa” que “era congénita”, etc.
Y parece ser que ha estado nada menos que 35 años impartiendo docencia sin que nadie le llamara la atención hasta ahora, cuando un grupo de chicos y chicas que asistían a sus clases hayan tenido el valor de denunciarlo públicamente para que la Universidad tomara medidas contra él.
Puesto que yo llevo aún más años pisando las aulas de las universidades, me alegra enormemente que haya estudiantes que pierdan el miedo, que sean valientes, que tengan el arrojo de enfrentarse a opiniones que cualquier profesor o la profesora se las debería guardar para sí mismos (aunque convendría que las cambiaran), y sean capaces de unirse en una denuncia que podría acarrearles problemas.
No debemos olvidar que el profesorado tiene un instrumento que puede utilizarlo como medio de represión: el examen. Y esto lo saben perfectamente los estudiantes, que entienden que, en ocasiones, simplemente manifestando opiniones contrarias a quien lleva la asignatura se arriesgan a ser vistos como “incómodos”, “críticos”, “no dóciles”, etc.
Son muchos y variados los ejemplos que podría poner de los atropellos a los que pueden ser sometidos, pues, como bien he indicado, son bastantes años conociendo actuaciones arbitrarias, fuera como estudiante o como docente.
Si miro hacia atrás, y como pequeño ejemplo, puedo recordar que, siendo estudiante de Arquitectura y en la asignatura de Deontología, el profesor, licenciado en Derecho, se permitía cuestionar, sin que viniera a cuento ya que no era tema del programa, algunos nombres que por entonces para nosotros eran referentes de dignidad y de lucha, como era el caso de Che Guevara.
Ya fuera de la clase, de forma correcta, le indiqué que no me parecía razonable que introdujera nombres con los que él podía no estar de acuerdo, ya que había otras opiniones y no se podían expresar en la clase. Consecuencia: fui el único alumno suspendido en la clase, a pesar ser una asignatura relativamente fácil de aprobar, si la comparamos con la dureza de las otras.
Como profesor, podría dar cuenta de bastantes casos de abusos e injusticias. Pero la solución a esto no es “la sumisión” como la autora de Cásate y sé sumisa y el arzobispo de Granada predican, sino la rebeldía y la no aceptación de las arbitrariedades.
En ocasiones, la postura tiene que ser personal, ya que es de tipo individual la defensa de los propios derechos. En otras, como el caso que comentamos, la unión de los estudiantes es fundamental: que no haya algunos que rompan la fuerza que da el sentirse unidos para ser capaces de llevar adelante una reivindicación.
Por suerte para los estudiantes de Magisterio de Santiago de Compostela, el Rectorado ha admitido la denuncia que han presentado y está dispuesto a tomar medidas disciplinaras contra el profesor homófobo. ¡Ojala sea así y no se quede en una mera componenda, como en otros casos! Esto reforzaría la convicción de que merece la pena hacer frente a situaciones de esta índole.
De nuevo, reitero mi felicitación a esos estudiantes que han sabido decir basta a este profesor después tantos años. Puedo imaginar que el silencio, el no querer entrometerse, el no querer saber nada, de compañeros que a buen seguro sabían quién era y lo que decía, pero que en base a un falso compañerismo les hacían mirar a otro lado. Y han tenido que ser chicos y chicas jóvenes los que, como popularmente se dice, hayan dado la cara. ¡Enhorabuena!
Quizás los lectores ya conozcan la noticia que ha sido dada por distintos medios de comunicación, pero en mi caso no voy simplemente a sumarme en la condena de algo que contraviene al derecho a la identidad sexual de las personas y que está recogido, de un modo u otro, en de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Lo más grave de las declaraciones de este profesor (su nombre da lo mismo) es que relacionaba homosexualidad con el grave delito de la pederastia. De igual modo, indicaba que la homosexualidad era “un vicio”, “una enfermedad contagiosa” que “era congénita”, etc.
Y parece ser que ha estado nada menos que 35 años impartiendo docencia sin que nadie le llamara la atención hasta ahora, cuando un grupo de chicos y chicas que asistían a sus clases hayan tenido el valor de denunciarlo públicamente para que la Universidad tomara medidas contra él.
Puesto que yo llevo aún más años pisando las aulas de las universidades, me alegra enormemente que haya estudiantes que pierdan el miedo, que sean valientes, que tengan el arrojo de enfrentarse a opiniones que cualquier profesor o la profesora se las debería guardar para sí mismos (aunque convendría que las cambiaran), y sean capaces de unirse en una denuncia que podría acarrearles problemas.
No debemos olvidar que el profesorado tiene un instrumento que puede utilizarlo como medio de represión: el examen. Y esto lo saben perfectamente los estudiantes, que entienden que, en ocasiones, simplemente manifestando opiniones contrarias a quien lleva la asignatura se arriesgan a ser vistos como “incómodos”, “críticos”, “no dóciles”, etc.
Son muchos y variados los ejemplos que podría poner de los atropellos a los que pueden ser sometidos, pues, como bien he indicado, son bastantes años conociendo actuaciones arbitrarias, fuera como estudiante o como docente.
Si miro hacia atrás, y como pequeño ejemplo, puedo recordar que, siendo estudiante de Arquitectura y en la asignatura de Deontología, el profesor, licenciado en Derecho, se permitía cuestionar, sin que viniera a cuento ya que no era tema del programa, algunos nombres que por entonces para nosotros eran referentes de dignidad y de lucha, como era el caso de Che Guevara.
Ya fuera de la clase, de forma correcta, le indiqué que no me parecía razonable que introdujera nombres con los que él podía no estar de acuerdo, ya que había otras opiniones y no se podían expresar en la clase. Consecuencia: fui el único alumno suspendido en la clase, a pesar ser una asignatura relativamente fácil de aprobar, si la comparamos con la dureza de las otras.
Como profesor, podría dar cuenta de bastantes casos de abusos e injusticias. Pero la solución a esto no es “la sumisión” como la autora de Cásate y sé sumisa y el arzobispo de Granada predican, sino la rebeldía y la no aceptación de las arbitrariedades.
En ocasiones, la postura tiene que ser personal, ya que es de tipo individual la defensa de los propios derechos. En otras, como el caso que comentamos, la unión de los estudiantes es fundamental: que no haya algunos que rompan la fuerza que da el sentirse unidos para ser capaces de llevar adelante una reivindicación.
Por suerte para los estudiantes de Magisterio de Santiago de Compostela, el Rectorado ha admitido la denuncia que han presentado y está dispuesto a tomar medidas disciplinaras contra el profesor homófobo. ¡Ojala sea así y no se quede en una mera componenda, como en otros casos! Esto reforzaría la convicción de que merece la pena hacer frente a situaciones de esta índole.
De nuevo, reitero mi felicitación a esos estudiantes que han sabido decir basta a este profesor después tantos años. Puedo imaginar que el silencio, el no querer entrometerse, el no querer saber nada, de compañeros que a buen seguro sabían quién era y lo que decía, pero que en base a un falso compañerismo les hacían mirar a otro lado. Y han tenido que ser chicos y chicas jóvenes los que, como popularmente se dice, hayan dado la cara. ¡Enhorabuena!
AURELIANO SÁINZ