Hay un caso, de todos conocidos, que ha conmocionado no hace mucho a toda la sociedad española, y no solo al lugar en el que tristemente se produjeron los hechos como es la ciudad de Córdoba. En mi caso, he sido invitado alguna vez por psiquiatras a interpretar dibujos de niños o niñas para clarificar la situación emocional en la que se encontraban y entender conflictos emocionales profundos derivados de la actuación del padre o de la madre.
Pero no voy a entrar en esos casos extremos, sino que voy a hablar de la falta de afectividad o de amor de padres o madres que consideramos normales, pero que están ausentes de una función básica: la de transmitir cariño hacia los hijos, de modo que estos se sientan seguros y felices con ellos.
Hemos de tener en cuenta que esta afirmación que hago en el título del artículo lo abordo desde la perspectiva de los escolares, es decir, desde el punto de vista de los sujetos con los cuales llevo a cabo las investigaciones. Porque estoy seguro que si se les preguntara al padre o a la madre de un niño que si quiere a su hijo, la propia pregunta la tomaría como una ofensa inadmisible, y, quizás, nos respondiera: “¿Pero quién va a querer más a mi hijo que yo mismo?”.
Lamentablemente no sucede siempre así: en bastantes casos me encuentro que el origen de los problemas en los estudios o en las conductas se encuentra en una falta de afecto o de cariño por parte de los progenitores.
Y es que sin llegar a ser una situación patológica, muchos niños y niñas viven en el seno de una familia en la que no se sienten queridos, en la que predominan relaciones muy formales y de sus padres reciben constantes órdenes y directrices de comportamientos, pero escasas manifestaciones de afecto.
Hemos de tener en cuenta que el desarrollo emocional del niño es básico, pues no se trata solamente de que vaya bien en los estudios y responda a las expectativas escolares de sus padres. Hoy sabemos que la autoestima es un factor de gran orden para su bienestar y no es posible lograrla si no vive el cariño y siente que es importante por el aprecio y los ánimos que le transmiten sus padres.
Y para conocer realmente los sentimientos más profundos de niños y adolescentes nada mejor que el dibujo libre, pues si se acude a la entrevista, lógicamente, responderán que sus padres les quieren, pues ellos mismos no van a exponer públicamente unas emociones que saben que hay que guardárselas para sí mismos.
Son diversos los modos que tienen para expresar gráficamente la ausencia de amor hacia ellos. Para que podamos entenderlo, he seleccionado cuatro trabajos diferentes, aunque podrían ser muchos, ya que el dibujo, en última instancia, es una narración gráfica que podemos interpretar si tenemos la formación previa para ello.
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Comenzamos por el dibujo realizado por un chico de 11 años. Lo primero que llama la atención es que todas las figuras tienen los brazos pegados al cuerpo; es más, su padre y su madre los tienen metidos en los bolsillos.
Este es el primer indicio de falta de conexión afectiva entre ellos, pues, como he comentado en trabajos anteriores, uno de los modos de manifestación del cariño es que los miembros aparezcan cogidos de la mano o con los brazos en alto o extendidos, tal como lo hacemos cuando nos encontramos con alguien que nos produce ese sentimiento, pues los brazos simbolizan el afecto, ya que con ellos nos abrazamos las personas que nos queremos.
La seriedad del rostro de los cuatro miembros es otra de las manifestaciones de la fría relación que hay entre los mismos, a lo que hay que sumar el alejamiento de las figuras, especialmente la figura de la madre que se encuentra a gran distancia del autor.
Por otro lado, interpone un montículo entre su padre y su madre, lo que es una barrera que impide el contacto entre ellos; también entre su hermana y él mismo se interpone un árbol, otra barrera física que es expresión inconsciente de ese distanciamiento que existe entre ambos dos.
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El segundo trabajo corresponde a un niño de 8 años. Como dato curioso tengo que indicar que A. es zurdo, pues, si observamos el dibujo, vemos que numera los personajes de derecha a izquierda, en la dirección opuesta a la manera en que la hacemos los diestros, ya que seguimos el orden que marca la escritura occidental: de izquierda a derecha.
Tanto él como su hermano y su padre tienen los brazos pegados al cuerpo (señal de incomunicación), pero lo que es un claro indicio de la falta de afectividad es la enorme distancia que hay entre ellos y sus padres, teniendo en consideración el espacio en el que tiene que representar las figuras. Podría decirse, que su único compañero de vida y con el que mantiene algo de relación es con su hermano, un poco mayor que él.
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Otro de los modos de expresar la falta de cariño es no dibujando al padre, a la madre o a ambos. Cuando uno de los progenitores queda fuera de la escena es manifestación palpable de un fuerte conflicto, aunque se encuentre de modo latente. Es lo que sucede con el tercer dibujo, correspondiente a una niña de 5 años.
La escena está construida con dos únicos personajes: la autora y su padre. ¿Y dónde se encuentra la madre? Al preguntarle a la pequeña, me respondió encogiéndose de hombros, como no sabiendo o no queriendo responder a una pregunta que le resultaba incómoda.
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Quizás el modo más contundente de la falta de cariño es la ausencia de representación del propio personaje, como sucede en el cuarto dibujo correspondiente a un niño de 7 años. El autor dibujó a su padre y a su madre, trazando una línea para representar el suelo. Una vez acabados, dudó; comenzó a dibujarse a sí mismo, pero inmediatamente se borró, dejando la huella sobre la lámina. En este caso, queda explicitado que R. siente que él no significa nada para sus padres, que sobra en la escena que representa a la familia, que él está de más.
Para finalizar, quisiera indicar que no he traído a este trabajo los casos más traumáticos con los que me he encontrado a lo largo de los años, pues entraríamos en el ámbito psicopatológico, que se sale un tanto de la línea que me he marcado para este diario digital, aunque se acercaran a ese que he mencionado al comienzo del artículo.
Por otro lado, en el título he utilizado conscientemente los términos “padres” y “madres”, no siguiendo ese lenguaje que me parece muy desafortunado y que consiste en duplicar los términos en función del género. Por mi parte, los empleo cuando tiene verdadera significación, como es este caso, ya que, a pesar de la idea tan extendida de que todas las madres son muy cariñosas y los padres los que desatienden a los hijos, hay que acabar con este estereotipo que tanto ha dañado y daña a padres que aman a sus hijos.
Pero no voy a entrar en esos casos extremos, sino que voy a hablar de la falta de afectividad o de amor de padres o madres que consideramos normales, pero que están ausentes de una función básica: la de transmitir cariño hacia los hijos, de modo que estos se sientan seguros y felices con ellos.
Hemos de tener en cuenta que esta afirmación que hago en el título del artículo lo abordo desde la perspectiva de los escolares, es decir, desde el punto de vista de los sujetos con los cuales llevo a cabo las investigaciones. Porque estoy seguro que si se les preguntara al padre o a la madre de un niño que si quiere a su hijo, la propia pregunta la tomaría como una ofensa inadmisible, y, quizás, nos respondiera: “¿Pero quién va a querer más a mi hijo que yo mismo?”.
Lamentablemente no sucede siempre así: en bastantes casos me encuentro que el origen de los problemas en los estudios o en las conductas se encuentra en una falta de afecto o de cariño por parte de los progenitores.
Y es que sin llegar a ser una situación patológica, muchos niños y niñas viven en el seno de una familia en la que no se sienten queridos, en la que predominan relaciones muy formales y de sus padres reciben constantes órdenes y directrices de comportamientos, pero escasas manifestaciones de afecto.
Hemos de tener en cuenta que el desarrollo emocional del niño es básico, pues no se trata solamente de que vaya bien en los estudios y responda a las expectativas escolares de sus padres. Hoy sabemos que la autoestima es un factor de gran orden para su bienestar y no es posible lograrla si no vive el cariño y siente que es importante por el aprecio y los ánimos que le transmiten sus padres.
Y para conocer realmente los sentimientos más profundos de niños y adolescentes nada mejor que el dibujo libre, pues si se acude a la entrevista, lógicamente, responderán que sus padres les quieren, pues ellos mismos no van a exponer públicamente unas emociones que saben que hay que guardárselas para sí mismos.
Son diversos los modos que tienen para expresar gráficamente la ausencia de amor hacia ellos. Para que podamos entenderlo, he seleccionado cuatro trabajos diferentes, aunque podrían ser muchos, ya que el dibujo, en última instancia, es una narración gráfica que podemos interpretar si tenemos la formación previa para ello.
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Comenzamos por el dibujo realizado por un chico de 11 años. Lo primero que llama la atención es que todas las figuras tienen los brazos pegados al cuerpo; es más, su padre y su madre los tienen metidos en los bolsillos.
Este es el primer indicio de falta de conexión afectiva entre ellos, pues, como he comentado en trabajos anteriores, uno de los modos de manifestación del cariño es que los miembros aparezcan cogidos de la mano o con los brazos en alto o extendidos, tal como lo hacemos cuando nos encontramos con alguien que nos produce ese sentimiento, pues los brazos simbolizan el afecto, ya que con ellos nos abrazamos las personas que nos queremos.
La seriedad del rostro de los cuatro miembros es otra de las manifestaciones de la fría relación que hay entre los mismos, a lo que hay que sumar el alejamiento de las figuras, especialmente la figura de la madre que se encuentra a gran distancia del autor.
Por otro lado, interpone un montículo entre su padre y su madre, lo que es una barrera que impide el contacto entre ellos; también entre su hermana y él mismo se interpone un árbol, otra barrera física que es expresión inconsciente de ese distanciamiento que existe entre ambos dos.
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El segundo trabajo corresponde a un niño de 8 años. Como dato curioso tengo que indicar que A. es zurdo, pues, si observamos el dibujo, vemos que numera los personajes de derecha a izquierda, en la dirección opuesta a la manera en que la hacemos los diestros, ya que seguimos el orden que marca la escritura occidental: de izquierda a derecha.
Tanto él como su hermano y su padre tienen los brazos pegados al cuerpo (señal de incomunicación), pero lo que es un claro indicio de la falta de afectividad es la enorme distancia que hay entre ellos y sus padres, teniendo en consideración el espacio en el que tiene que representar las figuras. Podría decirse, que su único compañero de vida y con el que mantiene algo de relación es con su hermano, un poco mayor que él.
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Otro de los modos de expresar la falta de cariño es no dibujando al padre, a la madre o a ambos. Cuando uno de los progenitores queda fuera de la escena es manifestación palpable de un fuerte conflicto, aunque se encuentre de modo latente. Es lo que sucede con el tercer dibujo, correspondiente a una niña de 5 años.
La escena está construida con dos únicos personajes: la autora y su padre. ¿Y dónde se encuentra la madre? Al preguntarle a la pequeña, me respondió encogiéndose de hombros, como no sabiendo o no queriendo responder a una pregunta que le resultaba incómoda.
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Quizás el modo más contundente de la falta de cariño es la ausencia de representación del propio personaje, como sucede en el cuarto dibujo correspondiente a un niño de 7 años. El autor dibujó a su padre y a su madre, trazando una línea para representar el suelo. Una vez acabados, dudó; comenzó a dibujarse a sí mismo, pero inmediatamente se borró, dejando la huella sobre la lámina. En este caso, queda explicitado que R. siente que él no significa nada para sus padres, que sobra en la escena que representa a la familia, que él está de más.
Para finalizar, quisiera indicar que no he traído a este trabajo los casos más traumáticos con los que me he encontrado a lo largo de los años, pues entraríamos en el ámbito psicopatológico, que se sale un tanto de la línea que me he marcado para este diario digital, aunque se acercaran a ese que he mencionado al comienzo del artículo.
Por otro lado, en el título he utilizado conscientemente los términos “padres” y “madres”, no siguiendo ese lenguaje que me parece muy desafortunado y que consiste en duplicar los términos en función del género. Por mi parte, los empleo cuando tiene verdadera significación, como es este caso, ya que, a pesar de la idea tan extendida de que todas las madres son muy cariñosas y los padres los que desatienden a los hijos, hay que acabar con este estereotipo que tanto ha dañado y daña a padres que aman a sus hijos.
AURELIANO SÁINZ