Sólo he escrito una carta a los Reyes Magos, sin que sirviera de nada. Ninguna de mis peticiones fue atendida, lo que ahondó mi incredulidad sobre la existencia de reyes que procedieran de Oriente, montados en camellos o encaramados en carrozas, y que fueran magos, como se proclaman los que adoramos equivocadamente en estos días.
Aquel silencio confirmó una patraña de la que siempre he sospechado, a pesar de que no solicitaba ninguna dádiva para mí, sino el mantenimiento de los servicios públicos esenciales de la sociedad, como la sanidad, la educación y las ayudas a los más desfavorecidos, prestaciones todas ellas que han sido recortadas, y que el Gobierno preservara la libertad y los derechos de los ciudadanos, cosas que finalmente se han visto reducidas o limitadas por voluntad del propio gobernante.
Incluso pedía que las empresas no manejaran exclusivamente el beneficio a la hora de valorar la función social del trabajo y la cohesión de una sociedad que, a través del empleo, reparte la riqueza nacional entre todos sus miembros. Ni siquiera la mención a evitar guerras y calamidades en el mundo tuvo respuesta. Los Reyes Magos de Oriente resultaron ser, con su clamoroso silencio, un engaño para los que mantienen la ilusión de recibir alguna ayuda para avanzar hacia un mundo mejor.
Por eso, en esta ocasión, me dirijo ahora a los verdaderos Reyes Malos de Occidente, los que en realidad posibilitan que dispongamos en nuestras vidas de las comodidades y los recursos que la hacen más llevadera.
Los reyes, reinas y pajes que deciden el grado y la extensión de los servicios públicos que podemos permitirnos y el tipo de organización social a la que podemos aspirar. Tienen algo bueno: no vienen de tan lejos, sino que habitan entre nosotros, concretamente en Alemania y Estados Unidos, desde donde controlan la llave maestra que pone en marcha la maquinaria que mueve nuestra sociedad: la economía.
Y no viven en castillos ni en palacios, sino en instituciones equipadas con los últimos adelantos tecnológicos para conocer en tiempo real en qué nos gastamos nuestros presupuestos y el dinero que nos prestan con interés especulativo.
Sé que son menos generosos que los farsantes Reyes Magos de Oriente, pero son más sinceros y responden a tus requerimientos, aunque la mayor parte de las veces sea para decirte que no, que no puedes gastar tanto, que tienes que ahorrar más, ganar menos y trabajar el doble. No se andan con caramelitos ni subterfugios.
A los Reyes Malos de Occidente quisiera pedirles que de verdad enciendan la "luz al final del túnel", esa que dicen ver sus visires en España al tiempo que congelan el salario mínimo de los trabajadores. Y que devuelvan la posibilidad de un trabajo digno y estable a los millones de españoles que se hallan comprendidos en ese 26 por ciento de la población activa en paro. No contar con un empleo o tener un salario miserable son condiciones que conducen a la pobreza extrema y que, según Cáritas, aumenta en nuestro país, imposibilitando ver ninguna luz esperanzadora a millones de personas que afrontan 2014 con escasas perspectivas de mejora.
También rogaría a los Reyes Malos que dejaran de exigir tanta austeridad en las inversiones públicas, pues ya se han congelado los salarios de los funcionarios por enésima vez y se ha despedido a miles de ellos en distintas administraciones, se han recortado las prestaciones por desempleo y becas, las pensiones no suben ni el coste de la vida y se estudia endurecer y limitar su cobro a los futuros perceptores, se ha establecido el repago farmacéutico, las ayudas por dependencia se han quedado sin capítulo presupuestario y, en definitiva, se ha recortado más de 7.000 millones de euros en sanidad y educación.
La precariedad brilla en cualquier sector que necesite del trabajador. Precariedad salarial en el país de Europa (salvo Chipre) donde más han bajado los salarios durante el año pasado; precariedad del trabajo, al ofrecer mayoritariamente sólo contratos temporales, a veces hasta por horas, en condiciones leoninas que no contemplan ningún derecho al trabajador ni remuneran las horas extraordinarias; y precariedad de trabajadores, al facilitar la Reforma Laboral el ajuste de las plantillas por debajo del necesario para la actividad de la empresa, a la que concede la facultad de despedir casi sin costo si sus estimaciones de rentabilidad no se cumplen.
Por ello, reclamaría a los Reyes Malos que hicieran algo por extirpar tanta precariedad de nuestra actividad productiva, pues sólo consigue un trabajo con menos calidad y trabajadores explotados, esquilmados y enfrentados a la empresa, sin capacidad ni para consumir, lo que redunda negativamente en la economía.
Y para no hacer más extensa la carta, pediría encarecidamente a los Reyes Malos de Occidente que evitaran la regresión en nuestros derechos y libertades, que alentaran el respeto a nuestra libertad de expresión, reunión y manifestación, sin que por ejercerlos seamos tratados de antisistemas y antipatriotas.
Que frenen las imposiciones moralistas y sectarias en los hábitos sociales para que cada cual se comporte en función de sus particulares criterios sin más límite que el respeto a los derechos de los demás, de tal manera que la que quiera abortar lo haga, y la creyente que desee ir a misa también lo haga, sin que ninguna de ellas imponga por ley sus ideas a la otra.
Tal vez siga siendo un ingenuo al pensar que los Reyes Malos atenderán esta vez mis peticiones, pero al menos sé que puedo dirigirme a ellos de manera directa. Me basta con remitir esta carta al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a la Organización Mundial de Comercio y a la sede de la Cancillería alemana, desde donde controlan la política económica de la Unión Europea.
Ellos responderán obligatoriamente a un escrito que pasa por Registro, aunque la respuesta pueda adivinarla por anticipado. Más inútil es enviarla a los Reyes Magos o al Visir de todos ellos, Magos y Malos: Rajoy.
Aquel silencio confirmó una patraña de la que siempre he sospechado, a pesar de que no solicitaba ninguna dádiva para mí, sino el mantenimiento de los servicios públicos esenciales de la sociedad, como la sanidad, la educación y las ayudas a los más desfavorecidos, prestaciones todas ellas que han sido recortadas, y que el Gobierno preservara la libertad y los derechos de los ciudadanos, cosas que finalmente se han visto reducidas o limitadas por voluntad del propio gobernante.
Incluso pedía que las empresas no manejaran exclusivamente el beneficio a la hora de valorar la función social del trabajo y la cohesión de una sociedad que, a través del empleo, reparte la riqueza nacional entre todos sus miembros. Ni siquiera la mención a evitar guerras y calamidades en el mundo tuvo respuesta. Los Reyes Magos de Oriente resultaron ser, con su clamoroso silencio, un engaño para los que mantienen la ilusión de recibir alguna ayuda para avanzar hacia un mundo mejor.
Por eso, en esta ocasión, me dirijo ahora a los verdaderos Reyes Malos de Occidente, los que en realidad posibilitan que dispongamos en nuestras vidas de las comodidades y los recursos que la hacen más llevadera.
Los reyes, reinas y pajes que deciden el grado y la extensión de los servicios públicos que podemos permitirnos y el tipo de organización social a la que podemos aspirar. Tienen algo bueno: no vienen de tan lejos, sino que habitan entre nosotros, concretamente en Alemania y Estados Unidos, desde donde controlan la llave maestra que pone en marcha la maquinaria que mueve nuestra sociedad: la economía.
Y no viven en castillos ni en palacios, sino en instituciones equipadas con los últimos adelantos tecnológicos para conocer en tiempo real en qué nos gastamos nuestros presupuestos y el dinero que nos prestan con interés especulativo.
Sé que son menos generosos que los farsantes Reyes Magos de Oriente, pero son más sinceros y responden a tus requerimientos, aunque la mayor parte de las veces sea para decirte que no, que no puedes gastar tanto, que tienes que ahorrar más, ganar menos y trabajar el doble. No se andan con caramelitos ni subterfugios.
A los Reyes Malos de Occidente quisiera pedirles que de verdad enciendan la "luz al final del túnel", esa que dicen ver sus visires en España al tiempo que congelan el salario mínimo de los trabajadores. Y que devuelvan la posibilidad de un trabajo digno y estable a los millones de españoles que se hallan comprendidos en ese 26 por ciento de la población activa en paro. No contar con un empleo o tener un salario miserable son condiciones que conducen a la pobreza extrema y que, según Cáritas, aumenta en nuestro país, imposibilitando ver ninguna luz esperanzadora a millones de personas que afrontan 2014 con escasas perspectivas de mejora.
También rogaría a los Reyes Malos que dejaran de exigir tanta austeridad en las inversiones públicas, pues ya se han congelado los salarios de los funcionarios por enésima vez y se ha despedido a miles de ellos en distintas administraciones, se han recortado las prestaciones por desempleo y becas, las pensiones no suben ni el coste de la vida y se estudia endurecer y limitar su cobro a los futuros perceptores, se ha establecido el repago farmacéutico, las ayudas por dependencia se han quedado sin capítulo presupuestario y, en definitiva, se ha recortado más de 7.000 millones de euros en sanidad y educación.
La precariedad brilla en cualquier sector que necesite del trabajador. Precariedad salarial en el país de Europa (salvo Chipre) donde más han bajado los salarios durante el año pasado; precariedad del trabajo, al ofrecer mayoritariamente sólo contratos temporales, a veces hasta por horas, en condiciones leoninas que no contemplan ningún derecho al trabajador ni remuneran las horas extraordinarias; y precariedad de trabajadores, al facilitar la Reforma Laboral el ajuste de las plantillas por debajo del necesario para la actividad de la empresa, a la que concede la facultad de despedir casi sin costo si sus estimaciones de rentabilidad no se cumplen.
Por ello, reclamaría a los Reyes Malos que hicieran algo por extirpar tanta precariedad de nuestra actividad productiva, pues sólo consigue un trabajo con menos calidad y trabajadores explotados, esquilmados y enfrentados a la empresa, sin capacidad ni para consumir, lo que redunda negativamente en la economía.
Y para no hacer más extensa la carta, pediría encarecidamente a los Reyes Malos de Occidente que evitaran la regresión en nuestros derechos y libertades, que alentaran el respeto a nuestra libertad de expresión, reunión y manifestación, sin que por ejercerlos seamos tratados de antisistemas y antipatriotas.
Que frenen las imposiciones moralistas y sectarias en los hábitos sociales para que cada cual se comporte en función de sus particulares criterios sin más límite que el respeto a los derechos de los demás, de tal manera que la que quiera abortar lo haga, y la creyente que desee ir a misa también lo haga, sin que ninguna de ellas imponga por ley sus ideas a la otra.
Tal vez siga siendo un ingenuo al pensar que los Reyes Malos atenderán esta vez mis peticiones, pero al menos sé que puedo dirigirme a ellos de manera directa. Me basta con remitir esta carta al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a la Organización Mundial de Comercio y a la sede de la Cancillería alemana, desde donde controlan la política económica de la Unión Europea.
Ellos responderán obligatoriamente a un escrito que pasa por Registro, aunque la respuesta pueda adivinarla por anticipado. Más inútil es enviarla a los Reyes Magos o al Visir de todos ellos, Magos y Malos: Rajoy.
DANIEL GUERRERO