La pobreza y el miedo a ella han provocado una ola de intolerancia en casi todo el continente europeo. Desde 2007 se ha podido constatar tanto el fracaso de las políticas de integración de inmigrantes o minorías étnicas como el quebranto de distintos modelos de convivencia que nunca llegaron a asentarse en los tiempos de bonanza. El último ejemplo relevante: Roma.
Las pruebas de esa crisis de convivencia son evidentes: el ascenso de partidos xenófobos de extrema derecha; altercados como los de Suecia (2013) o Reino Unido (2011); actos terroristas (Noruega, 2011); extradiciones masivas preventivas (Francia 2011) y, por supuesto, los rifirrafes del día a día, que no siempre transcienden pero que, sin embargo, son los más cercanos y los que se deben tener en cuenta para los ciudadanos de a pie.
Las causas de esta situación son muchas, aunque podemos destacar el paro; lo inhumano de los recortes sociales; el endurecimiento de las políticas migratorias; un discurso populista y xenófobo por parte de varios líderes políticos; la falta de seriedad que en ocasiones se encuentra en las escuelas a la hora de abordar este problema; la búsqueda de chivos expiatorios; el tratamiento de los inmigrantes como ganado, como pudo comprobarse en la reunión informal de ministros de Justicia y Asuntos Internos de la Unión Europea durante la semana pasada; la falta de control sobre la emigración irregular y un largo etcétera.
Y no hay que olvidarlo: esos desmadres del día a día tienen como causantes, alternativamente, tanto a los de un lado del conflicto y como a los del otro. Hay inocentes, por supuesto, pero no se puede compartir tampoco una visión maniquea. Tan peligroso es el extremo de un lado como el del otro.
Las víctimas del último caso relevante han sido los judíos en Roma, un colectivo que se encuentra plenamente integrado a día de hoy en la sociedad italiana y que empieza a sufrir ataques más propios del pasado.
Hace unos días, en vísperas del Día de Conmemoración del Holocausto, un grupo envió hasta tres paquetes llenos de cabezas de cerdo a la sinagoga de Roma, a la Embajada de Israel y a una exposición sobre la cultura judía. Antes habían aparecido sobre los muros de un barrio del norte de la ciudad una esvástica y escritos antisemitas como "Holocausto, mentira" o uno dirigido a Ana Frank, escrito con una hache de más "Hana Frank, mentirosa".
Grandes y pequeños actos que están acabando con la convivencia pacífica en Europa, volviéndose a situaciones más propias del pasado.
Las pruebas de esa crisis de convivencia son evidentes: el ascenso de partidos xenófobos de extrema derecha; altercados como los de Suecia (2013) o Reino Unido (2011); actos terroristas (Noruega, 2011); extradiciones masivas preventivas (Francia 2011) y, por supuesto, los rifirrafes del día a día, que no siempre transcienden pero que, sin embargo, son los más cercanos y los que se deben tener en cuenta para los ciudadanos de a pie.
Las causas de esta situación son muchas, aunque podemos destacar el paro; lo inhumano de los recortes sociales; el endurecimiento de las políticas migratorias; un discurso populista y xenófobo por parte de varios líderes políticos; la falta de seriedad que en ocasiones se encuentra en las escuelas a la hora de abordar este problema; la búsqueda de chivos expiatorios; el tratamiento de los inmigrantes como ganado, como pudo comprobarse en la reunión informal de ministros de Justicia y Asuntos Internos de la Unión Europea durante la semana pasada; la falta de control sobre la emigración irregular y un largo etcétera.
Y no hay que olvidarlo: esos desmadres del día a día tienen como causantes, alternativamente, tanto a los de un lado del conflicto y como a los del otro. Hay inocentes, por supuesto, pero no se puede compartir tampoco una visión maniquea. Tan peligroso es el extremo de un lado como el del otro.
Las víctimas del último caso relevante han sido los judíos en Roma, un colectivo que se encuentra plenamente integrado a día de hoy en la sociedad italiana y que empieza a sufrir ataques más propios del pasado.
Hace unos días, en vísperas del Día de Conmemoración del Holocausto, un grupo envió hasta tres paquetes llenos de cabezas de cerdo a la sinagoga de Roma, a la Embajada de Israel y a una exposición sobre la cultura judía. Antes habían aparecido sobre los muros de un barrio del norte de la ciudad una esvástica y escritos antisemitas como "Holocausto, mentira" o uno dirigido a Ana Frank, escrito con una hache de más "Hana Frank, mentirosa".
Grandes y pequeños actos que están acabando con la convivencia pacífica en Europa, volviéndose a situaciones más propias del pasado.
RAFAEL SOTO