Cada cierto tiempo, los medios de comunicación nos informan de un problema que se ha extendido en la población y que de modo especial empieza a incidir en la infancia y adolescencia con cierta significación. Me estoy refiriendo a la obesidad, ese sobrepeso que afecta a la salud y que, si quitamos la que tiene una procedencia genética, se debe en gran medida al carácter sedentario y a los tipos de alimentación que, procedentes mayoritariamente de Estados Unidos, se han expandido como una plaga por todo el mundo.
Y si cito un país concreto es porque los denominados fast foods se han extendido a la velocidad de vértigo, puesto que son multinacionales con gran poder económico y de penetración en los distintos países, sean o no desarrollados.
Se puede argumentar que esos centros de comida rápida se han establecido en las ciudades; que no existen en los pueblos. Es cierto, pero no solamente se han asentado físicamente en las grandes ciudades, sino que la publicidad que realizan las multinacionales de la comida rápida, con sus modalidades de alimentarse cogiendo los alimentos con las manos y sus curiosos modos culinarios, ha penetrado y se ha asentado en la mente de los niños y los jóvenes.
Y es que la admiración hacia los superhéroes, nacidos en el cómic y pasado a la gran pantalla, o hacia los estándares de vida americanos, se complementan con la fascinación hacia la Coca-Cola, las Nike, las grandes urbes con sus numerosos rascacielos… y un largo etcétera que se cerraría con los McDonald’s o los Burger King, fábricas industriales de hamburguesas que ya nos las encontramos en los sitios más recónditos del planeta.
Para los interesados en el fenómeno de la comida rápida le aconsejaría la lectura de Fast food del periodista estadounidense Eric Schlosser. Lo cierto es que este libro se lee como una verdadera y apasionante novela, aunque todos sus datos sean ciertos y claramente contrastados.
No me resisto a traer un par de párrafos del mismo. Sobre las famosas patatas fritas, apunta: El sabor de la patata frita utilizada en la industria de la comida rápida viene determinado en gran parte por el aceite utilizado en la cocción Durante décadas, McDonald’s cocinó sus patatas fritas con una mezcla aproximadamente de un 7 por ciento de semillas de algodón y un 93 por ciento de grasa de vacuno, lo que generaba su peculiar sabor y también la mayor cantidad de grasas saturadas por gramo.
La cadena competidora estadounidense no se libraba de sus críticas. Así, “el sabor a fresa artificial típico, como el que se encuentra en el batido de leche y fresa de Burger King, contiene los siguientes ingredientes: amilacetato, amilbutirato, amilvalerato, anisilformato, benzilacetato, benzilisobutirato, ácido butírico, cinamil isobutirato, diacetil, dipropilcetina…”, así hasta 49 aditivos descritos por orden alfabético para proporcionar el sabor característico buscado por esta cadena.
Bien es cierto que, ante el retroceso de la dieta mediterránea y la avalancha de productos cargados de grasas y de hidratos de carbono, cada vez los padres son más conscientes de que una alimentación sana en sus hijos es fundamental; no obstante y a pesar de ello, la obesidad en niños y adolescentes crece paulatinamente, y nuestro país no se libra de este problema.
Lógicamente, yo no soy experto en temas de nutrición; pero si traigo a colación este tema se debe a que con más frecuencia me estoy encontrando con chicos y chicas que viven su obesidad como un complejo que les hacen sentirse muy mal, y que lo manifiestan a través de los dibujos que he ido recogiendo acerca del tema de la familia.
Para que lo comprendamos, presento cuatro dibujos de escolares de edades y cursos distintos que, como digo, se sentían mal, no solo físicamente sino que tenían baja autoestima, como podremos comprobar.
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El primero corresponde a un niño de 8 años. Cuando recogí los dibujos de su clase y me acerqué a él, pude comprobar que estaba bastante obeso. Tras consultar con su profesor, entendí que estuviera obsesionado con su gordura, ya que era motivo de mofa por parte de sus compañeros.
En el dibujo, vemos que ha trazado a los cuatro miembros de la familia, con los brazos hacia atrás para mostrar la barriga de cada uno de ellos, como símbolo de obesidad. Lo más llamativo es que su hermano, que era mayor que él, también estudiaba en el mismo centro, pero que no presentaba la obesidad que el autor de este trabajo le atribuía.
Como no conozco a los padres, es posible que el niño extendiera el problema de la obesidad al resto de la familia, con lo que le resultaba más tranquilizador que admitirla para sí mismo.
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El segundo trabajo corresponde a A., un niño de 9 años. Quisiera apuntar que, en este caso, sí había obesidad en varios de los miembros de la familia. Pero hay dos cosas que me llamaron especialmente la atención: en primer lugar, que en la parte inferior de la lámina dibujara a un animal y que, dentro del globo de cómic que ha utilizado para todas las figuras, pusiera “Soy un mamut”; por otro lado, que la figura le representa a él mismo, tuviera cuatro brazos, como si intentara expresar el deseo de volar agitándolos.
La interpretación que realizo es que el chico se siente “como un mamut”, animal que, por cierto, desapareció de la Tierra, aunque ciertos científicos están especulando con la posibilidad de “recrearlo” a partir del ADN que han logrado aislar en restos hallados de este animal.
Por otro lado, y remitiéndome de nuevo al dibujo, el deseo de sentirse ágil y capaz de correr como sus compañeros, da lugar a que se proyecte intentando volar en la imagen que ha plasmado.
La autoestima (tema que trataré en otra ocasión) está “por los suelos” en los otros dos casos que vamos a comentar, correspondientes a un niño y a una niña, ambos de 7 años. ¿Y por qué está por los suelos? Sencillamente, como a continuación explico, en ninguno de los casos se han dibujado dentro de la escena, como es habitual cuando realizan el dibujo de la familia.
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El tercero de los trabajos corresponde a J., un niño que se encontraba en segundo curso de Primaria. Puesto que la gordura es difícil de ocultar, cuando recogí el trabajo pude comprobar que había dibujado a todos los miembros –su padre, su madre y sus hermanos mayores-, pero que él no se trazaba. Al preguntarle la razón de que no apareciera, se encogió de hombros, por lo que no insistí en preguntarle.
Como digo, cuando un chico o una chica no se representa en el dibujo de la familia es porque tiene problemas con su propia imagen, en sentido general. En este caso, J. dibujó a todos “cuadrados”, término que alude a una forma geométrica, pero que también lo usamos cuando se es grande, fuerte o con gordura.
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Cierro este pequeño recorrido con el dibujo de E., que también estaba en segundo curso de Primaria. Esta niña acude a representar a su madre, su hermana y su padre fuera de la casa y debajo de unas líneas que aluden al arco iris. Dentro de la casa, aparecen sus animales domésticos: su gato, su perro y su loro.
A pesar de que el dibujo es bastante expresivo y, en cierto modo, alegre, E. no se dibuja porque es la chica más obesa de la clase, siendo claramente consciente de este problema que le afecta mucho. Es la razón por la que se encuentre mal consigo misma y tenga un fuerte rechazo a la imagen que ofrece a sus compañeros de clase.
Para cerrar, quisiera indicar que hemos visto que la obesidad en los niños no es exclusivamente un problema de salud, sino que también les afecta emocionalmente desde el momento que interiorizan una imagen negativa de sí mismos, puesto que son objetos de mofas por parte de algunos de sus compañeros, ya que fácilmente pueden recibir un mote o apodo que les resulte hiriente, pues no siempre está cerca el profesorado para evitar estas discriminaciones tan frecuentes en los escolares.
Y si cito un país concreto es porque los denominados fast foods se han extendido a la velocidad de vértigo, puesto que son multinacionales con gran poder económico y de penetración en los distintos países, sean o no desarrollados.
Se puede argumentar que esos centros de comida rápida se han establecido en las ciudades; que no existen en los pueblos. Es cierto, pero no solamente se han asentado físicamente en las grandes ciudades, sino que la publicidad que realizan las multinacionales de la comida rápida, con sus modalidades de alimentarse cogiendo los alimentos con las manos y sus curiosos modos culinarios, ha penetrado y se ha asentado en la mente de los niños y los jóvenes.
Y es que la admiración hacia los superhéroes, nacidos en el cómic y pasado a la gran pantalla, o hacia los estándares de vida americanos, se complementan con la fascinación hacia la Coca-Cola, las Nike, las grandes urbes con sus numerosos rascacielos… y un largo etcétera que se cerraría con los McDonald’s o los Burger King, fábricas industriales de hamburguesas que ya nos las encontramos en los sitios más recónditos del planeta.
Para los interesados en el fenómeno de la comida rápida le aconsejaría la lectura de Fast food del periodista estadounidense Eric Schlosser. Lo cierto es que este libro se lee como una verdadera y apasionante novela, aunque todos sus datos sean ciertos y claramente contrastados.
No me resisto a traer un par de párrafos del mismo. Sobre las famosas patatas fritas, apunta: El sabor de la patata frita utilizada en la industria de la comida rápida viene determinado en gran parte por el aceite utilizado en la cocción Durante décadas, McDonald’s cocinó sus patatas fritas con una mezcla aproximadamente de un 7 por ciento de semillas de algodón y un 93 por ciento de grasa de vacuno, lo que generaba su peculiar sabor y también la mayor cantidad de grasas saturadas por gramo.
La cadena competidora estadounidense no se libraba de sus críticas. Así, “el sabor a fresa artificial típico, como el que se encuentra en el batido de leche y fresa de Burger King, contiene los siguientes ingredientes: amilacetato, amilbutirato, amilvalerato, anisilformato, benzilacetato, benzilisobutirato, ácido butírico, cinamil isobutirato, diacetil, dipropilcetina…”, así hasta 49 aditivos descritos por orden alfabético para proporcionar el sabor característico buscado por esta cadena.
Bien es cierto que, ante el retroceso de la dieta mediterránea y la avalancha de productos cargados de grasas y de hidratos de carbono, cada vez los padres son más conscientes de que una alimentación sana en sus hijos es fundamental; no obstante y a pesar de ello, la obesidad en niños y adolescentes crece paulatinamente, y nuestro país no se libra de este problema.
Lógicamente, yo no soy experto en temas de nutrición; pero si traigo a colación este tema se debe a que con más frecuencia me estoy encontrando con chicos y chicas que viven su obesidad como un complejo que les hacen sentirse muy mal, y que lo manifiestan a través de los dibujos que he ido recogiendo acerca del tema de la familia.
Para que lo comprendamos, presento cuatro dibujos de escolares de edades y cursos distintos que, como digo, se sentían mal, no solo físicamente sino que tenían baja autoestima, como podremos comprobar.
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El primero corresponde a un niño de 8 años. Cuando recogí los dibujos de su clase y me acerqué a él, pude comprobar que estaba bastante obeso. Tras consultar con su profesor, entendí que estuviera obsesionado con su gordura, ya que era motivo de mofa por parte de sus compañeros.
En el dibujo, vemos que ha trazado a los cuatro miembros de la familia, con los brazos hacia atrás para mostrar la barriga de cada uno de ellos, como símbolo de obesidad. Lo más llamativo es que su hermano, que era mayor que él, también estudiaba en el mismo centro, pero que no presentaba la obesidad que el autor de este trabajo le atribuía.
Como no conozco a los padres, es posible que el niño extendiera el problema de la obesidad al resto de la familia, con lo que le resultaba más tranquilizador que admitirla para sí mismo.
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El segundo trabajo corresponde a A., un niño de 9 años. Quisiera apuntar que, en este caso, sí había obesidad en varios de los miembros de la familia. Pero hay dos cosas que me llamaron especialmente la atención: en primer lugar, que en la parte inferior de la lámina dibujara a un animal y que, dentro del globo de cómic que ha utilizado para todas las figuras, pusiera “Soy un mamut”; por otro lado, que la figura le representa a él mismo, tuviera cuatro brazos, como si intentara expresar el deseo de volar agitándolos.
La interpretación que realizo es que el chico se siente “como un mamut”, animal que, por cierto, desapareció de la Tierra, aunque ciertos científicos están especulando con la posibilidad de “recrearlo” a partir del ADN que han logrado aislar en restos hallados de este animal.
Por otro lado, y remitiéndome de nuevo al dibujo, el deseo de sentirse ágil y capaz de correr como sus compañeros, da lugar a que se proyecte intentando volar en la imagen que ha plasmado.
La autoestima (tema que trataré en otra ocasión) está “por los suelos” en los otros dos casos que vamos a comentar, correspondientes a un niño y a una niña, ambos de 7 años. ¿Y por qué está por los suelos? Sencillamente, como a continuación explico, en ninguno de los casos se han dibujado dentro de la escena, como es habitual cuando realizan el dibujo de la familia.
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El tercero de los trabajos corresponde a J., un niño que se encontraba en segundo curso de Primaria. Puesto que la gordura es difícil de ocultar, cuando recogí el trabajo pude comprobar que había dibujado a todos los miembros –su padre, su madre y sus hermanos mayores-, pero que él no se trazaba. Al preguntarle la razón de que no apareciera, se encogió de hombros, por lo que no insistí en preguntarle.
Como digo, cuando un chico o una chica no se representa en el dibujo de la familia es porque tiene problemas con su propia imagen, en sentido general. En este caso, J. dibujó a todos “cuadrados”, término que alude a una forma geométrica, pero que también lo usamos cuando se es grande, fuerte o con gordura.
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Cierro este pequeño recorrido con el dibujo de E., que también estaba en segundo curso de Primaria. Esta niña acude a representar a su madre, su hermana y su padre fuera de la casa y debajo de unas líneas que aluden al arco iris. Dentro de la casa, aparecen sus animales domésticos: su gato, su perro y su loro.
A pesar de que el dibujo es bastante expresivo y, en cierto modo, alegre, E. no se dibuja porque es la chica más obesa de la clase, siendo claramente consciente de este problema que le afecta mucho. Es la razón por la que se encuentre mal consigo misma y tenga un fuerte rechazo a la imagen que ofrece a sus compañeros de clase.
Para cerrar, quisiera indicar que hemos visto que la obesidad en los niños no es exclusivamente un problema de salud, sino que también les afecta emocionalmente desde el momento que interiorizan una imagen negativa de sí mismos, puesto que son objetos de mofas por parte de algunos de sus compañeros, ya que fácilmente pueden recibir un mote o apodo que les resulte hiriente, pues no siempre está cerca el profesorado para evitar estas discriminaciones tan frecuentes en los escolares.
AURELIANO SÁINZ