El título con el que arranco estas líneas no es un recurso literario. Intenta evidenciar la triste realidad actual de muchos niños en nuestro país sumados a los recuerdos y a las vivencias de un chiquillo andaluz, que hace muchos años vivía en el Llanete de la Cruz compartiendo juegos, churretes y hambre atrasada. Hoy con miedo en los huesos y con recelo rememora tiempos pasados.
Entre los años cincuenta a los setenta del siglo pasado –¡hace tiempo ya!- en muchos pueblos de Andalucía vivíamos chiquillos con pantalones remendados, zapatos con ventilación, telarañas en el estómago por falta de alimentos y algunos trabajando de cualquier cosa para llevar una peseta más a los roídos ingresos familiares.
Chiquillos que iluminaban sus churretosas caritas con dos velas colgando y una sonrisa mellada. De aquellos años hay que resaltar la solidaridad y la generosidad de unos vecinos para con otros, en la mayoría de casos, porque los pobres se conocían y se ayudaban entre sí.
Tiempos con asesina mirada que actualizan a la memoria. Para hablar de hambre hay que haberla masticado y, por desgracia, algunos de nosotros conocemos su desdentada boca. Eran años de miseria, de desnudez en el más amplio sentido de la palabra.
Esos amargos recuerdos rebrotan ahora en otros niños de caras macilentas y miradas apagadas porque el hambre se ha sentado a la mesa de muchos hogares españoles. Y es que hoy más que nunca, los problemas son mundiales, es decir, nos afectan a todos.
Nadie puede alegar que ignora lo que pasa a su alrededor, ni pretender aislarse con el deseo de quedar fuera de toda contaminación. Pero además de imposible, es inaceptable que una parte de la Humanidad pueda sobrevivir sacrificando a la otra.
La sima entre pobres y ricos es cada vez más grande y profunda, y más pronto que tarde desestabilizará a los países. La meta, por dignidad humana y por propia supervivencia, es sacar de la miseria a tantos millones de pobres para que la brecha no termine por ser insalvable y hundirnos a todos en la catástrofe.
La pobreza, en muchos de nuestros pueblos, se hace invisible por vergüenza ajena, por el qué dirán. Las explicaciones pueden ser variopintas, pero ahí están. Ciertamente es duro pasar de vivir desahogadamente a carecer de lo necesario.
Según Cáritas, “para hacer frente a las necesidades económicas, las personas recurren primero a las familias como estrategia de supervivencia. En un segundo término se busca una solución en la economía sumergida, lo que popularmente se conoce y avala como buscarse la vida. Como último recurso, las personas más necesitadas buscan ayuda en las organizaciones sociales”.
Los datos que van saliendo a la luz sobre el aumento de la indigencia en nuestro entorno empiezan a ser preocupantes. Hasta hace bien poco esa penuria era algo que acontecía en otros lugares y como país rico contribuíamos con una modesta y puntual aportación en días señalados, colaborando con Unicef, Cáritas o cualquier otra asociación existente en derredor nuestro.
Teóricamente, el Estado estaba comprometido a aportar parte del PIB. España tenía la suerte de pertenecer al primer mundo y todos nosotros vivíamos felices y desahogadamente bien. Por supuesto, dicho estado de bienestar lo habíamos alcanzado con nuestro esfuerzo y trabajo, dado que el pan nuestro de cada día no florece en una maceta del balcón.
No quiero machacar con datos que la mayoría ya conocemos. Mi intención es sólo hacer presente que entre nosotros, en nuestro pueblo, hay personas, niños y niñas con nombre y apellidos que lo están pasando muy mal. Pero aun así es necesario ir a la fría crueldad de los números referidos a todo el país.
En nuestro país viven unos 8 millones de menores de los cuales, a finales de 2013, un tercio más o menos de dicha población, es decir 3 millones, estaban en situación de pobreza y exclusión social. En un corto plazo de tiempo España se ha convertido en el octavo país de la Unión con mayor número de menores en situación límite, según se desprende de los datos presentados recientemente por la ONG Save the Children. Sólo nos superan, en esta macabra lista, países como Bulgaria, Rumanía, Hungría, Letonia, Grecia, Italia e Irlanda.
Según datos de dicha ONG, hace siete años la pobreza infantil, en nuestro entorno, la sufrían los emigrantes en un 80 por ciento; hoy la situación se ha invertido y los niños en situación de hambre son españoles en un 70 por ciento.
Como botón de muestra cito la actividad concreta que dicha ONG ha puesto en marcha en Valencia, en diez centros escolares, con programa de ayuda encaminado a evitar la exclusión social de unos 600 niños y en Andalucía la labor que desarrolla la ONG EAPN-Andalucía que apuntan de forma clara que “uno de cada cuatro españoles pobres es andaluz”. ¡Terrible!
Desgraciadamente, junto con la situación crítica y como consecuencia directa de la ella, en algunos países europeos la solidaridad, tanto la estatal como privada, ha descendido considerablemente por las políticas de ajuste que lamentablemente acentúan aún más las desigualdades generando más pobreza y agravando el problema.
Me atrevería a insinuar que hasta es posible que nos falte algo de “conciencia social”, sobre todo con los ajenos (extranjeros), puesto que es lógico que primero pensemos en los de casa. En cualquier caso se hace necesario extender la mano al próximo hasta donde pueda ser.
Los datos proporcionados por Intermón auguran que la pobreza aumentará en España un 40 por ciento en los próximos 10 años y que tardaremos más de 20 años en recuperar los niveles de bienestar anteriores a la crisis.
Mal lo tenemos, pero aún se manifestará peor para los más pequeños, puesto que la situación de carencia en todos los órdenes les será más dolorosa, ante un mundo sugerente que les arrulla y se cuela por el escaparate del televisor, mostrándoles maravillosos paraísos a los que no pueden acceder.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie? En mi entorno próximo se está arrimando el hombro ayudando de diversas maneras, una de ellas es pagar una beca de comedor a un niño concreto, por supuesto desde el anonimato más absoluto y siempre contando con la información del colegio; amén de la reutilización de libros, tanto de texto como de lectura o clases de apoyo en diversas organizaciones que trabajan con adolescentes.
Este tipo de colaboración particular no invalida la actividad de muchas organizaciones. ¡Todo ladrillo hace pared! Actualmente la escuela, para muchos de nuestros niños, más que un espacio para formarse –que lo es, por supuesto- también ha pasado a ser el lugar donde pueden hacer una comida medio decente al día. A mi memoria acude el ya lejano olor a queso y a leche americana de otros tiempos que tampoco fueron mejores.
Datos para pensar. Barcelona ha acogido el Mobile World Congress (MWC). España encabeza la lista europea de consumidores de móviles inteligentes. ¿Saben cuántos móviles inteligentes circulan por nuestro país? Según una cadena de televisión, de alcance nacional, hay 26 millones, que además de lo que cuestan dichos artilugios se hace necesario mantenerlos.
No insisto sobre otros aspectos más duros de la pobreza infantil porque puede que queden muy bonitos pero al final nos resbalen. Por último, quiero dedicar este articulo a aquellos chiquillos que, tiempo ha, jugaban en el Llanete de la Cruz a matar el aburrimiento para olvidarse del hambre que tozuda arañaba sus vacíos “estógamos”.
Enlaces de interés
Entre los años cincuenta a los setenta del siglo pasado –¡hace tiempo ya!- en muchos pueblos de Andalucía vivíamos chiquillos con pantalones remendados, zapatos con ventilación, telarañas en el estómago por falta de alimentos y algunos trabajando de cualquier cosa para llevar una peseta más a los roídos ingresos familiares.
Chiquillos que iluminaban sus churretosas caritas con dos velas colgando y una sonrisa mellada. De aquellos años hay que resaltar la solidaridad y la generosidad de unos vecinos para con otros, en la mayoría de casos, porque los pobres se conocían y se ayudaban entre sí.
Tiempos con asesina mirada que actualizan a la memoria. Para hablar de hambre hay que haberla masticado y, por desgracia, algunos de nosotros conocemos su desdentada boca. Eran años de miseria, de desnudez en el más amplio sentido de la palabra.
Esos amargos recuerdos rebrotan ahora en otros niños de caras macilentas y miradas apagadas porque el hambre se ha sentado a la mesa de muchos hogares españoles. Y es que hoy más que nunca, los problemas son mundiales, es decir, nos afectan a todos.
Nadie puede alegar que ignora lo que pasa a su alrededor, ni pretender aislarse con el deseo de quedar fuera de toda contaminación. Pero además de imposible, es inaceptable que una parte de la Humanidad pueda sobrevivir sacrificando a la otra.
La sima entre pobres y ricos es cada vez más grande y profunda, y más pronto que tarde desestabilizará a los países. La meta, por dignidad humana y por propia supervivencia, es sacar de la miseria a tantos millones de pobres para que la brecha no termine por ser insalvable y hundirnos a todos en la catástrofe.
La pobreza, en muchos de nuestros pueblos, se hace invisible por vergüenza ajena, por el qué dirán. Las explicaciones pueden ser variopintas, pero ahí están. Ciertamente es duro pasar de vivir desahogadamente a carecer de lo necesario.
Según Cáritas, “para hacer frente a las necesidades económicas, las personas recurren primero a las familias como estrategia de supervivencia. En un segundo término se busca una solución en la economía sumergida, lo que popularmente se conoce y avala como buscarse la vida. Como último recurso, las personas más necesitadas buscan ayuda en las organizaciones sociales”.
Los datos que van saliendo a la luz sobre el aumento de la indigencia en nuestro entorno empiezan a ser preocupantes. Hasta hace bien poco esa penuria era algo que acontecía en otros lugares y como país rico contribuíamos con una modesta y puntual aportación en días señalados, colaborando con Unicef, Cáritas o cualquier otra asociación existente en derredor nuestro.
Teóricamente, el Estado estaba comprometido a aportar parte del PIB. España tenía la suerte de pertenecer al primer mundo y todos nosotros vivíamos felices y desahogadamente bien. Por supuesto, dicho estado de bienestar lo habíamos alcanzado con nuestro esfuerzo y trabajo, dado que el pan nuestro de cada día no florece en una maceta del balcón.
No quiero machacar con datos que la mayoría ya conocemos. Mi intención es sólo hacer presente que entre nosotros, en nuestro pueblo, hay personas, niños y niñas con nombre y apellidos que lo están pasando muy mal. Pero aun así es necesario ir a la fría crueldad de los números referidos a todo el país.
En nuestro país viven unos 8 millones de menores de los cuales, a finales de 2013, un tercio más o menos de dicha población, es decir 3 millones, estaban en situación de pobreza y exclusión social. En un corto plazo de tiempo España se ha convertido en el octavo país de la Unión con mayor número de menores en situación límite, según se desprende de los datos presentados recientemente por la ONG Save the Children. Sólo nos superan, en esta macabra lista, países como Bulgaria, Rumanía, Hungría, Letonia, Grecia, Italia e Irlanda.
Según datos de dicha ONG, hace siete años la pobreza infantil, en nuestro entorno, la sufrían los emigrantes en un 80 por ciento; hoy la situación se ha invertido y los niños en situación de hambre son españoles en un 70 por ciento.
Como botón de muestra cito la actividad concreta que dicha ONG ha puesto en marcha en Valencia, en diez centros escolares, con programa de ayuda encaminado a evitar la exclusión social de unos 600 niños y en Andalucía la labor que desarrolla la ONG EAPN-Andalucía que apuntan de forma clara que “uno de cada cuatro españoles pobres es andaluz”. ¡Terrible!
Desgraciadamente, junto con la situación crítica y como consecuencia directa de la ella, en algunos países europeos la solidaridad, tanto la estatal como privada, ha descendido considerablemente por las políticas de ajuste que lamentablemente acentúan aún más las desigualdades generando más pobreza y agravando el problema.
Me atrevería a insinuar que hasta es posible que nos falte algo de “conciencia social”, sobre todo con los ajenos (extranjeros), puesto que es lógico que primero pensemos en los de casa. En cualquier caso se hace necesario extender la mano al próximo hasta donde pueda ser.
Los datos proporcionados por Intermón auguran que la pobreza aumentará en España un 40 por ciento en los próximos 10 años y que tardaremos más de 20 años en recuperar los niveles de bienestar anteriores a la crisis.
Mal lo tenemos, pero aún se manifestará peor para los más pequeños, puesto que la situación de carencia en todos los órdenes les será más dolorosa, ante un mundo sugerente que les arrulla y se cuela por el escaparate del televisor, mostrándoles maravillosos paraísos a los que no pueden acceder.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie? En mi entorno próximo se está arrimando el hombro ayudando de diversas maneras, una de ellas es pagar una beca de comedor a un niño concreto, por supuesto desde el anonimato más absoluto y siempre contando con la información del colegio; amén de la reutilización de libros, tanto de texto como de lectura o clases de apoyo en diversas organizaciones que trabajan con adolescentes.
Este tipo de colaboración particular no invalida la actividad de muchas organizaciones. ¡Todo ladrillo hace pared! Actualmente la escuela, para muchos de nuestros niños, más que un espacio para formarse –que lo es, por supuesto- también ha pasado a ser el lugar donde pueden hacer una comida medio decente al día. A mi memoria acude el ya lejano olor a queso y a leche americana de otros tiempos que tampoco fueron mejores.
Datos para pensar. Barcelona ha acogido el Mobile World Congress (MWC). España encabeza la lista europea de consumidores de móviles inteligentes. ¿Saben cuántos móviles inteligentes circulan por nuestro país? Según una cadena de televisión, de alcance nacional, hay 26 millones, que además de lo que cuestan dichos artilugios se hace necesario mantenerlos.
No insisto sobre otros aspectos más duros de la pobreza infantil porque puede que queden muy bonitos pero al final nos resbalen. Por último, quiero dedicar este articulo a aquellos chiquillos que, tiempo ha, jugaban en el Llanete de la Cruz a matar el aburrimiento para olvidarse del hambre que tozuda arañaba sus vacíos “estógamos”.
Enlaces de interés
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- Informe sobre la pobreza infantil en España
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PEPE CANTILLO