Si uno repasa la historia de la pintura, se sorprende de que sean muy pocos los nombres femeninos los realmente conocidos a nivel internacional. Si exceptuamos, por ejemplo, a Georgia O’Keeffe, María Blanchard o, de modo singular, Frida Kahlo, todos los nombres de los grandes pintores llevan el sello masculino.
Y para el caso que estudiamos, difícilmente podría aplicarse la discriminación o marginalidad por cuestión de género, pues no hablamos de un trabajo que pudiera estar alejado del entorno privado, que es en el que tradicionalmente se ha movido la mujer hasta bien entrados en el siglo XX, cuando se empezó a cuestionar la división de roles en función del trabajo remunerado y el trabajo doméstico.
Debemos pensar que el acto de pintar se realiza de manera bastante privada, en el taller del propio artista (que puede ser un espacio pequeño, según la técnica empleada), hasta que la obra se convierte en un hecho público a través de exposiciones, momento en el que empieza a adquirir cierto rango colectivo por su entrada en los circuitos comerciales.
Pues bien, si inicialmente he realizado esta pequeña reflexión sobre el predominio masculino en el campo del arte se debe a que a la hora de presentar un nombre femenino para el estudio de los grandes artistas, tal como voy haciendo en Negro sobre blanco, he acabado decantándome por la mejicana Frida Kahlo, mujer de sorprendente trayectoria tanto personal como pictórica.
Para comenzar, y tras haber consultado distintas biografías, tomo prestadas unas palabras de la escritora Elizabeth Lunday en las que nos dice:
“Frida Kahlo afirmaba que en su vida había dos grandes tragedias. Una fue el terrible accidente de tranvía que tuvo en su juventud, en el que se fracturó la columna vertebral y la pelvis por varias partes y se aplastó el pie, lo que la condenó a una vida de sufrimiento y dolor. La otra, decía, fue Diego Rivera, el marido (se casaron dos veces) que la atormentó con sus múltiples infidelidades. Y decía que la de Diego fue, de lejos, la peor”.
Paradójicamente, esas tragedias fueron al mismo tiempo motivos por los cuales pudo saltar a la fama al ser reconocida como artista de una singular obra, puesto que su larga convalecencia fue el origen y el deseo de acercarse al mundo de la pintura y expresar el enorme dolor que le produjo verse rota por dentro.
Como ejemplo de esa sorprendente conjunción de arte y dolor la encontramos en uno de sus cuadros más conocidos: La columna rota. Esta obra de madurez, pues fue pintada en 1944, muestra un desnudo de Frida con uno de sus corsés médicos. Tiene la piel atravesada por clavos y su cuerpo abierto muestra una columna griega, que sustituye a su columna vertebral, rota por distintas partes.
Pero vayamos al principio. Frida Kahlo Calderón nació en Coyoacán, Méjico, el 6 de julio de 1907. Hija del fotógrafo Guillermo Kahlo y de Matilde Calderón, fue la tercera de las cuatro hijas que tuvo este matrimonio. Los datos biográficos nos apuntan que su padre, un judío húngaro-alemán, era ateo mientras que su madre era una mujer mejicana muy católica y con orígenes indígenas.
Cuando Frida contaba 16 años, su padre la matriculó en la escuela secundaria más prestigiosa de Méjico, la Escuela Nacional Preparatoria, lugar en el que empezó a interesarse por la política de izquierda, al tiempo que sentía fascinación por el artista que estaba pintando un mural para el auditorio del centro: Diego Rivera, personaje que con el paso del tiempo sería una de las cumbres del muralismo mejicano.
Dos años más tarde, el 17 de septiembre de 1925, Frida comprueba que sus sueños se truncan: el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía fuera de control, quedando empalada por una barra de hierro. Resultado: fractura de varias vértebras, una clavícula, dos costillas, la pelvis destrozada, once fracturas en la pierna izquierda y el pie derecho aplastado.
Los dolores y los largos momentos de aburrimiento con los que tuvo que convivir en el hospital la impulsaron hacia la pintura, aunque no tenía ninguna experiencia previa, ni siquiera inclinaciones artísticas. Paso a paso, la pintura fue calando en su vida, de modo que acabó siendo una de sus pasiones, al tiempo que pudo manifestar un talento que no había previsto.
Una vez que sale del hospital, y para saber si lo que hacía era valioso en el campo pictórico, piensa que lo mejor es mostrar sus trabajos a quien más admiraba: Diego Rivera. Lógicamente, alguien incapaz de no ligar con cualquier jovencita que se le aproximara, dio su aprobación e iniciaron un apasionado romance que acabaría en boda el 11 de agosto de 1929.
Por aquellos años, Rivera trabajaba en una serie de murales en Cuernavaca. Frida empezó a interesarse por las culturas indígenas mejicanas, en sus tradiciones, en sus artesanías y, especialmente, por sus ropas. Tanto es así, que comenzó a vestirse como las mujeres de la región de Tehuantepec: blusa blanca de encajes, falda larga de terciopelo púrpura y rojo y collares de los que colgaban monedas de oro.
Uno de los grandes deseos de Frida Kahlo era el de poder ser madre y proyectar sobre el hijo esos sentimientos de maternidad que siempre le acompañaron. Pero en esto también la vida le fue tremendamente adversa.
Al poco tiempo de haberse casado, pronto estuvo esperando un hijo al quedarse embarazada. No obstante, los médicos le indicaron que difícilmente podría llevar a buen término la maternidad, puesto que la pelvis había quedado maltrecha en el accidente que tuvo cuando había cumplido los dieciocho años.
No solamente en este caso, sino en otras cuatro ocasiones intentó ser madre, pero tuvo abortos naturales o por recomendación médica, ya que su vida peligraba si continuaba adelante. Esta maternidad frustrada la reflejó de distintas formas en algunos de sus lienzos como el titulado Henry Ford Hospital.
Puesto que la naturaleza le negó la posibilidad de ser madre, Frida dirigió sus sentimientos maternales tanto hacia el cuidado de sus sobrinos como hacia la enorme colección de muñecas que poseía, e, incluso, hacia el propio Diego Rivera que, en más de una ocasión, lo representó como a un enorme hijo al que le prodiga la protección maternal, al plasmarse ella misma como símbolo de la madre Naturaleza.
Esto puede verse en su obra The Love Embrace of the Universe, the Earth (El abrazo de amor del Universo, la Tierra), con claros tintes panteístas, en cuanto nos muestra a una imagen de la autora sosteniendo en sus brazos a un Diego Rivera desnudo, con un ojo hindú en la frente, y tras ellos una imagen de la diosa Naturaleza, rodeada de cactus mejicanos, y todo en un cielo con fondos diurno y nocturno.
Y para el caso que estudiamos, difícilmente podría aplicarse la discriminación o marginalidad por cuestión de género, pues no hablamos de un trabajo que pudiera estar alejado del entorno privado, que es en el que tradicionalmente se ha movido la mujer hasta bien entrados en el siglo XX, cuando se empezó a cuestionar la división de roles en función del trabajo remunerado y el trabajo doméstico.
Debemos pensar que el acto de pintar se realiza de manera bastante privada, en el taller del propio artista (que puede ser un espacio pequeño, según la técnica empleada), hasta que la obra se convierte en un hecho público a través de exposiciones, momento en el que empieza a adquirir cierto rango colectivo por su entrada en los circuitos comerciales.
Pues bien, si inicialmente he realizado esta pequeña reflexión sobre el predominio masculino en el campo del arte se debe a que a la hora de presentar un nombre femenino para el estudio de los grandes artistas, tal como voy haciendo en Negro sobre blanco, he acabado decantándome por la mejicana Frida Kahlo, mujer de sorprendente trayectoria tanto personal como pictórica.
Para comenzar, y tras haber consultado distintas biografías, tomo prestadas unas palabras de la escritora Elizabeth Lunday en las que nos dice:
“Frida Kahlo afirmaba que en su vida había dos grandes tragedias. Una fue el terrible accidente de tranvía que tuvo en su juventud, en el que se fracturó la columna vertebral y la pelvis por varias partes y se aplastó el pie, lo que la condenó a una vida de sufrimiento y dolor. La otra, decía, fue Diego Rivera, el marido (se casaron dos veces) que la atormentó con sus múltiples infidelidades. Y decía que la de Diego fue, de lejos, la peor”.
Paradójicamente, esas tragedias fueron al mismo tiempo motivos por los cuales pudo saltar a la fama al ser reconocida como artista de una singular obra, puesto que su larga convalecencia fue el origen y el deseo de acercarse al mundo de la pintura y expresar el enorme dolor que le produjo verse rota por dentro.
Como ejemplo de esa sorprendente conjunción de arte y dolor la encontramos en uno de sus cuadros más conocidos: La columna rota. Esta obra de madurez, pues fue pintada en 1944, muestra un desnudo de Frida con uno de sus corsés médicos. Tiene la piel atravesada por clavos y su cuerpo abierto muestra una columna griega, que sustituye a su columna vertebral, rota por distintas partes.
Pero vayamos al principio. Frida Kahlo Calderón nació en Coyoacán, Méjico, el 6 de julio de 1907. Hija del fotógrafo Guillermo Kahlo y de Matilde Calderón, fue la tercera de las cuatro hijas que tuvo este matrimonio. Los datos biográficos nos apuntan que su padre, un judío húngaro-alemán, era ateo mientras que su madre era una mujer mejicana muy católica y con orígenes indígenas.
En esta obra plasma a su padre que, como hemos indicado era fotógrafo de profesión.
Frida Kahlo adopta el recurso pictórico tradicional mejicano con la incorporación
de textos en los cuadros. Aquí escribe un pequeño relato de la vida de su progenitor.
Cuando Frida contaba 16 años, su padre la matriculó en la escuela secundaria más prestigiosa de Méjico, la Escuela Nacional Preparatoria, lugar en el que empezó a interesarse por la política de izquierda, al tiempo que sentía fascinación por el artista que estaba pintando un mural para el auditorio del centro: Diego Rivera, personaje que con el paso del tiempo sería una de las cumbres del muralismo mejicano.
Dos años más tarde, el 17 de septiembre de 1925, Frida comprueba que sus sueños se truncan: el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía fuera de control, quedando empalada por una barra de hierro. Resultado: fractura de varias vértebras, una clavícula, dos costillas, la pelvis destrozada, once fracturas en la pierna izquierda y el pie derecho aplastado.
Son muchos los lienzos en los que Frida mostraba su tragedia. En este titulado El sueño se retrata dormida en una cama,
cubierta de ramas y hojas. Sobre ella y en una especie de baldaquín yace la muerte,
mostrada con roturas similares a las sufridas por la propia autora.
Los dolores y los largos momentos de aburrimiento con los que tuvo que convivir en el hospital la impulsaron hacia la pintura, aunque no tenía ninguna experiencia previa, ni siquiera inclinaciones artísticas. Paso a paso, la pintura fue calando en su vida, de modo que acabó siendo una de sus pasiones, al tiempo que pudo manifestar un talento que no había previsto.
Una vez que sale del hospital, y para saber si lo que hacía era valioso en el campo pictórico, piensa que lo mejor es mostrar sus trabajos a quien más admiraba: Diego Rivera. Lógicamente, alguien incapaz de no ligar con cualquier jovencita que se le aproximara, dio su aprobación e iniciaron un apasionado romance que acabaría en boda el 11 de agosto de 1929.
Por aquellos años, Rivera trabajaba en una serie de murales en Cuernavaca. Frida empezó a interesarse por las culturas indígenas mejicanas, en sus tradiciones, en sus artesanías y, especialmente, por sus ropas. Tanto es así, que comenzó a vestirse como las mujeres de la región de Tehuantepec: blusa blanca de encajes, falda larga de terciopelo púrpura y rojo y collares de los que colgaban monedas de oro.
Uno de los aspectos más significativos de la obra de Frida Kahlo es el hecho de que
ella misma fuera el tema más frecuente al que acudiría en sus pinturas.
En esta obra, titulada Autorretrato con mono, fue realizada en 1938, cuando había cumplido 31 años.
Uno de los grandes deseos de Frida Kahlo era el de poder ser madre y proyectar sobre el hijo esos sentimientos de maternidad que siempre le acompañaron. Pero en esto también la vida le fue tremendamente adversa.
Al poco tiempo de haberse casado, pronto estuvo esperando un hijo al quedarse embarazada. No obstante, los médicos le indicaron que difícilmente podría llevar a buen término la maternidad, puesto que la pelvis había quedado maltrecha en el accidente que tuvo cuando había cumplido los dieciocho años.
No solamente en este caso, sino en otras cuatro ocasiones intentó ser madre, pero tuvo abortos naturales o por recomendación médica, ya que su vida peligraba si continuaba adelante. Esta maternidad frustrada la reflejó de distintas formas en algunos de sus lienzos como el titulado Henry Ford Hospital.
En esta obra, con claros tintes simbólicos y surrealistas, Frida Kahlo se retrata desnuda, sobre un charco de sangre,
de manera que en la cama tiene escrita la fecha, julio de 1932, junto al nombre del hospital Henry Ford de Detroit.
Como puede apreciarse, de su cuerpo salen cintas rojas de las que penden un feto, un caracol, una pelvis…
Puesto que la naturaleza le negó la posibilidad de ser madre, Frida dirigió sus sentimientos maternales tanto hacia el cuidado de sus sobrinos como hacia la enorme colección de muñecas que poseía, e, incluso, hacia el propio Diego Rivera que, en más de una ocasión, lo representó como a un enorme hijo al que le prodiga la protección maternal, al plasmarse ella misma como símbolo de la madre Naturaleza.
Esto puede verse en su obra The Love Embrace of the Universe, the Earth (El abrazo de amor del Universo, la Tierra), con claros tintes panteístas, en cuanto nos muestra a una imagen de la autora sosteniendo en sus brazos a un Diego Rivera desnudo, con un ojo hindú en la frente, y tras ellos una imagen de la diosa Naturaleza, rodeada de cactus mejicanos, y todo en un cielo con fondos diurno y nocturno.
AURELIANO SÁINZ