Como toda chica romántica e ilusionada en su “príncipe azul”, Frida no imaginaba que Diego Rivera sería su segundo calvario, el que le haría padecer tantas o más penalidades que ese tranvía que le destrozó gran parte de su cuerpo. Y no exagero al calificarla con esos adjetivos, pues basta con observar esa pintura que realizó en 1931, titulada Frida y Diego. Hacía poco tiempo que se habían casado y en el lienzo se reflejan las características de ese romanticismo con el que vivía su relación con su amado pintor.
En el cuadro vemos, en el lado izquierdo, a un voluminoso personaje que porta en su mano derecha una paleta y un grupo de pinceles. En la izquierda vemos a la propia Frida, pequeña y cogida de la mano de su admirado protector. Por encima de ella, vuela una paloma que porta una cinta en la que aparece escrita toda una declaración de amor y fascinación por su Diego.
El cuadro presenta todos los rasgos de la denominada pintura naif, es decir, la de aquellos artistas autodidactas que son bastantes creativos, pero que plasman la realidad en sus lienzos con un alto nivel de ingenuidad, característica que suelen perderla a medida que reciben una formación académica.
Pero ese romanticismo pronto se acabaría. Frida empezó a conocer que su “príncipe azul” tenía una corte en la que se aposentaban muchas candidatas a llevarse una parte de su admirado mentor.
Soportaba mal las infidelidades de su marido, no le hacía ninguna gracia sus aventuras con desconocidas para ella. Pero el colmo llegó cuando Diego Rivera tuvo un lío amoroso con Cristina, su hermana pequeña.
Esto la hundió anímicamente; pero, como entendió que su pareja sería incapaz de mantener una relación de fidelidad, adoptó una solución salomónica: a partir de ese momento, cada uno era libre de mantener relaciones sexuales con quien quisiera.
Hay que reconocer que si en el ámbito de pareja la relación era un desastre, no lo era en el del avance dentro del mundo de la pintura. Frida Kahlo avanzaba de forma decidida con los consejos que recibía de su mentor artístico.
Su mundo pictórico iba, paso a paso, enriqueciéndose, con la incorporación de los elementos tradicionales de la cultura mejicana, que solía introducir dentro de un contexto simbólico con tintes surrealistas.
Esto puede apreciarse en esta obra, de 1932, titulada Self-portrait on the borderline between Mexico and the United States (“Autorretrato en el límite entre México y los Estados Unidos”) en la que, como sería costumbre, se presenta a sí misma, en este caso en una línea imaginaria que divide a dos mundos: uno con fuertes tradiciones indígenas de la cultura maya y el otro el de un mundo muy industrializado.
A pesar de ese pacto no escrito entre ambos, lo cierto es que Frida no se cortó un pelo a la hora de tomar la revancha: comenzó a mantener una relación amorosa con León Trotsky, el revolucionario ruso oponente a Stalin, que por entonces se encontraba exiliado en Méjico, puesto que el déspota que regía los destinos de la Unión Soviética lo tenía condenado a muerte.
Mientras tanto, la pintura de Frida Kahlo comenzaba a ser reconocida, no solo en su país, sino también fuera de sus fronteras. De este modo, en 1938, el dueño de una galería de arte de Nueva York le organiza una exposición. Más tarde también lo haría en París. Esto era una confirmación del reconocimiento de la singularidad de su obra.
El sufrimiento femenino sería también otro de los motivos de su obra pictórica. En este cuadro titulado Unos cuántos piquetitos! alude tanto a hechos reales de la violencia del hombre mejicano contra la mujer como a los tradicionales ritos religiosos de mayas y aztecas, dos de las cunas de la cultura mejicana.
Para entender este maridaje, viene bien la lectura de La violencia y lo sagrado, del historiador y filósofo francés René Girard. Tomo unas líneas de este libro: “La muerte es la peor violencia que puede sufrir un ser vivo; es, por consiguiente, extremadamente maléfica; con la muerte, penetra la violencia contagiosa en la comunidad y los seres vivos deben protegerse de ella”. Y algunos pueblos indígenas se protegían con sacrificios rituales sacrificando doncellas.
De esta obra hay un boceto, en el que Frida había escrito las palabras de un marido engañado y que habían sido recogidas en la prensa. Dice así: “Mi chata ya no me quiere, porque se dio a otro malhora, pero hoy si se la arrancó, ya le llegó su hora”. Más adelante, toma las palabras del marido ante el juez: “Solo unos cuantos ‘piquetitos’; no ‘jueron’ veinte puñaladas, señor juez”.
El conjunto de su obra iba madurando, al tiempo que se teñía de dolor, fantasía, tradición, amor hacia la naturaleza, sensualidad… Esto podemos verlo en su lienzo Dos desnudos en el bosque, ya que resulta ser una mezcla de estos valores que iba plasmando en sus trabajos.
Una vez que Frida se encontraba fuera del país, Diego se enteró del romance que mantenía con su héroe político. A diferencia del otro gran muralista mejicano, David Alfaro Siqueiros, que era un furibundo estalinista, tanto que llegó a planear un atentado contra la casa-búnker en la que vivía Trotsky, Diego Rivera era un defensor de la línea que llevaba adelante el gran oponente de Stalin.
En 1939 comienzan los trámites del divorcio, puesto que, y a pesar de que por entonces Diego Rivera mantiene una relación con la actriz estadounidense Paulette Goddard, no soporta que Frida la tenga con León Trotsky.
Hay que decir que, trágicamente y sin ser consciente de ello, Frida en París sirvió de enlace para que el catalán Ramón Mercader, por entonces agente de la NKVD (antecedente del KGB), pudiera penetrar en la casa blindada de Trotsky y le asesinara el 20 de agosto de 1940, asestándole en la cabeza con un piolet de montañismo. (Para quien quiera documentarse sobre la vida Ramón Mercader, existe una película-documental Asaltar los cielos, de 1996, dirigida por José Luis López Linares y Javier Rioyo.)
De todos modos, a Frida Kahlo y Diego Rivera les era imposible vivir el uno sin el otro, a pesar de esas relaciones extramatrimoniales que mantenían, de modo que pasado algún tiempo volvieron otra vez a casarse y continuar ayudándose y atormentándose al mismo tiempo.
Mientras tanto, Frida pintaba en periodos en los que el permanente dolor hacía pausas. Ella misma se veía como la protagonista del cuadro El ciervo herido: un frágil animal que corre en un bosque, con el cuerpo lleno de flechas que le atraviesan gran parte del mismo, mientras, al fondo, una tormenta descarga rayos en medio del mar.
Y es que muchos de los tratamientos para enderezar su columna vertebral eran auténticas torturas, ya que le ataban sacos de arena a los pies, al tiempo que tenía que estar suspendida en posición casi vertical durante tres meses o que la colgaran del techo con anillas de acero.
La lucha contra un cuerpo destrozado no la amilanaba: en la primavera de 1953 una galería de México D. F. organizó una exposición individual de su obra. A pesar de las advertencias de los médicos, Frida insistió en estar presente, tanto que le pidió a Diego Rivera que la colocaran en medio de la sala en una cama con un baldaquín. Llegó en medio de la aclamación de sus admiradores. Así se mantuvo en la exposición, a pesar de los dolores que tenía.
Lógicamente, en la exposición abundaban los cuadros en los que ella aparecía como protagonista de la escena, como es el caso de esa obra titulada Autorretrato 1948, cuyo rostro se ve completamente cubierto con el atuendo que portan las indígenas tehuanas en los días festivos. A pesar de ello, de sus ojos se deslizan unas lágrimas, intentando hacer ver que, hasta en los momentos más dichosos, el dolor siempre la acompañaba.
Aquel mismo año de 1953 tuvieron que amputarle la pierna derecha, infectada por una profunda gangrena por debajo de la rodilla. Se hundió en una profunda depresión, por lo que intentó quitarse la vida con una sobredosis de barbitúricos.
Su fin estaba cercano. Pero antes, dejó testimonio de su compromiso de izquierdas al acudir el 2 de julio de 1954 a una concentración contra la intervención de la CIA en Guatemala para derrocar al presidente Jacobo Arbenz, democráticamente elegido, y que propugnaba una reforma agraria que entregara las tierras a los indígenas que las cultivaban. A los pocos días, en las primeras horas de la mañana del 13 de julio de ese año, Frida Kahlo fallece. A partir de ese momento su popularidad comienza a crecer.
Como cierre a este breve repaso, quisiera indicar que Madonna y Jennifer López se disputaron el papel que la directora estadounidense Julie Taymor había previsto para interpretar a la protagonista de la película que llevaría el nombre de esta gran pintora: Frida. Finalmente, sería la actriz mejicana Salma Hayek la que llevó adelante el papel para representar, con inevitables tintes cinematográficos, la vida de esta inolvidable artista.
En el cuadro vemos, en el lado izquierdo, a un voluminoso personaje que porta en su mano derecha una paleta y un grupo de pinceles. En la izquierda vemos a la propia Frida, pequeña y cogida de la mano de su admirado protector. Por encima de ella, vuela una paloma que porta una cinta en la que aparece escrita toda una declaración de amor y fascinación por su Diego.
El cuadro presenta todos los rasgos de la denominada pintura naif, es decir, la de aquellos artistas autodidactas que son bastantes creativos, pero que plasman la realidad en sus lienzos con un alto nivel de ingenuidad, característica que suelen perderla a medida que reciben una formación académica.
Pero ese romanticismo pronto se acabaría. Frida empezó a conocer que su “príncipe azul” tenía una corte en la que se aposentaban muchas candidatas a llevarse una parte de su admirado mentor.
Soportaba mal las infidelidades de su marido, no le hacía ninguna gracia sus aventuras con desconocidas para ella. Pero el colmo llegó cuando Diego Rivera tuvo un lío amoroso con Cristina, su hermana pequeña.
Esto la hundió anímicamente; pero, como entendió que su pareja sería incapaz de mantener una relación de fidelidad, adoptó una solución salomónica: a partir de ese momento, cada uno era libre de mantener relaciones sexuales con quien quisiera.
Hay que reconocer que si en el ámbito de pareja la relación era un desastre, no lo era en el del avance dentro del mundo de la pintura. Frida Kahlo avanzaba de forma decidida con los consejos que recibía de su mentor artístico.
Su mundo pictórico iba, paso a paso, enriqueciéndose, con la incorporación de los elementos tradicionales de la cultura mejicana, que solía introducir dentro de un contexto simbólico con tintes surrealistas.
Esto puede apreciarse en esta obra, de 1932, titulada Self-portrait on the borderline between Mexico and the United States (“Autorretrato en el límite entre México y los Estados Unidos”) en la que, como sería costumbre, se presenta a sí misma, en este caso en una línea imaginaria que divide a dos mundos: uno con fuertes tradiciones indígenas de la cultura maya y el otro el de un mundo muy industrializado.
A pesar de ese pacto no escrito entre ambos, lo cierto es que Frida no se cortó un pelo a la hora de tomar la revancha: comenzó a mantener una relación amorosa con León Trotsky, el revolucionario ruso oponente a Stalin, que por entonces se encontraba exiliado en Méjico, puesto que el déspota que regía los destinos de la Unión Soviética lo tenía condenado a muerte.
Mientras tanto, la pintura de Frida Kahlo comenzaba a ser reconocida, no solo en su país, sino también fuera de sus fronteras. De este modo, en 1938, el dueño de una galería de arte de Nueva York le organiza una exposición. Más tarde también lo haría en París. Esto era una confirmación del reconocimiento de la singularidad de su obra.
El sufrimiento femenino sería también otro de los motivos de su obra pictórica. En este cuadro titulado Unos cuántos piquetitos! alude tanto a hechos reales de la violencia del hombre mejicano contra la mujer como a los tradicionales ritos religiosos de mayas y aztecas, dos de las cunas de la cultura mejicana.
Para entender este maridaje, viene bien la lectura de La violencia y lo sagrado, del historiador y filósofo francés René Girard. Tomo unas líneas de este libro: “La muerte es la peor violencia que puede sufrir un ser vivo; es, por consiguiente, extremadamente maléfica; con la muerte, penetra la violencia contagiosa en la comunidad y los seres vivos deben protegerse de ella”. Y algunos pueblos indígenas se protegían con sacrificios rituales sacrificando doncellas.
De esta obra hay un boceto, en el que Frida había escrito las palabras de un marido engañado y que habían sido recogidas en la prensa. Dice así: “Mi chata ya no me quiere, porque se dio a otro malhora, pero hoy si se la arrancó, ya le llegó su hora”. Más adelante, toma las palabras del marido ante el juez: “Solo unos cuantos ‘piquetitos’; no ‘jueron’ veinte puñaladas, señor juez”.
El conjunto de su obra iba madurando, al tiempo que se teñía de dolor, fantasía, tradición, amor hacia la naturaleza, sensualidad… Esto podemos verlo en su lienzo Dos desnudos en el bosque, ya que resulta ser una mezcla de estos valores que iba plasmando en sus trabajos.
Una vez que Frida se encontraba fuera del país, Diego se enteró del romance que mantenía con su héroe político. A diferencia del otro gran muralista mejicano, David Alfaro Siqueiros, que era un furibundo estalinista, tanto que llegó a planear un atentado contra la casa-búnker en la que vivía Trotsky, Diego Rivera era un defensor de la línea que llevaba adelante el gran oponente de Stalin.
En 1939 comienzan los trámites del divorcio, puesto que, y a pesar de que por entonces Diego Rivera mantiene una relación con la actriz estadounidense Paulette Goddard, no soporta que Frida la tenga con León Trotsky.
Hay que decir que, trágicamente y sin ser consciente de ello, Frida en París sirvió de enlace para que el catalán Ramón Mercader, por entonces agente de la NKVD (antecedente del KGB), pudiera penetrar en la casa blindada de Trotsky y le asesinara el 20 de agosto de 1940, asestándole en la cabeza con un piolet de montañismo. (Para quien quiera documentarse sobre la vida Ramón Mercader, existe una película-documental Asaltar los cielos, de 1996, dirigida por José Luis López Linares y Javier Rioyo.)
De todos modos, a Frida Kahlo y Diego Rivera les era imposible vivir el uno sin el otro, a pesar de esas relaciones extramatrimoniales que mantenían, de modo que pasado algún tiempo volvieron otra vez a casarse y continuar ayudándose y atormentándose al mismo tiempo.
Mientras tanto, Frida pintaba en periodos en los que el permanente dolor hacía pausas. Ella misma se veía como la protagonista del cuadro El ciervo herido: un frágil animal que corre en un bosque, con el cuerpo lleno de flechas que le atraviesan gran parte del mismo, mientras, al fondo, una tormenta descarga rayos en medio del mar.
Y es que muchos de los tratamientos para enderezar su columna vertebral eran auténticas torturas, ya que le ataban sacos de arena a los pies, al tiempo que tenía que estar suspendida en posición casi vertical durante tres meses o que la colgaran del techo con anillas de acero.
La lucha contra un cuerpo destrozado no la amilanaba: en la primavera de 1953 una galería de México D. F. organizó una exposición individual de su obra. A pesar de las advertencias de los médicos, Frida insistió en estar presente, tanto que le pidió a Diego Rivera que la colocaran en medio de la sala en una cama con un baldaquín. Llegó en medio de la aclamación de sus admiradores. Así se mantuvo en la exposición, a pesar de los dolores que tenía.
Lógicamente, en la exposición abundaban los cuadros en los que ella aparecía como protagonista de la escena, como es el caso de esa obra titulada Autorretrato 1948, cuyo rostro se ve completamente cubierto con el atuendo que portan las indígenas tehuanas en los días festivos. A pesar de ello, de sus ojos se deslizan unas lágrimas, intentando hacer ver que, hasta en los momentos más dichosos, el dolor siempre la acompañaba.
Aquel mismo año de 1953 tuvieron que amputarle la pierna derecha, infectada por una profunda gangrena por debajo de la rodilla. Se hundió en una profunda depresión, por lo que intentó quitarse la vida con una sobredosis de barbitúricos.
Su fin estaba cercano. Pero antes, dejó testimonio de su compromiso de izquierdas al acudir el 2 de julio de 1954 a una concentración contra la intervención de la CIA en Guatemala para derrocar al presidente Jacobo Arbenz, democráticamente elegido, y que propugnaba una reforma agraria que entregara las tierras a los indígenas que las cultivaban. A los pocos días, en las primeras horas de la mañana del 13 de julio de ese año, Frida Kahlo fallece. A partir de ese momento su popularidad comienza a crecer.
Como cierre a este breve repaso, quisiera indicar que Madonna y Jennifer López se disputaron el papel que la directora estadounidense Julie Taymor había previsto para interpretar a la protagonista de la película que llevaría el nombre de esta gran pintora: Frida. Finalmente, sería la actriz mejicana Salma Hayek la que llevó adelante el papel para representar, con inevitables tintes cinematográficos, la vida de esta inolvidable artista.
AURELIANO SÁINZ