Ante la pregunta del título podríamos manifestar, a bote pronto, que a mí no me piensa nadie, que yo decido lo que me conviene, que ya soy mayorcito… De forma optimista podríamos afirmar que, aunque la manipulación existe, a mí no me afecta y tampoco es para tanto; con algo de resignación hasta podría admitirse que la publicidad nos decanta suavemente a decidir lo que ella quiere; y un largo etcétera.
La cruda realidad es que estamos muy “manejados” (manejar = conducir). Nos guste o no, nos manejan los partidos, los sindicatos, la prensa, las religiones, la publicidad, y en un grado menos sistemático, los amigos, la escuela y, si afinamos algo, hasta la familia, porque somos maleables, fáciles de convencer o conquistar aunque nos creamos hechos de mármol, o quizás por esa misma razón. Los humanos, por lo general, somos dúctiles, acomodaticios, corruptibles y hasta fácilmente deformables.
La alternativa ante tanto tejemaneje que se traen con nosotros no es otra que la de tener criterio propio y no sólo tenerlo sino saber defenderlo con conocimiento de causa hasta donde sea necesario. Cuando apunto por la defensa hasta donde sea necesario no estoy optando por la violencia, cuestión ésta que detesto, aunque se dé más de lo deseado.
Tener pensamiento propio implica conocimiento y reflexión; mantener la opinión desde la información comprobada que nos aportar un talante abierto al dialogo; aptitud para la recepción que entraña amplitud de miras y lo más importante, capacidad suficiente para reconocer errores y rectificar. La consecuencia inmediata es no caer en el dogmatismo y no llevar corsé ideológico.
Y esto ¿cómo se consigue? Una posibilidad a nuestro alcance para estar informado y poder tener criterio es la de contrastar información en distintos medios; por ejemplo, leer una noticia en varias fuentes, incluso en aquella que desdeño por defender una ideología contraria o por considerar que no es imparcial, para así poder opinar con conocimiento de causa.
Hay que tener muy presente que no se trata de que me digan lo que quiero oír (¡vamos, que me den jabón!) sino de tener información lo más veraz y completa posible. Este planteamiento es válido siempre y cuando tengamos deseos de estar informados lo mejor posible.
Tan desinformante es un periódico como otro, desde el momento en que cada medio defiende, lo cual es muy lícito, una línea editorial e ideológica determinada. Pero si lo único que persigo es que me halaguen el oído no es necesario hacer lecturas comparativas que carecerían de sentido. Ahora bien, si quiero pensar por mí mismo y no que me piensen, sí que esta opción es válida. Aun así siempre hilarán más fino que lo que cada uno de nosotros podamos hilvanar.
Esta estrategia la he usado con frecuencia en el aula, con resultados bastante positivos. Pega importante para cualquiera: hay que molestarse en leer varias fuentes, pero creo que ese escollo se puede salvar, con cierta facilidad, gracias al uso de la prensa digital, tanto de alcance nacional como local y de diversos colores políticos o ideológicos. El programa de Lipman Filosofía para niños- Aprender a pensar también está dando resultados en el aula.
No descubrimos América si afirmamos que constantemente están utilizando numerosas estrategias de distracción, todas ellas encaminadas a desviar nuestra atención de asuntos importantes. Un ejemplo es la relevancia que se le da, en un momento concreto, a un evento deportivo –futbol, carreras de coches o motos, ídolos incluidos- y que consigue alejar nuestra atención de problemas acuciantes, por aquello de que “las penas con pan son menos”, traducción libre del dicho latino “panem et circenses”, y que actúa como auténtico “opio del pueblo” con el fin de mantenerlo entretenido y alejado de problemas sociales o políticos.
Ante éste y otros tipos de opio es necesario alimentarse de una clara información, buscando la veracidad de la misma, porque la ignorancia es la lepra de la razón.
Toda la publicidad, por ejemplo, está encaminada a potenciar nuestra emotividad para que no pensemos por nosotros mismos. Se trata de cortocircuitar la racionalidad y con ella el pensamiento crítico, a cambio de inocularnos grandes dosis de motivación que despertarán deseos o provocando miedos que nos orientarán a un determinado tipo de comportamiento.
Todo ello conlleva mantener altas cotas de ignorancia para manejarnos mejor. Otra de las ventajas de controlarnos reside en aumentar, lo más posible, la brecha abierta entre las élites y la masa. Pueblo ignorante, pueblo controlado por aquello de que la información es poder.
El trasfondo de la cuestión reside en tratarnos como si fuéramos inocentes criaturas a las que hay que dirigir, tutelar y defender de todo tipo de males. ¿Ponzoña mediática? Eso sí, siempre piensan en nuestro bienestar que es lo que importa y ¡hasta nos lo creemos!
Finalmente es patente que hay que uniformizar al personal, desde en la forma de vestir hasta la de divertirse, siempre “a mogollón” (“gran cantidad de algo”, sic RAE). Si en un estadio de futbol, en un botellón (¿botella grande?) o en un centro comercial no están abarrotados de gente, dará la impresión que está vacío y eso no mola. ¿Síndrome de la soledad compartida?
Un botón de muestra. Del ocasional chismorreo latente en el “me han dicho, he oído que…”, hemos pasado a amontonar sarmientos, con los que hacer una hoguera en el centro de la plaza para achicharrar al próximo paseándolo por la corredera virtual, y a continuación a incendiar el monte.
Los rumores circulan, cual reguero de pólvora, y derrumban todo lo que encuentran a su paso. Las llamadas redes sociales, junto con WhatsApp, actúan de escombreras de este patio de vecinos remozado y enjalbegado.
Una de las grandes metas del ser humano ha sido conquistar el Everest de la libertad, no siempre alcanzado, aunque es muy posible que nos hayamos perdido en pequeños cerros baldíos cuyos soñados horizontes nos sedujeron, como si del verdadero monte Ararat se tratara, y desde los que ya nos creíamos a salvo de diluvios universales.
Todavía hoy no hemos aprendido que para alcanzar una sociedad libre y liberada es obligatorio poder ascender al sagrado monte Olimpo del conocimiento, llamémosle cultura en general, y sobre todo que es básico expurgar de forma crítica la información que recibimos.
Para separar el cereal de la paja hay que aventar la información con el fin de quedarnos sólo con el grano y apartar la cascarilla. Hay que tener criterio propio, hay que saber qué es lo que se busca, para qué e incluso cómo utilizarlo. En otras, palabras hay que decidir de forma autónoma aun a riesgo de cometer errores.
Quien no decide y (se) permite que decidan por él no se equivocará pero tampoco será libre. Claro que para caminar en las líneas anteriormente apuntadas hay que reflexionar y saber manejar de forma crítica la información que se recibe.
Para quien tenga curiosidad, sugiero la película La educación prohibida que plantea las deficiencias y problemática de la escuela actual, que ya tiene unos pocos de años (en España arranca de la ley Moyano a mediados del siglo XIX, en otros países algo antes). Es sugerente la explicación del “mito de la caverna” de Platón y que bien puede valer como síntesis de todo su argumento.
El sistema se configura de tal modo que todo el mundo ha de aprender las mismas cosas de idéntica manera. Esto es extensible a toda la sociedad por lo que el gran reto para el siglo XXI, estriba en que debemos aprender a pensar para poder decidir.
Mario Bunge dice que “en la escuela se enseñan ideas, pero no enseñan a discutirlas…”, razón primordial para que sea más importante aprender a pensar que transmitir información porque, si me apuran, ese papel lo cumple Internet, aun asumiendo el peligro manipulativo y muchas otras deficiencias.
Decía Antonio Machado que “en España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten”. ¡Duro comentario!
La cruda realidad es que estamos muy “manejados” (manejar = conducir). Nos guste o no, nos manejan los partidos, los sindicatos, la prensa, las religiones, la publicidad, y en un grado menos sistemático, los amigos, la escuela y, si afinamos algo, hasta la familia, porque somos maleables, fáciles de convencer o conquistar aunque nos creamos hechos de mármol, o quizás por esa misma razón. Los humanos, por lo general, somos dúctiles, acomodaticios, corruptibles y hasta fácilmente deformables.
La alternativa ante tanto tejemaneje que se traen con nosotros no es otra que la de tener criterio propio y no sólo tenerlo sino saber defenderlo con conocimiento de causa hasta donde sea necesario. Cuando apunto por la defensa hasta donde sea necesario no estoy optando por la violencia, cuestión ésta que detesto, aunque se dé más de lo deseado.
Tener pensamiento propio implica conocimiento y reflexión; mantener la opinión desde la información comprobada que nos aportar un talante abierto al dialogo; aptitud para la recepción que entraña amplitud de miras y lo más importante, capacidad suficiente para reconocer errores y rectificar. La consecuencia inmediata es no caer en el dogmatismo y no llevar corsé ideológico.
Y esto ¿cómo se consigue? Una posibilidad a nuestro alcance para estar informado y poder tener criterio es la de contrastar información en distintos medios; por ejemplo, leer una noticia en varias fuentes, incluso en aquella que desdeño por defender una ideología contraria o por considerar que no es imparcial, para así poder opinar con conocimiento de causa.
Hay que tener muy presente que no se trata de que me digan lo que quiero oír (¡vamos, que me den jabón!) sino de tener información lo más veraz y completa posible. Este planteamiento es válido siempre y cuando tengamos deseos de estar informados lo mejor posible.
Tan desinformante es un periódico como otro, desde el momento en que cada medio defiende, lo cual es muy lícito, una línea editorial e ideológica determinada. Pero si lo único que persigo es que me halaguen el oído no es necesario hacer lecturas comparativas que carecerían de sentido. Ahora bien, si quiero pensar por mí mismo y no que me piensen, sí que esta opción es válida. Aun así siempre hilarán más fino que lo que cada uno de nosotros podamos hilvanar.
Esta estrategia la he usado con frecuencia en el aula, con resultados bastante positivos. Pega importante para cualquiera: hay que molestarse en leer varias fuentes, pero creo que ese escollo se puede salvar, con cierta facilidad, gracias al uso de la prensa digital, tanto de alcance nacional como local y de diversos colores políticos o ideológicos. El programa de Lipman Filosofía para niños- Aprender a pensar también está dando resultados en el aula.
No descubrimos América si afirmamos que constantemente están utilizando numerosas estrategias de distracción, todas ellas encaminadas a desviar nuestra atención de asuntos importantes. Un ejemplo es la relevancia que se le da, en un momento concreto, a un evento deportivo –futbol, carreras de coches o motos, ídolos incluidos- y que consigue alejar nuestra atención de problemas acuciantes, por aquello de que “las penas con pan son menos”, traducción libre del dicho latino “panem et circenses”, y que actúa como auténtico “opio del pueblo” con el fin de mantenerlo entretenido y alejado de problemas sociales o políticos.
Ante éste y otros tipos de opio es necesario alimentarse de una clara información, buscando la veracidad de la misma, porque la ignorancia es la lepra de la razón.
Toda la publicidad, por ejemplo, está encaminada a potenciar nuestra emotividad para que no pensemos por nosotros mismos. Se trata de cortocircuitar la racionalidad y con ella el pensamiento crítico, a cambio de inocularnos grandes dosis de motivación que despertarán deseos o provocando miedos que nos orientarán a un determinado tipo de comportamiento.
Todo ello conlleva mantener altas cotas de ignorancia para manejarnos mejor. Otra de las ventajas de controlarnos reside en aumentar, lo más posible, la brecha abierta entre las élites y la masa. Pueblo ignorante, pueblo controlado por aquello de que la información es poder.
El trasfondo de la cuestión reside en tratarnos como si fuéramos inocentes criaturas a las que hay que dirigir, tutelar y defender de todo tipo de males. ¿Ponzoña mediática? Eso sí, siempre piensan en nuestro bienestar que es lo que importa y ¡hasta nos lo creemos!
Finalmente es patente que hay que uniformizar al personal, desde en la forma de vestir hasta la de divertirse, siempre “a mogollón” (“gran cantidad de algo”, sic RAE). Si en un estadio de futbol, en un botellón (¿botella grande?) o en un centro comercial no están abarrotados de gente, dará la impresión que está vacío y eso no mola. ¿Síndrome de la soledad compartida?
Un botón de muestra. Del ocasional chismorreo latente en el “me han dicho, he oído que…”, hemos pasado a amontonar sarmientos, con los que hacer una hoguera en el centro de la plaza para achicharrar al próximo paseándolo por la corredera virtual, y a continuación a incendiar el monte.
Los rumores circulan, cual reguero de pólvora, y derrumban todo lo que encuentran a su paso. Las llamadas redes sociales, junto con WhatsApp, actúan de escombreras de este patio de vecinos remozado y enjalbegado.
Una de las grandes metas del ser humano ha sido conquistar el Everest de la libertad, no siempre alcanzado, aunque es muy posible que nos hayamos perdido en pequeños cerros baldíos cuyos soñados horizontes nos sedujeron, como si del verdadero monte Ararat se tratara, y desde los que ya nos creíamos a salvo de diluvios universales.
Todavía hoy no hemos aprendido que para alcanzar una sociedad libre y liberada es obligatorio poder ascender al sagrado monte Olimpo del conocimiento, llamémosle cultura en general, y sobre todo que es básico expurgar de forma crítica la información que recibimos.
Para separar el cereal de la paja hay que aventar la información con el fin de quedarnos sólo con el grano y apartar la cascarilla. Hay que tener criterio propio, hay que saber qué es lo que se busca, para qué e incluso cómo utilizarlo. En otras, palabras hay que decidir de forma autónoma aun a riesgo de cometer errores.
Quien no decide y (se) permite que decidan por él no se equivocará pero tampoco será libre. Claro que para caminar en las líneas anteriormente apuntadas hay que reflexionar y saber manejar de forma crítica la información que se recibe.
Para quien tenga curiosidad, sugiero la película La educación prohibida que plantea las deficiencias y problemática de la escuela actual, que ya tiene unos pocos de años (en España arranca de la ley Moyano a mediados del siglo XIX, en otros países algo antes). Es sugerente la explicación del “mito de la caverna” de Platón y que bien puede valer como síntesis de todo su argumento.
El sistema se configura de tal modo que todo el mundo ha de aprender las mismas cosas de idéntica manera. Esto es extensible a toda la sociedad por lo que el gran reto para el siglo XXI, estriba en que debemos aprender a pensar para poder decidir.
Mario Bunge dice que “en la escuela se enseñan ideas, pero no enseñan a discutirlas…”, razón primordial para que sea más importante aprender a pensar que transmitir información porque, si me apuran, ese papel lo cumple Internet, aun asumiendo el peligro manipulativo y muchas otras deficiencias.
Decía Antonio Machado que “en España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten”. ¡Duro comentario!
PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
© ORÁDEA - OCHODOBLE 2014
FOTOGRAFÍA: DAVID CANTILLO
© ORÁDEA - OCHODOBLE 2014