No es la primera vez que la socialdemocracia en general, y el PSOE en particular, “se enfrentan a momentos difíciles”. Si se leen los editoriales, las informaciones y los comentarios de las últimas semanas parece que el futuro del partido atraviesa uno de sus peores momentos.
Es cierto que los dos últimos años han sido uno de los períodos más negativos de la larga vida de nuestra organización. Muchos, casi la mitad de los militantes, intuimos que el partido necesitaba un cambio profundo y renovar personas, contenidos y formas.
Lo que hubiera podido ser un nuevo renacer se convirtió en una victoria pírrica en el Congreso fallido de Sevilla. La nueva dirección no integró las voces de aquellos que no compartían plenamente sus ideas, tácticas y estrategias, y no ha sabido cohesionar las distintas sensibilidades del PSOE.
Los resultados han sido nefastos, derrota tras derrota electoral hasta llegar a estas últimas elecciones europeas en las que la desafección ha alcanzado un máximo histórico. Salvamos los dos dígitos porcentuales por los pelos pero la tendencia es inapelable: o cambiamos o desaparecemos.
Ante esta tesitura, el aparato y la militancia están reaccionando de manera distinta. Algunos, los que no desean ver un partido renovado e ilusionante, actúan con prácticas anticuadas y con predicciones apocalípticas y mensajes repletos de escepticismo, confusión y contradicciones para así trasladar un sentimiento de nostalgia: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Otros desean el cambio pero no se sienten con suficientes fuerzas para desembarazarse de compromisos y pactos del pasado, y temen proponer soluciones innovadoras ante los nuevos y profundos retos que nos acucian.
Otros, bien intencionados, carecen de la convicción para movilizar a la mayoría de los militantes con propuestas de cambio. No obstante, todos ellos aún no han presentado lo que, a mi modo de ver, es lo más importante: un nuevo relato del socialismo del siglo XXI con un programa detallado y que ilusione y gane la confianza de una sociedad que, como la española, está decepcionada y desorientada con un partido cuyas siglas se han deteriorado en el transcurso de los últimos años, así como sus principales señas de identidad. Y lo que es aún más importante, ha socavado su capacidad de presentar proyectos innovadores y adelantarse al futuro.
No es de recibo justificar el desapego de la sociedad hacia los socialistas excusándose esencialmente en la gravedad y envergadura de la crisis económica e institucional. No pueden justificarse los malos resultados si, por una parte, proclamamos y defendemos nuestro ideario tradicional y, por otra, practicamos un pragmatismo neoliberal. No se puede ignorar la confusión que genera cuando, de una parte, acudimos a la crítica recurrente al Gobierno y, de otra, negociamos en secreto un gran pacto PP-PSOE.
Nuestro electorado quiere saber si en verdad tenemos un modelo alternativo, si podemos defender y aplicar políticas de igualdad; si queremos y luchamos por consolidar y hacer avanzar el Estado del Bienestar; si nuestro modelo fiscal es justo, moderno y eficaz; si nuestra capacidad de crear riqueza tendrá un reflejo redistributivo y un mayor compromiso social; si nuestra política de inmigración será represiva y de seguridad o, por el contrario, buscará alternativas en la acción exterior y la cooperación.
La ciudadanía quiere conocer si nuestro modelo de Estado es realmente federal y si lo proponemos con firmeza y convicción y no con “cuchicheos”; si podemos ser un país influyente en Europa y no aceptaremos las imposiciones en contra de los intereses de la mayoría; o si tenemos o no una nueva visión de la organización de los partidos políticos y de cómo atraer y convencer a los militantes y simpatizantes para que se adhieran al empeño y el trabajo colectivo de la reconstrucción del país.
Todas estas cuestiones, y otras muchas, merecerían más tiempo y más espacio para ser tratadas en profundidad y, sin duda alguna, deberán formar parte de ese nuevo relato que tiene que ser discutido y propuesto por la militancia, con mayor participación y transparencia, y sin las trabas orgánicas de la última conferencia política donde se cercenaron las voces disonantes.
Todos los candidatos que hasta ahora han expresado su deseo de dirigir el PSOE tienen la capacidad y el liderazgo para hacerlo, pero ninguno podrá impulsar una verdadera renovación si no logra unir y cohesionar un equipo y diseñar un programa con las aportaciones de todos.
Hoy vivimos en una sociedad compleja e incierta y para responder a sus retos necesitamos de liderazgo, comprensión y ayuda de todos. No podemos cometer de nuevo el error del Congreso de Sevilla. No necesitamos más transiciones. “El PSOE debe resurgir con fuerza escuchando el mensaje de los ciudadanos”, como afirma la secretaria general del PSOE de Andalucía, Susana Díaz, pues nos encontramos en una encrucijada.
Es cierto que los dos últimos años han sido uno de los períodos más negativos de la larga vida de nuestra organización. Muchos, casi la mitad de los militantes, intuimos que el partido necesitaba un cambio profundo y renovar personas, contenidos y formas.
Lo que hubiera podido ser un nuevo renacer se convirtió en una victoria pírrica en el Congreso fallido de Sevilla. La nueva dirección no integró las voces de aquellos que no compartían plenamente sus ideas, tácticas y estrategias, y no ha sabido cohesionar las distintas sensibilidades del PSOE.
Los resultados han sido nefastos, derrota tras derrota electoral hasta llegar a estas últimas elecciones europeas en las que la desafección ha alcanzado un máximo histórico. Salvamos los dos dígitos porcentuales por los pelos pero la tendencia es inapelable: o cambiamos o desaparecemos.
Ante esta tesitura, el aparato y la militancia están reaccionando de manera distinta. Algunos, los que no desean ver un partido renovado e ilusionante, actúan con prácticas anticuadas y con predicciones apocalípticas y mensajes repletos de escepticismo, confusión y contradicciones para así trasladar un sentimiento de nostalgia: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Otros desean el cambio pero no se sienten con suficientes fuerzas para desembarazarse de compromisos y pactos del pasado, y temen proponer soluciones innovadoras ante los nuevos y profundos retos que nos acucian.
Otros, bien intencionados, carecen de la convicción para movilizar a la mayoría de los militantes con propuestas de cambio. No obstante, todos ellos aún no han presentado lo que, a mi modo de ver, es lo más importante: un nuevo relato del socialismo del siglo XXI con un programa detallado y que ilusione y gane la confianza de una sociedad que, como la española, está decepcionada y desorientada con un partido cuyas siglas se han deteriorado en el transcurso de los últimos años, así como sus principales señas de identidad. Y lo que es aún más importante, ha socavado su capacidad de presentar proyectos innovadores y adelantarse al futuro.
No es de recibo justificar el desapego de la sociedad hacia los socialistas excusándose esencialmente en la gravedad y envergadura de la crisis económica e institucional. No pueden justificarse los malos resultados si, por una parte, proclamamos y defendemos nuestro ideario tradicional y, por otra, practicamos un pragmatismo neoliberal. No se puede ignorar la confusión que genera cuando, de una parte, acudimos a la crítica recurrente al Gobierno y, de otra, negociamos en secreto un gran pacto PP-PSOE.
Nuestro electorado quiere saber si en verdad tenemos un modelo alternativo, si podemos defender y aplicar políticas de igualdad; si queremos y luchamos por consolidar y hacer avanzar el Estado del Bienestar; si nuestro modelo fiscal es justo, moderno y eficaz; si nuestra capacidad de crear riqueza tendrá un reflejo redistributivo y un mayor compromiso social; si nuestra política de inmigración será represiva y de seguridad o, por el contrario, buscará alternativas en la acción exterior y la cooperación.
La ciudadanía quiere conocer si nuestro modelo de Estado es realmente federal y si lo proponemos con firmeza y convicción y no con “cuchicheos”; si podemos ser un país influyente en Europa y no aceptaremos las imposiciones en contra de los intereses de la mayoría; o si tenemos o no una nueva visión de la organización de los partidos políticos y de cómo atraer y convencer a los militantes y simpatizantes para que se adhieran al empeño y el trabajo colectivo de la reconstrucción del país.
Todas estas cuestiones, y otras muchas, merecerían más tiempo y más espacio para ser tratadas en profundidad y, sin duda alguna, deberán formar parte de ese nuevo relato que tiene que ser discutido y propuesto por la militancia, con mayor participación y transparencia, y sin las trabas orgánicas de la última conferencia política donde se cercenaron las voces disonantes.
Todos los candidatos que hasta ahora han expresado su deseo de dirigir el PSOE tienen la capacidad y el liderazgo para hacerlo, pero ninguno podrá impulsar una verdadera renovación si no logra unir y cohesionar un equipo y diseñar un programa con las aportaciones de todos.
Hoy vivimos en una sociedad compleja e incierta y para responder a sus retos necesitamos de liderazgo, comprensión y ayuda de todos. No podemos cometer de nuevo el error del Congreso de Sevilla. No necesitamos más transiciones. “El PSOE debe resurgir con fuerza escuchando el mensaje de los ciudadanos”, como afirma la secretaria general del PSOE de Andalucía, Susana Díaz, pues nos encontramos en una encrucijada.
MIGUEL ÁNGEL MORATINOS