Una vez conocidos los tres aspirantes a la Secretaría General del PSOE, tengo la sensación de que las luchas intestinas dentro del partido no concluirán con el próximo congreso sino que se abre un periodo de consolidación de liderazgos internos, hoy inexistentes, que habrán de dejar "cadáveres" en la cuneta.
Está claro que, por muchos currículum personales que puedan aportarse, quienes debían haber estado no están, por aquello de medir los tiempos políticos, y quienes están, al margen de carecer hoy por hoy de liderazgo político, no contarán, como le sucedió a Rodríguez Zapatero, con la circunstancial, trágica y evidente ayuda que electoralmente supuso el atentado de la estación de Atocha, sin el cual difícilmente hubiera accedido a la Presidencia del Gobierno en el 2004.
Ello provocará, si los socialistas pierden las próximas generales, que quienes no han estado quieran estar en la próxima oportunidad y quienes están y consigan el poder orgánico, lo defiendan a capa y espada.
Lo cierto es que, en todo caso, de los dos principales candidatos, Sánchez y Madina, he oído, como principal argumento con el que aspirar a la cúpula del PSOE, el del recambio generacional, unido, lógicamente, a desechar lo hecho para construir un nuevo partido, cayendo con ello en el juego de las edades que tan escasa estructura argumental soporta, a la vez que despreciando a muchas otras generaciones que les han precedido, haya sido en la política o en cualquier otro campo del quehacer social, y que cuentan con un bagaje del que es de estúpidos prescindir.
Es verdad también que en la candidatura de ambos se han cruzado los astros favoreciendo, por distintos motivos y circunstancias, encontrarse ahora en el punto en el que están y al que, de otra forma, les hubiera sido imposible acceder.
Pero, en este caso, no sólo pecan ambos de cierta indolencia y hasta soberbia, sino que se ha puesto en evidencia la cobardía política de muchos socialistas que, cargados de experiencia, han preferido no estrellarse en el envite –no ya en el de la secretaría general, sino en el 2015 o el 2016– conservando su actual estatus, sin ponerlo en peligro, a la espera de tiempos mejores.
Desde Susana Díaz –que se dejó querer para posteriormente rechazar con la cabeza aquello que le pedía el corazón, dejando en el mayor de los desaires a quienes la invitaron públicamente a presentarse– hasta el exministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar –que también se lo pensó y prefirió hacer sus cuentas antes de poder quedarse en los próximos comicios en la oposición–, son muchos los que, ocupando un cargo político o siendo personajes relevantes en la sociedad, han dado el paso atrás o ni siquiera han movido los pies de su sitio, rechazando la responsabilidad de sacar adelante un proyecto socialista en el que puedan conciliarse las ideas y legítimas ambiciones de los más jóvenes con la visión serena y mucho más amplia de quienes han tenido la oportunidad de vivir e intervenir en situaciones políticas y sociales complejas por razón no tanto de su edad como de su experiencia personal.
A España no le conviene un Partido Socialista que simplemente se escore en sus posiciones de izquierda movido por los radicalismos emergentes en IU, Podemos y otras formaciones, marginales en muchos casos, que pudieran electoralmente restarle apoyos, sino una socialdemocracia que anteponga su solidez ideológica y programática al simple recuento de votos que, por otra parte, iría en retroceso si el ciudadano no encuentra refugio estable en aquello que el PSOE le ofrezca.
La situación del país es muy delicada, con múltiples frentes abiertos que habría que cerrar desde el consenso social y político, a lo que no parece que vayan a ayudar los dos candidatos si tenemos en cuenta algunas de sus declaraciones y sus ya públicos encontronazos con motivo de la consecución de avales. La suerte, en cualquier caso, está echada y mucho me temo que España se juegue una partida que no le va a resultar fácil ganar.
Está claro que, por muchos currículum personales que puedan aportarse, quienes debían haber estado no están, por aquello de medir los tiempos políticos, y quienes están, al margen de carecer hoy por hoy de liderazgo político, no contarán, como le sucedió a Rodríguez Zapatero, con la circunstancial, trágica y evidente ayuda que electoralmente supuso el atentado de la estación de Atocha, sin el cual difícilmente hubiera accedido a la Presidencia del Gobierno en el 2004.
Ello provocará, si los socialistas pierden las próximas generales, que quienes no han estado quieran estar en la próxima oportunidad y quienes están y consigan el poder orgánico, lo defiendan a capa y espada.
Lo cierto es que, en todo caso, de los dos principales candidatos, Sánchez y Madina, he oído, como principal argumento con el que aspirar a la cúpula del PSOE, el del recambio generacional, unido, lógicamente, a desechar lo hecho para construir un nuevo partido, cayendo con ello en el juego de las edades que tan escasa estructura argumental soporta, a la vez que despreciando a muchas otras generaciones que les han precedido, haya sido en la política o en cualquier otro campo del quehacer social, y que cuentan con un bagaje del que es de estúpidos prescindir.
Es verdad también que en la candidatura de ambos se han cruzado los astros favoreciendo, por distintos motivos y circunstancias, encontrarse ahora en el punto en el que están y al que, de otra forma, les hubiera sido imposible acceder.
Pero, en este caso, no sólo pecan ambos de cierta indolencia y hasta soberbia, sino que se ha puesto en evidencia la cobardía política de muchos socialistas que, cargados de experiencia, han preferido no estrellarse en el envite –no ya en el de la secretaría general, sino en el 2015 o el 2016– conservando su actual estatus, sin ponerlo en peligro, a la espera de tiempos mejores.
Desde Susana Díaz –que se dejó querer para posteriormente rechazar con la cabeza aquello que le pedía el corazón, dejando en el mayor de los desaires a quienes la invitaron públicamente a presentarse– hasta el exministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar –que también se lo pensó y prefirió hacer sus cuentas antes de poder quedarse en los próximos comicios en la oposición–, son muchos los que, ocupando un cargo político o siendo personajes relevantes en la sociedad, han dado el paso atrás o ni siquiera han movido los pies de su sitio, rechazando la responsabilidad de sacar adelante un proyecto socialista en el que puedan conciliarse las ideas y legítimas ambiciones de los más jóvenes con la visión serena y mucho más amplia de quienes han tenido la oportunidad de vivir e intervenir en situaciones políticas y sociales complejas por razón no tanto de su edad como de su experiencia personal.
A España no le conviene un Partido Socialista que simplemente se escore en sus posiciones de izquierda movido por los radicalismos emergentes en IU, Podemos y otras formaciones, marginales en muchos casos, que pudieran electoralmente restarle apoyos, sino una socialdemocracia que anteponga su solidez ideológica y programática al simple recuento de votos que, por otra parte, iría en retroceso si el ciudadano no encuentra refugio estable en aquello que el PSOE le ofrezca.
La situación del país es muy delicada, con múltiples frentes abiertos que habría que cerrar desde el consenso social y político, a lo que no parece que vayan a ayudar los dos candidatos si tenemos en cuenta algunas de sus declaraciones y sus ya públicos encontronazos con motivo de la consecución de avales. La suerte, en cualquier caso, está echada y mucho me temo que España se juegue una partida que no le va a resultar fácil ganar.
ENRIQUE BELLIDO