El pasado mes de julio aparecía en plataforma móvil un curioso juego, Bog Racers, que pasó sin gloria y con bastante pena en la tienda digital hasta hace apenas unos días. En este título, el jugador tiene que tocar la pantalla para redirigir a un pequeño coche por el camino idóneo, ya que el paisaje está lleno de riachuelos por los que puede precipitarse el pequeño automóvil.
Apenas hace unos días, este mismo lunes estaba disponible el segundo juego del autor Dong Nguyen, conocido como Swing Copters, una especie de Flappy Bird, donde en lugar de sortear tuberías –que recuerdan claramente a las del fontanero de Nintendo- tiene que hacer lo mismo con barras y martillos que giran. Todo un desglose de imaginación y frescura hecha videojuego, dónde va a parar.
Pese a lo irrelevante del apartado técnico de este nuevo juego, lo traemos a colación por la actual disputa entre Open Name, creadores de Bog Racer, y Nguyen. Motivo por el cual, como ya os adelantábamos, la obra de los coches no ha tenido relevancia hasta ahora. Una triste relevancia mejor dicho.
La situación es tan sencilla como ya manida en otros campos: el plagio o la copia más descarada y desleal. En esta ocasión, Open Name se ha puesto en contacto con varios medios especializados para comunicar su malestar ante lo que ellos consideran una flagrante copia. Después de todo, y dicho sea de paso, ambos juegos repiten la misma insípida mecánica: darle golpes a una pantalla para guiar al personaje, evitando los obstáculos que se le interpone.
En estos correos enviados aseguran que harán lo posible para retirar esta copia de las tiendas digitales y que tomarán las medidas necesarias para que se haga justicia. Al margen de lo que ellos opinen, vayamos por partes.
A los autores del juego de coches no les falta razón: si miramos el historial, Bog Racer se puso en el mercado, gratuitamente, el 24 de julio. Irónica pero casualmente, Swing Copters apareció el 25 de agosto, exactamente un mes más tarde. Lo primero que cabe pensar es que si hay dos cosas iguales, la original será la primera que se fabricó. Pero es un pensamiento causa-efecto que no tiene siempre que ser efectivo.
Parémonos a analizar. Un juego no se tarda en desarrollarse un mes. Es cierto que no hablamos de software para sistemas como PS4 o Xbox One, los cuales requieren periodos de más de un año. Pero treinta días se antojan escasos para crear un juego, testarlo –probar si contiene o no errores- acordar su lanzamiento con las plataformas de venta correspondientes y ponerlo en el comercio.
Cogiendo la lupa y fijándonos en las huellas, estaríamos ante un claro ejemplo que el refranero español condensaría a la perfección a través de un "¿qué fue antes, el huevo o la gallina?". Después de todo, en el primer juego de Dong Nguyen, el ya citado Flappy Bird, había que dar toques para colar a un pequeño pájaro por el espacio resultante entre los extremos de dos tuberías. Swing Copters usa la misma mecánica, traspasando la horizontalidad de Flappy a la verticalidad de los martillos. Una cosa que, todo sea dicho, Bog Racer también hace suyo.
El único pecado del que se le acusa al juego del pequeño helicóptero es que toma la fama recogida por el primer juego de Nguyen y se crece con ella. En cambio, en el caso de los automóviles, no han gozado de esa fama previa –ni actual- por lo que sus descargas están siendo ínfimas.
¿Estamos ante un caso de plagio descarado? A ciencia cierta, no se puede saber, a menos que se consulte directamente con Dong Nguyen qué ha hecho para crear Swing Copters. Pero todo señala hacia la misma dirección: más que copiarse de otros, éste se ha copiado a sí mismo, usando la misma repetitiva y aburrida mecánica para hacer esta segunda obra.
Bog Racers, en cambio, ha cometido un único error: querer recurrir a la jugabilidad sencilla para dar el carpetazo y darse a conocer con un juego fácil de hacer, pero adictivo. Nadie le culpa de ello, no sería justo, después de todo hay muchas compañías más grandes que sacan juegos anuales clónicos para rellenar sus arcas de beneficios. Pero acusar a los demás de copiar “está muy feo”, algo que se enseña en los primeros pasos de la construcción de la moral infantil.
Open Name, los coches no vuelan, por eso no pueden llegar alto. Los helicópteros, sí. Para otra vez, toca escoger mejor el medio de transporte para viajar.
Apenas hace unos días, este mismo lunes estaba disponible el segundo juego del autor Dong Nguyen, conocido como Swing Copters, una especie de Flappy Bird, donde en lugar de sortear tuberías –que recuerdan claramente a las del fontanero de Nintendo- tiene que hacer lo mismo con barras y martillos que giran. Todo un desglose de imaginación y frescura hecha videojuego, dónde va a parar.
Pese a lo irrelevante del apartado técnico de este nuevo juego, lo traemos a colación por la actual disputa entre Open Name, creadores de Bog Racer, y Nguyen. Motivo por el cual, como ya os adelantábamos, la obra de los coches no ha tenido relevancia hasta ahora. Una triste relevancia mejor dicho.
La situación es tan sencilla como ya manida en otros campos: el plagio o la copia más descarada y desleal. En esta ocasión, Open Name se ha puesto en contacto con varios medios especializados para comunicar su malestar ante lo que ellos consideran una flagrante copia. Después de todo, y dicho sea de paso, ambos juegos repiten la misma insípida mecánica: darle golpes a una pantalla para guiar al personaje, evitando los obstáculos que se le interpone.
En estos correos enviados aseguran que harán lo posible para retirar esta copia de las tiendas digitales y que tomarán las medidas necesarias para que se haga justicia. Al margen de lo que ellos opinen, vayamos por partes.
A los autores del juego de coches no les falta razón: si miramos el historial, Bog Racer se puso en el mercado, gratuitamente, el 24 de julio. Irónica pero casualmente, Swing Copters apareció el 25 de agosto, exactamente un mes más tarde. Lo primero que cabe pensar es que si hay dos cosas iguales, la original será la primera que se fabricó. Pero es un pensamiento causa-efecto que no tiene siempre que ser efectivo.
Parémonos a analizar. Un juego no se tarda en desarrollarse un mes. Es cierto que no hablamos de software para sistemas como PS4 o Xbox One, los cuales requieren periodos de más de un año. Pero treinta días se antojan escasos para crear un juego, testarlo –probar si contiene o no errores- acordar su lanzamiento con las plataformas de venta correspondientes y ponerlo en el comercio.
Cogiendo la lupa y fijándonos en las huellas, estaríamos ante un claro ejemplo que el refranero español condensaría a la perfección a través de un "¿qué fue antes, el huevo o la gallina?". Después de todo, en el primer juego de Dong Nguyen, el ya citado Flappy Bird, había que dar toques para colar a un pequeño pájaro por el espacio resultante entre los extremos de dos tuberías. Swing Copters usa la misma mecánica, traspasando la horizontalidad de Flappy a la verticalidad de los martillos. Una cosa que, todo sea dicho, Bog Racer también hace suyo.
El único pecado del que se le acusa al juego del pequeño helicóptero es que toma la fama recogida por el primer juego de Nguyen y se crece con ella. En cambio, en el caso de los automóviles, no han gozado de esa fama previa –ni actual- por lo que sus descargas están siendo ínfimas.
¿Estamos ante un caso de plagio descarado? A ciencia cierta, no se puede saber, a menos que se consulte directamente con Dong Nguyen qué ha hecho para crear Swing Copters. Pero todo señala hacia la misma dirección: más que copiarse de otros, éste se ha copiado a sí mismo, usando la misma repetitiva y aburrida mecánica para hacer esta segunda obra.
Bog Racers, en cambio, ha cometido un único error: querer recurrir a la jugabilidad sencilla para dar el carpetazo y darse a conocer con un juego fácil de hacer, pero adictivo. Nadie le culpa de ello, no sería justo, después de todo hay muchas compañías más grandes que sacan juegos anuales clónicos para rellenar sus arcas de beneficios. Pero acusar a los demás de copiar “está muy feo”, algo que se enseña en los primeros pasos de la construcción de la moral infantil.
Open Name, los coches no vuelan, por eso no pueden llegar alto. Los helicópteros, sí. Para otra vez, toca escoger mejor el medio de transporte para viajar.
SALVADOR BELIZÓN