En plenas vacaciones de agosto, la “jefa” de Europa se da una vuelta por los arrabales más problemáticos del continente (Ucrania, envuelta en revueltas de bandas antagónicas, y España, empeñada hasta las cejas y necesitada de rescate bancario) para palpar de primera mano si los díscolos se avienen a seguir las directrices que ella dicta desde Alemania.
Ni el presidente de la Unión, Herman Van Rompuy, ni el recién elegido presidente del Parlamento, Martin Schulz, ni tampoco el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, supervisan el comportamiento de estos territorios conflictivos, aún cuando sean ellos quienes detectan los cargos y funciones para hacerlo en nombre de la Unión Europea. Se nota quién manda.
A Ucrania ha ido la canciller alemana para mostrar con su presencia el apoyo a Kiev en su lucha contra los que desean seguir bajo la órbita rusa y se levantan en armas para impedir todo acuerdo de asociación, como paso previo a una futura integración, con Europa.
La Rusia de Putin, que ya se anexionó la península ucraniana de Crimea, alienta el conflicto con municiones, milicias y suministros de todo tipo con tal de soñar con su viejo cortejo de repúblicas satélites sometidas a control soviético.
En ese pulso de la ambición continental de Europa, dispuesta a completar el diseño geográfico de su mapa físico para ampliarlo hasta los Urales, Merkel apuesta por hacer demostración de una voluntad férrea de no ceder al chantaje guerracivilista de la facción oriental prorrusa, personándose junto al presidente ucraniano, Petró Poroshenko, quien la agasaja con un ramo de flores. A la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, ni se le ha visto, ni se le espera. ¿Para qué?
Y en Galicia, adonde la ha llevado el solícito anfitrión español, Mariano Rajoy, de paseo por su tierra natal y en visita blindada, para resguardarse de los protesta-flautas, al Apóstol Santiago, Merkel ha oído todo lo que quería escuchar en palabras del presidente de Gobierno: que seguiremos aplicando las recetas que ella prescriba para adecuar nuestra economía a los intereses de la banca alemana.
Como buen alumno disciplinado, Rajoy se comprometió a proseguir con las “reformas estructurales” que tan buenos resultados están dando a los acreedores, casualmente alemanes. Y en un alarde de osadía, impropio de quien no suele abrir la boca, el presidente español recabó el respaldo de Alemania, imprescindible por otra parte, para conseguir un premio de consolación en Europa para el ministro de Economía patrio, Luis de Guindos, por los indiscutibles méritos que jalonan su gestión, primero en Lehman Brothers, y después al frente del desmantelamiento de nuestro Estado del Bienestar.
Los testigos de la petición aseguran que a Merkel le brillaron las pupilas, como si estuviera a punto de soltar alguna lágrima, no se sabe si de alegría o de risa, pero en cualquier caso satisfecha por la docilidad y fiabilidad del buen Mariano, siempre tan atento y comprensivo con los poderosos.
Nuestro hábil presidente regaló a los oídos de la alemana la certeza de que aquí no castigaremos a los banqueros que condenaron a la miseria a miles de españoles con sus especulaciones criminales, como han hecho en Estados Unidos con Bank of America, entidad que tendrá que pagar una multa de 17.000 millones de dólares por la estafa de las hipotecas subprime, sino que los seguiremos ayudando a cumplir con sus deudas, a cargo del erario público, como lo demuestra el hecho de que el BBVA haya adquirido Catalunya Bank por menos de 1.200 millones de euros, cuando necesitó cerca de 14.000 millones en ayudas que se dan por perdidos. Esa es la reforma estructural del sistema financiero que quería conocer la “jefa” alemana de boca del español.
También le garantizó tranquilidad porque le confirmó que tiene asegurada la continuidad del partido gobernante en todos los ayuntamientos gracias a una triquiñuela electoral que obligará eligir alcalde al de la lista más votada, que, por supuesto, será siempre del PP, dada la fragmentación de la izquierda nacional en mil grupos chillones y poco pragmáticos.
Angela se mostró cansada durante el Camino de Santiago, pero esperanzada con el apoyo que recibe de España en su lucha por la austeridad de los pobres de Europa y con la comprensión incondicional que le muestra el presidente español, tan gentil y dicharachero.
Con indisimulada envidia por la suerte que tiene Rajoy de no encontrar una oposición fiable que discuta sus iniciativas y un pueblo sumiso que se empeña en seguir confiando en quienes lo empobrecen a golpe de decretos-ley que recortan prestaciones y derechos, Merkel se dejó homenajear en un restaurante gallego con los productos típicos de la tierra, en un ambiente de gran camaradería. Pero requirió de España idéntica camaradería cuando tenga que poner firmes a Francia e Italia, que se resisten a aplicar sus políticas de austeridad y “ajustes” contra viento y marea.
Fue entonces cuando Rajoy, que no deja pasar una, le sugirió que también Arias Cañete podría acceder a una comisaría económica importante, además de la jefatura del Eurogrupo para Guindos. Rajoy volvía a demostrar ante los suyos su estatura de hombre de Estado, con el aplauso irreprimible de Soraya Sáenz de Santamaría y Carlos Floriano. Merkel regresó a Alemania, tras pasar revista, murmurando: “¡Dios, qué tropa!”.
Ni el presidente de la Unión, Herman Van Rompuy, ni el recién elegido presidente del Parlamento, Martin Schulz, ni tampoco el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, supervisan el comportamiento de estos territorios conflictivos, aún cuando sean ellos quienes detectan los cargos y funciones para hacerlo en nombre de la Unión Europea. Se nota quién manda.
A Ucrania ha ido la canciller alemana para mostrar con su presencia el apoyo a Kiev en su lucha contra los que desean seguir bajo la órbita rusa y se levantan en armas para impedir todo acuerdo de asociación, como paso previo a una futura integración, con Europa.
La Rusia de Putin, que ya se anexionó la península ucraniana de Crimea, alienta el conflicto con municiones, milicias y suministros de todo tipo con tal de soñar con su viejo cortejo de repúblicas satélites sometidas a control soviético.
En ese pulso de la ambición continental de Europa, dispuesta a completar el diseño geográfico de su mapa físico para ampliarlo hasta los Urales, Merkel apuesta por hacer demostración de una voluntad férrea de no ceder al chantaje guerracivilista de la facción oriental prorrusa, personándose junto al presidente ucraniano, Petró Poroshenko, quien la agasaja con un ramo de flores. A la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Catherine Ashton, ni se le ha visto, ni se le espera. ¿Para qué?
Y en Galicia, adonde la ha llevado el solícito anfitrión español, Mariano Rajoy, de paseo por su tierra natal y en visita blindada, para resguardarse de los protesta-flautas, al Apóstol Santiago, Merkel ha oído todo lo que quería escuchar en palabras del presidente de Gobierno: que seguiremos aplicando las recetas que ella prescriba para adecuar nuestra economía a los intereses de la banca alemana.
Como buen alumno disciplinado, Rajoy se comprometió a proseguir con las “reformas estructurales” que tan buenos resultados están dando a los acreedores, casualmente alemanes. Y en un alarde de osadía, impropio de quien no suele abrir la boca, el presidente español recabó el respaldo de Alemania, imprescindible por otra parte, para conseguir un premio de consolación en Europa para el ministro de Economía patrio, Luis de Guindos, por los indiscutibles méritos que jalonan su gestión, primero en Lehman Brothers, y después al frente del desmantelamiento de nuestro Estado del Bienestar.
Los testigos de la petición aseguran que a Merkel le brillaron las pupilas, como si estuviera a punto de soltar alguna lágrima, no se sabe si de alegría o de risa, pero en cualquier caso satisfecha por la docilidad y fiabilidad del buen Mariano, siempre tan atento y comprensivo con los poderosos.
Nuestro hábil presidente regaló a los oídos de la alemana la certeza de que aquí no castigaremos a los banqueros que condenaron a la miseria a miles de españoles con sus especulaciones criminales, como han hecho en Estados Unidos con Bank of America, entidad que tendrá que pagar una multa de 17.000 millones de dólares por la estafa de las hipotecas subprime, sino que los seguiremos ayudando a cumplir con sus deudas, a cargo del erario público, como lo demuestra el hecho de que el BBVA haya adquirido Catalunya Bank por menos de 1.200 millones de euros, cuando necesitó cerca de 14.000 millones en ayudas que se dan por perdidos. Esa es la reforma estructural del sistema financiero que quería conocer la “jefa” alemana de boca del español.
También le garantizó tranquilidad porque le confirmó que tiene asegurada la continuidad del partido gobernante en todos los ayuntamientos gracias a una triquiñuela electoral que obligará eligir alcalde al de la lista más votada, que, por supuesto, será siempre del PP, dada la fragmentación de la izquierda nacional en mil grupos chillones y poco pragmáticos.
Angela se mostró cansada durante el Camino de Santiago, pero esperanzada con el apoyo que recibe de España en su lucha por la austeridad de los pobres de Europa y con la comprensión incondicional que le muestra el presidente español, tan gentil y dicharachero.
Con indisimulada envidia por la suerte que tiene Rajoy de no encontrar una oposición fiable que discuta sus iniciativas y un pueblo sumiso que se empeña en seguir confiando en quienes lo empobrecen a golpe de decretos-ley que recortan prestaciones y derechos, Merkel se dejó homenajear en un restaurante gallego con los productos típicos de la tierra, en un ambiente de gran camaradería. Pero requirió de España idéntica camaradería cuando tenga que poner firmes a Francia e Italia, que se resisten a aplicar sus políticas de austeridad y “ajustes” contra viento y marea.
Fue entonces cuando Rajoy, que no deja pasar una, le sugirió que también Arias Cañete podría acceder a una comisaría económica importante, además de la jefatura del Eurogrupo para Guindos. Rajoy volvía a demostrar ante los suyos su estatura de hombre de Estado, con el aplauso irreprimible de Soraya Sáenz de Santamaría y Carlos Floriano. Merkel regresó a Alemania, tras pasar revista, murmurando: “¡Dios, qué tropa!”.
DANIEL GUERRERO