Sirvan mil banderas del orgullo y este vómito mío para muchos fundamentalistas que, en nombre de “sus dioses”, tanto tormento han provocado en múltiples almas y en más de un herido corazón. Mi mayor y más macabro desprecio a tantos oscurantistas, cuyo sentido en sus míseras vidas es pesar el oro que les dé brillo a sus calaveras.
¡Que se hundan ya para siempre en su podrido cieno y no siembren más la tierra de dolor! Que sepan que este maravilloso espacio donde habito está creado para mí, no contra mí. ¡Fuera primates lujuriosos! ¡Fuera todos de mi vida! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
Sé que muchos mediocres, siempre y ahora, me han envidiado. Que aquellos cobardes “del amor oscuro” me han deseado. Sé que en sus castradas vidas, mis ojos claros, “mi poética” de un linaje desconocido y mi sonrisa han sido espadas que sus inmundas mortajas les han atravesado.
Y también sé que ahora hacen sus escatológicas “cacerías” con medios más sutiles, que no sólo se engullen “babeando” lentamente a su presa, sino que a ésta (ya moribunda) le ofrecen los postres. ¡Envidiosos! ¡Cobardes! ¡Cobardes! ¡Cobardes!
¡Qué razón tenía Séneca cuando dijo:“En un alma noble no cabe la maldad”! ¡Qué ignorante que he sido! ¡Cuánto tiempo en miles y miles de besos perdido, esperándolo todo de allí donde sólo anida la frialdad y el vacío…!
Por fin, ya desperté de esa ceguera mental. Ya sé quiénes son mis enemigos, y denuncio esta sinrazón haciendo mías las palabras de Óscar Wilde, “derramadas” en su libro De profundis:
“Yo y mis iguales, apenas si tenemos derecho al aire y al sol. Nuestra presencia opaca la alegría de los demás. Cuando reaparecemos somos unos intrusos. Ni siquiera se nos deja gozar del claro de luna. Nuestros hijos nos son arrebatados.
Quedan rotos esos lazos adorables que nos unen a la humanidad. Viviendo nuestros hijos nos vemos nosotros condenados a la soledad. Se nos niega cuanto pudiera curarnos y conservarnos, cuanto es susceptible de llevar algún bálsamo al corazón destrozado, y sosiego al alma dolida”.
¡Que se hundan ya para siempre en su podrido cieno y no siembren más la tierra de dolor! Que sepan que este maravilloso espacio donde habito está creado para mí, no contra mí. ¡Fuera primates lujuriosos! ¡Fuera todos de mi vida! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
Sé que muchos mediocres, siempre y ahora, me han envidiado. Que aquellos cobardes “del amor oscuro” me han deseado. Sé que en sus castradas vidas, mis ojos claros, “mi poética” de un linaje desconocido y mi sonrisa han sido espadas que sus inmundas mortajas les han atravesado.
Y también sé que ahora hacen sus escatológicas “cacerías” con medios más sutiles, que no sólo se engullen “babeando” lentamente a su presa, sino que a ésta (ya moribunda) le ofrecen los postres. ¡Envidiosos! ¡Cobardes! ¡Cobardes! ¡Cobardes!
¡Qué razón tenía Séneca cuando dijo:“En un alma noble no cabe la maldad”! ¡Qué ignorante que he sido! ¡Cuánto tiempo en miles y miles de besos perdido, esperándolo todo de allí donde sólo anida la frialdad y el vacío…!
Por fin, ya desperté de esa ceguera mental. Ya sé quiénes son mis enemigos, y denuncio esta sinrazón haciendo mías las palabras de Óscar Wilde, “derramadas” en su libro De profundis:
“Yo y mis iguales, apenas si tenemos derecho al aire y al sol. Nuestra presencia opaca la alegría de los demás. Cuando reaparecemos somos unos intrusos. Ni siquiera se nos deja gozar del claro de luna. Nuestros hijos nos son arrebatados.
Quedan rotos esos lazos adorables que nos unen a la humanidad. Viviendo nuestros hijos nos vemos nosotros condenados a la soledad. Se nos niega cuanto pudiera curarnos y conservarnos, cuanto es susceptible de llevar algún bálsamo al corazón destrozado, y sosiego al alma dolida”.
LUIS CÁRDENAS