El excelente comunicador Carlos Herrera comentaba días pasados, en su programa matinal en Onda Cero, la invitación que había recibido de Cuatro para, con un grupo de reconocidos periodistas, realizar una entrevista en horario de máxima audiencia al líder de Podemos, Pablo Iglesias. Herrera declinó la invitación contestando con ironía si es que lo habían elegido presidente del Gobierno.
Y es que por encima del interés público, muy por encima de la lógica social y de la cordura democrática, existen medios de comunicación, grupos empresariales que manipulan tales medios, a los que les interesa, infinitamente más, unos altos niveles de audiencia que lleven a rentables contratos de publicidad que la equidad política y la justicia en el reparto de los tiempos y los escenarios de información.
Y es que Podemos, como pueda sucederle a Sálvame, se ha convertido en un fenómeno generador de morbo que acapara audiencias en una sociedad que no acaba de encontrar sus adecuados niveles de desarrollo intelectual y crítico, gracias, en gran medida, a las políticas educativas y culturales puestas en marcha, como al escaso valor que se ha venido dando a la formación en valores éticos y sociales.
Cuando la educación de un pueblo se convierte en un simple mercadeo partidista, sesgado siempre por la influencia de una u otra fuerza política, no cabe esperar que la calidad formativa de la población sea suficiente como para afrontar con garantías los retos de una sociedad debilitada por la crisis social y económica, necesitada de encontrar, como ahora se viene utilizando tanto, "nichos" de empleo, pero incapacitada para innovar o dar forma a una trama productiva estructurada que los soporte.
De ahí el triunfo de la demagogia frente a la racionalidad, que tan bien viene a quienes la ponen en práctica y tantas ilusiones genera en quienes carecen de recursos para ampararse en soluciones de mucha mayor solidez.
Que socialistas y conservadores alemanes hayan sido capaces de encontrar la necesaria sintonía como para aunar esfuerzos dentro de un gobierno común y que aquí en España sigamos manteniendo la confrontación como pilar fundamental de la subsistencia de los partidos, nos indica, cuando menos, las diferencias formales que nos separan de quienes mayores niveles de desarrollo han alcanzado y el escaso avance que en lo sustancial ha vivido la sociedad española en estos casi cuarenta años de democracia, mediatizada siempre por los intereses partidarios frente a las verdaderas necesidades de la población.
Una prueba más la hemos vivido en estos días con la incapacidad de dos partidos, UPyD y Ciudadanos, para llegar a acuerdos electorales, cuando ambas formaciones poseen suficientes puntos comunes de anclaje como para establecer no sólo una estrategia común, sino también un proyecto sólido y con base argumental con el que concurrir a los próximos comicios municipales y autonómicos, sin por ello perder su identidad orgánica.
Pero no, parece haber primado en el partido que dirige Rosa Díez, frente a la opinión del eurodiputado Sosa Wagner, esa rémora tan española de que del enfrentamiento nace el éxito y no de la unidad de esfuerzos.
Lastre que parte de la clase política catalana quiere hacer patente el 9 de noviembre con su consulta independentista y que otro demagogo de tomo y lomo, Paulino Rivero, presidente del Gobierno de Canarias, utiliza ahora oponiéndose a las prospecciones petrolíferas a 50 kilómetros de las islas, a la búsqueda de una identidad política y territorial que, en lugar de enriquecer, debilita.
Lo dicho, anclajes entre partidos, entre ideologías cercanas, entre España y los diferentes territorios que la componen, entre colectivos sociales e incluso a nivel personal, los tenemos a nuestra disposición. Otra cosa es que queramos y sepamos cómo utilizarlos.
Y es que por encima del interés público, muy por encima de la lógica social y de la cordura democrática, existen medios de comunicación, grupos empresariales que manipulan tales medios, a los que les interesa, infinitamente más, unos altos niveles de audiencia que lleven a rentables contratos de publicidad que la equidad política y la justicia en el reparto de los tiempos y los escenarios de información.
Y es que Podemos, como pueda sucederle a Sálvame, se ha convertido en un fenómeno generador de morbo que acapara audiencias en una sociedad que no acaba de encontrar sus adecuados niveles de desarrollo intelectual y crítico, gracias, en gran medida, a las políticas educativas y culturales puestas en marcha, como al escaso valor que se ha venido dando a la formación en valores éticos y sociales.
Cuando la educación de un pueblo se convierte en un simple mercadeo partidista, sesgado siempre por la influencia de una u otra fuerza política, no cabe esperar que la calidad formativa de la población sea suficiente como para afrontar con garantías los retos de una sociedad debilitada por la crisis social y económica, necesitada de encontrar, como ahora se viene utilizando tanto, "nichos" de empleo, pero incapacitada para innovar o dar forma a una trama productiva estructurada que los soporte.
De ahí el triunfo de la demagogia frente a la racionalidad, que tan bien viene a quienes la ponen en práctica y tantas ilusiones genera en quienes carecen de recursos para ampararse en soluciones de mucha mayor solidez.
Que socialistas y conservadores alemanes hayan sido capaces de encontrar la necesaria sintonía como para aunar esfuerzos dentro de un gobierno común y que aquí en España sigamos manteniendo la confrontación como pilar fundamental de la subsistencia de los partidos, nos indica, cuando menos, las diferencias formales que nos separan de quienes mayores niveles de desarrollo han alcanzado y el escaso avance que en lo sustancial ha vivido la sociedad española en estos casi cuarenta años de democracia, mediatizada siempre por los intereses partidarios frente a las verdaderas necesidades de la población.
Una prueba más la hemos vivido en estos días con la incapacidad de dos partidos, UPyD y Ciudadanos, para llegar a acuerdos electorales, cuando ambas formaciones poseen suficientes puntos comunes de anclaje como para establecer no sólo una estrategia común, sino también un proyecto sólido y con base argumental con el que concurrir a los próximos comicios municipales y autonómicos, sin por ello perder su identidad orgánica.
Pero no, parece haber primado en el partido que dirige Rosa Díez, frente a la opinión del eurodiputado Sosa Wagner, esa rémora tan española de que del enfrentamiento nace el éxito y no de la unidad de esfuerzos.
Lastre que parte de la clase política catalana quiere hacer patente el 9 de noviembre con su consulta independentista y que otro demagogo de tomo y lomo, Paulino Rivero, presidente del Gobierno de Canarias, utiliza ahora oponiéndose a las prospecciones petrolíferas a 50 kilómetros de las islas, a la búsqueda de una identidad política y territorial que, en lugar de enriquecer, debilita.
Lo dicho, anclajes entre partidos, entre ideologías cercanas, entre España y los diferentes territorios que la componen, entre colectivos sociales e incluso a nivel personal, los tenemos a nuestra disposición. Otra cosa es que queramos y sepamos cómo utilizarlos.
ENRIQUE BELLIDO