Es indudable y lo proclaman a voces que muchos lo quieren. El sentimiento está ahí, ha surgido de manera casi repentina, en un rapidísimo proceso de conversión a veces instantáneo. Es evidente ahora como era evidente su marginalidad hace tan solo unos años. Pero, ¿por qué quieren separarse de España?
La respuesta de los secesionistas es muy simple y se ancla en dos pilares básicos: porque España nos oprime y nos roba y con la independencia vamos a ser más ricos y a vivir mejor. Así de simple y de mentira. Porque ambas cosas son una absoluta y total mentira, una alucinación convertida en sentimiento colectivo y que no soportan el mínimo contraste con la razón.
La primera parte donde se asienta el principio de odio y desprecio al otro, al español, y la supuesta creencia, el complejo de superioridad, el somos mejores, más listos, más buenos, más honrados y más ricos y los otros son malos, peores, falsos, opresores, viles, ladrones, cutres y desgraciados y nos han explotado, oprimido, ofendido y robado, principio esencial de todo nacionalismo con su carga xenófoba implícita, se supone basada en elementos históricos, geográficos, culturales y lingüísticos.
Lo cierto en la historia es que jamás fue así. Cataluña formó parte de la Corona de Aragón, pactó su unidad en España en el siglo XV y en la guerra de Sucesión una parte peleó en el bando perdedor, el carlista, contra el borbónico. No hay más.
Lo que sí hay es la constatación de que nunca como ahora sus singularidades, sus hechos diferenciales y su nivel de autogobierno han sido tan respetados, alentados y enaltecidos. Nunca.
Si ha existido un momento de toda la historia de Cataluña donde más autogobierno ha tenido, donde más se ha enaltecido su historia, su lengua ha sido a partir de la actual Constitución y de su Estatuto de Autonomía.
Nunca como ahora, nunca mayor libertad y autogobierno. Tanto que no hay quien en toda Europa lo tenga. Y si la opresión no aparece por ningún a lado, lo del robo y el expolio resulta que tiene ahora otra presunción y hasta confesión. Solo es necesario mirar hacía el clan del “Padre Fundador”. Pero hay más y en lo mayor. Si ha existido una zona privilegiada en su desarrollo y desde el siglo XIX, ha sido ella.
Resulta, pues y como poco, sorprendente que la ira por la supuesta opresión se produzca cuando mayor autonomía y libertad existen. Sucedió en la Segunda Republica, cuando Macía se lanzó a la secesión, camino que ahora tienta de nuevo, sublevándose contra la legalidad republicana que le había concedido un estatuto y justo cuando más débil estaba, en plena guerra contra Franco.
La situación tiene una similitud con el presente. Justo cuando más respeto y libertad han obtenido es cuando clama lo contrario y cuando resulta que emerge que no se trataba de ello para “encajarse” en España sino para utilizarlo en una espiral que les lleve al objetivo: la independencia.
Es, sin duda, una cuestión política, cocinada políticamente, desde las elites políticas, diseñada y emplatada para el adoctrinamiento de la población. Y para lograrlo dos instrumentos: la educación desde el parvulario en la ideología nacionalista y los medios de comunicación entregados, con generoso riego, a la causa hasta convertirse, con los públicos en cabecera, en instrumentos no de información sino de pura, dura y sesgada agitación y propaganda.
En este devenir es preciso poner en valor el apoyo de la izquierda, genuflexa ante los postulados nacionalistas y que ha llevado a sus votantes a esa otra orilla. El caso de los Maragall es axiomático, más nacionalistas que los que llevaban la marca y que con la complicidad del iluso y endeble Zapatero abrieron la definitiva espita y el de Montilla, ejemplo preclaro de “tonto útil” con su pacto con ERC.
En este sentido, resulta muy significativo que en ese “agravio identitario” enarbolen las pancartas en primera fila gentes cuyas raíces están en muchos otros lugares de España y que abrazan con enorme fervorina los postulados mas extremos del nacionalismo. En ello tiene un debe inmenso esa izquierda que traicionó sus principio y sus esencias y los entregó, amarrados ideológicamente, al nacionalismo.
Todo ello ha llevado donde estamos y pretendiéndonos hacer olvidar de dónde venimos. De una Constitución votada por todos, y por ellos con entusiasmo, que ahora pretenden hacer añicos y violar en letra, fondo y espíritu, y que atendió como nunca a su singularidad.
La segunda piedra troncal de la consigna nacionalista es a futuro. Seremos más ricos y viviremos mejor. Que alguna izquierda “compre” tal insolidaridad, como si fueran los territorios quienes tributan y no las personas, “los ricos”, es de aurora boreal. Pero es que además es tan mentira como la de la opresión.
Una mentira que conocen muy bien quienes les engañan prometiéndoles paraísos de leche y miel, como está Mas, primero Moisés de la tierra prometida y ahora delirando en rey David y presumiendo de “valiente, audaz, corajudo, astuto e inteligente” y ya atribuyéndose la victoria ante el estúpido Goliat. Mas tiene “padre político”, según el mismo confiesa –el corrupto Pujol– pero parece no tener abuela.
Lo cierto es lo contrario. Sin España, los catalanes serán más pobres, estarán más aislados, se irán de Europa: nadie los echa, se van ellos al irse de España y con muy dudoso, largo y complicadísimo camino de vuelta y su situación será poco menos y quizás más de quiebra que de bonanza.
El solo barrunto de la posibilidad ya está demostrándoselo con deslocalización de empresas, con caída a pico de la inversión extranjera y teniendo que recurrir al Estado Español, el único que les presta, para poder ir aguantando deudas.
La verdad y la razón van juntas. La víscera y la mentira un millón de veces repetida están conduciendo a muchos catalanes a una creencia que suponen realidad y donde el espejismo del oasis no esconde más que arena y sed.
La respuesta de los secesionistas es muy simple y se ancla en dos pilares básicos: porque España nos oprime y nos roba y con la independencia vamos a ser más ricos y a vivir mejor. Así de simple y de mentira. Porque ambas cosas son una absoluta y total mentira, una alucinación convertida en sentimiento colectivo y que no soportan el mínimo contraste con la razón.
La primera parte donde se asienta el principio de odio y desprecio al otro, al español, y la supuesta creencia, el complejo de superioridad, el somos mejores, más listos, más buenos, más honrados y más ricos y los otros son malos, peores, falsos, opresores, viles, ladrones, cutres y desgraciados y nos han explotado, oprimido, ofendido y robado, principio esencial de todo nacionalismo con su carga xenófoba implícita, se supone basada en elementos históricos, geográficos, culturales y lingüísticos.
Lo cierto en la historia es que jamás fue así. Cataluña formó parte de la Corona de Aragón, pactó su unidad en España en el siglo XV y en la guerra de Sucesión una parte peleó en el bando perdedor, el carlista, contra el borbónico. No hay más.
Lo que sí hay es la constatación de que nunca como ahora sus singularidades, sus hechos diferenciales y su nivel de autogobierno han sido tan respetados, alentados y enaltecidos. Nunca.
Si ha existido un momento de toda la historia de Cataluña donde más autogobierno ha tenido, donde más se ha enaltecido su historia, su lengua ha sido a partir de la actual Constitución y de su Estatuto de Autonomía.
Nunca como ahora, nunca mayor libertad y autogobierno. Tanto que no hay quien en toda Europa lo tenga. Y si la opresión no aparece por ningún a lado, lo del robo y el expolio resulta que tiene ahora otra presunción y hasta confesión. Solo es necesario mirar hacía el clan del “Padre Fundador”. Pero hay más y en lo mayor. Si ha existido una zona privilegiada en su desarrollo y desde el siglo XIX, ha sido ella.
Resulta, pues y como poco, sorprendente que la ira por la supuesta opresión se produzca cuando mayor autonomía y libertad existen. Sucedió en la Segunda Republica, cuando Macía se lanzó a la secesión, camino que ahora tienta de nuevo, sublevándose contra la legalidad republicana que le había concedido un estatuto y justo cuando más débil estaba, en plena guerra contra Franco.
La situación tiene una similitud con el presente. Justo cuando más respeto y libertad han obtenido es cuando clama lo contrario y cuando resulta que emerge que no se trataba de ello para “encajarse” en España sino para utilizarlo en una espiral que les lleve al objetivo: la independencia.
Es, sin duda, una cuestión política, cocinada políticamente, desde las elites políticas, diseñada y emplatada para el adoctrinamiento de la población. Y para lograrlo dos instrumentos: la educación desde el parvulario en la ideología nacionalista y los medios de comunicación entregados, con generoso riego, a la causa hasta convertirse, con los públicos en cabecera, en instrumentos no de información sino de pura, dura y sesgada agitación y propaganda.
En este devenir es preciso poner en valor el apoyo de la izquierda, genuflexa ante los postulados nacionalistas y que ha llevado a sus votantes a esa otra orilla. El caso de los Maragall es axiomático, más nacionalistas que los que llevaban la marca y que con la complicidad del iluso y endeble Zapatero abrieron la definitiva espita y el de Montilla, ejemplo preclaro de “tonto útil” con su pacto con ERC.
En este sentido, resulta muy significativo que en ese “agravio identitario” enarbolen las pancartas en primera fila gentes cuyas raíces están en muchos otros lugares de España y que abrazan con enorme fervorina los postulados mas extremos del nacionalismo. En ello tiene un debe inmenso esa izquierda que traicionó sus principio y sus esencias y los entregó, amarrados ideológicamente, al nacionalismo.
Todo ello ha llevado donde estamos y pretendiéndonos hacer olvidar de dónde venimos. De una Constitución votada por todos, y por ellos con entusiasmo, que ahora pretenden hacer añicos y violar en letra, fondo y espíritu, y que atendió como nunca a su singularidad.
La segunda piedra troncal de la consigna nacionalista es a futuro. Seremos más ricos y viviremos mejor. Que alguna izquierda “compre” tal insolidaridad, como si fueran los territorios quienes tributan y no las personas, “los ricos”, es de aurora boreal. Pero es que además es tan mentira como la de la opresión.
Una mentira que conocen muy bien quienes les engañan prometiéndoles paraísos de leche y miel, como está Mas, primero Moisés de la tierra prometida y ahora delirando en rey David y presumiendo de “valiente, audaz, corajudo, astuto e inteligente” y ya atribuyéndose la victoria ante el estúpido Goliat. Mas tiene “padre político”, según el mismo confiesa –el corrupto Pujol– pero parece no tener abuela.
Lo cierto es lo contrario. Sin España, los catalanes serán más pobres, estarán más aislados, se irán de Europa: nadie los echa, se van ellos al irse de España y con muy dudoso, largo y complicadísimo camino de vuelta y su situación será poco menos y quizás más de quiebra que de bonanza.
El solo barrunto de la posibilidad ya está demostrándoselo con deslocalización de empresas, con caída a pico de la inversión extranjera y teniendo que recurrir al Estado Español, el único que les presta, para poder ir aguantando deudas.
La verdad y la razón van juntas. La víscera y la mentira un millón de veces repetida están conduciendo a muchos catalanes a una creencia que suponen realidad y donde el espejismo del oasis no esconde más que arena y sed.
ANTONIO PÉREZ HENARES