El yihadista vasco. Así titulaba hace unos días Gerardo Elorriaga en El Correo la crítica a mi novela El regreso de El Lobo. Hacía referencia al hecho de "la conversión del infiltrado en un musulmán radicalizado" que "constituye un original punto de partida de la novela". A lo que añadía que la obra goza de "una notable sensación de credibilidad, favorecida por la construcción de los personajes".
He tenido la suerte de que las críticas hasta el momento han destacado que "constituye una de las aportaciones más atractivas de los últimos tiempos al género del espionaje". Pero también Mikel Lejarza ha sido el centro de atención a raíz de la publicación del libro.
Se ha recordado su arriesgada peripecia en el seno de ETA, las veces que escuchó el silbido de una bala dirigida a él que, por suerte, equivocó el rumbo; incluso se ha hablado de esa desazón que le produjo el comportamiento de los mandos de su propio servicio secreto. "Cuántas veces me habré preguntado para qué", escribe al final de El regreso de El Lobo.
Como contador de historias que investigo en las alcantarillas del poder, creo justo reconocer que con frecuencia hay gente a la que le disgusta el contenido de los que contamos. Cuando los temas están cerca de nuestra forma de concebir el mundo los aplaudimos, pero no si son historias que consideramos benefician a nuestros enemigos.
En el Festival de Cine de San Sebastián se ha estrenado la película Lasa y Zabala. Basándose en los documentos del juicio, según especifica su director Pablo Malo, cuenta la verídica historia de dos miembros de ETA que fueron secuestrados en Bayona por miembros de la Guardia Civil y trasladados a España donde fueron torturados y finalmente asesinados.
Ya antes de llegar a las salas de cine, la película se vio envuelta por la polémica por haber sido financiada por instituciones controladas por la izquierda abertzale y por el Gobierno vasco del PNV.
Habrá que esperar a ver la película, pero de entrada hay que respetar el derecho de cualquier creador a hacer una película basada en hechos reales y en una parte de la historia española que no nos gusta a muchos y que por suerte fue desterrada de la lucha antiterrorista.
A veces, los que tienen que ser los buenos, se convierten en malos. Fueron pocos, pero eso también forma parte de las alcantarillas del poder. Como periodista de investigación defenderé siempre el derecho de todos a contar historias, siempre que se ajusten a la verdad.
He tenido la suerte de que las críticas hasta el momento han destacado que "constituye una de las aportaciones más atractivas de los últimos tiempos al género del espionaje". Pero también Mikel Lejarza ha sido el centro de atención a raíz de la publicación del libro.
Se ha recordado su arriesgada peripecia en el seno de ETA, las veces que escuchó el silbido de una bala dirigida a él que, por suerte, equivocó el rumbo; incluso se ha hablado de esa desazón que le produjo el comportamiento de los mandos de su propio servicio secreto. "Cuántas veces me habré preguntado para qué", escribe al final de El regreso de El Lobo.
Como contador de historias que investigo en las alcantarillas del poder, creo justo reconocer que con frecuencia hay gente a la que le disgusta el contenido de los que contamos. Cuando los temas están cerca de nuestra forma de concebir el mundo los aplaudimos, pero no si son historias que consideramos benefician a nuestros enemigos.
En el Festival de Cine de San Sebastián se ha estrenado la película Lasa y Zabala. Basándose en los documentos del juicio, según especifica su director Pablo Malo, cuenta la verídica historia de dos miembros de ETA que fueron secuestrados en Bayona por miembros de la Guardia Civil y trasladados a España donde fueron torturados y finalmente asesinados.
Ya antes de llegar a las salas de cine, la película se vio envuelta por la polémica por haber sido financiada por instituciones controladas por la izquierda abertzale y por el Gobierno vasco del PNV.
Habrá que esperar a ver la película, pero de entrada hay que respetar el derecho de cualquier creador a hacer una película basada en hechos reales y en una parte de la historia española que no nos gusta a muchos y que por suerte fue desterrada de la lucha antiterrorista.
A veces, los que tienen que ser los buenos, se convierten en malos. Fueron pocos, pero eso también forma parte de las alcantarillas del poder. Como periodista de investigación defenderé siempre el derecho de todos a contar historias, siempre que se ajusten a la verdad.
FERNANDO RUEDA