Somos humanos, y como seres no robóticos que somos, podemos cometer errores. Esta premisa es inherente a nuestra condición, siendo de forma cotidiana un mecanismo que nos permite evolucionar y superarnos a nosotros mismos. Pero claro, para ello hemos de tomar nota de lo que estamos haciendo mal, o de lo contrario estos fallos no servirán más que para hacer el ridículo.
Las compañías, en tanto en cuanto la conforman personas, pueden pecar de esta falla en su forma de ejecutar decisiones, proyectos y demás acciones. El problema, una vez más, es cuando tienen como único motivo y frente el dinero y desatienden por completo lo que deben corregir. Hablamos de Ubisoft.
Recientemente, la firma francesa ha lanzado al mercado Assassin’s Creed: Unity, nueva entrega de la franquicia de asesinos que esta vez se traslada al París de 1789. En plena Revolución Francesa, como pueden imaginar aquellos diestros en Historia. O que hayan echado mano a la Wikipedia.
La premisa es buena, los gráficos mejores y todo señalaba a que sería un éxito de ventas y de críticas. ¿Resultado? Encontronazo contra la pared. Y de los grandes, de los que suenan de lejos.
La llegada de esta saga a las consolas de nueva generación no ha sido como se podía esperar, esencialmente, a causa de los innumerables bugs que han aparecido a lo largo y ancho del juego. Sin llegar a entrar en el origen del tecnicismo –nos llevaría más de dos páginas de Word– este término hace alusión a un error de programación dentro de un videojuego o de cualquier producto informático en general.
De este modo, nos encontramos con que Arno, el protagonista de Unity, se queda atascado al intentar escalar edificios, no puede salir de los carromatos de heno en los que se ha escondido o sufre alteraciones en su rostro. El resultado es el que podéis observar en la imagen que acompaña este texto: ojos y boca levitando, junto a un pelo que aumenta y decrece al libre albedrío.
Como siempre suele pasar con estos asuntos, ni hay que dramatizar ni hay que aplaudir estos resultados. A pesar de que algunos de estos fallos pueden llegar a entorpecer gravemente la partida, el producto no deja de ser diferente y hay que evaluarlo por lo que es. No deja de ser peor título por ello. Esto por romper una lanza por Ubisoft frente a los extremistas. Una vez ya se han ido, hay que hablar claramente las cosas.
Por mucho que la historia, jugabilidad y música sean excelentes, errores tan acuciados como los que se han estado observando no son dignos de aprobación. Todo juego tiene algún que otro error inesperado y es obvio. Como decíamos al principio de la argumentación, nadie es perfecto. Pero hay bugs imperdonables que la compañía conocía seguro y, aún así, se ha decidido a lanzar el juego.
Nos negamos a creer –llamadnos visionarios– que este equipo de desarrolladores no se ha percatado de la congelación del juego al jugar online, de los cuerpos fallecidos que levitan sobre los bancos o los personajes que traspasan paredes como algunos vídeos de YouTube demuestran. Sin contar con el plato fuerte: los ya citados rostros fantasmas.
La compañía sabía a lo que se atenía y lo que había, pero las fechas presionan y las ventas navideñas más todavía. Había que sacar el juego sea como fuere, con los bugs que tenga o deje de tener. Ya luego se sacará un parche con el que actualizar y corregir los errores.
Pero esa actitud es reprochable muy fácilmente. Es como construir una casa sin materiales y cada cinco años volver para darle alguna capa de cemento porque las paredes se caen a trozos. Eso es una chapuza y punto.
Lo peor del asunto es que no todos los palos le llueven a Assassin’s Creed. Esta misma semana también vemos el caso de Sonic Boom, la última entrega del erizo azul de SEGA, que no ha realizado SEGA pero SEGA promociona. Un aplauso por la ausente lógica en todo esto.
Aunque el caso de esta mascota da para trabajo de fin de carrera, nos limitaremos a comentar que este último proyecto suyo también está repleto de errores. Aunque, en esta ocasión son tantos, que los medios especializados están cebándose con él en las notas.
No resulta muy lógico poder acabarse toda la historia pegando saltos ilimitados con Knuckles porque nadie se ha esforzado en optimizar el juego y corregir este fallo. Tampoco es normal que todos los niveles estén repletos de incongruencias y defectos que lastren constantemente la jugabilidad. De todos modos, el rediseño de todos los personajes ya debería considerarse un bug en sí mismo.
Como podéis ver, aunque Assassin’s Creed: Unity ha dejado más que suficientes descuidos de por medio, algunos con delirantes resultados, no se trata de un caso en particular. Sonic Boom y otros tantos títulos se suman a una tendencia cada vez más generalizada: poner a la venta productos sin pulir, a medio terminar, que el jugador los compre y ya si eso, con el dinero en el bolsillo de seguro, enmendamos algo con una actualización.
Con tantos bugs, a este ritmo dejaremos de utilizar una o PlayStation 4 una Xbox One y las cambiaremos por un cazamariposas. Sería mucho más rentable, desde luego. Mientras tanto, ahora que ya han lanzado tres parches, podéis jugar a Assassin’s Creed: Bugnity todo lo que queráis. Unity, perdón.
Las compañías, en tanto en cuanto la conforman personas, pueden pecar de esta falla en su forma de ejecutar decisiones, proyectos y demás acciones. El problema, una vez más, es cuando tienen como único motivo y frente el dinero y desatienden por completo lo que deben corregir. Hablamos de Ubisoft.
Recientemente, la firma francesa ha lanzado al mercado Assassin’s Creed: Unity, nueva entrega de la franquicia de asesinos que esta vez se traslada al París de 1789. En plena Revolución Francesa, como pueden imaginar aquellos diestros en Historia. O que hayan echado mano a la Wikipedia.
La premisa es buena, los gráficos mejores y todo señalaba a que sería un éxito de ventas y de críticas. ¿Resultado? Encontronazo contra la pared. Y de los grandes, de los que suenan de lejos.
La llegada de esta saga a las consolas de nueva generación no ha sido como se podía esperar, esencialmente, a causa de los innumerables bugs que han aparecido a lo largo y ancho del juego. Sin llegar a entrar en el origen del tecnicismo –nos llevaría más de dos páginas de Word– este término hace alusión a un error de programación dentro de un videojuego o de cualquier producto informático en general.
De este modo, nos encontramos con que Arno, el protagonista de Unity, se queda atascado al intentar escalar edificios, no puede salir de los carromatos de heno en los que se ha escondido o sufre alteraciones en su rostro. El resultado es el que podéis observar en la imagen que acompaña este texto: ojos y boca levitando, junto a un pelo que aumenta y decrece al libre albedrío.
Como siempre suele pasar con estos asuntos, ni hay que dramatizar ni hay que aplaudir estos resultados. A pesar de que algunos de estos fallos pueden llegar a entorpecer gravemente la partida, el producto no deja de ser diferente y hay que evaluarlo por lo que es. No deja de ser peor título por ello. Esto por romper una lanza por Ubisoft frente a los extremistas. Una vez ya se han ido, hay que hablar claramente las cosas.
Por mucho que la historia, jugabilidad y música sean excelentes, errores tan acuciados como los que se han estado observando no son dignos de aprobación. Todo juego tiene algún que otro error inesperado y es obvio. Como decíamos al principio de la argumentación, nadie es perfecto. Pero hay bugs imperdonables que la compañía conocía seguro y, aún así, se ha decidido a lanzar el juego.
Nos negamos a creer –llamadnos visionarios– que este equipo de desarrolladores no se ha percatado de la congelación del juego al jugar online, de los cuerpos fallecidos que levitan sobre los bancos o los personajes que traspasan paredes como algunos vídeos de YouTube demuestran. Sin contar con el plato fuerte: los ya citados rostros fantasmas.
La compañía sabía a lo que se atenía y lo que había, pero las fechas presionan y las ventas navideñas más todavía. Había que sacar el juego sea como fuere, con los bugs que tenga o deje de tener. Ya luego se sacará un parche con el que actualizar y corregir los errores.
Pero esa actitud es reprochable muy fácilmente. Es como construir una casa sin materiales y cada cinco años volver para darle alguna capa de cemento porque las paredes se caen a trozos. Eso es una chapuza y punto.
Lo peor del asunto es que no todos los palos le llueven a Assassin’s Creed. Esta misma semana también vemos el caso de Sonic Boom, la última entrega del erizo azul de SEGA, que no ha realizado SEGA pero SEGA promociona. Un aplauso por la ausente lógica en todo esto.
Aunque el caso de esta mascota da para trabajo de fin de carrera, nos limitaremos a comentar que este último proyecto suyo también está repleto de errores. Aunque, en esta ocasión son tantos, que los medios especializados están cebándose con él en las notas.
No resulta muy lógico poder acabarse toda la historia pegando saltos ilimitados con Knuckles porque nadie se ha esforzado en optimizar el juego y corregir este fallo. Tampoco es normal que todos los niveles estén repletos de incongruencias y defectos que lastren constantemente la jugabilidad. De todos modos, el rediseño de todos los personajes ya debería considerarse un bug en sí mismo.
Como podéis ver, aunque Assassin’s Creed: Unity ha dejado más que suficientes descuidos de por medio, algunos con delirantes resultados, no se trata de un caso en particular. Sonic Boom y otros tantos títulos se suman a una tendencia cada vez más generalizada: poner a la venta productos sin pulir, a medio terminar, que el jugador los compre y ya si eso, con el dinero en el bolsillo de seguro, enmendamos algo con una actualización.
Con tantos bugs, a este ritmo dejaremos de utilizar una o PlayStation 4 una Xbox One y las cambiaremos por un cazamariposas. Sería mucho más rentable, desde luego. Mientras tanto, ahora que ya han lanzado tres parches, podéis jugar a Assassin’s Creed: Bugnity todo lo que queráis. Unity, perdón.
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN