La afición de Eduardo Torres-Dulce por el cine del Oeste es de sobra conocida y algunos le tenemos como el mejor de los críticos y ensayistas. Su libro Jinetes en el cielo resulta imprescindible en la materia. Por ello, en estos días que vive es posible que le hayan traído a la memoria aquella mítica película de Zinnemann, Solo ante el peligro, protagonizada por Gary Cooper.
No me consta que sea de las que tiene en la mayor de las estimas pero no somos pocos quienes, muy a su pesar, le hemos visto en cierta forma en el pellejo de aquel sheriff al que todos le dicen lo que tiene que hacer mientras le van dejando solo, al tiempo que él entiende que su único camino, por mucho que no sea conveniente, es el de cumplir con la ley.
Eduardo Torres-Dulce ha sido, hasta el momento, el fiscal general con más apoyo dentro de la “carrera” y el que ha dado más sobradas prueba de criterio propio e independiente de todos cuantos le han precedido.
Lógicamente, ello le ha supuesto pasar por algunas situaciones nada agradables y que no contentaban ni a los unos ni a los otros. También se sabe que su intención manifiesta era estar justo una legislatura y ni un día más en el cargo.
Y en la actual encrucijada, quizás la más endiablada de estos años, ha aplicado, contra viento y marea, injerencias y presuntas conveniencias políticas lo que le parecía que debía que hacer siguiendo un estricto criterio jurídico.
Simplemente cree, como las gentes del común y con un mínimo de ese sentido, que Artur Mas y sus adláteres se pasaron la ley y a los tribunales por la entrepierna. Y que deben de responder ante la justicia por ello.
Ante eso se ha encontrado con casi todo. Primero, los propios afectados; luego, los socialistas, que le dicen que sí, que lo de la ley muy bien, pero que mire para otro lado , que no es “conveniente”, que se vaya a pescar y un ratito del pueblo.
Por el otro lado le salen discípulos adelantados que se van de la boca y pretenden sustituirle en la redacción del pliego de cargos, caso de Alicia Sánchez Camacho. Y, de postre, los “ayudantes” se le escamotean en el preciso momento.
Encabezados por la señora Teresa Compte, de siempre trufada políticamente –nombrada por Conde-Pumpido, siempre estuvo a favor del inconstitucional presunto derecho a decidir de Cataluña– la mayoría de los fiscales catalanes se han colocado en la posición de echar la culpa a todos: al Constitucional por no precisar y a Zapatero, que eso también, por haber derogado la convocatoria ilegal de referendum como constitutiva de delitos y de salirse ellos por peteneras.
Que mejor no presentar la querella porque, además, lo más probable es que el TSJC se la vaya a tumbar porque los jueces, a su vez, están muy tocados de nacionalismo. Como ellos, vamos. La presión ambiental que se dice. Pero no ha tenido Torres-Dulce tampoco apoyo de quien podía esperarlo un poco más al menos. Por ejemplo, del ministro de Justicia.
Al final, Torres-Dulce ha decidido jugársela. Cierto que, a la hora de la verdad, no le han fallado sus compañeros. De 24 fiscales de la Junta solo uno se manifestó en contra de presentar la querella y aún él acabó por unirse a la abrumadora mayoria al final.
Pero nunca debió llegarse a ese momento. La querella con esta disputa interna llega debilitada al tribunal. De eso no cabe duda. También ha sufrido un enorme desgaste el propio fiscal general del Estado.
Por eso, uno se pregunta si su historia no acabará como la película. Que cumplido su deber les estampe la estrella en los pies y se vaya a seguir escribiendo de cine. Que de política, Eduardo Torres-Dulce ya ha tenido bastante.
No me consta que sea de las que tiene en la mayor de las estimas pero no somos pocos quienes, muy a su pesar, le hemos visto en cierta forma en el pellejo de aquel sheriff al que todos le dicen lo que tiene que hacer mientras le van dejando solo, al tiempo que él entiende que su único camino, por mucho que no sea conveniente, es el de cumplir con la ley.
Eduardo Torres-Dulce ha sido, hasta el momento, el fiscal general con más apoyo dentro de la “carrera” y el que ha dado más sobradas prueba de criterio propio e independiente de todos cuantos le han precedido.
Lógicamente, ello le ha supuesto pasar por algunas situaciones nada agradables y que no contentaban ni a los unos ni a los otros. También se sabe que su intención manifiesta era estar justo una legislatura y ni un día más en el cargo.
Y en la actual encrucijada, quizás la más endiablada de estos años, ha aplicado, contra viento y marea, injerencias y presuntas conveniencias políticas lo que le parecía que debía que hacer siguiendo un estricto criterio jurídico.
Simplemente cree, como las gentes del común y con un mínimo de ese sentido, que Artur Mas y sus adláteres se pasaron la ley y a los tribunales por la entrepierna. Y que deben de responder ante la justicia por ello.
Ante eso se ha encontrado con casi todo. Primero, los propios afectados; luego, los socialistas, que le dicen que sí, que lo de la ley muy bien, pero que mire para otro lado , que no es “conveniente”, que se vaya a pescar y un ratito del pueblo.
Por el otro lado le salen discípulos adelantados que se van de la boca y pretenden sustituirle en la redacción del pliego de cargos, caso de Alicia Sánchez Camacho. Y, de postre, los “ayudantes” se le escamotean en el preciso momento.
Encabezados por la señora Teresa Compte, de siempre trufada políticamente –nombrada por Conde-Pumpido, siempre estuvo a favor del inconstitucional presunto derecho a decidir de Cataluña– la mayoría de los fiscales catalanes se han colocado en la posición de echar la culpa a todos: al Constitucional por no precisar y a Zapatero, que eso también, por haber derogado la convocatoria ilegal de referendum como constitutiva de delitos y de salirse ellos por peteneras.
Que mejor no presentar la querella porque, además, lo más probable es que el TSJC se la vaya a tumbar porque los jueces, a su vez, están muy tocados de nacionalismo. Como ellos, vamos. La presión ambiental que se dice. Pero no ha tenido Torres-Dulce tampoco apoyo de quien podía esperarlo un poco más al menos. Por ejemplo, del ministro de Justicia.
Al final, Torres-Dulce ha decidido jugársela. Cierto que, a la hora de la verdad, no le han fallado sus compañeros. De 24 fiscales de la Junta solo uno se manifestó en contra de presentar la querella y aún él acabó por unirse a la abrumadora mayoria al final.
Pero nunca debió llegarse a ese momento. La querella con esta disputa interna llega debilitada al tribunal. De eso no cabe duda. También ha sufrido un enorme desgaste el propio fiscal general del Estado.
Por eso, uno se pregunta si su historia no acabará como la película. Que cumplido su deber les estampe la estrella en los pies y se vaya a seguir escribiendo de cine. Que de política, Eduardo Torres-Dulce ya ha tenido bastante.
ANTONIO PÉREZ HENARES