Miércoles, 21 de octubre de 2015. Son las ocho de la mañana y me dispongo a sacar el coche para ir a la facultad con la duda de si tendré clases ese día. La razón se encontraba en que por la noche anterior algunos compañeros habían recibido por correo electrónico unos escritos de sus correspondientes delegados de curso en los que les comunicaban que no asistirían al centro dado que iban a hacer huelga de dos días: miércoles y jueves.
En mi caso, yo no había recibido nada. Es más, no sabía quién era el delegado o delegada de la asignatura que tenía que impartir esa mañana, puesto que llevábamos más de un mes de clase pero no había ocurrido nada especial, ya que, como suele suceder, los alumnos se ponen en contacto con su profesor en el momento en el que surge algún problema importante.
Como inciso, y para aclarar lo de ‘más de un mes’, quisiera indicar que este curso la Universidad de Córdoba había planteado un nuevo calendario, de modo que las clases se iniciarían el 7 de septiembre y acabaríamos en junio. Es decir, en este año comenzábamos antes que los niños pequeños. Así, paradójicamente, mientras íbamos impartiendo las primeras clases, todavía se encontraban estudiantes examinándose en septiembre. En fin… ensayos sin pies ni cabeza.
Cuando llegué a la facultad, y tras dejar unos libros en el despacho, me dirigí al aula de prácticas, ya que esa mañana trabajaría con tres grupos distintos de la misma asignatura, con la incertidumbre de no saber si tendría trabajo docente o me volvería al despacho a realizar otras tareas.
Al cabo de un rato, comprobé que chicos y chicas iban entrando y sentándose en las banquetas de las grandes mesas de dibujo. Una vez que comprobé que estaba toda la gente, me dirigí a ellos: “Buenos días, ¿parece que hoy hay convocada una huelga…?”.
“Sí, sí, pero también será para mañana jueves… aunque algunos la amplían al viernes”, responden al unísono un grupo de ellos.
Continúo: “La verdad es que esta mañana cuando venía para la facultad no sabía qué iba a suceder hoy con las tres clases prácticas. Para otra ocasión, conviene que el delegado o delegada de la asignatura me escriba un correo electrónico y me tenga informado… Por cierto, ¿quién es?”. “¡Yo, yo!”, me indica una alumna sonriente que se encuentra en el fondo del aula agitando la mano.
Una vez que ya sé quién es la delegada de la clase, retomo la charla: “Bueno, antes de que continuemos con el trabajo que estamos desarrollando en la asignatura, me gustaría saber por qué se hace la huelga, ya que no he tenido ninguna información de que fuera a llevarse algún paro en la Universidad… Y mira que estoy al tanto de todo lo que acontece en este mundo”.
Se observan unos a otros con caras de desconcierto y sin saber qué responder. “Lo mejor es que lo explique la delegada, que quizás ella lo sepa”, me apuntan algunos para salir de la situación azarosa de verse haciendo una huelga al día siguiente, pero sin saber por qué se hace un paro, que, como suele suceder en la Universidad española, acaba convirtiéndose en un fin de semana alargado.
La delegada acude en auxilio de sus compañeros. “Creo… me parece… que es por eso del tres más dos”, apunta sin tener muy claro de qué está hablando o si eso es exactamente la razón del paro.
Como en esos momentos no quiero comprometerles excesivamente, quité de mi mente solicitarles que me dijeran el nombre del actual el Ministro de Educación, pues sería, más o menos, como preguntarles cuál era la capital de Zimbabue. (Lo cierto es que este ministro es un verdadero enigma, no solo para la gente sino también para los que trabajamos en la enseñanza.)
“Bueno, vamos a ver…”, intento aclararles, “…debéis saber que eso del tres más dos es la denominación que se da a la propuesta del exministro Wert de transformar los actuales Grados de cuatro años y reducirlos a tres cursos, para que los másteres pasen de uno a dos años, y, de este modo, dado que no hay becas para másteres, las universidades paso a paso acaben financiándose con las matrículas de los alumnos, o, mejor, con el dinero de sus padres”.
La charla se deriva hacia el exministro Wert, a su recompensa al ser nombrado embajador en París en la OCDE junto a su amada Monserrat Gomendio, también a su vivienda alquilada de 500 metros cuadrados en uno de los barrios selectos de la capital gala y que es pagada con los impuestos de todos, a su sueldo de diez mil euros mensuales, a su coche con chófer…
Todo un auténtico premio por su abnegada labor. Una labor que finalizó antes de tiempo y que abandonó, según nos cuentan, por un verdadero y auténtico amor, digno de Romeo y Julieta o de los Amantes de Teruel.
Antes de que comenzaran y se centraran en el trabajo, me presté a cerrar el pequeño y, en cierto modo, improvisado debate.
“Volviendo de nuevo al tema de la huelga”, les digo, “no termino de comprender que os planteéis un paro, del que nadie parece estar informado, cuando hay unas elecciones a la vista el 20 de Diciembre, siendo probable que si hay cambio de Gobierno se dé un carpetazo a la LOMCE y se acabe con la descabellada idea del tres más dos en la Universidad…”.
Voy cerrando la pequeña intervención: “Creo que lo razonable es que conozcáis las propuestas que hacen los distintos partidos en el tema de educación y votéis, según cada uno de vosotros, al que defienda los cambios que consideréis necesarios en educación. No es lógico que os quedéis ese día en casa y, sin embargo, creáis que un paro como este puede resolver el problema educativo en este país…”.
Poco a poco se apaga el pequeño debate. Sacan sus materiales y se preparan para empezar a trabajar. Me siento sobre la mesa y conecto el ordenador. Mientras tanto, me interrogo sobre el mundo y los intereses de los jóvenes de hoy, de sus inquietudes, sobre las ideas que tienen de la realidad de este país, de lo que significa hacer una huelga sin saber con claridad por qué y para qué o que tengan que acudir a la delegada de curso para que les aclare por qué hacen paro.
Me da por pensar en Nietzsche y su idea del eterno retorno. De ese eterno retorno que bien conocemos los que estamos en la enseñanza al encontrarnos, generación tras generación, con los mismos planteamientos juveniles, con sus mismos esquemas, y con el hecho de que siempre hay que comenzar debatiendo, siendo conscientes de que es una gran etapa de la vida y en la que las cosas, por suerte para ellos, se ven con más sencillez de lo que en realidad son.
En mi caso, yo no había recibido nada. Es más, no sabía quién era el delegado o delegada de la asignatura que tenía que impartir esa mañana, puesto que llevábamos más de un mes de clase pero no había ocurrido nada especial, ya que, como suele suceder, los alumnos se ponen en contacto con su profesor en el momento en el que surge algún problema importante.
Como inciso, y para aclarar lo de ‘más de un mes’, quisiera indicar que este curso la Universidad de Córdoba había planteado un nuevo calendario, de modo que las clases se iniciarían el 7 de septiembre y acabaríamos en junio. Es decir, en este año comenzábamos antes que los niños pequeños. Así, paradójicamente, mientras íbamos impartiendo las primeras clases, todavía se encontraban estudiantes examinándose en septiembre. En fin… ensayos sin pies ni cabeza.
Cuando llegué a la facultad, y tras dejar unos libros en el despacho, me dirigí al aula de prácticas, ya que esa mañana trabajaría con tres grupos distintos de la misma asignatura, con la incertidumbre de no saber si tendría trabajo docente o me volvería al despacho a realizar otras tareas.
Al cabo de un rato, comprobé que chicos y chicas iban entrando y sentándose en las banquetas de las grandes mesas de dibujo. Una vez que comprobé que estaba toda la gente, me dirigí a ellos: “Buenos días, ¿parece que hoy hay convocada una huelga…?”.
“Sí, sí, pero también será para mañana jueves… aunque algunos la amplían al viernes”, responden al unísono un grupo de ellos.
Continúo: “La verdad es que esta mañana cuando venía para la facultad no sabía qué iba a suceder hoy con las tres clases prácticas. Para otra ocasión, conviene que el delegado o delegada de la asignatura me escriba un correo electrónico y me tenga informado… Por cierto, ¿quién es?”. “¡Yo, yo!”, me indica una alumna sonriente que se encuentra en el fondo del aula agitando la mano.
Una vez que ya sé quién es la delegada de la clase, retomo la charla: “Bueno, antes de que continuemos con el trabajo que estamos desarrollando en la asignatura, me gustaría saber por qué se hace la huelga, ya que no he tenido ninguna información de que fuera a llevarse algún paro en la Universidad… Y mira que estoy al tanto de todo lo que acontece en este mundo”.
Se observan unos a otros con caras de desconcierto y sin saber qué responder. “Lo mejor es que lo explique la delegada, que quizás ella lo sepa”, me apuntan algunos para salir de la situación azarosa de verse haciendo una huelga al día siguiente, pero sin saber por qué se hace un paro, que, como suele suceder en la Universidad española, acaba convirtiéndose en un fin de semana alargado.
La delegada acude en auxilio de sus compañeros. “Creo… me parece… que es por eso del tres más dos”, apunta sin tener muy claro de qué está hablando o si eso es exactamente la razón del paro.
Como en esos momentos no quiero comprometerles excesivamente, quité de mi mente solicitarles que me dijeran el nombre del actual el Ministro de Educación, pues sería, más o menos, como preguntarles cuál era la capital de Zimbabue. (Lo cierto es que este ministro es un verdadero enigma, no solo para la gente sino también para los que trabajamos en la enseñanza.)
“Bueno, vamos a ver…”, intento aclararles, “…debéis saber que eso del tres más dos es la denominación que se da a la propuesta del exministro Wert de transformar los actuales Grados de cuatro años y reducirlos a tres cursos, para que los másteres pasen de uno a dos años, y, de este modo, dado que no hay becas para másteres, las universidades paso a paso acaben financiándose con las matrículas de los alumnos, o, mejor, con el dinero de sus padres”.
La charla se deriva hacia el exministro Wert, a su recompensa al ser nombrado embajador en París en la OCDE junto a su amada Monserrat Gomendio, también a su vivienda alquilada de 500 metros cuadrados en uno de los barrios selectos de la capital gala y que es pagada con los impuestos de todos, a su sueldo de diez mil euros mensuales, a su coche con chófer…
Todo un auténtico premio por su abnegada labor. Una labor que finalizó antes de tiempo y que abandonó, según nos cuentan, por un verdadero y auténtico amor, digno de Romeo y Julieta o de los Amantes de Teruel.
Antes de que comenzaran y se centraran en el trabajo, me presté a cerrar el pequeño y, en cierto modo, improvisado debate.
“Volviendo de nuevo al tema de la huelga”, les digo, “no termino de comprender que os planteéis un paro, del que nadie parece estar informado, cuando hay unas elecciones a la vista el 20 de Diciembre, siendo probable que si hay cambio de Gobierno se dé un carpetazo a la LOMCE y se acabe con la descabellada idea del tres más dos en la Universidad…”.
Voy cerrando la pequeña intervención: “Creo que lo razonable es que conozcáis las propuestas que hacen los distintos partidos en el tema de educación y votéis, según cada uno de vosotros, al que defienda los cambios que consideréis necesarios en educación. No es lógico que os quedéis ese día en casa y, sin embargo, creáis que un paro como este puede resolver el problema educativo en este país…”.
Poco a poco se apaga el pequeño debate. Sacan sus materiales y se preparan para empezar a trabajar. Me siento sobre la mesa y conecto el ordenador. Mientras tanto, me interrogo sobre el mundo y los intereses de los jóvenes de hoy, de sus inquietudes, sobre las ideas que tienen de la realidad de este país, de lo que significa hacer una huelga sin saber con claridad por qué y para qué o que tengan que acudir a la delegada de curso para que les aclare por qué hacen paro.
Me da por pensar en Nietzsche y su idea del eterno retorno. De ese eterno retorno que bien conocemos los que estamos en la enseñanza al encontrarnos, generación tras generación, con los mismos planteamientos juveniles, con sus mismos esquemas, y con el hecho de que siempre hay que comenzar debatiendo, siendo conscientes de que es una gran etapa de la vida y en la que las cosas, por suerte para ellos, se ven con más sencillez de lo que en realidad son.
AURELIANO SÁINZ