Quien manda ahora en Cataluña, quien dirige el proceso secesionista, quien ha adelantado y fijado la fecha del Golpe de Estado en diferido no es ya ni Convergencia, ni Mas. Quien dirige el barco y marca rumbo, deriva y boga es la ultraizquierda, son los extremistas de la CUP, con su ideología antisistema, antieuropa, antipropiedad privada y anti Sursum corda; con sus filias proetarras, su discurso anarcoide, sus marxismos-leninismos-maoistas-bolivarianos y todo lo que quepa en ese saco.
La derecha catalana, la burguesía convergente, los “hijos” de Pujol, los que un día presumían de sensatez y de representar el seny son hoy abducidos catecúmenos y delirantes comparsas de quienes los han tomado prisioneros. Unos exultantes, que los hay y muchos, con fe de conversos enamorados; otros inquietos y, también, los que sienten el vértigo y hasta el pánico de dónde han ido y dónde se han dejado llevar.
Porque eso es lo que ha conseguido el “astut” Artur. Convertir a su formación política en una marioneta de la extrema izquierda y a él mismo en un monigote mendicante. Lo que ahora sucede es, en primer lugar, producto de su desvarío, pero lo es también de su derrota en las urnas. Mas y Junqueras perdieron, otra vez, y en este último envite la mayoría absoluta de la que ambos disponían y en la que fijaban el poder efectuar el órdago con cierta solvencia contra España.
La perdieron en lo que al falseado plebiscito se refiere, ni sumando con la CUP alcanzaron al menos un exiguo 50 por ciento de los votos emitidos. Se quedaron en un 47 por ciento de los votos emitidos, que es un 35 por ciento del censo catalán completo. Muy pobre, muy falaz para declarar una independencia cuando no sirve ni para modificar un estatuto.
Pero es la única vía de escape, aunque sea hacia el abismo. Porque Mas, encollerado con Junqueras, maniatados ambos, y él, encima, cercado por la corrupción de familia, la de Pujol, que es la suya, y la de su partido, no tiene otra, aunque este sea el final de la escapada.
El anuncio del golpe de Estado contra la Constitución, el Estado, la soberanía nacional, todas sus leyes y la aberrante hoja de ruta de desobediencia, ruptura y sedición planteada ha colocado a todos en una situación límite y hasta final. Y eso es lo que, más que nadie, pretende la extrema izquierda. Un caos final y una hecatombe donde la vanguardia revolucionaria con audacia y sin escrúpulo alguno legal o democrático que valga se hace con el poder. Eso es lo que está sobre la mesa.
En realidad, casi hay que agradecérselo. Porque este episodio ya deja todo al descubierto, en cueros vivos y en descarnada violación de todo consenso y convivencia. Es una agresión en toda regla, una imposición por la vía de los hechos consumados que se lleva por delante a cualquiera que pretenda todavía seguir con juegos malabares o melifluas equidistancias.
Ya no queda sino retratarse. Todos. Sin posibilidad de hurtarse. A la extrema izquierda, a las CUP, hay que agradecerles que todo esté ya muy claro y en días veremos, ya estamos viendo, dónde está cada uno. Uno a uno, en Cataluña y en el resto España, vamos a pasar y posar de frente, que ya de perfil no vale, por el “retratero”.
La derecha catalana, la burguesía convergente, los “hijos” de Pujol, los que un día presumían de sensatez y de representar el seny son hoy abducidos catecúmenos y delirantes comparsas de quienes los han tomado prisioneros. Unos exultantes, que los hay y muchos, con fe de conversos enamorados; otros inquietos y, también, los que sienten el vértigo y hasta el pánico de dónde han ido y dónde se han dejado llevar.
Porque eso es lo que ha conseguido el “astut” Artur. Convertir a su formación política en una marioneta de la extrema izquierda y a él mismo en un monigote mendicante. Lo que ahora sucede es, en primer lugar, producto de su desvarío, pero lo es también de su derrota en las urnas. Mas y Junqueras perdieron, otra vez, y en este último envite la mayoría absoluta de la que ambos disponían y en la que fijaban el poder efectuar el órdago con cierta solvencia contra España.
La perdieron en lo que al falseado plebiscito se refiere, ni sumando con la CUP alcanzaron al menos un exiguo 50 por ciento de los votos emitidos. Se quedaron en un 47 por ciento de los votos emitidos, que es un 35 por ciento del censo catalán completo. Muy pobre, muy falaz para declarar una independencia cuando no sirve ni para modificar un estatuto.
Pero es la única vía de escape, aunque sea hacia el abismo. Porque Mas, encollerado con Junqueras, maniatados ambos, y él, encima, cercado por la corrupción de familia, la de Pujol, que es la suya, y la de su partido, no tiene otra, aunque este sea el final de la escapada.
El anuncio del golpe de Estado contra la Constitución, el Estado, la soberanía nacional, todas sus leyes y la aberrante hoja de ruta de desobediencia, ruptura y sedición planteada ha colocado a todos en una situación límite y hasta final. Y eso es lo que, más que nadie, pretende la extrema izquierda. Un caos final y una hecatombe donde la vanguardia revolucionaria con audacia y sin escrúpulo alguno legal o democrático que valga se hace con el poder. Eso es lo que está sobre la mesa.
En realidad, casi hay que agradecérselo. Porque este episodio ya deja todo al descubierto, en cueros vivos y en descarnada violación de todo consenso y convivencia. Es una agresión en toda regla, una imposición por la vía de los hechos consumados que se lleva por delante a cualquiera que pretenda todavía seguir con juegos malabares o melifluas equidistancias.
Ya no queda sino retratarse. Todos. Sin posibilidad de hurtarse. A la extrema izquierda, a las CUP, hay que agradecerles que todo esté ya muy claro y en días veremos, ya estamos viendo, dónde está cada uno. Uno a uno, en Cataluña y en el resto España, vamos a pasar y posar de frente, que ya de perfil no vale, por el “retratero”.
ANTONIO PÉREZ HENARES