Sensible a la “demanda” educativa de los jóvenes, el Gobierno va a crear un nuevo título de Formación Profesional Básica con el que espera dar satisfacción a quienes aspiran convertirse en matadores de toros. Se trata de una profesión que puede posibilitar una salida laboral a jóvenes de entre 15 y 17 años que no terminan la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), sin engrosar las listas de paro en las que acaban los que eligen cualquier otra rama de la Formación Profesional.
Además, según el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, se unifican con este título unos estudios dispersos que imparten “a su aire” las escuelas taurinas desperdigadas por España y que se limitan a enseñar prácticas de toreo. El titular de Educación considera, además, que esta iniciativa se enmarca en la “larguísima tradición” que los toros tienen en España y de la que hay “vestigios” en el patrimonio cultural del país.
Ser matador, ahora con título académico oficial, faculta a los que cursen estos estudios de dos cursos de duración (unas 2.000 horas lectivas) para matar novillos sin picadores, ser banderillero, peón agropecuario o pastor como una posibilidad más de elección en la Formación Profesional en nuestro país.
En el borrador de la propuesta de la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos (CNAT), que sirve de base para convertir las enseñanzas que proporcionan las escuelas taurinas en un título de FP, no figuran asignaturas de ética o valores que sirvan para incitar la reflexión de estos jóvenes sobre la tortura animal, el dolor, el ensañamiento y demás manifestaciones de violencia gratuita que conllevan muchas fiestas taurinas en España.
Una honda tradición “cultural” de la que deriva el toro embolado, el toro de la Vega o toro lanceado y otras celebraciones taurinas cuya crueldad es directamente proporcional al peligro que encierran para participantes y espectadores. No hay más que conocer el número de muertos producidos este verano con estas celebraciones para constatar esa relación crueldad/peligro.
Apoyarse en la tradición para mantener y fomentar, ahora con estudios básicos, una práctica en la que se da muerte a un animal por mera diversión es un argumento falaz. Ninguna apología de la violencia, como la ablación femenina, maltratar animales o el derecho de pernada, puede admitirse y mantenerse por el mero hecho de constituir una “tradición”, puesto que en tal caso se está perpetuando la barbarie.
Ni siquiera la posibilidad laboral y el interés económico justifican costumbres y prácticas que atentan contra derechos reconocidos a los animales, la dignidad de las personas o los valores de una sociedad civilizada. Por muy rentable que sea la prostitución y la trata de mujeres –quizás más “rentable” que las corridas de toros–, no es admisible su existencia ni consentimiento en función de tales valores éticos y morales.
No hay ninguna necesidad de instaurar un título de Tauromaquia para apuntalar –como advierte Carlos Moya, impulsor de una recogida de firmas en contra del proyecto ministerial– “una tradición en declive creando artificialmente un relevo generacional que ya casi no existe”.
El progreso de España no se basa en el mantenimiento de tradiciones arcaicas y bárbaras, sino en potenciar la más exigente preparación de los jóvenes y posibilitar que la investigación, el desarrollo y la innovación caractericen nuestro tejido industrial, tecnológico, científico y cultural.
No es derivando fracasados de la ESO hacia la Formación Profesional para convertirlos en banderilleros o monosabios como compartiremos lugar entre las naciones más poderosas y avanzadas del mundo, sino ayudando que esos niños completen sus estudios y participen de los esfuerzos y actitudes que hacen progresar al país.
Puede que sea más fácil políticamente crear un nuevo título profesional, de dudosa eficacia laboral pero que contenta a sectores sociales afines, que potenciar una política de becas en la educación, en cuantía y extensión, que ayude a la formación de todos los jóvenes. Lo que sí está claro es que esta iniciativa del Ministerio pone de manifiesto la consideración que le merece al Gobierno la educación de las nuevas generaciones, tras los recortes y las “reformas” que ha emprendido en el sector: que se dediquen a matar toros. ¡Olé!
Además, según el ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, se unifican con este título unos estudios dispersos que imparten “a su aire” las escuelas taurinas desperdigadas por España y que se limitan a enseñar prácticas de toreo. El titular de Educación considera, además, que esta iniciativa se enmarca en la “larguísima tradición” que los toros tienen en España y de la que hay “vestigios” en el patrimonio cultural del país.
Ser matador, ahora con título académico oficial, faculta a los que cursen estos estudios de dos cursos de duración (unas 2.000 horas lectivas) para matar novillos sin picadores, ser banderillero, peón agropecuario o pastor como una posibilidad más de elección en la Formación Profesional en nuestro país.
En el borrador de la propuesta de la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos (CNAT), que sirve de base para convertir las enseñanzas que proporcionan las escuelas taurinas en un título de FP, no figuran asignaturas de ética o valores que sirvan para incitar la reflexión de estos jóvenes sobre la tortura animal, el dolor, el ensañamiento y demás manifestaciones de violencia gratuita que conllevan muchas fiestas taurinas en España.
Una honda tradición “cultural” de la que deriva el toro embolado, el toro de la Vega o toro lanceado y otras celebraciones taurinas cuya crueldad es directamente proporcional al peligro que encierran para participantes y espectadores. No hay más que conocer el número de muertos producidos este verano con estas celebraciones para constatar esa relación crueldad/peligro.
Apoyarse en la tradición para mantener y fomentar, ahora con estudios básicos, una práctica en la que se da muerte a un animal por mera diversión es un argumento falaz. Ninguna apología de la violencia, como la ablación femenina, maltratar animales o el derecho de pernada, puede admitirse y mantenerse por el mero hecho de constituir una “tradición”, puesto que en tal caso se está perpetuando la barbarie.
Ni siquiera la posibilidad laboral y el interés económico justifican costumbres y prácticas que atentan contra derechos reconocidos a los animales, la dignidad de las personas o los valores de una sociedad civilizada. Por muy rentable que sea la prostitución y la trata de mujeres –quizás más “rentable” que las corridas de toros–, no es admisible su existencia ni consentimiento en función de tales valores éticos y morales.
No hay ninguna necesidad de instaurar un título de Tauromaquia para apuntalar –como advierte Carlos Moya, impulsor de una recogida de firmas en contra del proyecto ministerial– “una tradición en declive creando artificialmente un relevo generacional que ya casi no existe”.
El progreso de España no se basa en el mantenimiento de tradiciones arcaicas y bárbaras, sino en potenciar la más exigente preparación de los jóvenes y posibilitar que la investigación, el desarrollo y la innovación caractericen nuestro tejido industrial, tecnológico, científico y cultural.
No es derivando fracasados de la ESO hacia la Formación Profesional para convertirlos en banderilleros o monosabios como compartiremos lugar entre las naciones más poderosas y avanzadas del mundo, sino ayudando que esos niños completen sus estudios y participen de los esfuerzos y actitudes que hacen progresar al país.
Puede que sea más fácil políticamente crear un nuevo título profesional, de dudosa eficacia laboral pero que contenta a sectores sociales afines, que potenciar una política de becas en la educación, en cuantía y extensión, que ayude a la formación de todos los jóvenes. Lo que sí está claro es que esta iniciativa del Ministerio pone de manifiesto la consideración que le merece al Gobierno la educación de las nuevas generaciones, tras los recortes y las “reformas” que ha emprendido en el sector: que se dediquen a matar toros. ¡Olé!
DANIEL GUERRERO