Pretender el equilibrio siendo mujer. Absurdo. Nosotras tenemos nuestras mareas, nuestras fases lunares, crecemos y decrecemos constantemente. Nuestras hormonas están compinchadas con la luna. Cuando está llena traemos más niños a este mundo y es ella la que nos acompaña en nuestro ciclo mensual; de hecho, tiene la misma duración que su cambio completo.
Me gusta el mar, el mar hace que me olvide de todo, ese azul sin fin capta la atención de todos los personajes que pueblan mi cabeza.
Siempre he creído que yo era como ese robot japonés que a mi prima Laura tanto le gustaba. Creo que se llamaba Mazinger Z. En lo que él y yo coincidíamos era en que a a los dos nos manejaba un hombrecillo que estaba sentado en nuestro cerebro y tenía ante sí muchos botones con los que controlaba todas nuestras decisiones.
Mi psicólogo siempre me ha dicho que no utilice tantas metáforas, que sea directa: soy una mujer muy cerebral y controladora. Punto. Lo siento, me gustaba más el hombrecillo diciéndome constantemente qué hacer y qué sentir.
"Ese es tu problema: eliges a los hombres desde la cabeza". Los hombres... tema complicado. Es increíble cómo me voy de un tema a otro. ¿Me estaré convirtiendo en otra Virginia Wolf? Bueno, en el sentido oscuro. Ojalá fuera yo capaz de escribir La señora Dalloway.
Volviendo a mi cabeza, y después de ver la película Del revés, he descubierto que son muchos los moradores de mi cerebro. Es verdad que oigo una polifonía de voces, que a veces discuten y otras veces se rinden ante la tristeza o la ira. Releyendo este diario podría decir que la soprano triste anula al resto del coro.
Cuando mi luna interior está menguante y mi cuerpo se prepara para la renovación, solo escucho el canto de doña tristeza, aunque muchas veces la ira disfrazada de tenor lucha por el protagonismo. Los años de autoanálisis me han servido.
Cuando esos días llegan sé que tengo que buscar un antídoto que frene el poder de la progesterona, un antídoto que suba mis endorfinas y pinte de luz la oscuridad. Vamos, que no me queda otro remedio que volver a leer o ver Orgullo y Prejuicio. Algo bueno tenía que tener tantos veranos interna en Inglaterra. Puedo leer en la lengua de Shakespeare.
Me gusta el mar, el mar hace que me olvide de todo, ese azul sin fin capta la atención de todos los personajes que pueblan mi cabeza.
Siempre he creído que yo era como ese robot japonés que a mi prima Laura tanto le gustaba. Creo que se llamaba Mazinger Z. En lo que él y yo coincidíamos era en que a a los dos nos manejaba un hombrecillo que estaba sentado en nuestro cerebro y tenía ante sí muchos botones con los que controlaba todas nuestras decisiones.
Mi psicólogo siempre me ha dicho que no utilice tantas metáforas, que sea directa: soy una mujer muy cerebral y controladora. Punto. Lo siento, me gustaba más el hombrecillo diciéndome constantemente qué hacer y qué sentir.
"Ese es tu problema: eliges a los hombres desde la cabeza". Los hombres... tema complicado. Es increíble cómo me voy de un tema a otro. ¿Me estaré convirtiendo en otra Virginia Wolf? Bueno, en el sentido oscuro. Ojalá fuera yo capaz de escribir La señora Dalloway.
Volviendo a mi cabeza, y después de ver la película Del revés, he descubierto que son muchos los moradores de mi cerebro. Es verdad que oigo una polifonía de voces, que a veces discuten y otras veces se rinden ante la tristeza o la ira. Releyendo este diario podría decir que la soprano triste anula al resto del coro.
Cuando mi luna interior está menguante y mi cuerpo se prepara para la renovación, solo escucho el canto de doña tristeza, aunque muchas veces la ira disfrazada de tenor lucha por el protagonismo. Los años de autoanálisis me han servido.
Cuando esos días llegan sé que tengo que buscar un antídoto que frene el poder de la progesterona, un antídoto que suba mis endorfinas y pinte de luz la oscuridad. Vamos, que no me queda otro remedio que volver a leer o ver Orgullo y Prejuicio. Algo bueno tenía que tener tantos veranos interna en Inglaterra. Puedo leer en la lengua de Shakespeare.
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ