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Antonio López Hidalgo | Tiempo de reencuentro

Ahora es el momento de desmochar la noche y, goniómetro a mano, medir ángulos y tipografías, reducir cristalografías y radiodifusiones, acechar al enemigo para darle muerte con el perfume de un clavel. Las víctimas tienen un número que las identifica, pero han perdido su DNI y su ADN. Observadas en perspectiva se asemejan en el tormento que reflejan sus rostros y en los labios rotos de masticar rabia y obediencia ciega.



Las cuencas de sus ojos están vacías. Pareciera como si nunca hubiesen estado llenas o como si su innecesaria y voluntariosa prudencia les hubiese privado de la luz, territorios donde afluyeron ríos de un fango viscoso y traslúcido que buscaba en el subsuelo de sus almas partículas que ellos mismos ignoraban que pudieran poseer.

Ahora es el tiempo de mover las cenizas aunque no haya fuego. En el cielo los peces vagan sin rumbo como estrellas abandonadas, y los caminos conforman un laberinto que no muestran los mapas. Tampoco hay islas desiertas ni puertos con tabernas lúgubres donde una mujer oscura pueda ofrecer al vagabundo ron y cama a un precio asequible.

Yo estoy esperándote en cualquier lugar que desconozco, sabiendo que no volverás. Pero a veces, cuando tiendo mi espalda tan cerca del mar, escucho el soborno de tu voz y sé, por el viento mudo que levantas, que andas cerca de mí. No necesito abrir los ojos para verte, porque tus manos, cuando buscan mis huesos maltratados, saben dónde poner la mirada. Ahora, ya te digo, es el tiempo del reencuentro.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
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