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María Jesús Sánchez | Rabia

El psicólogo me dice que tengo que sacar la rabia fuera porque, si no, mi buena salud física actual se va a ver afectada. Siempre me repite que el estómago es el segundo cerebro. Y debe ser verdad porque no puedo comer nada. Mi enorme apetito natural ha desaparecido. Creo que mi estómago se niega a trabajar: se ha cerrado y se ha encogido.



En uno de esos programas de Internet en los que hay selecciones de canciones por estados de ánimo o por estilo musicales he encontrado el remedio a mis males: llorar. When my anger starts to cry es la canción que me ha enseñado el camino. Me identifico completamente con la letra, es increíble.

Habla con su psicólogo sobre cómo se siente frente al mundo. Podía haber escrito yo sus frases y reflexiones. La he encontrado dentro de un disco de Saint-Germain-des-Prés Café. Al igual que Café del Mar, editan álbumes con canciones sugerentes que te transportan y te acompañan.

Su letra habla de la rabia. Rabia por mi soledad infantil; rabia por la muerte de mi abuela; rabia por la superficialidad de mi padre. Y rabia por la estupidez de mi madre. Toda esa rabia transita dentro de mi cuerpo, sin carreteras, sin semáforos... A cualquier hora y sin avisar...

Pero, ¿cómo empezar a llorar? ¿Cómo dejarse llevar y arrastrar por un torrente de agua limpia, azul y salada? ¿Cómo permitir que mis ojos se cierren y se abandonen? Llevo días intentando que el río de las lágrimas fluya. Y no puedo. Me siento como una botella de vino espumoso que ha sido movida con demasiada fuerza.

Un tapón psicológico impide que estalle. Nunca me he permitido llorar, eso es muestra de debilidad y yo no soy débil. No puedo serlo, si quiero sobrevivir. "Déjalo estar", me dice una voz en mi cabeza. Ya ocurrirá. Así que decido seguir leyendo Por el camino de Swann y pienso que sería fantástico o encontrar esa "magdalena" que te lleva al pasado, o mejor dicho, que te trae el pasado al presente y volver a vivir unos días con mi abuelita. Y, sobre todo, que estuviera viva. Proust la encontró, de repente...

* * * * *

Creía que no iba a escribir hoy más. Pero no he podido irme a la cama sin decirte: ¡Ha sucedido! Esta tarde estuvo en la biblioteca un catedrático de Historia que buscaba La Declaracion de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, de Olympe de Gouges, una mujer de vida interesante que defendió la igualdad y terminó en la guillotina. Era un señor de pelo blanco y voz dulce. Ante su infructuosa búsqueda, se acercó a mí para pedir ayuda. "Chiquita, ¿tienes la Declaración...?". Y empecé a llorar.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
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