En estos tiempos en los que el fanatismo político con raíces religiosas nos está estremeciendo, puesto que comprobamos que en determinadas regiones aumenta y se extiende a algunos sectores de otros países, conviene echar una breve mirada al pensamiento de uno de los grandes autores que abogaron por la tolerancia como remedio a uno de los males de la humanidad que parece bastante difícil de erradicar de la faz de la Tierra.
Me estoy refiriendo al conocido escritor, filósofo e historiador francés Voltaire, uno de los grandes representantes de la Ilustración francesa del siglo XVIII, cuyas ideas no han perdido vigencia en lo que se refiere a la defensa de la libertad de pensamiento y de la tolerancia religiosa.
Puesto que Voltaire era un seudónimo que adoptó en su juventud, y del que nunca llegó a explicar la razón de este apelativo, conviene recordar que su verdadero nombre era el de François-Marie Arouet, que naciendo en París, el 21 de noviembre de 1694, acaba sus días en la misma ciudad a la edad de 83 años, es decir, en 1778.
Dada la brevedad que exige un artículo en el que se trata de trazar algunos de los rasgos del pensamiento autor, conviene indicar que su madre, que falleció cuando contaba siete años, era de familia noble, por lo que el pequeño François-Marie recibió una sólida formación en lenguas clásicas -latín y griego- en el colegio jesuita Louis-le-Grand de la ciudad parisina.
Esto nos lleva a apuntar que a pesar de sus invectivas en la madurez contra la intolerancia proveniente de las distintas religiones, él consideraba que la existencia de Dios era necesaria para explicar la existencia del universo, aunque esa fuerza suprema, una vez creado el universo, no intervenía en su desarrollo ni en los asuntos humanos.
Es, pues, lo que se conoce como deísmo, en el sentido de que se afirma la existencia de un ser supremo, pero sin que haya ninguna revelación, ni, en consecuencia, la necesidad de un culto hacia el mismo. Esta posición a lo largo de su vida le generaría un ataque abierto por parte de las confesiones religiosas establecidas.
Pasando al campo de sus publicaciones, entre las obras más conocidas se encuentra la tragedia Edipo, publicada en 1718, cuando contaba con veinticuatro años, obteniendo con ella un gran éxito, lo que le dio una enorme popularidad como escritor. Dentro de su amplia producción posterior habría que citar las Cartas filosóficas, su novela corta Cándido y, relacionado con el tema que abordamos, Tratado sobre la tolerancia.
De esta última obra, junto con Ensayo sobre las costumbres o Essai sur les moeurs (EM), Diccionario filosófico (DF), Mélanges (MEL), Memorias (MEM) y Le Sottisier (SOT), extraigo los párrafos que nos sirven para conocer algunas de las ideas del pensador francés.
Como historiador, no le cabe la menor duda que el estudio de la Historia es un largo recorrido por el horror y la crueldad que ha prevalecido a partir de los conflictos y las guerras de religión -especialmente en la Europa de los siglos XVI y XVII- que constantemente se han dado entre distintos países.
Y si nos acercamos al ámbito político, en la última cita de este bloque (que extraigo de Le Sottisier) nos alerta de la mediocridad de quienes nos gobiernan, puesto que es habitual que la gente sienta admiración un tanto irracional hacia aquellos que detentan el poder.
“La historia de los grandes acontecimientos de este mundo es poco más que la historia de sus crímenes. No hay siglo que la ambición de los seglares y de los eclesiásticos no la haya llenado de horrores” (EM, vol. I, p. 371).
“En todas las naciones la historia está desfigurada por la fábula hasta que la filosofía llegase para ilustrar a los hombres; y cuando la filosofía aparece por fin en medio de esas tinieblas, encuentra los espíritus tan cegados por siglos de errores que apenas puede desengañarlos; encuentra ceremonias, hechos, monumentos establecidos para constatar mentiras” (EM, vol. II, página 801).
“No solo la teocracia ha reinado durante mucho tiempo sino que ha empujado a la tiranía a los más horribles excesos que la demencia humana puede alcanzar; y cuanto más divino se proclamaba ese gobierno, más abominable resultaba. Casi todos los pueblos han sacrificado a sus hijos a sus dioses, ya que creían recibir esa orden desnaturalizada de la boca de los dioses que adoraban” (EM, vol. I, página 33).
“Bajamos los ojos y nos anulamos ante el prodigioso mérito de los que nos gobiernan: en cuanto nos acercamos a ellos quedamos asombrados de su mediocridad” (SOT, p. 43).
Son conocidas las duras críticas que Voltaire lanzaba a los poderes políticos o al fanatismo nacido de las distintas religiones. Esto le llevó a ser encarcelado en La Bastilla en dos ocasiones, al igual que sufrir el destierro de su país. Así, entre 1726 y 1729, vivió su primer exilio en Londres, donde conoció el pensamiento científico del gran físico Isaac Newton y el pensamiento filosófico de John Locke, a los que admiraba profundamente.
También residió en Alemania bajo los auspicios de Federico II el Grande. En Berlín fue nombrado académico, historiógrafo y caballero de la Cámara Real. No obstante, los posteriores desencuentros con el monarca alemán dieron lugar a que buscase refugio en la ciudad suiza de Ginebra.
En 1756, saca a la luz Ensayo sobre las costumbres. En esta obra se encuentra un capítulo dedicado a Miguel Servet, teólogo y científico español que fue enviado a la hoguera en 1553 por el Consejo de la ciudad de Ginebra y de las Iglesias Reformadas, en las que predominaban los calvinistas. Previamente a Ensayo sobre las costumbres, había publicado Mahoma o El Fanatismo, habiendo sido también objeto de polémica, por lo que su publicación fue prohibida.
“La superstición que hay que extirpar de la Tierra es que al convertir a Dios en un tirano invita a los hombres a ser tiranos” (MEL, página 1137).
“La caída del hombre degenerado es el fundamento de la teología de casi todas las naciones antiguas. La inclinación natural del hombre a quejarse del presente y a elogiar el pasado ha hecho imaginar en todas partes una especie de edad de oro a la que sucedieron siglos de hierro” (EM, vol. I, pág. 66).
“Si contásemos los crímenes que el fanatismo ha cometido desde las querellas de Atanasio y Arrio hasta nuestros días, veremos que esas querellas han servido mejor que los combates para despoblar la tierra, pues en estos no se destruye más que a los miembros de la especie masculina; pero en las masacres efectuadas por causa de la religión se inmola tanto a las mujeres como a los hombres” (EM, vol. II, p. 662).
La fama alcanzada por Voltaire ha sido enorme, tanto que se le conoce como el personaje que acuñó el concepto de ‘libertad religiosa’ que hoy utilizamos como un derecho fundamental del ser humano. Por otro lado, su nombre va unido al de la libertad del individuo y al de la tolerancia entre las distintas creencias religiosas.
Como homenaje a su figura, muestro el cuadro de Salvador Dalí titulado Mercado de esclavos con la aparición del busto invisible de Voltaire, que vio la luz en el año 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, es decir, en un momento en el que Europa estaba asolada por una terrible guerra.
“Se ha pretendido en varios países que no le estaba permitido a un ciudadano salir de la nación en que el azar le había hecho nacer; el sentido de esta ley es claro: este país es tan malo y está tan mal gobernado que prohibimos a un individuo que salga por miedo a que se vayan todos” (DF, página 173).
“La única arma que existe contra ese monstruo es la razón. La única manera de impedir a los hombres ser absurdos y malvados es ilustrarles. Para hacer execrable el fanatismo no hay más que pintarlo. Solo los enemigos del género humano pueden decir: ‘Ilustráis demasiado a los hombres, insistís demasiado en escribir la historia de sus errores’. Sin embargo, ¿cómo pueden corregirse esos errores sino mostrándolos?” (EM, vol. II, página 931).
“Los hombres no son lo suficientemente sabios como para llegar a la tolerancia universal; no saben que hay que separar toda clase de religión de cualquier clase de gobierno (…). Llegará el día en que así sea, pero yo moriré con el dolor de no haber visto esos tiempos felices” (Carta a Elie Bertrand, 19 de mayo de 1765).
Quisiera cerrar este escueto recorrido por el pensamiento de Voltaire con una frase que aparece en Le Sottisier. Dice así: “Los países en los que hay libertad de conciencia se ven libres de un gran azote: no hay hipócritas”.
Efectivamente, uno de los grandes retos al que nos enfrentamos los distintos pueblos y las distintas culturas es que, más allá de la ‘libertad religiosa’, ahora hay que afrontar la ‘libertad de conciencia’, puesto que no se trata solamente de respetar las distintas creencias religiosas (que ya es bastante difícil), sino también las que son de corte humanista y laico. Es la mejor medicina contra el fanatismo imperante.
Me estoy refiriendo al conocido escritor, filósofo e historiador francés Voltaire, uno de los grandes representantes de la Ilustración francesa del siglo XVIII, cuyas ideas no han perdido vigencia en lo que se refiere a la defensa de la libertad de pensamiento y de la tolerancia religiosa.
Puesto que Voltaire era un seudónimo que adoptó en su juventud, y del que nunca llegó a explicar la razón de este apelativo, conviene recordar que su verdadero nombre era el de François-Marie Arouet, que naciendo en París, el 21 de noviembre de 1694, acaba sus días en la misma ciudad a la edad de 83 años, es decir, en 1778.
Dada la brevedad que exige un artículo en el que se trata de trazar algunos de los rasgos del pensamiento autor, conviene indicar que su madre, que falleció cuando contaba siete años, era de familia noble, por lo que el pequeño François-Marie recibió una sólida formación en lenguas clásicas -latín y griego- en el colegio jesuita Louis-le-Grand de la ciudad parisina.
Esto nos lleva a apuntar que a pesar de sus invectivas en la madurez contra la intolerancia proveniente de las distintas religiones, él consideraba que la existencia de Dios era necesaria para explicar la existencia del universo, aunque esa fuerza suprema, una vez creado el universo, no intervenía en su desarrollo ni en los asuntos humanos.
Es, pues, lo que se conoce como deísmo, en el sentido de que se afirma la existencia de un ser supremo, pero sin que haya ninguna revelación, ni, en consecuencia, la necesidad de un culto hacia el mismo. Esta posición a lo largo de su vida le generaría un ataque abierto por parte de las confesiones religiosas establecidas.
Pasando al campo de sus publicaciones, entre las obras más conocidas se encuentra la tragedia Edipo, publicada en 1718, cuando contaba con veinticuatro años, obteniendo con ella un gran éxito, lo que le dio una enorme popularidad como escritor. Dentro de su amplia producción posterior habría que citar las Cartas filosóficas, su novela corta Cándido y, relacionado con el tema que abordamos, Tratado sobre la tolerancia.
De esta última obra, junto con Ensayo sobre las costumbres o Essai sur les moeurs (EM), Diccionario filosófico (DF), Mélanges (MEL), Memorias (MEM) y Le Sottisier (SOT), extraigo los párrafos que nos sirven para conocer algunas de las ideas del pensador francés.
Como historiador, no le cabe la menor duda que el estudio de la Historia es un largo recorrido por el horror y la crueldad que ha prevalecido a partir de los conflictos y las guerras de religión -especialmente en la Europa de los siglos XVI y XVII- que constantemente se han dado entre distintos países.
Y si nos acercamos al ámbito político, en la última cita de este bloque (que extraigo de Le Sottisier) nos alerta de la mediocridad de quienes nos gobiernan, puesto que es habitual que la gente sienta admiración un tanto irracional hacia aquellos que detentan el poder.
“La historia de los grandes acontecimientos de este mundo es poco más que la historia de sus crímenes. No hay siglo que la ambición de los seglares y de los eclesiásticos no la haya llenado de horrores” (EM, vol. I, p. 371).
“En todas las naciones la historia está desfigurada por la fábula hasta que la filosofía llegase para ilustrar a los hombres; y cuando la filosofía aparece por fin en medio de esas tinieblas, encuentra los espíritus tan cegados por siglos de errores que apenas puede desengañarlos; encuentra ceremonias, hechos, monumentos establecidos para constatar mentiras” (EM, vol. II, página 801).
“No solo la teocracia ha reinado durante mucho tiempo sino que ha empujado a la tiranía a los más horribles excesos que la demencia humana puede alcanzar; y cuanto más divino se proclamaba ese gobierno, más abominable resultaba. Casi todos los pueblos han sacrificado a sus hijos a sus dioses, ya que creían recibir esa orden desnaturalizada de la boca de los dioses que adoraban” (EM, vol. I, página 33).
“Bajamos los ojos y nos anulamos ante el prodigioso mérito de los que nos gobiernan: en cuanto nos acercamos a ellos quedamos asombrados de su mediocridad” (SOT, p. 43).
Son conocidas las duras críticas que Voltaire lanzaba a los poderes políticos o al fanatismo nacido de las distintas religiones. Esto le llevó a ser encarcelado en La Bastilla en dos ocasiones, al igual que sufrir el destierro de su país. Así, entre 1726 y 1729, vivió su primer exilio en Londres, donde conoció el pensamiento científico del gran físico Isaac Newton y el pensamiento filosófico de John Locke, a los que admiraba profundamente.
También residió en Alemania bajo los auspicios de Federico II el Grande. En Berlín fue nombrado académico, historiógrafo y caballero de la Cámara Real. No obstante, los posteriores desencuentros con el monarca alemán dieron lugar a que buscase refugio en la ciudad suiza de Ginebra.
En 1756, saca a la luz Ensayo sobre las costumbres. En esta obra se encuentra un capítulo dedicado a Miguel Servet, teólogo y científico español que fue enviado a la hoguera en 1553 por el Consejo de la ciudad de Ginebra y de las Iglesias Reformadas, en las que predominaban los calvinistas. Previamente a Ensayo sobre las costumbres, había publicado Mahoma o El Fanatismo, habiendo sido también objeto de polémica, por lo que su publicación fue prohibida.
“La superstición que hay que extirpar de la Tierra es que al convertir a Dios en un tirano invita a los hombres a ser tiranos” (MEL, página 1137).
“La caída del hombre degenerado es el fundamento de la teología de casi todas las naciones antiguas. La inclinación natural del hombre a quejarse del presente y a elogiar el pasado ha hecho imaginar en todas partes una especie de edad de oro a la que sucedieron siglos de hierro” (EM, vol. I, pág. 66).
“Si contásemos los crímenes que el fanatismo ha cometido desde las querellas de Atanasio y Arrio hasta nuestros días, veremos que esas querellas han servido mejor que los combates para despoblar la tierra, pues en estos no se destruye más que a los miembros de la especie masculina; pero en las masacres efectuadas por causa de la religión se inmola tanto a las mujeres como a los hombres” (EM, vol. II, p. 662).
La fama alcanzada por Voltaire ha sido enorme, tanto que se le conoce como el personaje que acuñó el concepto de ‘libertad religiosa’ que hoy utilizamos como un derecho fundamental del ser humano. Por otro lado, su nombre va unido al de la libertad del individuo y al de la tolerancia entre las distintas creencias religiosas.
Como homenaje a su figura, muestro el cuadro de Salvador Dalí titulado Mercado de esclavos con la aparición del busto invisible de Voltaire, que vio la luz en el año 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, es decir, en un momento en el que Europa estaba asolada por una terrible guerra.
“Se ha pretendido en varios países que no le estaba permitido a un ciudadano salir de la nación en que el azar le había hecho nacer; el sentido de esta ley es claro: este país es tan malo y está tan mal gobernado que prohibimos a un individuo que salga por miedo a que se vayan todos” (DF, página 173).
“La única arma que existe contra ese monstruo es la razón. La única manera de impedir a los hombres ser absurdos y malvados es ilustrarles. Para hacer execrable el fanatismo no hay más que pintarlo. Solo los enemigos del género humano pueden decir: ‘Ilustráis demasiado a los hombres, insistís demasiado en escribir la historia de sus errores’. Sin embargo, ¿cómo pueden corregirse esos errores sino mostrándolos?” (EM, vol. II, página 931).
“Los hombres no son lo suficientemente sabios como para llegar a la tolerancia universal; no saben que hay que separar toda clase de religión de cualquier clase de gobierno (…). Llegará el día en que así sea, pero yo moriré con el dolor de no haber visto esos tiempos felices” (Carta a Elie Bertrand, 19 de mayo de 1765).
Quisiera cerrar este escueto recorrido por el pensamiento de Voltaire con una frase que aparece en Le Sottisier. Dice así: “Los países en los que hay libertad de conciencia se ven libres de un gran azote: no hay hipócritas”.
Efectivamente, uno de los grandes retos al que nos enfrentamos los distintos pueblos y las distintas culturas es que, más allá de la ‘libertad religiosa’, ahora hay que afrontar la ‘libertad de conciencia’, puesto que no se trata solamente de respetar las distintas creencias religiosas (que ya es bastante difícil), sino también las que son de corte humanista y laico. Es la mejor medicina contra el fanatismo imperante.
AURELIANO SÁINZ