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Aureliano Sáinz | Las huellas del suicidio

La noticia del suicidio de Diego González, el niño de 11 años que se quitó la vida arrojándose desde un quinto piso, nos conmovió profundamente por todo lo que significa un hecho de esta índole. Más aún, cuando los padres dieron a conocer la conmovedora carta de despedida que les había dejado indicándoles que no quería volver al colegio en el que, supuestamente, era objeto de acoso por parte de otros compañeros.



No me resisto a traer algunos de los párrafos del escrito que les dejó y que su familia la conserva como recuerdo y también como prueba de los acosos sufridos por el niño, ya que se arrojó al vacío el 14 de octubre del año pasado, aunque resultaron infructuosas las denuncias de sus padres, por lo que tomaron la decisión de dar a conocer algo que posiblemente hubieran querido que fuera solo para ellos.

Comienza así: "Papá, mamá, estos 11 años que llevo con vosotros han sido muy buenos y nunca los olvidaré como nunca os olvidaré a vosotros. Papá, tú me has enseñado a ser buena persona y a cumplir las promesas, además, has jugado muchísimo conmigo. Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos sitios. Los dos sois increíbles pero juntos sois los mejores padres del mundo…”.

La cierra con las siguientes palabras: “…Os digo esto porque yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir. Por favor espero que algún día podáis odiarme un poquito menos. Os pido que no os separéis papá y mamá, sólo viéndoos juntos y felices yo seré feliz. Os echaré de menos y espero que un día podamos volver a vernos en el cielo. Bueno, me despido para siempre. Firmado Diego".

Es difícil no estremecerse ante la inocencia, la ternura y el candor de un niño que no es capaz de soportar una vida que en el colegio se la han hecho imposible y cree que la única solución es ir a otro sitio, que para él es el cielo, en el que volverán a encontrarse felices.

Intuye el dolor que puede causar su decisión cuando escribe que espera que algún día “puedan odiarle un poquito menos”. Dada su corta vida desconoce que la dolorosa y profunda huella que dejará en sus padres, también en sus abuelos, es imborrable, puesto que el recuerdo que tengan de él siempre estará impregnado de sufrimiento y de angustia ante el no haber sabido interpretar con antelación lo que le estaba sucediendo en el colegio.

Cuando escuché la noticia, pronto vinieron a mi mente el recuerdo de dos niños mellizos, María y Pedro (así les denominé para preservar su intimidad), acerca de los cuales escribí hace tiempo De nuevo el suicidio.

Y lo comenzaba titulando “De nuevo…” porque ya había tratado este tema en otros artículos, al tiempo que analizaba las representaciones de los escolares que habían vivido el drama del suicidio cuando en sus clases les proponía que realizaran el dibujo de la familia.

Antes de explicar el nuevo contacto que tuve con María y Pedro para conocer cómo habían evolucionado, quisiera comentar brevemente la terrible experiencia que tuvieron que pasar.

Tal como me comentó hace un par de años la profesora de primer curso de Primaria del colegio en el que se encontraban, cuando regresaron de la fiesta de Navidad a su casa, su madre y María, que iban delante, al abrir la puerta del salón de la casa se encontraron a su padre que se había quitado la vida colgándose del techo.

Ninguna nota, ningún escrito encontraron en el que se expresaran las razones por las cuales el padre de estos dos niños de seis años, que eran los que tenían entonces, tomara tan terrible decisión y les dejara solos con el incomprensible dolor de avanzar por la vida huérfanos y sin argumentos para entender por qué su padre había decidido abandonarles de este modo.

Una vez que recogí los dibujos de la clase fue cuando la profesora me comentó la situación de María y Pedro, para que pudiera analizar mejor el significado de ambos dibujos (que pueden verse acudiendo al artículo citado).

En ocasiones, como ha sucedido en este caso, para comprender las huellas de un conflicto emocional suelo volver un año o dos después para ver cómo han evolucionado aquellos niños y niñas por los cuales estoy interesado. Y el modo de hacerlo es bastante sencillo: se les vuelve a indicar en la clase de Plástica que otra vez van a realizar un dibujo de la familia como nueva práctica.

De ese modo, niños y niñas nos narran cómo se ven en el seno de sus familias sin que ninguno de ellos se sienta incómodo, pues lo entienden como un trabajo más de esta asignatura y sin ser conscientes que a través de esos dibujos nos están contando sus vivencias y sentimientos más íntimos.

Pues bien, tal como he indicado, dos años después he vuelto al colegio y a la clase en la que se encuentran María y Pedro para pedirles de nuevo que dibujaran a la familia. Me interesé de modo especial en los dibujos de estos dos hermanos, ya que quería saber cómo nos contaban a través de las escenas que plasmaban sus estados emocionales y el modo el que entienden la vida y la familia después de la tragedia vivida.

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Comienzo por el dibujo de María con la intención de explicar lo que nos narra a través de la escena que ha plasmado.

Puesto que el trabajo en clase se realizó a principios de este año, tras las vacaciones de Navidad, vemos que en el interior de una sala de color amarillo aparecen su madre, una mesa en la que ella y su hermano se encuentran soplando unas tartas con tres velas y, a la derecha, el féretro con su padre dentro, tal como ella lo presenció en el tanatorio.

Las tres velas representan que comenzaban el tercer año de la muerte de su padre. La niña para simbolizarlo acude a algo que se realiza habitualmente en los cumpleaños, pero que ella lo adapta en recuerdo de su padre fallecido. Por otro lado, en el suelo de la sala se muestran cajas con cintas correspondientes a los regalos navideños.

Otro elemento que llama la atención es el atril que se encuentra frente al ataúd, encima del cual aparece una carta y una especie de corona con tres puntos rojos. Pude comprobar que con ello María quería expresar que, en vez de escribirle una carta a los Reyes Magos, se la dedicaba a su padre. Para la niña, el recuerdo de su padre difunto sigue vivo y presente, al tiempo que piensa que se encuentra en el cielo, tal como le han manifestado reiteradamente.

Este último punto puede interpretarse así debido a que el techo de la sala no es una cubierta del espacio cerrado, sino que la niña lo presenta curvado, abriéndose a un cielo en el que aparece un radiante sol en un fondo azul claro y con una nube.

Junto a los elementos descritos, hay algo que llama poderosamente la atención y que paso a dar una interpretación del mismo. Se trata de que a su madre y a su hermano nos les dibuja una de las manos.

En los estudios de psicología y psicopatología se ha llegado a la conclusión que la ausencia en el dibujo de las manos evoca el sentido de culpa. Esto me hace pensar que María, de algún modo, culpabiliza inconscientemente a su madre y a su hermano de la dramática muerte de su padre; ya que ella, sin embargo, aparece con ambas.

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El dibujo que me entrega Pedro, que ya tiene ocho años al igual que su hermana, es bastante sorprendente.

En la parte superior de la lámina, dentro de un rectángulo, aparecen tres personajes pequeños, que interpreto como su madre y ellos mismos, con un perrito, y que van escalando una montaña negra en medio de la noche. Detrás de ellos ha trazado una especie de robot que les sigue. En la cima de la montaña, ha trazado una bandera.

En el lateral izquierdo de la lámina aparecen unos focos como indicándonos que nos encontramos en una sala de proyecciones. Esto se ratifica con las butacas que aparecen en la parte inferior, en la que encuentran las cabezas de espectadores, vistos por detrás, que contemplan una escena cinematográfica.

Es sorprendente la interpretación que hace este niño de su familia, ya que pareciera que son los protagonistas de una película que, perdidos en medio de la noche en un paisaje de un film de ciencia-ficción, son observados detenidamente por la gente que hay a su alrededor. Manifiesta, pues, que su vida es algo irreal, que no se asienta en un mundo similar al de sus compañeros de clase.

Para cerrar, quisiera indicar que los análisis realizados de los dibujos de María y Pedro nos proporcionan algunos elementos finales de reflexión.

Han transcurrido dos años desde que realicé la primera prueba con ellos en la clase. Por aquellas fechas, todavía representaban a los miembros de la familia tal como lo hacen los niños de su edad, incluso incorporando a su padre como si viviera con ellos. Por sus pequeñas edades no eran capaces de asimilar el significado de la muerte de una persona, y, menos aún, de alguien tan cercano como era la figura paterna.

Tal como hemos visto, el paso del tiempo da lugar a que ambos hermanos realicen unas interpretaciones bastante singulares de su familia, ya que no son capaces de integrar en sus desarrollos cognitivos y emocionales el suicidio de su padre. Creo que, de un modo u otro, este terrible suceso siempre les acompañará como la sombra que se proyecta sobre ellos de un mundo que, dolorosamente, les resulta incomprensible.

AURELIANO SÁINZ
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