Le he dado muchas vueltas al título de este artículo. Buscaba a un animal que simbolizara algunas cualidades humanas, en especial entre los humanos que se dedican a la política, como la astucia, la hipocresía o la sagacidad para alcanzar ciertos fines. Y el primero que me vino a la mente fue el zorro. Sin embargo, dado que la protagonista de este breve comentario es una mujer, la flexión femenina del sustantivo adjetivado podría ser considerada como excesivamente provocadora, más aún en los tiempos de lo políticamente correcto.
Así pues, Susana Díaz se queda con el calificativo de animal político en su vertiente genérica, sin la intención de atribuirle un matiz negativo. Al fin y al cabo, la perseverancia, el instinto de supervivencia y la ambición no tienen por qué ser condiciones reprobables en una persona, más aún si se dedica a la política. Es más, son precisamente éstas las que conducen al éxito.
Susana Díaz se afilió con 17 años al PSOE y su recorrido desde entonces parecer desvelar un plan de asalto al poder minuciosamente pergeñado. Primero como secretaria general de las Juventudes Socialistas; después como concejala del Ayuntamiento de Sevilla, diputada en el Congreso, senadora, consejera y, finalmente, presidenta de la Junta. Una carrera brillante, sin duda, para alguien que sabía lo que quería y cómo conseguirlo.
Por ello, cuando en las últimas semanas el runrún mediático postelectoral no deja de apuntar hacia ella como la líder autoproclamada de una rebelión interna de los barones territoriales contra Pedro Sánchez, lo más fácil es creerlo. Porque quizás haya llegado la hora de dar el salto definitivo, de completar el proyecto personal que la sitúe como futura presidenta del Gobierno o, al menos, candidata para las elecciones generales que presumiblemente se celebrarán en primavera para desatascar la situación que los ciudadanos han provocado.
En definitiva, ha llegado el momento de las puñaladas, las conspiraciones, las declaraciones veladas. La hora de la política de verdad. Como muestra, pocos días después de conocerse los resultados, aparecía Susana Díaz imponiendo sus líneas rojas y desacreditando a su secretario general: se puede pactar con el PP, pero no con Podemos, porque estos quieren fracturar España.
Mentira. Podemos no quiere fracturar España: con lo que puede acabar es con el PSOE. Y, naturalmente, el partido, las ambiciones personales, el instinto de supervivencia, siempre van por delante del país y de los votos de los ciudadanos.
Pedro Sánchez no es ningún cordero, aunque su total falta de carisma y liderazgo pueda hacerlo pensar. Pero lo que tiene enfrente es un depredador sin demasiados escrúpulos. Sánchez es ya un cadáver político que parece haber sido puesto ahí para allanar el camino a la dirección del partido eliminando de la carrera a Eduardo Madina y dando tiempo a Díaz para asentar su poder en Andalucía y, de paso, disfrutar de una maternidad más sosegada. En las próximas semanas seremos testigos de ello. Será entonces cuando algunos verán las orejas al lobo.
Así pues, Susana Díaz se queda con el calificativo de animal político en su vertiente genérica, sin la intención de atribuirle un matiz negativo. Al fin y al cabo, la perseverancia, el instinto de supervivencia y la ambición no tienen por qué ser condiciones reprobables en una persona, más aún si se dedica a la política. Es más, son precisamente éstas las que conducen al éxito.
Susana Díaz se afilió con 17 años al PSOE y su recorrido desde entonces parecer desvelar un plan de asalto al poder minuciosamente pergeñado. Primero como secretaria general de las Juventudes Socialistas; después como concejala del Ayuntamiento de Sevilla, diputada en el Congreso, senadora, consejera y, finalmente, presidenta de la Junta. Una carrera brillante, sin duda, para alguien que sabía lo que quería y cómo conseguirlo.
Por ello, cuando en las últimas semanas el runrún mediático postelectoral no deja de apuntar hacia ella como la líder autoproclamada de una rebelión interna de los barones territoriales contra Pedro Sánchez, lo más fácil es creerlo. Porque quizás haya llegado la hora de dar el salto definitivo, de completar el proyecto personal que la sitúe como futura presidenta del Gobierno o, al menos, candidata para las elecciones generales que presumiblemente se celebrarán en primavera para desatascar la situación que los ciudadanos han provocado.
En definitiva, ha llegado el momento de las puñaladas, las conspiraciones, las declaraciones veladas. La hora de la política de verdad. Como muestra, pocos días después de conocerse los resultados, aparecía Susana Díaz imponiendo sus líneas rojas y desacreditando a su secretario general: se puede pactar con el PP, pero no con Podemos, porque estos quieren fracturar España.
Mentira. Podemos no quiere fracturar España: con lo que puede acabar es con el PSOE. Y, naturalmente, el partido, las ambiciones personales, el instinto de supervivencia, siempre van por delante del país y de los votos de los ciudadanos.
Pedro Sánchez no es ningún cordero, aunque su total falta de carisma y liderazgo pueda hacerlo pensar. Pero lo que tiene enfrente es un depredador sin demasiados escrúpulos. Sánchez es ya un cadáver político que parece haber sido puesto ahí para allanar el camino a la dirección del partido eliminando de la carrera a Eduardo Madina y dando tiempo a Díaz para asentar su poder en Andalucía y, de paso, disfrutar de una maternidad más sosegada. En las próximas semanas seremos testigos de ello. Será entonces cuando algunos verán las orejas al lobo.
JESÚS C. ÁLVAREZ