Llevo varios días pensando en cómo sería mi lista de deseos o la lista de cosas que quiero hacer antes de morirme. Porque el diagnóstico de que voy a perecer ya lo tengo desde que nací: no tengo que esperar a que me den un plazo. Mi incapacidad para crearla creo que radica en que lo único que he hecho en este tiempo es analizar y utilizar solo mi capacidad cognitiva, olvidándome de las emociones que son la clave del proceso. ¿Por qué voy a querer hacer algo si no es para sentir?
Esta mañana he tenido una revelación. Es verdad que cuando a la mente se le da un respiro, ella sigue trabajando sola y, al final, te da la respuesta que necesitabas, pero que bajo presión no encontrabas. La solución para hacer esta lista es olvidarme de los miedos, desterrar de mi cabeza el qué dirán o argumentos del tipo "esto no es bueno para mi salud", "esta idea es una locura" y demás frases bloqueantes y conservadoras que hacen que mi vida sea plomiza y han matado siempre mi creatividad.
¿Qué haría yo si no tuviese miedo? Lo primero que haría sería dormir un día entero en la playa, desnuda, sintiendo el sol y el viento en cada centímetro de mi anatomía y sumergiéndome en el agua como aquella muñeca de sal que le pregunto al mar: "¿Quién eres tú?". Y éste le contestó: "Entra y compruébalo tú misma". Y lo hizo, y se deshizo en él. Y descubrió su propia esencia.
Cogería un avión a Río de Janeiro y haría ala delta planeando sobre el Cristo Redentor, sintiéndome como un águila propietaria del universo, que conoce su fuerza y su poder. Disfrutaría del vaivén del paseo, de los colores intensos de la naturaleza, de los olores a tierra y océano, del frío de las montañas y encontraría allí en las alturas mi sitio.
Otra cosa sería romper para siempre este barrera que me he puesto frente al mundo, dinamitaría el bloque de contención de mis emociones, me desvestiría de mi timidez e introversión y saldría a la calle disfrazada de pantera negra. Me dejaría guiar por mis instintos y buscaría un macho alfa con el que pasar mi días. Nada de ovejitas asustadas, ni de buitres: buscaría la esencia, la pureza, la honestidad y la pasión sin preguntas.
Buscaría también amigas nuevas con las que realizar aquelarres. Nos reuniríamos en un bosque una vez al mes, el día en que la luna esté más llena y brille más intensamente, para danzar descalzas alrededor de una hoguera, rindiendo culto al fuego, como destructor de todo lo superfluo. Nos ataviaríamos con amplios vestidos de algodón y cubriríamos nuestras cabeza con coronas de flores y plantas del tiempo. Nos uniríamos en una comunión del almas, sin cuerpo y sin mente para flotar dentro de un remolino de paz y conexión con el universo.
Podría seguir y seguir escribiendo... He conseguido conectar con mis ansias de libertad y he sido libre mientras escribía en condicional. El problema es cómo pasar al tiempo de la acción: al presente. Para ello tendría que resolver un problema para el que hoy no tengo repuesta. ¿Cómo salto fuera del alambre?
Esta mañana he tenido una revelación. Es verdad que cuando a la mente se le da un respiro, ella sigue trabajando sola y, al final, te da la respuesta que necesitabas, pero que bajo presión no encontrabas. La solución para hacer esta lista es olvidarme de los miedos, desterrar de mi cabeza el qué dirán o argumentos del tipo "esto no es bueno para mi salud", "esta idea es una locura" y demás frases bloqueantes y conservadoras que hacen que mi vida sea plomiza y han matado siempre mi creatividad.
¿Qué haría yo si no tuviese miedo? Lo primero que haría sería dormir un día entero en la playa, desnuda, sintiendo el sol y el viento en cada centímetro de mi anatomía y sumergiéndome en el agua como aquella muñeca de sal que le pregunto al mar: "¿Quién eres tú?". Y éste le contestó: "Entra y compruébalo tú misma". Y lo hizo, y se deshizo en él. Y descubrió su propia esencia.
Cogería un avión a Río de Janeiro y haría ala delta planeando sobre el Cristo Redentor, sintiéndome como un águila propietaria del universo, que conoce su fuerza y su poder. Disfrutaría del vaivén del paseo, de los colores intensos de la naturaleza, de los olores a tierra y océano, del frío de las montañas y encontraría allí en las alturas mi sitio.
Otra cosa sería romper para siempre este barrera que me he puesto frente al mundo, dinamitaría el bloque de contención de mis emociones, me desvestiría de mi timidez e introversión y saldría a la calle disfrazada de pantera negra. Me dejaría guiar por mis instintos y buscaría un macho alfa con el que pasar mi días. Nada de ovejitas asustadas, ni de buitres: buscaría la esencia, la pureza, la honestidad y la pasión sin preguntas.
Buscaría también amigas nuevas con las que realizar aquelarres. Nos reuniríamos en un bosque una vez al mes, el día en que la luna esté más llena y brille más intensamente, para danzar descalzas alrededor de una hoguera, rindiendo culto al fuego, como destructor de todo lo superfluo. Nos ataviaríamos con amplios vestidos de algodón y cubriríamos nuestras cabeza con coronas de flores y plantas del tiempo. Nos uniríamos en una comunión del almas, sin cuerpo y sin mente para flotar dentro de un remolino de paz y conexión con el universo.
Podría seguir y seguir escribiendo... He conseguido conectar con mis ansias de libertad y he sido libre mientras escribía en condicional. El problema es cómo pasar al tiempo de la acción: al presente. Para ello tendría que resolver un problema para el que hoy no tengo repuesta. ¿Cómo salto fuera del alambre?
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ